Me despierto cuando está amaneciendo. Bajo y meto en la
bolsa de caza un panecillo con queso. Después salgo a un día en el que el frío
ha formado una espesa niebla. Dentro de poco comenzarán las nevadas. Camino
casi a ciegas durante un buen rato hasta que distingo las destartaladas casas
de la Veta. Cuando llego a la mía, entro. Noto el calor que siempre encontraba
cuando llegaba después de cazar y, por un momento, me siento mucho más joven,
como si nunca hubiese tenido que ir a los juegos. Intento no entretenerme, ya
que llevo meses esperando el momento de regresar al bosque. Avanzo hasta mi
antigua habitación y me visto con mi ropa de caza. Rebusco en mi bolsa de
trampas para comprobar que todo está intacto. Después, me la cuelgo al hombro
también. Salgo de la casa y me aproximo al punto débil de la alambrada que hay
cerca de la casa antigua de Katniss. Pego el oído y, cuando no oigo ninguna
señal de que esté electrificada, la cruzo.
He decidido venir por la mañana para comprobar si es seguro
antes de traer a Madge para que me ayude con las fotografías. Quiero comprobar
si hay trampas o agentes de la paz listos para disparar a cualquiera que cruce
los límites del distrito. También quería pasar unos momentos a solas en el
lugar en el que compartí tantas risas con mi mejor amiga. El lugar en el que
era yo mismo.
Ahora tengo un plan. He decidido romper las normas e incitar
al resto para que hagan lo mismo. Tal vez los agentes puedan castigar a los
pocos que rompan las normas, pero no podrán castigar a todo el distrito.
Además, con mi talento en la Gira de la Vicoria, llevaré esta ruptura de las
normas al resto de los distritos. Fotografiaré el bosque, su belleza y los
animales que viven en él. Intentaré captar la esencia de la libertad y, cuando
las cámaras vengan a grabar mi talento, las fotos se verán en todo Panem, sin
excepción. Confío en que el presidente no pueda destrozar mi idea, ya que
tendrán que emitir algo sobre mi talento y no pienso hacer otra cosa.
Una vez he llegado al borde de los árboles, respiro con
fuerza y me lanzo al interior. Los aromas, el sonido y la sensación de estar en
mi lugar no tardan en llenarme. ¿Cómo he podido estar tan alejado de este lugar
durante estos dos meses? Corro de un lado a otro y aun así, mis pies apenas
hacen ruido al pisar las hojas caídas de los árboles. Lo que más me apetece
ahora es cazar, así que empiezo a caminar mientras coloco trampas: jaulas,
cuerdas que dejan colgando a la víctima del árbol… Incluso me acerco a un
arroyo que hay cerca y coloco una de las cestas que cosía cuando no tenía nada
mejor que hacer. Ahora, en mi tiempo libre, podría dedicarme a aumentar su
número. Me dirijo a la zona en la que escondía el arco que Katniss me regaló. Y
ahí está, intacto. Me pregunto si han entrado agentes de la paz en el bosque,
en busca de armas, y han salido sin nada. Para asegurarme, me acerco al tronco
hueco en el que Katniss guardaba el suyo. También está aquí.
Una vez que he comprobado que no hay peligro, me dedico a
subir hasta la colina en la que Katniss y yo hemos pasado horas hablando. Las
grandes rocas y los arbustos nos impedían ser descubiertos y, además, nos
proporcionaban un alto punto desde donde observar un gran sector del bosque.
La temperatura comienza a subir poco a poco conforme pasan
las horas, pero aun así llevo la chaqueta abrochada hasta arriba. Seguro que
una de las chaquetas de cuero que tengo en el armario de la casa de la Aldea de
los Vencedores abriga mas que esta; pero me he negado a llevar algo hecho en el
Capitolio aquí, en un lugar que siempre me ha mantenido alejado de aquello a lo
que tanto odio. Me recuesto sobre la hierba y tardo poco en quedarme dormido.
Cuando despierto, sé por la posición del sol que ya debe de
ser medio día. Así que comienzo mi excursión. Llego al riachuelo en el que he
puesto antes las cestas para pescar y camino al lado, en dirección contraria al
distrito. Sigo una lección que aprendí en los juegos, y es que sin agua una
persona tardaría un par de días en morir. Si mi familia consiguió llegar al
bosque y sigue con vida, deben de estar cerca de este riachuelo. O de otro que
hayan encontrado y en el que se sientan más seguros.
Camino cerca de una hora hasta que, finalmente, decido que
está bien por hoy. En el camino de vuelta derribo un par de ardillas y un
conejo; mis disparos no son tan limpios como los de Katniss, que siempre
acertaba en el ojo. También recojo fresas y todos los frutos y hojas que
reconozco como comestibles. Cuando estoy cerca del distrito, recorro las
trampas que he colocado. He conseguido atrapar un par de peces y un castor. Lo meto todo en la bolsa de caza y
preparo más trampas. Después, saco el panecillo con queso y me lo voy comiendo
durante el trayecto de vuelta. Una vez de nuevo en el distrito, decido pasarme
por el Quemador, aunque no sin haberme cambiado de ropa en mi casa.
La gente me mira con expresiones que pasan desde el miedo a la
alegría. Me acerco al puesto de Sae la Grasienta y le pido un cuenco de sopa.
Aunque tengo dinero, prefiero pagarle como lo hacía antes de ganar los juegos,
con mis presas. Acepta encantada el castor. Paseo por los puestos y cambio los
peces, el conejo y las frutas que he recogido por cuerdas, alambres, cordones y
todo lo que pueda servirme para fabricar más trampas. Me alegra volver a ayudar
a esta gente dándoles alimento, ya que muy pocos se atreven a adentrarse en el
bosque. Cuando termino en el Quemador, me paso por la plaza y me acerco a la
panadería. Entro por la puerta principal y espero en el mostrador a que me
atiendan, por suerte sale el panadero y no su mujer.
-¿Gale?
-Hola señor Mellark. - lo saludo, y después añado en voz más
baja: - Quería saber si siguen interesándole las ardillas.
La cara se le ilumina e intercambiamos rápidamente las dos
ardillas por un panecillo. Intenta convencerme para acepar un panecillo por
cada una, pero me niego. Yo no soy el que tiene problemas para alimentarse y,
aunque él dirige una panadería, apenas tiene acceso a la carne fresca. No creo
que puedan alimentarse toda la vida a base de dulces y pan. Justo cuando estoy
a punto de salir por la puerta, entra su hijo, quien se queda mirándome con ojo
crítico.
-¿Qué haces aquí? - pregunta.
-¡Peeta! - lo regaña su padre. - Sólo ha venido a traerme un
par de ardillas.
-¿Sigues con la caza furtiva? ¿No has causado bastante daño
todavía?
Sé a lo que se refiere. Puede que si no hubiera empezado a
cazar, Katniss siguiera con vida.
-Peeta por favor. Compórtate. - el panadero parece
avergonzado.
-No importa – le digo para tranquilizarlo – Sí Peeta, sigo
con la caza furtiva – ahora que me he concienciado de que voy a romper todas
las normas no me da miedo decirlo en voz alta.
-Estoy dentro.- el panadero desaparece por una puerta que
hay tras el mostrador, dejándonos a su hijo y a mí solos.
-¿Crees que no sé que estás cabreado? Hice todo lo que
puede. Allí, en la arena, te prometí que la traería de vuelta. Y lo intenté con
todas mis fuerzas. Pero es más difícil de lo que parece, ¿sabes? - abre la boca
para interrumpirme, pero sigo hablando. He decidido decirle todo lo que no pude
decirle en su momento - ¿Crees que yo no la hecho de menos? No he visitado su
tumba en un mes, ¿por qué? Porque tenía miedo de afrontar la realidad. ¡Tenía
miedo de comprobar que estaba muerta!
La garganta me arde, al igual que los ojos. Me he quedado
sin palabras. No. Tengo mucho por decir aún; pero no es ni el momento, ni el
lugar, ni la persona adecuada para decírselo.
Camino con decisión hacia la puerta antes de derrumbarme en
mitad del establecimiento.
-Tienes el pan en tu casa. Haymitch me ha dicho que la
puerta estaba abierta.
Dejo la mano sobre el pomo y me giro poco a poco.
-¿Por qué lo haces? Es una forma de torturarme a mí y de
torturarte a ti mismo.
-Es lo que ella querría, supongo – dice encogiéndose de
hombros.
Baja la mirada y se dirige a la puerta por la que se marchó
el panadero. Sin embargo, antes de que ambos nos marchemos del lugar, añado:
-¿Sabes? Cada vez que te veo, se afirma la idea de que está
muerta por mi culpa.
-A menudo me pregunto qué hubiera ocurrido si hubiera ido en
tu lugar. Si me hubiese presentado voluntario por ti.
Guardamos silencio un momento. ¿Llegó a planteárselo? En
esos segundos interminables en los que esperaba que alguien gritara “Me
presento voluntario” para salvarnos tanto a Katniss como a mí, ¿pasó esa idea
por su cabeza?
-Me hubieras salvado a mí – respondo finalmente.
-Tal vez también podría haberla salvado a ella.
-¿Estás? - pregunta la tímida voz de Madge desde la puerta
principal.
-¡Pasa! - grito desde la cocina.
He partido en trozos la barra de pan que dejó Peeta aquí y
la he untado de queso. También he cogido un poco de carne del Capitolio que
tenía en la nevera y la he puesto en el pan, entre el queso. Me cuelgo la bolsa
al hombro y, antes de Madge llegue a la cocina, yo ya estoy fuera de ella.
Lleva pantalones oscuros con unas botas marrones y un grueso jersey. Le hago un
gesto para que espere un segundo y subo corriendo a mi habitación. Cojo una de
las chaquetas de cuero que hay en el armario y bajo de nuevo.
-Te estará enorme, pero te hará falta.
Efectivamente, le está enorme. Caminamos por la Veta
mientras se dobla las mangas una y otra vez en un intento desesperado de poder
usar sus manos. Cuando llegamos a mi casa, prefiere quedarse fuera, así que
entra y recojo los utensilios para cazar lo más rápido que puedo.
-Vamos al bosque, ¿verdad? - pregunta cuando me reúno con
ella.
Asiento la cabeza y caminamos hacia el punto por el que me
adentré esta mañana en el bosque. La cruzo sin problemas, aunque se me hace
extraño que me acompañe alguien a quien le tiembla todo el cuerpo debido a los
nervios.
Cuando regresé a la casa de la Aldea de los Vencedores, me
senté en el suelo y cerré los ojos con fuerza, esperando a que se me fuera el
ardor de los ojos. Después empecé a preparar la comida para esta tarde y, poco
después, llegó Madge.
-¿Has comido? - intento sacarle conversación, para que se
sienta más cómoda.
-Un poco. Estaba nerviosa. Sabía que ibas a traerme aquí
para lo de las fotos.
-¿Lo sabías?
-Era una intuición. Además me dijiste lo que debía llevar
puesto. No fue muy difícil averiguarlo.
Una vez que la espesura del bosque nos protege, saco la
cámara de una de las mochilas y le pido a Madge que me explique cómo funciona.
Ella me enseña y hace un par de fotografías, como ejemplo. Luego me la cuelgo
al cuello y comienzo a hacer fotos sin parar. En algunas se ve el cielo azul,
rodeado por las copas de los árboles; en otra, un tronco del árbol caído; el
fino riachuelo que discurre entre rocas y matorrales...
Madge no deja de mirar de un lado a otro, con la boca
abierta. Guardo la cámara y guío a Madge hasta el escondite en el que guardo mi
arco y algunas redes para trampas. Madge sostiene el arco entre sus manos
temblorosas y procura no acercárselo mucho al cuerpo.
-¿Quieres aprender a disparar?
-Yo... No sé si es buena idea.
Pero la convenzo. Así que pocos minutos después la guío para
que se coloque en posición para disparar, cómo tensar la cuerda, fijar a un
enemigo y cómo disparar. Tarda bastante en disparar la flecha con destreza y
recta; y más aún en acertar al tronco del árbol que hay a seis metros.
-Sin embargo, - añado mientras me acerco al árbol a recoger
la flecha – mi fuerte no es el arco.
Caminamos hacia la zona en la que coloqué antes las trampas.
Al principio la escena del primer pájaro atrapado la asusta, así que me alejo
un poco para rematarlo y desplumarlo.
-Tienes que comprenderlo Madge – le digo cuando me siento a
su lado sobre una roca – Tú no tienes problemas con al comida, pero el resto de
nosotros ha estado alguna que otra vez a punto de morir de hambre. Por eso
entro en el bosque y por eso cazo animales. Para llevar una vida medio decente.
Hablo como si siguiera viviendo en la Veta, como si siguiera
teniendo problemas para alimentarme. Un mañana en el bosque y vuelvo a mi vida
de antes.
Así que, cada vez que estamos cerca de una de mis trampas,
me alejo para llegar antes y que Madge no vea al animal. También le enseño a
distinguir algunas plantas simples que, a su vez, son bastante sabrosas.
Incluso la llevo a ver el fresal, que está rodeado por una red metálica para
que los animales no puedan comerse las fresas.
-No le digas a tu padre dónde está. Es uno de mis mejores
compradores.
El comentario la hace reír y yo también sonrío. Tal vez
algún día vuelva a sentirme a gusto en el bosque con una persona que no sea
Katniss. Lo que no consigo hacer es llevarla a la colina en la que he
compartido tantos buenos momentos con la que fue mi mejor amiga, así que
descansamos en mitad del bosque. Madge dispara a los troncos de los árboles
mientras que yo trabajo en las trampas. He decidido coger ramas y hojas que
puedan servirme para preparar más trampas ahora que tengo tiempo libre. Intento
recordar algunas de las que me enseñaron a hacer en el Centro de Entrenamiento
ya que había algunas que no conocía y eran bastante útiles.
-Hoy he hablado con Peeta Mellark.
-Oh, no – parece aterrada - ¿Qué le has dicho?
-Nada que no tuviera que decirle. - el terror sigue impreso
en su rostro, así que decido añadir algo más – Sólo que él no es el único que
la hecha de menos.
Madge se muerde el interior de la mejilla, pero decido no
sacar el tema de nuevo.
Unas horas después, cuando ya nos hemos comido gran parte de
la barra de pan y he esparcido las trampas por un área bastante extensa,
decidimos volver.
-Me encanta esta luz para una fotografía – me susurra Madge
cuando salimos del bosque, antes de llegar a la alambrada.
Es cierto, la luz del atardecer crea un efecto maravilloso.
Así que no dudo en sacar la cámara y hacer una fotografía en la que se ve la
alambrada y el bosque, separados por un espacio de tres o cuatro metros, con la
luz del atardecer.
Después de esto, le doy a elegir a Madge entre marcharse a
su casa o acompañarme al Quemador. Opta por lo segundo, así que me cambio de
ropa en mi casa de la Veta y marchamos hacia el Quemador. El botín es múltiple:
bayas y frutos, castores, conejos, ardillas, peces,... En la carnicería, doy
una cantidad de dinero superior a la que me piden por los conejos, al igual que
en el puesto de Sae la Grasienta, donde Madge y yo nos tomamos un cuenco de
sopa. A la gente le extraña encontrar a la hija del alcalde allí, algunos
incluso evitan mirarla. Sin embargo, Darius, un agente de la paz, se acerca a hacerle
preguntas de las que no hago caso. Madge responde sonriente, aunque noto que
está bastante incómoda.
Cuando nos marchamos del Quemador, le doy a Madge la mitad
de lo que hemos conseguido hoy, aunque me quedo con todas las ardillas a cambio
de todas las fresas. Una vez que nos
despedimos, decido acercarme a la panadería. Dejo las cuatro ardillas en una
bolsa de caza junto a la puerta. Llamo con los nudillos y me marcho ya que no
tengo ganas de enfrascarme en otra discusión con Peeta Mellark.
Al llegar a la Aldea de los Vencedores, oigo extraños ruidos
en la casa de Haymitch. Entro y me encuentro con una de las mayores borracheras
que ha pillado desde que lo conozco. El sofá está bocabajo y hay vasos de
cristal y basura por todo el suelo.
-¿Haymitch? - pregunto.
No obtengo respuesta, salvo por unos extraños ruidos en la
cocina. Me acerco a la puerta y lo encuentro en el suelo, buscando botellas en
uno de los armarios.
-¡Deja de bebes! - lo cojo de un brazo y lo pongo de pie.
Pesa bastante, aunque parece que he recuperado la fuerza con la que fui a los
juegos.
Lo ayudo a sentarse en una silla mientras intento limpiar un
poco el desastre que este hombre ha ocasionado.
-Pásame una botella.
-No – contesto – Voy a preparar la cena y no vas a tomar
nada de alcohol en lo que queda de día.
-¡Pásame una botella, Gale!
Levanto la mirada para observarlo. Tiene la cara roja y es
incapaz de mantener la vista fija en un mismo punto durante más de dos
segundos.
-¡No! Necesito tu ayuda. Te necesito sobrio y vas a comer.
Después te irás a dormir.
Haymitch empieza a reírse y acaba vomitando en el suelo ya
de por sí sucio.
-Genial, ahora tendré que limpiarlo yo, ¿no? Como en el
tren.
-No lo limpies – responde.
Decido ignorarlo y me marcho a la cocina a limpiar el
pescado. Después, enciendo una sartén y frío los peces que he capturado hoy.
Las dejo freír mientras salgo de la cocina y empiezo a limpiar la porquería y
el vómito.
-¿Por qué no las tiras? En el tren lo hiciste, tiraste el
licor.
De nuevo, más carcajadas.
-Estaba demasiado borracho en el tren. No sabía lo que
hacía. Cuando me desperté a la mañana siguiente casi me da algo al ver lo que
había hecho.
-Genial – añado con sarcasmo.
Unos minutos después, he conseguido desalojar un poco la
entrada, aunque decidimos comer en la cocina para no tener que soportar el
hedor del vómito.
-¿Qué tal en el bosque? - pregunta Haymitch pasado un rato,
mientras le quita las raspas al pez.
Sabe lo que planeo, o al menos lo sospecha, así que por eso
no le importa que el Capitolio me escuche; porque la casa está llena de
micrófonos, seguro.
-Bien, como puedes ver – digo señalando el pescado.
-¿Estás seguro de la compañía?
Ahora es un poco más cauteloso. A nadie le agradaría meter a
la hija del alcalde en problemas.
-Necesitaba su ayuda. No sé manejar la cámara.
Permanecemos en silencio hasta que terminamos y decido
marcharme.
-No bebas – digo antes de cerrar la puerta. Entonces
recuerdo algo y vuelvo a la cocina para que pueda escucharme – Por cierto, el
hijo del panadero viene todos los días. Mañana seguramente esté en el bosque
cuando venga, así que dile de mi parte que no me deje el pan.
-No se lo pagues – dice, encogiéndose de hombros.
-¿Tú se lo pagas?
-Sí – añade algo desconcertado - ¿Tú no?
-No – respondo. Y una enorme sensación de incomodidad y
gratitud al mismo tiempo me invade.
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