-¡NO,
KATNISS!
Me levanto de golpe, en medio de la oscuridad, empapado en sudor, como cada noche desde que la mujer estrafalaria conocida con el nombre de Effie Trinket sacó una de las cuarenta y dos papeletas que contenía mi nombre de la urna el día de la Cosecha. De eso han pasado ya dos meses.
-Maldita sea- susurro antes de pulsar con rabia el interruptor que hay junto a la cama.
Cierro los ojos, debido al resplandor que provoca el regreso de la luz.
Me levanto de golpe, en medio de la oscuridad, empapado en sudor, como cada noche desde que la mujer estrafalaria conocida con el nombre de Effie Trinket sacó una de las cuarenta y dos papeletas que contenía mi nombre de la urna el día de la Cosecha. De eso han pasado ya dos meses.
-Maldita sea- susurro antes de pulsar con rabia el interruptor que hay junto a la cama.
Cierro los ojos, debido al resplandor que provoca el regreso de la luz.
Estoy
en una dormitorio de paredes amarillas. Hay una gran y cómoda cama y
un enorme armario lleno de ropa para cualquier ocasión. Una de las
puertas de éste, está ocupado por un gran espejo. En una de las
paredes de la estancia hay una puerta de roble que da al cuarto de
baño, idéntico a los que había en el Capitolio.
Me
apoyo en mis rodillas flexionadas y me froto la sien. Una noche más,
las pesadillas han decidido hacerse con el control de mi mente y no
dejarme descansar. Esta vez, Katniss se lanzaba a un mar de lava
naranja que se teñía de color rojo oscuro. El color de la sangre.
Cada pesadilla finaliza con el mismo sonido: un cañonazo.
Me pongo de pie, descartando la posibilidad de intentar volver a dormir, y me asomo a la ventana. No hay indicios de que esté llegando el amanecer, por lo que debo de haber dormido dos horas aproximadamente. Bajo a la planta de abajo y entro en la cocina, para tomar un vaso de agua. La cocina también es enorme. A diferencia de la cocina a la que siempre he estado acostumbrado, que sólo tenía un lavabo, ahora consta de frigorífico, microondas, horno y muchos más electrodomésticos que no sé para qué sirven. Por no mencionar la despensa, que está llena de comida que no había visto nunca.
Es increíble de todo lo que puedo disfrutar ahora: una cama decente, agua potable, ropa limpia y nueva, una casa enorme para mí solo, agua caliente para ducharme en los fríos días de invierno, un televisor para entretenerme y comida abundante, diaria y fresca; por no hablar de que no trabajaré en las minas jamás y he dejado de verme expuesto a salir elegido en la Cosecha. Vivir así es el sueño de cualquier persona. Cualquier persona excepto yo.
Miro el reloj que hay en la cocina, son las cuatro de la mañana. Abro la puerta de la casa y salgo a la helada noche. El cielo está cubierto, pero aún así se pueden ver las estrellas en algunas zonas donde las nubes son menos densas. Respiro con fuerza, impregnándome con el olor característico del Distrito 12: el olor a carbón.
Cuando miro a mi alrededor veo que en la casa de al lado las luces están encendidas. Cruzo el pequeño jardín que separa las dos únicas viviendas habitadas en la Aldea de los Vencedores. No me molesto en llamar, con un empujón abro la puerta para encontrarme con Haymitch tirado en el suelo. Borracho.
-¿Otra vez? - Pregunto, poniendo los brazos en jarras. A veces me siento la niñera del que fue mi mentor en los juegos.
-¿Se puede saber qué haces despierto a estas horas? -Pregunta con la voz ronca.
-¿Se puede saber qué hacer borracho a estas horas? - Contraataco.
Él hace un gesto raro, gira sobre sí mismo y se levanta, apoyándose en el sofá.
-¿No puedo beber en mi casa?
-No a las cuatro de las mañana. Y menos ahora que tienes vecino.
-¿Te he despertado? - Advierto un tono divertido en su voz.
-No - contesto, tajante.
-Entonces, ¿qué haces despierto a estas horas?
-Pesadillas, como siempre Haymitch.
Se deja caer en el sofá y yo me siento a su lado. Me tiende la botella transparente y llena de licor que tiene en la mano y le fulmino con la mirada, con lo que consigo que aparte la botella de mi lado.
-Me voy a dormir a mi casa – contesto mientras me pongo en pie.
-¿Es la primera vez que te oigo llamarla 'mi casa' o es mi imaginación?
-No me refiero a esa enorme y solitaria casa de al lado. Me refiero a mi casa, a la que está abandonada en la Veta.
Salgo y cierro la puerta detrás de mí, justo después de escuchar como Haymitch me tacha de loco.
Vuelvo al lugar donde llevo viviendo un mes y subo al dormitorio. Me visto con lo primero que encuentro y cojo el cuchillo que hay en la mesita de noche. En la empuñadura aparece el símbolo del Capitolio, pero para mí el significado es muy diferente. Es el cuchillo con el que asesiné a Clove.
Me acerco al espejo del baño y, con cuidado, paso la punta del cuchillo por la cicatriz de mi labio. Justo en estos momentos, en el Distrito 2, hay un cadáver con el mismo corte, en el mismo sitio.
Lo guardo en mi cinturón de cuero marrón y bajo a la planta de abajo. Salgo de la casa y abandono la Aldea de los Vencedores. Comienzo a caminar en dirección suroeste, hacia la Veta. Cruzo la plaza del Edificio de Justicia, paso junto al Quemador y avanzo por el camino paralelo a la alambrada que separa el distrito del bosque, esa alambrada que jamás volveré a cruzar, y llego a la Veta. No me he cruzado con nadie, algo que no es de extrañar ya que soy yo el único tarado al que se le pasaría por la cabeza andar a estas horas, con este frío, por el Distrito 12.
Me pongo de pie, descartando la posibilidad de intentar volver a dormir, y me asomo a la ventana. No hay indicios de que esté llegando el amanecer, por lo que debo de haber dormido dos horas aproximadamente. Bajo a la planta de abajo y entro en la cocina, para tomar un vaso de agua. La cocina también es enorme. A diferencia de la cocina a la que siempre he estado acostumbrado, que sólo tenía un lavabo, ahora consta de frigorífico, microondas, horno y muchos más electrodomésticos que no sé para qué sirven. Por no mencionar la despensa, que está llena de comida que no había visto nunca.
Es increíble de todo lo que puedo disfrutar ahora: una cama decente, agua potable, ropa limpia y nueva, una casa enorme para mí solo, agua caliente para ducharme en los fríos días de invierno, un televisor para entretenerme y comida abundante, diaria y fresca; por no hablar de que no trabajaré en las minas jamás y he dejado de verme expuesto a salir elegido en la Cosecha. Vivir así es el sueño de cualquier persona. Cualquier persona excepto yo.
Miro el reloj que hay en la cocina, son las cuatro de la mañana. Abro la puerta de la casa y salgo a la helada noche. El cielo está cubierto, pero aún así se pueden ver las estrellas en algunas zonas donde las nubes son menos densas. Respiro con fuerza, impregnándome con el olor característico del Distrito 12: el olor a carbón.
Cuando miro a mi alrededor veo que en la casa de al lado las luces están encendidas. Cruzo el pequeño jardín que separa las dos únicas viviendas habitadas en la Aldea de los Vencedores. No me molesto en llamar, con un empujón abro la puerta para encontrarme con Haymitch tirado en el suelo. Borracho.
-¿Otra vez? - Pregunto, poniendo los brazos en jarras. A veces me siento la niñera del que fue mi mentor en los juegos.
-¿Se puede saber qué haces despierto a estas horas? -Pregunta con la voz ronca.
-¿Se puede saber qué hacer borracho a estas horas? - Contraataco.
Él hace un gesto raro, gira sobre sí mismo y se levanta, apoyándose en el sofá.
-¿No puedo beber en mi casa?
-No a las cuatro de las mañana. Y menos ahora que tienes vecino.
-¿Te he despertado? - Advierto un tono divertido en su voz.
-No - contesto, tajante.
-Entonces, ¿qué haces despierto a estas horas?
-Pesadillas, como siempre Haymitch.
Se deja caer en el sofá y yo me siento a su lado. Me tiende la botella transparente y llena de licor que tiene en la mano y le fulmino con la mirada, con lo que consigo que aparte la botella de mi lado.
-Me voy a dormir a mi casa – contesto mientras me pongo en pie.
-¿Es la primera vez que te oigo llamarla 'mi casa' o es mi imaginación?
-No me refiero a esa enorme y solitaria casa de al lado. Me refiero a mi casa, a la que está abandonada en la Veta.
Salgo y cierro la puerta detrás de mí, justo después de escuchar como Haymitch me tacha de loco.
Vuelvo al lugar donde llevo viviendo un mes y subo al dormitorio. Me visto con lo primero que encuentro y cojo el cuchillo que hay en la mesita de noche. En la empuñadura aparece el símbolo del Capitolio, pero para mí el significado es muy diferente. Es el cuchillo con el que asesiné a Clove.
Me acerco al espejo del baño y, con cuidado, paso la punta del cuchillo por la cicatriz de mi labio. Justo en estos momentos, en el Distrito 2, hay un cadáver con el mismo corte, en el mismo sitio.
Lo guardo en mi cinturón de cuero marrón y bajo a la planta de abajo. Salgo de la casa y abandono la Aldea de los Vencedores. Comienzo a caminar en dirección suroeste, hacia la Veta. Cruzo la plaza del Edificio de Justicia, paso junto al Quemador y avanzo por el camino paralelo a la alambrada que separa el distrito del bosque, esa alambrada que jamás volveré a cruzar, y llego a la Veta. No me he cruzado con nadie, algo que no es de extrañar ya que soy yo el único tarado al que se le pasaría por la cabeza andar a estas horas, con este frío, por el Distrito 12.
Mi
casa es una de las primeras. Antes de entrar, echo un vistazo a una
de las casas más lejanas, la casa Everdeen, que también ha quedado
abandonada. Entro y atravieso la cocina, en la que aún hay restos de
jabón con los que mi madre limpiaba la ropa de los clientes. Intento
hacer el menos ruido posible, como si no quisiera despertar a
aquellos que durmieron una vez en esta casa. Ahora todo es diferente.
Todo ha cambiado. En esta casa ya no vive nada ni nadie, tan solo el
recuerdo de aquellos que la habitaron.
Aún
puedo recordar, como si fuera ayer, el miedo que tenía cuando llegué
al distrito. No sabía que diría mi familia. ¿Me trataría como lo
que me consideraba y sigo considerándome, un asesino? ¿Se sentirían
orgullosos de mí? ¿Cómo me miraría ahora la pequeña Prim? ¿Me
odiaría por no haber hecho lo suficiente para salvar a su hermana?
Pero nada de eso había pasado. No había tenido que enfrentarme a
nada.
-¿Qué
te ocurre, Gale?- me había preguntado Effie mientras caminábamos
hacia el Edificio de Justicia. - Deberías de estar feliz.
-No
veo a mi familia.
A
mi lado, Haymitch permanecía tenso y callado.
-Seguro
que están ahí, entre la multitud. Pero no los ves.
-No
– aseguré, pero Effie pareció no oírme.
Cuando
llegamos al Edificio de Justicia, el alcalde me saludó y me estrechó
la mano con una sonrisa radiante, aunque pude ver algo de nerviosismo
en sus ojos. A su lado estaba Madge, a la que, con cuidado e
intentando que nadie lo viera, le devolví la insignia que había
llevado Katniss en los juegos.
-Quédatela
– me había susurrado. Pero yo negué con la cabeza, así que se
encogió de hombros y se la quedó. También ella tenía una
expresión de nervios como la de su padre, sólo que también pude
ver tristeza en sus ojos.
Salí
al escenario, la gente aplaudía, saludaban con la mano y me
sonreían, la mayoría. Yo no sabía como debía actuar, así que
permanecí inmóvil, contemplando a la multitud, con los brazos
cruzados sobre el pecho. El alcalde Undersee se acercó a un
micrófono y comenzó a leer unas líneas que tenía escritas en un
pequeño papel que no dejaba de moverse por culpa de los temblores de
sus manos. Miré a la parte derecha del escenario y el corazón se me
encogió. En ese momento, un grupo de hombres cargaba con un ataúd y
lo dejaba en el suelo.
Dejé
caer mis brazos a ambos lados y sentí como toda mi energía
desaparecía, sintiéndome de repente terriblemente cansado. Cerré
los ojos con fuerza. Justo detrás de mí, apoyándome, deberían
estar nuestras familias, tanto la mía como la de Katniss. Pero allí
estaba yo, completamente sólo sobre el escenario. Entonces comprendí
que también estaba solo en el distrito. Ni mi madre ni mis hermanos,
ni Prim ni su madre estaban aquí.
“Cuando
creáis estar preparados, coged a la familia de Katniss y huid al
bosque. Sois los que tienen que cuidar de ellas.” Las últimas
palabras que les dije a mis hermanos, Rory y Vick, no dejaban de
taladrarme la cabeza. Les había pedido aquello porque creí que
tanto Katniss como yo moriríamos y quería que, en unos cuantos
años, todos estuvieran a salvo. ¿Los había subestimado y habían
logrado organizarlo todo en sólo un mes? Me obligué a cree en ello,
pero aún seguía con el nudo en la garganta.
Apenas
escuchaba lo que el alcalde decía. Sabía que hablaba sobre la
tristeza que todos sentían al haber perdido a una chica tan joven;
pero me felicitaba a la vez por haber vencido a tantos tributos.
El
tiempo pasó y la gente comenzó a irse para celebrar que a partir de
ahora, cada mes, iban a recibir más comida desde el Capitolio, pero
yo fui incapaz de apartar los ojos del ataúd. Unos hombres llegaron
y lo cargaron en sus hombros. Yo me aproxime veloz hacia él, pero
alguien me agarró con fuerza el hombro.
-Gale,
no voy a dejar que vayas.
-Déjame,
Haymitch – intentaba zafarme de su mano, pero me fue imposible.
-Ya
me lo agradecerás – fue cortante. Aún apretando mi hombro, me
obligó a girarme y a caminar fuera del escenario.
Donde
antes estaba la multitud, ahora todos habían desaparecido. O casi
todos. Con la mirada fija en el ataúd se encontraba allí Peeta
Mellark. Cuando se percató de que lo observaba se giró para
enfrentarse a mí. Tenía los ojos rojos, como si hubiera estado
llorando, y seguramente había sido eso lo que le había ocurrido. Me
observaba con lrabia y odio. Tal vez se equivocaba al juzgarme, yo
había hecho todo lo que había podido por salvar a Katniss. Aunque,
¿de verdad no habría podido haber hecho algo más?
Haymitch
volvió a presionarme y seguí caminando. Pasados unos minutos
pasábamos bajo un arco en el que se podía leer 'Aldea de los
vencedores'. Fue entonces cuando me detuve.
-Yo
no entro ahí – dije mirando hacia delante.
-Sí,
Gale. Ahora vives en la casa que hay junto a la mía. - negué con la
cabeza e intenté retroceder, pero Haymitch volvía a sujetarme, esta
vez por el brazo herido.
Grité
de dolor, pero aun así siguió tirando de mí. Llegamos a una gran
casa y me metió dentro de un empujón, después cerró la puerta
detrás de él.
-¡NO!
- grité - ¡SÁCAME DE AQUÍ! - me abalancé sobre le puerta, pero
Haymitch estaba de nuevo allí para impedirme salir. Ahora que había
dejado de beber, parecía extrañamente ágil y rápido.
-Tranquilizate,
Gale – decía con la voz calmada.
-¿Que
me tranquilice? ¿Te estás oyendo? ¡Soy un asesino! Maté a Clove y
sé que ella podría haberse salvado. ¡El Capitolio podría haberla
salvado! Por mi culpa Katniss está muerta. ¡Y tú ni siquiera me
dejas ir al entierro! ¿Crees que podré vivir con ello? ¿Crees que
podré vivir con la mirada de odio que me echa el hijo del panadero?
Le prometí que traería a Katniss de vuelta y le he fallado. -
Llegados a este punto cogí lo primero que encontré, una silla, y la
lancé por los aires, además comencé a insultar de todas las
maneras que pude al Capitolio y al presidente Snow.
-¡GALE!
- el grito de Haymitch se escuchó por encima de mis voces -
¿Pretendes que nos maten a todos? ¿Qué crees que pasó cuando el
Capitolio sospechó que entrenaban a los niños en el Distrito 6?
¿Qué crees que le hicieron a las familias de los padres de
Cassandra y Will?
Comencé
a reírme.
-No
pueden hacerle nada a mi familia. Se han ido, ¿me oyes Haymitch? ¡Se
han ido! ¡Ellos y la familia de Katniss! Les dije que se fueran y me
han hecho caso ¿No podéis hacerme daño! ¿Me escuchas Snow? ¡¿Me
escuchas?! ¡YA NO ME QUEDA NADA!
Lo
último que recordaba de aquel día fue la visión de un jarrón
cayendo sobre mi cabeza.
Vuelvo
a la realidad. He llegado a la habitación que compartía con Rory y
Vick, siempre que este último no dormía con mi madre y mi hermana
pequeña, Posy. Me tumbo en la cama y hundo la cabeza en la almohada.
Huele a carbón, pero también a jabón, al jabón con el que mi
madre lavaba la ropa. Antes de darme cuenta me quedo dormido y, por
primera vez desde que llegué al distrito, esta noche no tengo
pesadillas.
Los
rayos que entran por la ventana me deslumbran y me despiertan.
Interpongo la mano entre ellos y mis ojos. 'Ha llegado el momento de
ir al bosque con Katniss', pienso. Me levanto y me acerco al armario
en el que guardo la ropa para ir de caza. Me pongo los pantalones y
la chaqueta de cuero. Cojo mi bolsa y miro en el interior donde hay
cuerdas, piedras afiladas y numerosos objetos que puedo usar para
fabricar trampas. Me doy la vuelta para salir por la puerta pero me
detengo. Las camas están vacías. Caigo de rodillas en el suelo y
escondo mi cabeza entre mis manos. Dejo que, por primera vez desde
hace tiempo, las lágrimas salgan y humedezcan mi cara, que manchen
mi camiseta. Despertar de nuevo en un lugar tan familiar, en mi
hogar, en mi habitación, me ha hecho retroceder en el tiempo; y
acabo de sentir como si chocara contra una pared invisible.
Me
levanto y dejo caer la bolsa de la caza. Camino mientras me seco la
cara con las manos y, sin mirar atrás, salgo de la casa. Camino sin
rumbo fijo, dejando que sean mis pies los que me llevan a algún
lugar en el que pueda pensar. Miro hacia el cielo, pero estoy tan
desorientado que no soy capaz de saber con exactitud qué hora es.
Cuando era pequeño, mi padre me enseñó a saber la hora según la
posición del sol, algo que era realmente útil cuando iba a cazar.
Sin embargo, ahora que he pasado un mes fuera del distrito y que no
voy a cazar he perdido la costumbre y me siento completamente inútil.
No debería de haber olvidado ese tipo de cosas. Mi padre me las
enseñó para cuando fuera al bosque, cuando estábamos en peligro,
es decir, siempre. Ahora actúo como si el peligro hubiese pasado,
como si pudiera permitirme olvidar sus enseñanzas... y sin embargo
ahora es cuando más debería de necesitarlas. El Capitolio buscaba
venganza, enseñarnos que las normas están para obedecerlas. Esa fue
la razón por la que Katniss y yo salimos elegidos para ir juntos a
los juegos. Estaba prohibido salir de los límites del distrito y
nosotros lo hacíamos todos los días. Como castigo, Katniss está
muerta y yo tengo que vivir con su ausencia. Pero aún así sé que
el presidente Snow no descansará hasta haber acabado con mi vida
también.
Cuando
vuelvo a prestar atención de hacia dónde voy, me encuentro con un
lugar más que familiar. Frente a mí se alza una alambrada que puede
llegar a medir seis metros. Detrás de ésta, se hayan los primeros
árboles del bosque. Bajo la mirada y lo veo, el agujero de la
alambrada por el que Katniss y yo nos colábamos juntos para
alejarnos del distrito, disfrutar del bosque, cazar, reír... Para
llegar al lugar en el que ambos éramos felices.
Miro
a mi alrededor. No hay nadie. Podría colarme rápidamente, dar un
corto paseo, recordar viejos tiempos y nadie se percataría de mi
ausencia. Nadie me echaría en falta. Nadie tendría por qué saberlo
jamás. Mi familia podría estar justo ahí, esperándome para
reunirme con ellos. Acerco el oído: ni siquiera está conectada a la
corriente eléctrica. Pero retrocedo a grandes zancadas. No puedo
entrar. Por haber atravesado esa alambrada en el pasado, me he
convertido en un asesino y me he quedado completamente solo. Además,
aún no puedo morir. No puedo darle al presidente Snow otra razón
para matarme. Tengo que terminar mi tarea. Debo cumplir la misión
que me impuse al ganar los juegos. Debo vengarlos a todos y cada uno
de ellos: Katniss, Rue, Cassandra, Will, Cato y Clove.
Comienzo
a correr en la dirección opuesta lo más rápido que puedo y no me
detengo hasta llegar al arco que separa la Aldea de los Vencedores
del resto del distrito. Haymitch está en la puerta de su casa,
sentado en las escaleras. Pero no está solo. Junto a él, de pie y
dándome la espalda, hay un chico alto y rubio, vestido con unos
pantalones marrones y una camisa blanca. Colgando al hombro, lleva
una cartera marrón. Lo reconozco en seguida, sin necesidad de que se
de la vuelta.
Dejo
de correr y me quedo mirándoles unos segundos antes de girarme y
comenzar a subir los escalones de la casa.
-¿Gale?
- pregunta Haymitch. Me giro y vuelvo a observarlo, ahora el chico
también me observa con su inseparable mirada de repugnancia – ¿Has
ido a correr o qué?
Lo
ignoro y termino de subir las escaleras.
-¿Lo
decías en serio? ¿Fuiste allí a dormir? - dejo la mano inmóvil
colocada sobre el pomo de la puerta.
-Sí,
Haymitch – digo con voz cansada – ¿Y a ti qué? ¿Se te ha
pasado ya la resaca? - le lanzo una mirada cargada de ira que me es
devuelta y entro en la casa, cerrando la puerta con un portazo.
Aunque
he dormido genial, aún estoy echo polvo. Supongo que es como debería
de estar después de haber pasado dos meses sin pegar ojo.
Me
tumbo en el sofá con la mirada fija en el techo. Ahora que tengo
tiempo libre me paso casi todo el día tumbado aquí y contemplando
el trozo de superficie blanca. Es una monotonía en la que me he
visto sumido desde que volví. Un golpe en la puerta hace que regrese
a la realidad. Lanzo un suspiro, frustrado, y me levanto a
regañadientes. Cuando llego a la puerta observo por la mirilla quién
es. Ésta es una nueva costumbre que he adquirido. Aunque parezca que
estoy en una de las casas más seguras del distrito y más
resistentes, puede que sea la más peligrosa. Aún espero el momento
en el que algún agente de la paz aparezca por la puerta para matarme
por desafiar al Capitolio.
Pero
la persona que hay al otro lado de la puerta no es ningún agente de
la paz. Es el mismo chico rubio que estaba en la puerta de Haymitch,
apoyado en la pared. Suspiro y apoyo la cabeza en la puerta. A este
chico no hay quien lo comprenda, no sólo me hace daño a mí, sino
que también se tortura a sí mismo. Tal vez sea lo que cree que se
merece por haberme creído y haber confiado en mí.
Sigo
observándolo unos minutos más hasta que se da la vuelta y comienza
a bajar los escalones, entonces abro la puerta. Él gira sobre los
talones y me mira con atención y... cómo no, con asco.
-Hola,
Peeta – yo sin embargo no soy capaz de mirarlo a los ojos. Esos
ojos azules cansados, dolidos y llenos de odio.
Él
no me responde. Se limita a sacar algo de la cartera que le cuelga
del hombro y me lo entrega. Es una barra de pan, como la que lleva
entregándome desde que llegué al distrito.
-Gracias.
Como
cada día, se da la vuelta y, sin despedirse, baja de nuevo los
escalones. Lo observo hasta que lo pierdo de vista y entonces entro
en la casa y dejo el pan en la cocina. No puedo dejar de sentir pena
por el chico. Comienzo a pensar que estaba verdaderamente enamorado
de Katniss, aunque ella me dijo que su relación con él era nula.
Cuando
me desperté, un agudo dolor me martillaba la cabeza, pero a pesar de
ello y de la oscuridad, supe que no estaba sólo en la habitación.
-Vaya,
pensé que te había matado. Llevas horas sin despertarte. Incluso ha
amanecido ya.
-¿Me
tiraste un jarrón? - le pregunté a Haymitch recordando lo que había
pasado la noche anterior.
-Si
no lo hubiera hecho – me contestó mientras se levantaba de la
silla que había en la esquina de la habitación y se acercaba a las
ventanas – podrías haber soltado alguna otra estupidez que nos
hubiera matado a los dos.
Escuché
un sonido extraño y de repente la luz inundó la habitación.
Entrecerré los ojos y poco a poco éstos se adaptaron a la
luminosidad.
-Sólo
decía verdades.
-¿Estás
seguro de que tu familia no corre ningún peligro? - permanecí
callado, observándolo con atención – Porque a no ser que estés
completamente seguro, no deberías ir despotricando sobre el
Capitolio, Gale. - fue hacia la puerta y antes de salir se volvió
para mirarme por última vez – Vístete. Van a traer comida en el
tren y necesitan que estés allí. Te esperaré abajo.
Una
vez que me dejó solo, me vestí con una de las nuevas prendas que
había en el armario y entré en el cuarto de baño para ducharme.
Las paredes estaban cubiertas de azulejos de distintos tonos de azul.
Era un amplio espacio ocupado, en algunas partes, por una bañera, un
lavabo para dos personas y un inodoro. La ducha, en una de las cuatro
esquinas, era como las que había en el Capitolio, así que no tuve
problema en asearme y no me entretuve pulsando las decenas de botones
que había en un panel de control.
Mientras
bajaba las escaleras, oí como alguien aporreaba la puerta con
fuerza. Corrí para abrirla casi sin fijarme en Haymitch, sentado en
el sofá y mirando el televisor en el que yo no me había fijado con
anterioridad. Echaban la repetición de los juegos.
-¡Apaga
eso! - le grité, desviando la mirada cuando Cato atravesaba con su
espada a una chica rubia.
Cuando
llegué a la puerta me quedé boquiabierto. Al otro lado estaba Peeta
Mellark, con su inseparable mirada de odio, sujetando una gran barra
de pan. Lo miré interrogante y el suspiró, soltando todo el aire
que contenía en sus pulmones.
-No
preguntes y cógelo – se limitó a decir.
Le
obedecí sin replicar, ya que me había quedado sin palabras. Cogí
la barra de pan, sintiendo el calor, y no pude evitar acercármelo a
la nariz. Olía bien, a pan recién hecho. Cuando levanté la mirada
para agradecérselo al chico, éste había desaparecido.
-Vaya,
parece que no eres de su agrado – el tono de Haymitch llevaba
implícito un tono de burla.
-No
me extraña – contesté, cerrando la puerta – Vino a despedirse
de mí y me pidió que ayudara a Katniss a volver, a ganar los
juegos. En la arena se lo prometí, ¿sabes?
-Lo
sé – me interrumpió – Me lo dijiste anoche. Además, lo vio
todo Panem. Y todo Panem se preguntaba y se sigue preguntando quién
es él.
-¿En
serio? - pregunté, intentando ocultar mi curiosidad.
-Sí.
Me extrañó que no saliera el tema en la entrevista.
-Tampoco
hubiera respondido a cualquier pregunta que lo inmiscuyera a él.
Y
así había continuados, día tras día. Pero yo aún no tengo el
valor para preguntarle la razón por la cual me trae el pan. Él sabe
perfectamente que ya no tengo problemas para hacerme con comida, que
todos los días, alguien del Capitolio viene para comprobar que no me
falte nada. ¿Por qué, entonces, malgasta su trabajo y me trae lo
que él hace cada día, con los pocos suministros que recibe la
panadería, y sin pedirme que se lo pague?
Un
estridente sonido hace que me sobresalta. Es un sonido que jamás he
escuchado con anterioridad y que proviene del despacho. Cojo el
cuchillo de Clove que aún sigue en mi cinturón y, empuñándolo, me
acerco poco a poco a la habitación y abro la puerta con cuidado. La
habitación, iluminada por la luz del sol que entra por unas enormes
cristaleras en la pared de enfrente, está amueblada con un sencillo
escritorio y dos muebles llenos de cajones cuyo interior está vacío,
sin embargo, no hay nadie. Aún así, mantengo el cuchillo en
posición de ataque. El sonido procede de un objeto que hay sobre el
escritorio, un teléfono. Me acerco con cuidado y lo descuelgo.
-¡Gale!
-¡Maldita
sea, Haymitch! ¡Me has asustado! - Al otro lado de la línea escucho
una risa seca. - ¿No se suponía que tu teléfono estaba roto?
-Sí,
pero Effie insistió y acabó mandando a alguien para que lo
arreglase – su tono de voz cambia hasta convertirse en algo
parecido al fastidio. - Dice que tenía que mantenerme informado de
alguna manera de lo que ocurre en el Capitolio. Como si no tuviera
mis propias fuentes y sólo ella estuviera dispuesta a traerme
noticias.
-Cómo
no – contesto con sarcasmo – Y bien, ¿qué quieres?
-Que
vengas.
-¿Que
vaya? ¿Y por qué no vienes tú aquí? - le pregunto.
-Porque
tú eres más joven. - Abro la boca para responder, pero ya ha
colgado.
Devuelvo
el teléfono a su soporte con un golpe seco. Antes de salir de la
habitación, miro al otro lado del ventanal. El cielo comienza a
teñirse de gris, lo que significa que dentro de poco comenzará a
llover. Antes de salir de la casa, escruto con atención la chaqueta
que hay colgada en la entrada, pero rehúso a ponérmela, no sólo
porque la casa de Haymitch está algo, también porque me agobia
llevar muchas capas de ropa.
Cuando
salgo, el frío me golpea. O bien la temperatura ha descendido
brutalmente, o yo no me he percatado de que hoy ha empezado siendo un
día frío. Llamo a la puerta de Haymitch, dando saltitos en el sitio
e intentando no tiritar. Echo vaho en las palmas de mis manos y las
froto. Al cabo de lo que parece una eternidad, Haymitch abre la
puerta.
-¡Al
fin! - exclamo, entrando apresuradamente en la casa - ¿Pretendías
dejar que me muriera de frío ahí fuera?
Me
giro y me quedo petrificado en el sitio. En la mesa hay platos,
cubiertos y vasos para dos personas, y en el centro hay una enorme
olla,
-¿Tú
has cocinado? - pregunto, mientras me giro para observarlo con
incredulidad.
-Sí
– responde con una mezcla de orgullo y enojo.
-No
sabía que supieras cocinar.
-Cuando
llevas veinticinco años solo y sin nada que hacer te dedicas a
intentar aprender cosas nuevas. - avanza para sentarse en una de las
dos sillas que hay junto a la mesa, pero se vuelve cuando ve que aún
no me he movido - ¿Vas a sentarte?
-S...
sí – digo saliendo de mi ensoñación y sentándome frente a él.
- Y bien, ¿qué querías?
-Me
han llamado del Capitolio. Primero, Madox vendrá esta semana para
terminar algo sobre un trabajo que tenía pendiente. ¿Sabes a lo que
se refería?
-Oh
no – agacho la cabeza, apoyándola sobre mis dos manos – Los
tatuajes.
Haymitch
comienza a reírse.
-¿Qué
pasa? ¿Ya no te gustan?
¿Que
si me gustan? ¿El dolor de miles de agujas agujereándome la piel,
grabando en ella algo extraño y que mi mente no reconoce como
natural?
-Claro
que me gustan. ¿Crees que me lo hubiera hecho si no fuera así?
-No
sé – dice encogiéndose de hombros – En el tren de vuelta
mirabas el tatuaje de tu brazo con repugnancia.
-Al
principio no me acostumbraba a él, pero ahora sí – miento. Es
incluso peor de lo que llegué a pensar.
-Bueno,
sea como sea, Madox viene a completar su trabajo.
-Genial
– contesto, sin ocultar el sarcasmo - ¿Algo más?
-Sí.
Dentro de poco vendrá Portia.
-¿Portia?
Pero si la gira de la Victoria no es hasta dentro de dos meses. -
exclamo escandalizado. - Sólo llevo aquí un mes. Se suponía que
tendría tres meses de descanso antes de recordar todo lo que ha
pasado, ¿no?
-No
– responde Haymitch, sin alterarse – Se suponía que tendrías
tres meses para permanecer en el distrito y adaptarte a tu nueva
vida. Portia viene porque necesitas un hobby.
-¿Un
qué?
-Hobby,
Gale. Algo que te guste hacer.
-Sé
perfectamente lo que es un hobby, Haymitch – lo interrumpo –
Pero, ¿para qué necesito uno?
-Para
mostrarlo ante todo Panem. Para enseñarles que no eres una persona
sin nada en su interior que lo único que ha hecho alguna vez ha sido
ganar los juegos y que sabes hacer algo que merezca la pena a parte
de usar el arco y preparar trampas.
-Insinúas
que no merezco la pena – sin percatarme, bajo la mano hasta posarla
sobre mi cinturón, rozando con la yema de los dedos la empuñadura
del cuchillo de Clove.
-No
he dicho eso, sólo digo que tienes que buscar algo que te guste
hacer. Portia intentará ayudarte, pero tú deberías llevar ya una
idea.
-¿Como
qué? - pregunto.
-Eso
es algo que deberías saber tú, Gale. ¿Qué te gusta hacer?
-Trampas
– digo sin pensar.
-¡Gale!
- Haymitch chasquea los dedos delante de mí, que he mantenido la
vista clavada en el mantel demasiado tiempo - ¿Quieres concentrarte?
-¿Qué
hiciste tú?
-¿Yo?
Esto... Nada del otro mundo.
Al
fin levanto la mirada del mantel y lo observo con atención.
-¿Qué
hiciste?
-Nada
– ahora el que baja la mirada es él.
-¿Haymitch?
-¿Qué?
-¡Dímelo!
¿O es que no me vas a ayudar?
-¡Cuidar
animales! - levanta la mirada y me lanza una mirada que hace que me
estremezca. Sus mejillas comienzan a enrojecer y ésta vez no es por
el alcohol – Y como te rías juro que no sales vivo por esa puerta.
En
lugar de reírme permanezco serio, sin comprender.
-¿Cuidar
animales?
-Sí.
A lo largo de la gira cuidé de perros, gatos, pájaros... No podía
parecer alguien peligroso.
-¿Por
qué? - sueno extrañamente serio, como si de verdad estuviera
realizando un interrogatorio.
-Eso
es algo que no te incumbe. ¿Vas a comer?
Bajo
la mirada y observo mi plato, lleno de una sopa de color verdoso en
la que flotan verduras y trozos de carne. Lleno una cucharada y la
tomo. Tengo que reprimir una arcada metiéndome un gran trozo de pan.
La sopa está incomible.
-¿Cómo
está? - veo la cara de Haymitch asomando por encima de la olla que
hay entre ambos.
Me
meto otra cucharada en la boca para evitar responder y levanto el
pulgar de mi mano derecha. Haymitch parece complacido.
-Es
de verdura. Te gusta la verdura, ¿verdad?
-Sí
– No. La odio.
Intento
comer, simulando que está deliciosa, pero pensar en uno de los
deliciosos y rosados salmones que nos servían en el Capitolio no
ayuda. Cuando termino de engullir la sopa junto a media barra de pan
que Peeta le ha traído esta mañana, me echo en el respaldo de la
silla. Saco el cuchillo de mi cinturón y comienzo a juguetear con
él.
-Con
ese cuchillo mataste a Clove, ¿no?
Me
levanto de golpe, sin pensarlo, arrastrando la silla.
-¿No
podías haber preguntado eso de otra forma? ¡¿No podías haberme
preguntado si este era su cuchillo?! ¡¿Tuviste que preguntarme si
fue con éste con el que la maté?!
Blando
el cuchillo en el aire. Noto como todos los músculos de mi cuerpo
están tensados. Entonces, Haymitch se pone de pie. Él también
lleva un cuchillo en la mano.
-Supéralo,
¿quieres, Gale? - se acerca a mí, pero yo no tengo la intención de
retroceder. - ¡Alguno tenía que ganar! La vida sigue, así que
concéntrate en otras cosas. Es duro matar a una persona, lo sé.
Pero ya no puedes hacer nada por una estúpida niña que se negó a
matarte.
Me
lanzo contra él. De un golpe en la mano le tiro el cuchillo y lo
empujo, cayendo ambos al suelo.
-¡No
sabes lo que se siente al matar a alguien que está casi muerto! ¡No
sabes lo que es sentirse un asesino! - le grito, mientras forcejeo
con él en el suelo.
-¿Qué?
- mis palabras parecen darle una fuerza sobrenatural y me aparta de
encima de él de un empujón. Caigo rodando hasta chocarme con la
mesa - ¿Te crees que yo no he matado a nadie? ¡Yo también ha
ganado unos juegos, Gale! - grita, mientras intento levantarme - ¡Yo
también soy un asesino! ¿Qué diablos te pasa?
Un
ruido al otro lado de la estancia hace que me sobresalte y, antes de
darme cuenta, el cuchillo que sujeto en la mano ya ha salido volando
y se ha clavado en la puerta principal. Al otro lado se escucha a
alguien gritar. Haymitch y yo nos miramos y después ambos corremos
hacia la puerta. Yo soy más rápido, así que arranco el cuchillo,
que se ha clavado con fuerza, y me giro para enfrentarme a Haymitch.
Pero este ya ha pasado por mi lado y abre la puerta de golpe,
golpeándome en un costado y haciendo que pierda el equilibro y caiga
al suelo. El cuchillo rueda por el suelo, alargo la mano para cogerlo
y... alguien, Haymitch, me pisa con fuerza la mano. Lanzo un grito de
dolor y golpeo con el puño cerrado el suelo . Haymitch se agacha,
haciendo que más peso recaiga sobre mi mano, y recoge el cuchillo de
Clove del suelo. Después levanta el pie y quito la mano velozmente
del suelo. Me siento, formando un ovillo, y aferrando mi mano con
fuerza. Entonces, me levanto de un salto y vuelvo a lanzarme contra
Haymitch, tirándolo al destartalado sofá que tiene detrás. Por el
rabillo del ojo veo algo al otro lado de la puerta principal que me
llama la atención: una melena rubia. Entonces me giro y observo a
Madge, la hija del alcalde. Este segundo de aturdimiento es
suficiente para que Haymitch me agarre por el cuello y aproxime la
afilada hoja del cuchillo.
-¿Vas
a parar de una vez? - respiro agitadamente, incapaz de moverme. Me
empuja con fuerza, haciéndome pasar al otro lado del marco de la
puerta de tal forma que Madge tiene que apartarse para que no me
choque contra ella - ¿Que demonios te pasa, Gale?
Me
lanza el cuchillo a los pies, que hace un ruido metálico al caer.
Miro hacia abajo y parpadeo con fuerza. ¿Qué acaba de pasar? Miro a
Haymitch. Él no es mi enemigo. ¿Por qué he intentado matarlo? Miro
alternativamente a mi antiguo mentor y a Madge y, sin detenerme a
pensar, me doy la vuelta y corro de nuevo, sin rumbo fijo, a donde
quieran llevarme mis pies.
Hola :) Te he nominado a unos premios en mi blog http://losjuegosdelhambre77.blogspot.com.es/
ResponderEliminarBesos y enhorabuena por el capitulo :D
Muchas gracias en cuento pueda me paso (:
EliminarY gracias por leerlo ^^
Holaaa te hemos nominado en nuestro blog, pásate =)
ResponderEliminarhttp://paracaidasplateado.blogspot.com.es/2013/08/liebster-award.html
MUCHAS GRACIAS! En cuanto pueda me paso (:
EliminarEs lo peor yo crei que aqui Katniss y Gale terminaban juntos pero no
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