¿El 13? El 13 no existe, lo destruyeron en los Días Oscuros.
El Capitolio acabó con él para mostrar al resto de los distritos hasta donde
alcanzaba su poder. ¿Por qué irían al 13? ¿Quién los ha visto? ¿Dónde? Y si
sólo están Prim, Vick y mi madre, ¿qué ha pasado con Rory, Posy y la madre de
Katniss? ¿Se separaron? No sé si reír o empezar a llorar. Están a salvo, no los
tiene el Capitolio. Cualquier cosa que haga no repercutirá en ellos. Pero, ¿por
qué van al 13? Intento ponerme en su lugar, ¿iría yo al 13? No. Me quedaría
cazando en el bosque, sin embargo ellos no saben cazar. ¿Se creerán más seguros
en la cercanía del 13? Allí no hay agentes de la paz, o al menos no
permanentemente ya que a menudo se trasladan hasta allí periodistas que
muestran en televisión las ruinas del Edificio de Justicia.
Esperanza. Ese sentimiento vuelve a inundarme el corazón.
Los han visto con vida, lejos del desastre que hay aquí y, si los han visto,
¿les habrán dicho que sigo con vida? ¿Qué habrá pensado Prim, la pobre e
inocente Prim, al saber que su hermana no salió con vida de la arena? Desde
luego, es fuerte. Es como su hermana, una chica que se crece en los momentos
difíciles. ¿Lo habrá hecho esta vez? Sin duda, Katniss se sentiría muy
orgullosa.
Esta noche sueño con el bosque. Un bosque que brilla y
resplandece conforme me adentro en él. Es entonces cuando el cielo se oscurece
y la oigo cantar, en nuestro punto de encuentro, sentada en la roca.
-Katniss.
Es al pronunciar su nombre cuando me despierto. Es un
despertar dulce, sin sobresaltos; porque en el fondo sabía que era un sueño.
Era demasiado bello como para no serlo. Me quito las sábanas de encima que de
repente parecen pesar toneladas y me aplastan contra el colchón. Sentado al
borde de la cama, apoyo la cabeza en mis manos y dejo que todo salga al
exterior de mí. Las lágrimas me llenan los ojos y caen una tras otra en la
alfombra que hay a mis pies. Odio llorar, pero teniendo en cuenta lo que he
pasado en los dos últimos dos meses (la muerte de mi mejor amiga, la
desaparición de mi familia, la Gira de la Victoria) sería imposible no derramar
alguna que otra lágrima. La verdad me golpea con fuerza. Katniss. Echo de menos
a Katniss. Mucho. Demasiado. Si muriera ahora todo sería más sencillo. ¿Por qué
no acabar con mi vida? Pero encuentro la respuesta antes incluso de terminar de
hacerme la pregunta. Me necesitan. Hay gente que me necesita. Eso dicen las
notas que he recibido. Y también está mi familia, perdida en el bosque y camino
de un lugar cuyos escombros aún arden.
También están Posy, Rory y la madre de Katniss. Aún tengo que averiguar dónde
están, encontrarlos y ponerlos a salvo.
No sé cuánto tiempo permanezco en esta posición, pero cuando
llegan los primeros rayos del alba, entro en el cuarto de baño y empiezo a
arreglarme. Me doy un largo y relajante baño. Cuando me he sacado me peino lo
mejor que puedo y me visto con la ropa que llevé en el Distrito 2. Hoy
llegaremos al Capitolio, donde tendremos una cena en la mansión del Presidente
Snow.
Justo cuando empiezan los golpecitos en la puerta de mi
habitación, la abro de golpe, dejando a una Effie sorprendida y con la boca
abierta, lista para pronunciar la frase de todos los días.
-Buenos días, Effie. ¿Lista para un día muy, muy importante?
– pregunto sonriente.
Effie no sabe si molestarse por mi imitación o sentirse
orgullosa de mi buen humor. Opta por sonreírme y caminar hacia el comedor. Así
que cierro la puerta detrás de mí y avanzo con ella por el pasillo. Mientras
esperamos al resto en el comedor, que está desierto a excepción de los
sirvientes, quienes nos miran deseosos de atender nuestros caprichos; Effie me
muestra su horario y yo finjo interesarme por la predicción al segundo de lo que
tardaremos en hacer hasta el más mínimo detalle.
Minutos más tarde llega Portia con mi equipo de preparación
y Haymitch. Todos nos sentamos y empezamos a comer. Yo opto por coger un cuenco
de chocolate caliente donde baño un
panecillo.
-No has hecho un mal trabajo con el pelo, Gale – comenta
Carlo a mi lado, colocándome mechones de pelo en su sitio después de haber
acabado de comer.
Sonrío como respuesta de agradecimiento.
Haymitch me observa crítico hasta el último movimiento.
Arqueo las cejas y lo miro a los ojos, interrogante.
-Te veo animado – dice.
-Me siento… renovado. Como si me hubiera desahogado de todo
el estrés de la última semana.
El tren se detiene en la estación del Capitolio, donde nos
esperan dos coches negros, con los cristales tintados. Entro en uno de ellos
con Effie y Haymitch. Las calles pasan a ambos lados de las ventanillas y las
contemplo con curiosidad. No han cambiado desde la última vez que vine. La
gente sigue siendo igual de extravagante, con pelucas multicolor y larguísimas pestañas.
Las calles siguen impecables y los edificios brillan a la luz del sol.
Llegamos al Centro de Entrenamiento, en el que residí
durante mi preparación para los juegos, y el ascensor nos lleva a la planta 12.
En cuanto entro me invade la agonía y la alegría que intentaba desprender a lo
largo de la mañana desaparece. Conforme paseo por la planta, no dejo de
recordar cosas. Aquí discutí con Katniss. Aquí me senté junto a Katniss. Aquí
Katniss y yo nos percatamos de la presencia de la avox pelirroja a la que
tuvimos la oportunidad de salvar antes de que el Capitolio la capturara, pero
no lo hicimos. En cuanto Carlo me encuentra, ya no me suelta. Me conduce casi a
rastras a mi antigua habitación y me empuja al cuarto de baño, donde Madox está
llenando la bañera con la primera mezclas.
Pasan toda la mañana arreglándome entre baños, depilación
por parte de Eridia, corte de pelo, etcétera. Cuando terminan ya es la hora del
almuerzo, así que nos dirigimos todos juntos a almorzar. Como estamos en el
Capitolio, decido no comer nada, así que espero hasta que los demás terminan.
Por suerte, he pasado tantos momentos de hambre antes de los juegos que perder
una comida no me supone problema. Cuando terminamos, Portia me conduce a su
habitación y saca de nuevo la bolsa negra. Cuando la abre no puedo reprimir una
sonrisa. Saca con cuidado unos pantalones verdes oscuros, una camisa negra y
una chaqueta verde clara. Son los colores del bosque: el verde.
Bajamos a la primera planta y salimos al escenario que han
colocado frente al Edificio de Justicia. Un sonriente Caesar Flickerman, con un
traje azul marino brillante y pelo, cejas y labios pintados de azul celeste, me
da la bienvenida y comienza la entrevista.
-Hemos oído rumores de que has visitado el Capitolio hace
poco.
-Sí. - me quedo pensativo un par de segundos, decidiendo si
exagerar lo ocurrido o no. Opto por lo primero – Intenté matar a varias
personas en mi distrito.
-¿Qué? - noto como Caesar se sujeta con fuerza a los brazos
del sillón e intenta hundirse en él.
-Bueno, imagina que ganas los juegos. Te conviertes en un
asesino y tienes que revivir lo ocurrido una y otra vez. No solo en la
televisión, sino también en tus sueños. Al final me encontré en una situación
en la que cualquier comentario me parecía una amenaza. Intenté matar a mi
mentor.
Las cámaras enfocan a Haymitch, quien levanta el pulgar en
señal de que está en buenas condiciones. Los habitantes del Capitolio se
dividen ente aplausos y abucheos. Caesar ríe y yo lo imito.
-Tranquilos – digo, dirigiéndome a la ruidosa y estrafalaria
multitud – está sano y a salvo ahora que me he recuperado de mi pequeña crisis.
La gente aplaude y yo intento sonreír lo más auténticamente
que puedo.
-¿Qué te ha parecido la Gira de la Victoria, Gale?
-Dura – contesto sin pensarlo dos veces. - Si hay algo peor
que enfrentarse a los tributos es enfrentarte a los familiares. Lo he pasado
bastante mal, ciertamente.
-Dinos algo más. Háblanos de tu talento: la fotografía.
¿Cómo lo descubriste?
-Fue extraño. Cuando vine al Capitolio me alojé en la casa
de Madox, pertenece a mi equipo de preparación. Es un excelente tatuador.
-¿Es él el que ha tatuado tu cuerpo? - pregunta Caesar, sin
molestarse en ocultar la sorpresa.
-Sí. - veo cómo la cámara enfoca ahora a Madox, quien está
sonrojándose hasta adquirir el tono de su pelo. No, no quiero que lo enfoquen a
él. No quiero que lo hagan responsable de llevar la libertad a todos los
distritos – El caso es que a él le gusta la fotografía, así que me prestó su
cámara. Fue bastante divertido porque cuando llegué a mi distrito me di cuenta
de que había olvidado pedirle que me enseñara cómo usarla.
No es del todo cierto, pues sí que me enseñó. Pero decido
ocultarlo, intentando arreglar un poco la importancia que tiene Madox en mis
fotografías.
La entrevista sigue con preguntas para las cuales tengo que
inventarme todas las respuestas. Qué cambios he notado desde que gané los
juegos, cómo ha afectado esto a mi vida de antes, qué hago en los ratos libres
en los que no estoy trabajando en mi talento, etcétera. Pero entonces llegamos
a un tema peligroso.
-Gale, eres un chico muy apuesto. En la entrevista anterior
a los Juegos nos aseguraste que no había nadie esperándote en el distrito.
Sabemos que mentías. ¿Por qué no te abres un poco? Cuéntanos, ¿te alegraste de
ver a alguien especial allí cuando llegaste?
-No – niego con la cabeza mientras sonrío. Reír por no
llorar. Ni siquiera encontré a mi familia, allí no había nadie especial.
-¿No estás enamorado?
-Es... complicado.
-¿Complicado? ¿Cómo?
-No podría estar conmigo nunca.
-¿Por qué? - noto el silencio que me rodea. ¿Por qué no
decirlo? Así todo el mundo sabrá que estoy luchando por algo que me importaba,
que no descansaré hasta vengar su muerte.
-Está muerta. - la multitud ahoga un grito y, antes de que
Caesar vuelva a preguntarme, añado – Estaba y sigo estando enamorado de Katniss
Everdeen.
Hay gente que grita, otros permanecen en silencio y otros
empiezan a toser, como Caesar, quien tiene que tomar un vaso de agua para
seguir con la entrevista.
-Pero, ¿cómo...?
-¿Cómo es posible? - finjo una risa y comienzo a abrirme
como nunca antes lo he hecho - Hace bastante años que la conocí, pero no me
fijé en ella. Después comenzamos a vernos todos los días y nos convertimos en
amigos. No me di cuenta de que me importaba hasta hace un año más o menos.
-¿Qué sentiste cuando la viste ocupar el lugar de su hermana
en la Cosecha?
-Apenas me dio tiempo a pensar. Sólo recuerdo avanzar entre
la gente, coger a Prim y llevarla con su madre. Justo cuando regresé a mi
sitio, me nombraron a mí, así que apenas tuve tiempo de pensar en lo que
acababa de ocurrir.
-¿Qué pasó cuando te diste cuenta de que no volveríais a
estar juntos nunca?
-Nuestra amistad se rompió poco a poco. Tendríamos que
luchar el uno contra el otro y ambos queríamos volver. Ese era mi objetivo,
pero al final intenté mantenerla con vida a ella. Fracasé.
Tras un largo silencio, Caesar vuelve a su intento de
mantener la entrevista a flote.
-Es una historia triste, Gale. Creo que todos compartimos tu
sufrimiento.
-Lo dudo – digo sin dejar de sonreír.
La entrevista termina y nos llevan en un coche hacia la
mansión del Presidente Snow. La fiesta se celebra en la sala de banquetes donde
el techo, a doce metros de altura, se ha convertido en el cielo nocturno decorado
por cientos de estrellas. Entre el suelo y el techo, los músicos flotan en lo
que parecen nubes blancas. La sala está formada por decenas de sofás y sillones
situados alrededor de chimeneas, estanques con peces o jardines llenos de
flores. El centro de la sala es el único espacio carente de mobiliario, donde
los extravagantes habitantes del Capitolio bailan y actúan. Alineadas en las
paredes, hay mesas llenas de auténticos manjares: cabras, vacas y ciervos
asándose; animales marítimos bañados en salsa, frutos, quesos, panes, verduras…
Hay una mesa llena de cuencos con salsas y otra en la que hay una enorme
ponchera de vino y licores ardiendo. Casi toda la gente está reunida alrededor
de las mesas.
-No te pases con aquella mesa – le digo a Haymitch, señalando
la mesa del vino. Él me dirige una mirada asesina y camina directamente hacia
ella.
Camino cerca de las mesas, observando los platos y tomando
nota mental de todo lo que es capaz de hacer el Capitolio con los alimentos que
le proporcionan los distritos. La gente se acerca a mí, me saludo e incluso
intentan consolarme con lo que ellos llaman mi “desastre amoroso”. Si ya es
difícil tomarlos en serio con esa ropa, más aún cuando están borrachos.
Me siento en un sofá que está vacío y contemplo a la multitud
que baila. Effie me enseñó a bailar para momentos como estos, en los que
debería unirme a esa multitud y divertirme. Esta fiesta es para mí. Sin
embargo, prefiero observarlos con recelo, estudiar su comportamiento, conocer
cuál será su próximo movimiento… al igual que hago justo antes de cazar a una
presa. Es un don natural.
La soledad dura poco. Un hombre no tarda en acompañarme en
el rojo sofá sentándose a mi lado.
-Hola, Gale – me saluda.
Seneca Crane, con su barba trazando espirales y sus ojos
críticos clavados en mí. Lo miro desafiante, pero parece no molestarse por mi
saludo ausente.
-Me alegra verte. ¿No comes nada?
Justo en ese momento me doy cuenta de que sí que tengo
hambre. No aguanto tanto sin comer como hace un año, aun así, niego con la cabeza.
-Deberías divertirte. Es una fiesta en tu honor.
-Tú deberías dejarme solo. ¿Te recuerdo por qué vine hace un
mes y medio al Capitolio? No fue una visita por gusto. – pongo los ojos en
blanco al ver que ni se inmuta y me levanto del sofá.
-Sé lo que estás haciendo. Parece que has ignorado lo que te
dije – continúa hablando mientras avanzo entre la gente, intentando perderlo. -
¿Por qué no hablamos a parte?
Noto su mano sobre mi hombro y me aparto con violencia.
Entonces me agarra por el brazo y me empuja hacia una de las zonas en las que
apenas hay gente.
-Te dije que tuvieras cuidado con lo que hacías, Gale. No
quiero recomendarle al Presidente Snow que destruya otro distrito.
La amenaza me cala hasta el último de mis huesos. ¿Sería
capaz de ello?
-Tal vez si no me hubieras dicho que lo estaba haciendo muy
bien al mantener a todo el mundo lejos del bosque no habría decidido volver a
entrar.
Mi comentario lo pilla desprevenido. La expresión de
seguridad desaparece durante un par de segundos, pero intenta recuperarla
rápidamente.
-Ten cuidado. Ya te dije lo que el Presidente Snow está
dispuesto a hacer con muchos vencedores. Tú eres apuesto, Gale, y muchas
personas pagarían bien por tus servicios.
-¿Y si me niego? Yo no tengo nada que perder, Seneca.
Esto hace que comience a reír. Si esto hubiera pasado hace
dos días, cuando aún no sabía nada de mi familia, me hubiera aterrado. Sin
embargo, ahora sólo sonrío triunfante, porque sé que todo lo que diga será
falso.
-Siempre hay algo que perder – dice, una vez que ha
terminado de reír. - ¿Qué pasaría si a partir de ahora hubiera más explosiones
en las minas en las que murió tu padre?
Sigo con mi sonrisa triunfal, incapaz de borrar.
-La gente dejaría de ir a trabajar. ¿Y de dónde sacaríais
carbón?
-Claro que irían a trabajar. ¿De dónde sacarían el dinero
para alimentar a sus familias?
-Teniendo en cuenta lo que cobran por trabajar en las minas,
apenas notarían la diferencia.
Vuelve a reírse, como si supiera algo que estuviera deseando
contarme para hacerme saber que es él el que tiene razón. Así que, finalmente,
cuando hablar, no puedo fingir mi curiosidad.
-Gale, deja que te presente a alguien.
Vuelve a cogerme del brazo con más fuerza de la necesaria y
me dirige al centro de la sala, donde las personas bailan en pareja. Se acerca
a una de ellas y golpea el hombro de la mujer, que no es más que una chica de
veinte años, sin aparentes alteraciones como el resto de los habitantes del
Capitolio. Tiene el pelo de un color caoba rojizo y los ojos de color miel, alta
y delgada, con un vestido verde fluorescente que marca todas sus curvas.
-Creo que ya conoces a Gale - dice Seneca apartándonos a
ambos de la multitud.
-Por supuesto - contesta, mirándome fijamente a los ojos.
La voz despierta algo dentro de mi cabeza, un recuerdo que
no logro encontrar.
-Gale, te presento a una de las mejores Vigilantes con las
que he tenido el honor de trabajar. Fue de ella la idea de las ardillas.
Las ardillas que atacaron a Will y a Cassandra. De repente
me invade el pánico y las ganas de lanzarme contra esta asesina. Pero controlo
la situación. No es el momento, ni el lugar. Sin embargo sigue habiendo algo en
la voz de la mujer que hace sentir seguro. No es la voz en sí, es algo a lo que
me recuerda.
-Eres un exagerado - responde ella sonriendo, aunque a mí me
parece una sonrisa forzada.
Seneca no deja de sonreír a la mujer. Sólo aparta la mirada
para contemplar su reloj.
-En fin, debo marcharme. Y no te entretengas, tenemos una
reunión a media noche.
Una reunión de los Vigilantes. ¿Estarán preparando el Tercer
Vasallaje de los Veinticinco? ¿Y cómo es posible que una chica tan joven sea ya
una Vigilante capaz de aportar ideas sobre nuevas mutaciones? Debe de ser muy
inteligente o sentir un inmenso placer por el sufrimiento de las personas y la
sangre.
-Tengo vigilancia, Seneca. – lo corta la chica - Todos los
días a las doce, ¿lo recuerdas?
Todos los días a las doce. Me pregunto si se habrá dado
cuenta de que todos los vencedores me entregaban un mensaje exactamente a las
doce en punto. ¿Será por eso por lo que Seneca me ha traído hasta ella?
-Está bien. Entonces te contaré más tarde. - justo antes de
darse la vuelta para marcharse, se despide de ambos - Adiós, Gale. Nos vemos
más tarde, Atalanta.
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