¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Lo último que recuerdo es el dolor agudo de una aguja clavada en mi brazo.
Y lo sucedido antes de eso.
La sangre escarlata saliendo del cuerpo de Madge, la amplia y desconocida sonrisa de Rory, mi hermano.
Atalanta.
Sí, sé dónde estoy. Estoy con Atalanta, la vigilante jefe. La jefa de todos los que han convertido mi vida en una pesadilla.
No sé cuánto tiempo paso sumergido en lo desconocido hasta que mis ojos encuentran la fuerza necesaria para recibir al presente que me espera.
Estoy tumbado en una cama de sábanas blancas y pulcras, rodeado de cortinas grisáceas. La sensación de claustrofobia es suficiente como para hacer que me remueva incómodo, y entonces descubro todas las ataduras que me mantienen sujeto en la cama.
Una de las cortinas se aparta de golpe y aparece una mujer pálida, de unos sesenta años y rostro cansado.
-¿Dónde estoy? - pregunto de inmediato.
-Será mejor que la joven te lo explique.
La mujer desaparece, dejándome allí, sumergido en la duda. Repito la pregunta varias veces, cada vez más alto, pero el cansancio mi golpea en seguida.
Lo único que puedo hacer ahora mismo es esperar. Esperar a la joven.
-¡Al fin! - las cortinas se apartan pocos minutos más tarde, describiendo hondas cuando una esbelta mujer vestida por completo de gris entra - Pensé que jamás despertarías.
Es ella, diferente, sucia, cansada y envejecida. Pero es ella. Solo Atalanta tiene ese oscuro pelo del color del fuego.
-¿Dónde estoy? - intento calmarme, pero la adrenalina inunda mi metabolismo, gritándome.
-Acabas de despertar y ya estás haciendo preguntas con tu mal humor. Jamás cambiarás, Gale Hawthorne. - sus ojos me desafían durante unos eternos segundos en los cuales la rabia se acumula en mi interior. Si no estuviera atado... Finalmente, es ella quien baja la mirada – Hagamos esto en condiciones, ya debes estar bastante mosqueado. Tú preguntas y yo te responderé lo más sinceramente posible.
En ese instante, la cortina por la que ha aparecido Atalanta vuelve a apartarse para dejar pasar a otra mujer, esta vez de pelo largo y canoso, semblante serio y vestida con el mismo uniforme gris que Atalanta. Apenas me dirige una mirada, sino que se centra en la joven, con los labios fruncidos.
-Qué extraño verte fuera de la sala de reuniones. ¿Qué haces aquí? - a pesar de su tono familiar y descortés, está claro que la recién llegada tiene autoridad sobre Atalanta.
-Eso mismo quiero saber yo sobre ti, sargento Crane. - ¿Sargento? - ¿Qué se supone que estás haciendo?
-Contarle lo que ocurre.
-¿Y quién te ha dado permiso para hacerlo?
-Yo misma.
Por su expresión, la mujer deja claro no estar acostumbrada a que alguien no acate sus órdenes y, mucho menos, se enfrente a ella.
-Estoy cansándome de tus errores, sargento Crane. - Atalanta se tensa ante sus palabras, pero no aparta los ojos de la recién llegada - Tú verás lo que haces, pero deberás atenerte a las consecuencias.
Tan rápido como ha llegado, la mujer se da la vuelta y sale de la sala.
Atalanta permanece unos segundos en silencio, con la mirada fija en el trozo de cortina por el que ha desaparecido la mujer. Después, se gira lentamente, su expresión mucho más seria.
-¿Qué me dices? ¿Preguntas y yo respondo sinceramente? - es extraño que actúe como si no nos hubiesen interrumpido.
-¿Dónde me habéis traído?
-Creo que quieres empezar por la pregunta más difícil. - suspira con fuerza. Espero impaciente a que me responda, pero ella guarda silencio. Desde luego, no está dispuesta a dejar que me salga con la mía tan fácilmente. - Espera un momento - se levanta de la silla y sale de la estancia para volver unos minutos más tarde con un pequeño televisor que coloca a los pies de mi cama – Supongo que quieres ver el final de los juegos.
No, no quiero. Pero no espera a que responda. El televisor, que no tiene ni punto de comparación con las complicadas pantallas del Capitolio, muestra el símbolo del Capitolio y, a continuación, aparece un primer plano la cara de mi hermano.
La cámara se aleja para mostrar a todos los teleespectadores lo que mi hermano observa con cara de tensión y placer: los matorrales que señalan el límite del claro en el que se encuentra.
-Ese es el punto central de la arena. - aclara Atalanta – El lugar en el que los últimos tributos están destinados a enfrentarse.
-Gareth y mi hermano – susurro, justo antes de que el joven tributo del Distrito 4 aparezca.
Parece que hayan pasado años desde la última vez que lo vi: alto y musculoso, como su mentor, con su espada firmemente sujeta.
-No es tan simple. - miro confundido a Atalanta, pero ella esquiva mi mirada.
Tardo menos de un segundo en comprender qué quieren decir sus palabras.
-¿Madge? - preguntamos mi hermano y yo al mismo tiempo.
Está débil, pálida y herida. Pero está viva. Sus ojos están llenos de un profundo odio. En el cinturón de su traje guarda su inseparable cerbatana y en la mano sostiene un machete oxidado.
-Así es.
Los recién rodean a mi hermano por el claro. Mi hermano, al contrario que yo, no ha tardado en recomponer su compostura. Con su inseparable sonrisa, agarra con fuerza su arma y la levanta por encima de su cabeza, apoyándola en su hombro y listo para atacar. Madge coge la cerbatana en un movimiento veloz y sopla, lanzándole a mí hermano una de las púas venenosas, que le acierta en la mano. Con un grito de rabia, Rory se la arranca de la mano.
El despiste es lo suficientemente bueno como para ser aprovechado por ambos tributos, que corren hacia él. Madge agarra el machete, pero justo cuando va a atacar a mi hermano, éste la empuja con su arma, haciendo que caiga lo suficientemente lejos como para no estar al alcance de su espada. Por otro lado, Gareth se dispone a atacar también, pero mi hermano está preparado y esquiva su arma. Se enzarzan en una lucha de dos que poco a poco agota a ambas partes.
La lucha no tarda en volverse seria y sangrienta, demasiado larga. Gareth pierde el equilibrio y, justo en el momento en el que mi hermano está a punto de lanzar su ataque de gloria, emite grito y se quita otra de las púas de Madge del cuello.
Cae de rodillas al suelo, intentando soportar las convulsiones de su cuerpo.
-Yo te maté - dice casi sin aliento. - Puedo volver a hacerlo.
-No me mataste. Debiste haberlo hecho, pero tus ganas de hacerme sufrir se volvieron en tu contra, Rory. Deberías de haber controlado con más atención el cielo.
Al tiempo que Madge señala al símbolo del Capitolio que acaba de aparecer en el cielo, la sonrisa del rostro de mi hermano se ensancha aún más. De su garganta sale una horrible carcajada que deja a Madge.
-Vas a arrepentirte - le asegura Rory.
Una luz artificial ilumina la arena. Lo último que se ve es el rostro de Madge, que se convierte en un gesto de pánico, y la imagen vuelve a ennegrecerse.
Espero impaciente y sin comprender, pero los minutos pasan y la pantalla sigue en negro.
-No emitieron nada más - dice al fin Atalanta.
-¿Madge sigue con vida?
-Sí - dice suspirando - Lo que me ha acarreado grandes problemas. - se sienta al final de la cama, con la mirada clavada en algún punto de las blancas sábanas - Rory la dejó moribunda, pero no la llegó a matar. Se le envió una medicina que minutos más tarde Gareth le aplicaría, salvándole la vida.
-Pero solo yo puedo aprobar los regalos de los patrocinadores - le contradigo.
-Uno de los nuestros lo aprobó. Lo hemos perdido, por supuesto.
-Espera, espera - digo, intentando asimilar tanta información - ¿Uno de los vuestros? ¿A qué te refieres?
-A un vigilante. A uno partidario de la rebelión.
Sin poder evitarlo, río con fuerza.
-¿Tú? ¿Partidaria de la rebelión? ¡Tú eres la vigilante jefe! ¡Eres de quien salen todas las ideas para matar a veintitrés niños cada año! - pierdo los nervios y empiezo a retorcerme.
-Te equivocas por completo, Gale Hawthorne. ¿Quieres saber dónde estás? - se acerca más a mí y se inclina, aproximando su cara todo lo que puede a mí, hasta que solo nos separan unos diez centímetros. Es entonces cuando dejo de resistirme, respiro con fuerza y me dejo engullir por los ojos verdes de Atalanta, que por una vez se han armado del valor suficiente como para mirarme a mí - ¿De verdad quieres saber dónde te he traído?
-¿Dónde? - pregunto.
-Ahora mismo te encuentras en el Distrito 13.
La miro con el ceño fruncido.
-Eso es imposible. El Distrito 13 fue destruido tras la guerra. Todos los años lo recuerdan en el vídeo de la Cosecha. El Edificio de Justicia...
-¿... aun sale ardiendo en las retransmisiones del Capitolio? - termina la frase por mí - Es una toma. Una imagen que se repite una y otra vez. Lo único que cambia es la periodista. La graban a parte y la pegan sobre la imagen, es una técnica que se usa siempre.
Me detengo unos segundos. Tiene lógica, ¿por qué no? Un edificio no puede perdurar más de setenta años ardiendo. Sin embargo, es tan extraño. Es algo que nos ha hecho creer el Capitolio todo este tiempo, por lo que no debería de extrañarme. Sin embargo, ¿cómo es posible que no hayamos sabido nada de este distrito en todos estos años?
-No parece lógico. Es decir, si fuera cierto, deberíamos de haber sabido algo en estos años.
-Cuando la guerra estaba a punto de finalizar, el Distrito 13 decidió protegerse. Tenían algo así como un plan B.
-¿Qué plan B?
-Siempre os han dicho que el Distrito 13 se dedicaba a las minas de grafito, pero también desarrollaron la energía nuclear. Cuando el Distrito 13 amenazó al con atacar con armas nucleares, el Capitolio decidió fingir que lo habían destruido, dejar a sus habitantes en paz y reprimir sólo a los demás distritos. Esperaban que el Distrito 13, sin su ayuda, acabara desapareciendo, algo que estuvo a punto de suceder en varias ocasiones, pero no ha sido así. Ha sobrevivido todos estos años.
Guardo unos instantes de silencio. No es completamente imposible, en cierto modo tiene su lógica.
-Entonces, ¿qué hacemos aquí?
-Durante años se ha estado planeando una forma de derrocar al Capitolio y este lugar ha sido la base de todos los planes. No encontrábamos el momento de iniciar otra revolución, por lo que cuando tú ganaste los juegos, un chico que seguramente había perdido a su familia a manos del Capitolio, a su mejor amiga y odiaba como nadie los juegos, decidimos que podíamos mandar pistas a través de ti.
-¿Cómo? - pregunto desconcertado.
-La ropa, los tatuajes del bosque, tu falta de miedo a decir exactamente lo que pensabas... Eso era lo que necesitábamos. Sin embargo, esto no debería haber empezado hasta que no hubieran acabado los juegos.
-¿A qué te refieres?
Atalanta guarda silencio y se muerde un labio, pensativa.
-Pensábamos que Madge sería el mejor arma si ganaba los juegos. ¿Una hija del alcalde del Distrito 12 con una madre enferma y una tía fallecida en los juegos? Además, como el Capitolio había anunciado, si estaba en el vasallaje era porque había ocasionado problemas al Capitolio. Cavaron su propia tumba. Los vigilantes partidarios de la rebelión debíamos sacarla de allí con vida. La noche en la que te encontré por los pasillos yo acababa de reunirme con el presidente, no sabía nada de la muerte de Madge y te creí. Sabía que sin Madge, tú eras nuestra única posibilidad, por eso debía sacarte de ahí cuanto antes. Sin embargo, todo ha salido mal. Madge sigue viva y mi verdadera identidad se ha descubierto. Han estado investigando en profundidad a todos mis compañeros y nos hemos quedado casi sin infiltrados. Y, aunque quede alguno, la comunicación con ellos es imposible.
-¿Que ha pasado con los juegos? - pregunto, consciente de que no ha mencionado a mi hermano en el plan.
-Al Capitolio sólo les interesaban los tributos del Distrito 12. Rory es tu hermano y Madge nuestra arma. La luz brillante que has visto fue del aerodeslizador que los capturó a ambos. No les importaba Gareth, así que lo dejaron allí. Sabían que sería una molestia acabase en el bando en el que acabase y nosotros no podíamos dejarlo allí.
-¿Mi hermano está a manos del Capitolio de nuevo? - noto el calor en mi cuerpo. Recuerdo las manos de mi hermano, su voz, su mirada de desesperación cuando nos reencontramos. ¿Volverá a pasar por lo mismo?
-Eso no es lo que debería preocuparte.
Miro perplejo a Atalanta.
-¿Que no debería preocuparme? ¡Es mi hermano! ¡Si no me preocupa él, ¿quién debería preocuparme?!
Me yergo todo lo que me permiten las ataduras. Aprieto los dientes con fuerza. ¿Qué le harán? ¿Por qué no puedo proteger a las personas a las que quiero?
Su mirada muestra tristeza. Su boca se abre un par de veces, intentando emitir palabras que no consiguen salir. ¿Qué es lo que no me quiere contar?
-Gale – su mano encuentra la mía, cerrada en un puño.
Y entonces lo sé. No quiero escucharlo, quiero desaparecer, esconderme, llevarme ambas manos a los oídos y no escuchar su confesión. No quiero saber la verdad.
-Gale, tu hermano se alió con el Capitolio desde que lo capturaron en el bosque.