A
pesar de estar rodeado de cientos de cadáveres sigue oliendo a
carbón. Tras unos eternos minutos en los que he mantenido los ojos
cerrados intentando concentrarme y saber qué ha pasado antes,
finalmente abro lo ojos y clavo la vista a mis pies. Junto a éstos,
hay una lápida blanca que comienza a ennegrecerse con la suciedad
que hay en la atmósfera del Distrito 12.
Me
arrodillo y acaricio con la palma de mi mano los grabados:
“KATNISS
EVERDEEN. CON SÓLO 16 AÑOS MURIÓ EN LA ARENA DE LOS 74º JUEGOS
DEL HAMBRE DEMOSTRANDO LO QUE ERA: UNA LUCHADORA VALIENTE”
Vuelvo
a cerrar los ojos e inspiro con fuerza. He pasado cuatro años con
miedo de tener que ver cómo mi mejor amiga desaparecía e iba a un
lugar del que probablemente nunca saldría. Pero por suerte jamás
había salido elegida... hasta hacía dos meses. Ahora me encontraba
justo donde tenían lugar todas mis antiguas pesadillas: en un
cementerio, contemplando su tumba.
Abro
los ojos de nuevo, sigo acariciando la blanca superficie, intentando
que vuelva a ser completamente banco, pero es imposible.
-Te
quiero, Katniss Everdeen – susurro – Y sabes que siempre voy a
quererte.
Mi
mano pasa de la lápida a la hierba que ha crecido a su alrededor e
inconscientemente comienzo a arrancar los pequeños tallos.
-No
sé qué me ocurre – comienzo a decir, recordando la escena que he
provocado hace menos de una hora – Siempre hemos sabido que éramos
peligrosos, éramos de las pocas personas que sabíamos defendernos
de nuestro distrito. Ahora sabemos que ésa es la razón por la cual
estamos aquí. Es lógico que después de haber estado des semanas en
la arena seamos más peligrosos. Ahora debería de sentirme a salvo.
No volveré a la arena, no trabajaré en las minas. Pero aún así no
consigo quitar de mí esta continua sensación de alerta. Antes he
estado a punto de matar a Haymitch por un simple comentario que ha
hecho. Casi lo mato, Katniss, a pesar de que es la única persona que
me queda. - vuelvo a guardar silencio, recordando cada una de sus
caras. Las caras de nuestros familiares – Están en el bosque, como
yo les dije. Lo sé.- añado, intentando sonar más convencido de lo
que en verdad me siento.
Permanezco
en silencio varios minutos. Mi mirada pasa desde mis manos a la
lápida, y después al horizonte. El cementerio del Distrito 12 se
encuentra en una pequeña elevación que hay alejada del ruido de la
zona habitada. Desde aquí, se pueden ver todas las calles, las casas
y los barrios, como la Veta. Justo en el otro extremo del distrito,
quedando frente al cementerio, se haya la estación de trenes; a mi
izquierda están las minas; y en frente de éstas, la Aldea de los
Vencedores. Mientras jugueteo con la hierba me doy cuenta de lo que
nunca antes me había percatado: de que estos cuatro lugares señalan
los cuatro puntos cardinales. El sol aparece tras la estación de
trenes y se oculta tras el cementerio. Me pregunto si ahora que sé
esto, me será más fácil escapar algún día de aquí.
Las
lejanas extensiones de árboles no pasan desapercibidas a mi estricto
examen. Observarlas desde esta posición me hace preguntarme también
si podré volver a adentrarme en su espesura. Al plantearme esto, una
pequeña alarma aparece en mi cabeza y me advierte del peligro. No,
no debería volver; pero nunca
es demasiado tiempo.
-¿Por
qué no me sorprenderá verte aquí?
Aún
de rodillas me giro y adopto una posición defensiva casi sin darme
cuenta. Frente a mí, hay una chica vestida con un bonito vestido
azul. La melena rubia le cae sobre los hombros y me muestra una
sonrisa cargada de tristeza, como la que tenía el día que me
recibió junto a su padre en el Edificio de Justicia.
-Madge
– la saludo.
-Hola,
Gale – se acerca a mí y se sienta.
Me
miro y contemplo aterrorizado cómo aún tengo los músculos
tensados. Ella parece notar mi preocupación y posa una mano sobre mi
hombro consiguiendo, sorprendentemente, lo que quería: relajarme.
-¿Hablando
con Katniss? - Me giro y contemplo la lápida. Ella me mira por el
rabillo del ojo – No me gusta que no tenga nada. Todas las demás
lápidas tienen algo de sus familias: una flor, un dibujo, una
fotografía... Pero ella no tiene nada.
Observo
a mi alrededor y veo que tiene razón. En todas hay algo, por pequeño
y común que sea, excepto en la de Katniss. Es una tradición
no-oficial de nuestro distrito.
-Tal
vez debería traer algo. Teniendo en cuenta que su fam...
Madge
me tapa rápidamente la boca, ahogando mis palabras.
-Ningún
lugar es seguro, Gale. - Susurra, aproximándose a mi oído – Y
menos justo aquí – añade separándose y lanzando una mirada a la
lápida de Katniss.
Asiento.
-El
próximo día traeré algo.
Ella
me hace un gesto con el dedo para que la siga y la obedezco.
-¿Qué
haces aquí, Madge?
-¿Sabes?
- cambia de tema bruscamente – Esta fila – señala la fila de
lápidas en la que se encuentra Katniss – está reservada para los
tributos.
Comenzamos
a caminar, manteniendo esa fila a nuestra derecha, y me fijo en las
lápidas. En todas aparece una edición de los juegos, una edición
que siempre se repite por duplicado antes de pasar a la siguiente:
“70º Juegos del Hambre”, “70º Juegos del Hambre”,
“69ºJuegos del Hambre”, “69º Juegos del Hambre”... Y así
sucesivamente.
-Vaya
– suspiro – se nota que no hemos ganado muchas veces.
Al
rato, Madge se detiene de golpe y me choco con ella. La miro
interrogante, sin entender. Pero ella no me mira a mí, sino a la
lápida que hay a sus pies .
“MAYSELEE
DONNER. RECORDADA SIEMPRE EN SU REFLEJO COMPLEMENTARIO. MURIÓ EN LOS
50º JUEGOS DEL HAMBRE, II VASALLAJE DE LOS VEINTICINCO”
-¡Ey!
Esos son los juegos que ganó Haymitch. - me acerco a la lápida que
hay justo a continuación, esperando ver el número cuarenta y nueve,
pero no. Me encuentro con otro cincuenta, y a continuación con otro.
- Pero, ¿qué...?
Y
entonces lo recuerdo. En el Segundo Vasallaje de los Veinticinco
fueron el doble de tributos. Del distrito doce se marcharon cuatro
chicos, pero sólo tres regresaron sin vida aquel año. Me giro para
contemplar a Madge, que está agachada junto a la tumba de Mayselee
Donner.
-Madge,
¿ocurre algo? - me arrodillo junto a ella, observando la lápida -
¿Qué significará “Recordada siempre en su reflejo
complementario”?
-Significa
que tenía una gemela y que cualquiera que la conociera, al
contemplar a su hermana, la recordará a ella.
-¿Cómo
lo sabes?
-Porque
su hermana es mi madre. Porque Mayselee era mi tía. - alza la mano y
se limpia las lágrimas que caen por su mejilla.
-Pero
eso pasó hace veinticinco años, tú no la conociste.
-No,
Gale. No la conocí. Pero es largo de explicar.
-Tengo
todo el tiempo del mundo.
Deposita
sobre la lápida el ramo de flores que lleva en una de sus manos y en
el que no había reparado antes.
-Debería
haberlo traído el mes pasado. Vengo casi todos los días a verla,
pero siempre retraso el momento en el que tengo que traer las flores.
Para mí es lo más difícil - inspira con fuerza.- Ella y mi madre
eran gemelas. Cuando salió elegida, mi madre tenía esperanza en que
ganara. Casi lo consigue, pero no fue así. Perder a una hermana es
muy duro, así que imagina si pierdes a tu gemela. Estaban muy
unidas. Desde ese día mi madre ha intentado seguir con su vida, pero
le ha sido imposible, y más después de que yo naciera. Teme que me
ocurra lo mismo que a su hermana y esa es la razón de que siempre
esté enferma con jaqueca, en la cama. Mi madre jamás podrá vivir
una vida normal debido a un trauma. - se detiene para respirar, pero
yo sigo en silencio. - Lloro por mi tía ya que si ella siguiera con
vida mi madre no estaría enferma. Además, todo el mundo la quería
y dicen que me parezco a ella, así que siempre he querido conocerla.
Tenerla delante sería como conocer a mi madre como debería de ser.
Todos en el distrito creen que yo estoy a salvo de ir a los juegos
pero no es verdad, Gale. Soy como todos. Creen que para mí los
juegos también son diversión, como para los habitantes del
Capitolio. No saben que ese acontecimiento también me ha quitado
cosas. Me ha quitado una vida con mi madre. Ella jamás estará bien
y yo no podré disfrutar de ella como el resto de jóvenes.
Se
cubre la cara con ambas manos y llora fuertemente. Me acerco a ella y
le doy un abrazo que ella me devuelve. Apoya su cabeza bajo mi
barbilla y aspiro el olor de su pelo. Es una de las pocas cosas del
distrito que no huele a carbón, en su lugar huele a limpio, a
flores. Supongo que en su casa tendrá una ducha como las que había
en el Capitolio o como la que hay en la casa en la que vivo ahora.
-Lo
siento – susurro cuando comienza a separarse de mí – Jamás
imaginaría que lo hubieras pasado tan mal por los juegos. Siento
mucho lo que te dije el día de la Cosecha.
-No
importa – hace un gesto con la mano, quitándole importancia –
Pero ya sabes que la próxima vez tienes que conocer la historia de
las personas antes de decir nada. - No lo dice recriminando mi
comportamiento, sino como un consejo. Un consejo de verdad. - Finjo
que los juegos son diversión porque es lo que debería hacer la hija
del alcalde, pero en realidad es solo una tapadera. Una máscara.
La
ayudo a levantarse del suelo y le pido que me acompañe. Camino en la
dirección contraria a la entrada del cementerio, alejándome de las
lápidas de los fallecidos recientes y de esa zona reservada a los
tributos, y me detengo ante una lápida negra, consumida por el
carbón. El mismo carbón que extraía el hombre que hay enterrado
bajo ella en el momento de su muerte.
-¿Es...
tu padre? - pregunta Madge, insegura.
Me
limito a asentir y observo la lápida de pie. Debajo de todo el
carbón que hay sobre ella, hay unos grabados que explican cómo
murió y que ahora son indescifrables. Madge se arrodilla y acaricia
los bordes del oscuro rectángulo de cemento. Sus dedos tropiezan con
algo, una pequeña correa. Tira de ella hasta que consigue sacar lo
que había quedado enterrado en la tierra: la medalla.
En
el escenario, el alcalde Undersee nombraba uno por uno los nombres de
los mineros que habían fallecido en la explosión mientras las
mujeres, padres o hijos de estos subían al escenario y se colocaban
uno junto al otro. El nombre de mi padre sonó y me acerqué a las
escaleras. En aquel momento me parecieron unas escaleras enormes. Uno
de los familiares de otro minero fallecido se acercó y me tendió la
mano. Pero no se la di. Debía hacerlo sólo. Él pareció entenderlo
y volvió a situarse en su sitio, cuando terminé de subir, me
coloqué junto a él. Observé a los que formaban esa fila y me
percaté de que era el más joven, el único niño. Mi madre podría
haber venido en mi lugar, pero estaba demasiado ocupada cuidando de
Vick y Rory. Además, el embarazo del cuarto hijo estaba muy avanzado
y no estaba seguro de que pusiera soportar esto.
Volví
a concentrarme en el escenario y en toda la gente que se había
acercado al Edificio de Justicia para presentar sus respetos ante el
trágico accidente cuando otra chica, un par de años menor que yo,
subía los escalones. Llevaba su pelo castaño oscuro recogido en dos
trenzas. Su piel era aceitunada, como la del resto de los habitantes
del Distrito 12, y tenía los ojos oscuros, ensombrecidos por unas
grandes ojeras. Ella se situó a su lado.
El
alcalde siguió mostrando su pesar a los familiares de las víctimas
y, a continuación, pasó a la entrega de las medallas.
-Gale
Hawthorne – me nombró cuando se colocó frente a mí – Un hombre
valiente tu padre. Toma.
Extendí
las ennegrecidas manos y colocó sobre ellas una pequeña medalla
unida a una correa azul y amarilla. La contemplé con atención. Era
el símbolo del capitolio.
-Tuve
el honor de conocer a tu padre – le decía el alcalde a la chica
que había a mi lado – Un gran hombre con una gran voz. Haz que se
sienta orgulloso de ti.
Y
le entregó una medalla exactamente igual a la que sostenía yo en
mis manos.
-Es
la medalla que me dieron cuando murió. - Madge se gira para mirarme,
pero yo mantengo la vista clavada en el reluciente objeto - Siempre
se trae algo que pertenezca a los fallecidos y aunque esa medalla
jamás fue de mi padre me pareció bien traerla. Además, ni mi madre
ni ninguno de nosotros podíamos tenerla en la casa. Nos recordaba
constantemente lo que habíamos perdido.
Madge
deposita la medalla sobre la lápida y se pone de pie, sacudiendo sus
rodillas para quitarse la tierra y las pequeñas piedras que se le
han quedado incrustadas. Entonces se fija en la lápida que hay al
lado y la señala.
-Mira.
Miro
en la dirección en la que apunta su dedo índice y veo otro objeto
resplandeciente sobre otra de las negras lápidas consumidas por el
tiempo. Me arrodillo y rasco un poco con las uñas hasta ver parte de
los grabados que había bajo la suciedad. Observo el apellido y otro
recuerdo acude a mi mente.
-También
llevas la medalla – no era una pregunta, pero Katniss asintió.
-Mi
madre no sale de su habitación. Siempre está encerrada llorando y
abrazada a esto – levantó la medalla sobre su cabeza y el reflejo
del sol en ésta me obligó a cerrar los ojos. - Cuando me dijiste
que ibas a traer la tuya decidí hacer lo mismo. Así que he entrado
en su habitación y se la he arrancado de las manos.
Asentí
y me di la vuelta. Juntos recorrimos los dos metros que nos separaban
de las lápidas de nuestros padres. Nos detuvimos en el espacio que
había entre ella, que estaban una al lado de la otra. Katniss acercó
su mano a la mía y enlazó sus dedos con los míos.
-Cada
vez que vengo aquí me es más difícil marcharme. Es como si
quisiera quedarme aquí, junto a él, siempre. - susurró, sin dejar
de mirar el nombre de su padre grabado sobre el rectángulo de
cemento.
-Es
la primera vez que vengo – confesé. Ella me miró sorprendida y yo
me encogí de hombros a modo de respuesta. - ¿A la vez? - asintió,
y nos agachamos al mismo tiempo para colocar junto a las lápidas las
medallas que habíamos recibido por la muerte de nuestros respectivos
padres.
Aquel
día nuestras manos permanecieron entrelazadas hasta que tuvimos que
separarnos para llegar cada uno a su casa.
-Everdeen
– susurro.- Es el padre de Katniss. No recordaba que estaba al lado
del mío. Vine con Katniss a dejar las medallas cuando pasó un año
de la explosión. No he vuelto a pisar el cementerio desde aquel día.
Hasta hoy.
-¿No
viniste más a ver a tu padre? - pregunta Madge mientras me levanto
del suelo, niego con la cabeza – Entonces, ¿es la primera vez que
vienes a ver a Katniss?
Me
detengo y la miro a los ojos. Son unos profundos ojos azules, un poco
enrojecidos por las lágrimas que han derramado antes. Espero ver una
expresión acusadora en ellos, pero no hay rastro de este
sentimiento.
-Sí,
es la primera vez. Sé que debería haber venido antes, hacerle
compañía y no dejarla sola. Pero no tenía fuerzas.
-Ella
no ha estado sola ningún día. - me corrige.
La
miro sin comprender y ella me hace un gesto con la mano para que
avance en dirección a la gran reja de hierro que conduce al exterior
del cementerio.
-¿Qué
quieres decir con que no ha estado sola? ¿Has venido cada día desde
que volvimos?
Esboza
una tímida sonrisa y niega con la cabeza.
-He
venido de vez en cuando. Siempre había alguien junto a su lápida.
Ha llegado a estar todo el día ahí junto a ella, sentado sobre la
hierba y abrazando sus rodillas. No ha dejado de llorar su muerte.
-¿Prim?
Es
una pregunta estúpida. Prim y su madre han desaparecido, pero no se
me ocurre nadie más quien vaya a visitar a Katniss.
Cuando
nos acercamos a la salida, echo un último vistazo a la lápida de
Katniss. Hay un ramo de flores. Agarro a Madge por el brazo y ella
emite un grito. Debo de haberle apretado demasiado. Pero no la
suelto.
-Esas
flores no estaban antes ahí – mi voz no expresa terror ni
preocupación. Ningún tipo de emoción, es monótona.
A
mi lado noto como Madge respira agitadamente.
-Suéltame,
por favor.
La
suelto inmediatamente y contemplo su brazo, que adquiere un tono
rojo. Me miro las manos, preocupado. Lo he vuelto a hacer. He vuelto
a herir a alguien porque no puedo controlar mis instintos.
-Lo...
lo siento – balbuceo, sin apartar la mirada de mis manos.
Ella
guarda silencio y se mantiene a cierta distancia de mí. Pero
finalmente suspira y se aproxima hasta poner una mano sobre mi
hombro. En seguida la tensión de mi cuerpo desaparece.
-No
pasa nada. - su mano desciende, rozando la zona herida de mi brazo
derecho y provocándome un escalofrío. Ella se detiene un momento
pero continúa hasta llegar a mi mano. Se aferra a ella y tira,
obligándome a caminar – Esas flores las habrá traído mientras
visitábamos a mi tía y a tu padre. No hay de qué preocuparse.
Salimos
del cementerio y Madge sigue cogida de mi mano. Va varios metros
delante de mí, por lo que se podría decir que va arrastrándome.
Recorremos la distancia que hay entre el cementerio y la Aldea de los
Vencedores. Cuando llegamos a mi casa, me suelta y se sienta en las
escaleras de la entrada. Yo me siento a su lado y contemplo por
encima de los tejados del resto de las casas el color del cielo que
anuncia el anochecer.
-¿Por
qué has ido hoy a casa de Haymitch? - pregunto, aunque no tengo
mucha curiosidad. Sólo lo hago para romper el silencio.
-Mi
padre quería verlo para aclarar algo sobre los juegos. No estoy
segura de qué era.
-Vaya,
¿por qué no ha hablado conmigo? La mayoría de la gente me
considera el ganador.
-¿Tú
no?
-No
– contesto sin dudar – Yo no hubiera ganado si Clove no me
hubiera pedido que la matase.
-Fuiste
muy valiente al hacer eso, Gale.
-¿Valiente?
- de nuevo me tenso, pero ella coge rápidamente mi mano y desaparece
esa sensación.
-No
me refiero a que fueses valiente por matarla., sino por haber acabado
con su sufrimiento. Si yo hubiera estado en tu lugar no habría sido
capaz de matarla y al final habría sufrido mucho más.
No
sé cómo reaccionar ante esto. ¿Lo hice bien al acabar con su
sufrimiento? ¿O mal por haber matado a la que había sido mi amiga
en los juegos?
-Gracias.
-No
me las des – vuelve a separar nuestras manos y cruza las suyas
sobre sus rodillas – Y supongo que mi padre no ha querido hablar
contigo porque cree que aún no estás preparado para hablar de los
juegos.
-Es
cierto. No estoy preparado. Ya has visto lo que me pasa cada vez que
se habla de ello.
Al
fin nuestras miradas se cruzan. Sus ojos tratan de transmitirme
tranquilidad, y en parte lo consigue.
-¿Sabes?
Estoy contigo.- me tengo que esforzar para oírla, ya que su voz
apenas es un susurro – Ahora tengo que irme, Gale. Nos vemos otro
día. - se pone de pie y comienza a caminar hacia la oscuridad.
-¡Madge!
- la llamo, antes de que desaparezca. Ella se da la vuelta. No sé
que decirle. ¿Que está conmigo? ¿Qué significa eso? Pregunto lo
primero que se me pasa por la cabeza - ¿Quién va a ver a Katniss?
-No
eres el único que estaba enamorado de ella, Gale.
Y
cuando termina de hablar se da la vuelta y desaparece en la
oscuridad.
Subo
los escalones que me llevan hasta el interior de la casa. Cuando abro
la puerta encuentro sobre la mesa un objeto que me es más que
conocido. El cuchillo afilado y manchado aún de la sangre de la que
fue su propietaria está sobre una hoja de papel en la que se puede
leer, con la retorcida caligrafía de Haymitch: “Descansa”. Lo
cojo con cuidado y lo mantengo equilibrado en una de mis manos. Lo
dejo caer y, antes de que llegue al suelo, lo atrapo por la
empuñadura. Lo meto en mi inseparable cinturón de cuero marrón y
subo las escaleras hasta el dormitorio. Me quito la ropa y entro en
el cuarto de baño para darme un baño y tiempo para pensar.
Está
conmigo. Madge está conmigo. Pero, ¿en qué? Si no me ha
especificado en qué seguramente sea porque no es seguro contármelo
aquí. Pero, ¿y en el bosque? Sacudo con fuerza la cabeza, sacando
esa idea de mi cabeza. Si el distrito está controlado, el bosque más
aún. Ya lo estaba antes de que dos jóvenes se colaran en su
espesura para cazar, más ahora que uno de ellos ha sobrevivido y
tiene ganas de vengarse. Además, no quiero meter a Madge en
problemas. Es lista, ya encontrará la manera de contarme en qué
está conmigo.
Salgo
de la ducha y me pongo ropa cómoda para dormir. Me tumbo sobre la
cama. Es tan cómoda y mullida que resulta desconocida. Esa es la
razón por la que no pueda dormir en ella.
Suspiro
con fuerza y me giro sobre un lado. Todas las noches que paso en vela
comienzan con un análisis sobre la cama de esta casa. De la cama
pasa al Capitolio, del Capitolio al presidente Snow, después a los
brillantes y amenazadores ojos de Séneca Crane. Posteriormente,
pasan a la arena, a lo que debería o no debería haber hecho allí;
y finalizan con pesadillas sobre la muerte de Katniss o Clove, a cual
más sangrienta y terrorífica.
Intento
concentrarme en algo feliz que no sean los rostros de mi familia,
como siempre, pero no lo consigo. Si no duermo, acabaré enfermo, y
será mucho más fácil para el presidente acabar conmigo, aunque
dudo que sea una muerte tan dulce como la falta de sueño. Abro los
ojos de golpe y los froto con fuerza. Pensar cómo podrá matarme el
presidente no va a ayudarme tampoco.
Finalmente
me centro en planear qué voy a hacer mañana. No me resulta difícil
ahora que sé quién es el que va a ver cada día a Katniss.
No hay comentarios:
Publicar un comentario