-Gale, ¿estás bien?
-Sólo necesito que me dejen un momento en paz, Madox.
-Yo…
-Por favor.
Soy incapaz de mirar a nadie a los ojos. Siento un vacío
enorme en mi interior, como si me hubiesen extraído con una máquina hasta el
último de mis órganos.
Madox se aleja del sillón en el que llevo sentado y sin
moverme desde que Séneca salió por la puerta. Pueden haber pasado segundos o
tal vez horas. He perdido la noción del tiempo. Pero, ¿acaso importa el tiempo
ahora? Sé que algo va mal con mi familia, lo siento. Puede que el Capitolio los
tenga o puede que estén perdidos en el bosque. Puede que la desesperación de
mis hermanos hubiese sido tal que hubiesen tomado una decisión precipitada y se
hubiesen marchado al bosque, dónde hay manadas de perros salvajes y donde es
imposible encontrar alimento si no sabes dónde buscar. Debería haberles
enseñado, a pesar de ser tan pequeños. Debería haberles dejado alguna
escapatoria para su supervivencia si yo fallecía alguna vez. O si desaparecía
durante un período de tiempo indefinido, como ha sido el caso.
Intento comprender por qué se marcharon tan pronto, sin
esperar a saber si yo era el ganador o no. Tal vez si se iban antes de saber el
resultado, tendrían una pequeña esperanza de que yo siguiera con vida; mientras
que si averiguaban que no volvería jamás con ellos, podrían hundirse en la
tristeza.
Por otro lado, si hubieran descubierto que yo era el
ganador, no se habrían marchado. ¿O sí? ¿Pensarían que yo los buscaría en el
bosque y podríamos huir todos juntos?
Debería de estar buscándolos en el bosque, no aquí sentado
en el salón de una mansión del Capitolio. ¿A qué estoy esperando? ¿A que
aparezcan por su propio pie? ¿A que llegue la Gira de la Victoria y me sea
imposible encontrarlos? Cada vez hay menos posibilidades de encontrarlos con
vida. Hay cámaras en el bosque, ¡están en peligro!
Me doy cuenta de que mientras recapacitaba me he puesto de
pie y he empezado a caminar por la sala. Con la yema de los dedos rozo la pared
de madera mientras camino paralelo a ella. Entonces me encuentro con un pequeño
escalón. Es casi imperceptible para los sentidos de alguien que no es un
cazador. Con los dedos recorro el borde del escalón. Unos dos metros por delante
de mí, pegada a la pared, hay una pequeña mesa. Detrás de ella debe de haber
algo. Esa pared no es normal, no debería haber un pequeño escalón ahí. Esa
pared se mueve. Sólo tengo que encontrar cómo. A un metro hay una de las
decenas de mesas con lámparas que hay por toda la casa. Me acerco a ella,
detrás debe haber una manivela o una pequeña abertura por la que tirar. Cuando
arrastro la mesa, noto que la pared se mueve junto a ella. Están pegadas.
Desplazo la mesa lo suficiente para dejar un pequeño espacio
por el que entrar al otro lado de la pared. Me asomo por el agujero que se ha
abierto y, en cuanto pongo un pie en su interior, la luz se enciende.
Me encuentro en una estancia enorme y vacía. Las paredes no
están decoradas como el resto de la casa, sino que están cubiertas por cientos
de fotografías. La mayoría son del Capitolio (calles, gente, parques, fuentes,
coches en movimiento) pero hay otras un poco estropeadas, en colores gastados
por el tiempo que muestras… la guerra. Sí, estoy seguro. Es la guerra que tuvo
lugar hace setenta y cinco años en Panem, la guerra por la cual ahora existen
los Juegos del Hambre. Veo aerodeslizadores bombardeando ciudades, gente
disparando por las calles, cadáveres tirados en el suelo… Reconozco la montaña
que hay que cruzar para llegar al Capitolio, la montaña que supuso la derrota
para el resto de los distritos. Hay gente intentando cruzar la frontera.
-¿Te gustan?
Me sobresalto al escuchar la voz de Madox, que está apoyado
junto al agujero que hay en la pared y me mira a los ojos.
-Es la guerra, ¿verdad?
-Sí. Pertenecían a mi bisabuelo, supongo. Las he ido
heredando al igual que el hobby, por desgracia.
-¿Te gusta la fotografía? – pregunto un poco impresionado.
-¿Qué crees? ¿Que sólo sirvo para tatuar? – veo como agacha
la cabeza y la sacude de un lado a otro como si estuviera defraudado – Mira
esto.
Me señala otra pared que aún no he observado. Está llena de
extrañas fotografía. No reconozco qué aparece en ellas hasta que no distingo
unos trazados familiares. Sobre una superficie gris olivácea hay dibujado un
abeto alto, junto a otro, en color verde. Ese gris oliváceo es mi piel. Ese es
mi tatuaje. Recuerdo que me hizo una foto en el brazo después de tatuarme,
Pensé que sería para mostrársela a Portia, Carlo y Edilia; pero en verdad la
quería para él.
-Me gusta saber todo lo que he hecho en algún momento. –
comenta.
-Son increíbles Madox .
He vuelto a apartar la mirada de la pared de los tatuajes
para mirar las fotos del Capitolio. Por la limpieza y el colorido las fotos
deben de ser recientes, debe de haberlas hecho él.
-Atrapo el momento más perfecto y bello que hay frente a mí
para recordarlo siempre. Los pintores dibujan. Supongo que tiene más trabajo
pero pierden detalles. Sé que pulsar un botón y sacar una fotografía es algo
mucho más fácil, pero a mí me fascina. ¿Tienes algún hobby, Gale?
-No – respondo, recordando que necesito encontrar uno
urgentemente – y necesito descubrir alguno para la Gira de la Victoria.
-¿Quieres probar con esto?
Se acerca al único mueble que hay en la estancia. Una mesa
con bandejas de hierro llenas de agua y fotografías sumergidas en ella. Junto a
las bandejas, hay una cámara de fotos. Es negra, con un gran objetivo. Madox la
coge y la manipula con cuidado para mostrármela mejor.
-Aquí – dice, pulsando un botón – es donde se desbloquea el
objetivo. Cuando lo pulses, podrás acercar la imagen para tener una fotografía
más de cerca. Aunque no puedo aburrirte, experimenta con ella y sabrás como
usarla. - con cuidado, pone la cámara en mis manos.
-Madox, no puedo…
-Cógela. Devuélvemela después de la gira. ¿De acuerdo?
Asiento con la cabeza y la acerco a ojo derecho para mirar
al otro lado de la lente. Ahí está Madox, sonriente, con su pelo rojo de punta
y sus ojos grises. Jamás me había fijado en sus ojos. Decido pulsar el primer
botón que encuentro, el más grande. Una luz sale de la cámara y me sobre salto.
Madox ríe y camina hacia la salida de la sala.
-Vamos, tengo que tatuarte y explicarte algo de la cámara.
Me cuelgo el pesado objeto al cuello y lo sigo. Madox cierra
la puerta y me guía escaleras arriba, hasta el estudio de tatuaje. Suelto la
cámara en una de las mesas y me siento en la silla que hay en el centro de la
habitación. Madox pasea de un lado a otro trasteando sus cosas hasta que
finalmente se pone frente a mí con lo que parece un delineador. En verdad, es
un objeto acabado en una aguja que conecta con un tarro de tinta. El dolor
empieza en seguida.
-Cuando hagas fotografías necesitas revelarlas para poder
tenerlas en papel. La mesa que había en la habitación de antes es donde yo las
revela. Es un proceso lento y trabajosa, así que dudo que tengas paciencia para
hacerlo tú. Cuando quieras tenerlas en papel, avísame. Puedo ir a tu distrito o
hacer que vengas aquí. ¿Está bien?
El dolor es atroz y no puedo relajarme ni siquiera para
asentir. Los minutos transcurren y Madox no despega la vista de su trabajo. De
vez en cuando se detiene para cambiar el color del bote. Me niego a abrir los
ojos hasta que no termine porque sé que algunas zonas estarán llenas de sangre
y temo mi reacción ante eso, aunque en el fondo me siento bastante bien.
Madox empieza a trabajar desde mi primer tatuaje y sube
hasta mi hombro. Después, cambia de brazo hasta recorrerlo entero con la aguja.
Me venda los brazos y me deja descansar un rato mientras baja a preparar la
comida. Permanezco con los ojos cerrados. Esta vez el dolor ha sido menor que
la primera vez, cuando tuvieron que sujetarme entre varias personas para que no
pudiera hacerle nada a mi tatuador. Tal vez comience a acostumbrarme. Oigo los
pasos de Madox por el pasillo y me alegro de estar recuperando mis sentidos de
cazador.
-Estaba pensando que sólo voy a tatuarte el pecho y la
espalda, así que necesitaré dos días más como mínimo, aunque seguro que tengo
que retocarte.
Abro los ojos y lo veo junto a mí, con una bandeja de
comida. Hay estofado de cordero y sopa. Como me ha tatuado hasta la mitad de
las manos para difuminarme el color, tengo dormidas las extremidades al
completo, así que me ayuda a tomar las cucharadas de sopa y a comerme el
estofado. La comida está exquisita y me pregunto si la cocina él pero, por
algún motivo, no le hago la pregunta.
Cuando terminamos me ayuda a incorporarme y subimos al
desván. Antes de quedarme durmiendo, le pido que prepare el viaje en tren para
mañana justo después del almuerzo.
Me despierto sobresaltado justo cuando Madox sube las
escaleras. Se acerca a mi cama y me destapa los brazos. Con una pomada me quita
la sangre que se quedó pegada a los trozos de gasa y después aplica un spray
que me tensa la piel al entrar en contacto con mi cuerpo. La última vez me
explicó que me ayudaría a recuperar la sensibilidad en mis brazos en un par de
minutos.
-Ya puedes mirar. - comenta cuando pasan los dos minutos.
Bajo la vista y observo mis brazos. Parezco un bosque. Madox
lo ha tatuado de tal manera que unos árboles se superponen a otros de un verde
más oscuro. Seguro que sirve como camuflaje cuando me atreva a volver al
bosque. Aunque nunca me ha gustado que la gente del Capitolio se pintara la
piel, he de admitir que esto me parece una obra de arte. Recuerdo que, cuando
le pedí que me los tatuara, sólo pensaba en sentirme más unido al lugar en el
que había sido feliz. Ahora que veo la obra más avanzada, mis ganas de entrar
en el bosque han aumentado considerablemente. Me visto con la ropa que llevaba
puesta cuando vine porque no tengo ganas de dar vueltas y pensar qué podría
vestir ahora. Madox hace un gran esfuerzo por no pone objeciones, cosa que le
agradezco.
Bajamos del desván, cruzamos el pasillo de la segunda planta
y volvemos a descender la escalera de caracol. No me hace falta preguntarle si
está todo listo para el viaje. Comienzo a oír el ruido de las sillas al
desplazarse y el de la vajilla al chocar, así que no me sorprendo al escuchar
las voces de saludos y sorpresa que me inundan al llegar abajo. Sólo ellos
serían capaces de armar tanto alboroto poniendo la mesa.
Carlo, Edilia y Portia. Todo mi equipo de preparación y mi
estilista juntos.
Disfrutamos de una comida tranquila teniendo en cuenta que
estoy rodeado de gente del Capitolio. Eridia, cuyo pelo ahora es de color
amarillo chillón, no deja de regañarme por haberle permitido a Madox tatuarme
mientras que, cada vez que ella cogía una banda de cera, a mí me entraban ganas
de salir corriendo de la habitación.
-Algunos tributos no tuvieron que hacerse la cera, Eridia –
le digo, recordando los brazos de Will.
-Porque no tenían tanto como tú, Gale. Eres el tributo con
más cantidad de pelo corporal que he visto nunca.
Carlo, por otro lado, sigue intacto desde la última vez que
lo vi, con su largo pelo canela. Es el que más callado permanece de todos, al
igual que su hermana, Portia, mi estilista, quien ahora lleva el pelo de color
verde oscuro y la piel de un tono más bien rosáceo. También tiene los labios
más gruesos que de costumbre, así que supongo que se los ha operado.
-Carlo, Portia – los llamo, captando su atención – Estáis
muy callados. ¿Ocurre algo?
Estoy un poco cansado de los gritos y discusiones de Eridia
y Madox y necesito que alguien más tranquilo participe en la conversación y, a
pesar de su aspecto, Portia es una de las dos personas tranquilas que hay en
esta habitación.
-Estamos cansados – dice.
-¿Cansados?
No puedo evitar el tono de desconcierto en mi voz. La vida
de la gente del Capitolio no puede considerarse dura en comparación de la de
los mineros del Distrito 12. ¿De qué podrían estar cansados? De pasar noches
mirando el televisor, puede ser.
-Estamos empezando a preparar la ropa para la Gira de la
Victoria – comenta Carlo. – Y ayudo a Portia porque está bastante agobiada.
Además, estamos buscando peinados que queden bien con la ropa.
Es mencionar la gira y la sala vuelve a llenarse de voces.
Un mes y medio. Sólo queda un mes y medio para que la casa de la Aldea de los
Vencedores en la que vivo ahora se llene de periodistas y cámaras que graben mi
talento. Pienso en la cámara que hay en el desván de Madox, en una de mis
maletas. Espero que su idea funcione o tendré que cuidar de animales como hizo Haymitch.
Mientras mi equipo de preparación comenta con entusiasmo
algunas ideas que tienen en mente para la gira, decido pensar en algún talento
que pueda tener, por si la idea de Madox no funciona. Mi fuerte son las
trampas, pero no creo que sea buena idea mostrar ante todo Panem que tengo un
talento natural para cazar animales, que soy capaz de saber qué sendero
seguirán los conejos y demás criaturas del bosque, que puedo crear cestas de
las que resulta imposible escapar para los peces, o que puedo capturar a un
animal y colgarlo sobre una rama lejos del suelo para mantenerlo alejado de
otros depredadores con una sola cuerda. Sin embargo, mis manos son ágiles, y
eso tal vez pueda ayudarme. ¿Qué hace la gente con manos ágiles? Conozco a
mujeres del Distrito 12 que venden ropa cosida a mano por ellas o hacen bolsas
a mano, con numerosos bolsillos. Pero eso no llamaría la atención de la gente
del Capitolio. Sólo espero que la idea de Madox funcione.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando Portia coge mi
mano por debajo de la mesa y se inclina hacia mí.
-Sé lo que está pasando. Sé que estás en peligro. – me
susurra al oído - ¿Cómo puedo ayudarte?
El Capitolio quiere castigarme, quiere castigar a todos
aquellos que incumplan las normas impuestas por él. ¿Por qué no acaban con
nosotros, los delincuentes, los agentes de paz en público y todo se acaba?
Porque la gente ha dejado de infringir las normas. Porque vieron el castigo que
nos impusieron a Katniss y a mí y temen que les ocurra lo mismo. Solo los que
están desesperados y los que no tienen otra opción son los que entran en el
bosque para cazar. Aquellos cuyas familias morirían de hambre si no fuera por
lo que consiguen al otro lado de la alambrada. Si me quedo quieto, si sigo
mostrando que temo lo que pueda hacerme el Capitolio, la gente no volverá a
pasar la alambrada y morirá mucha más gente. No puedo permitir eso. Pienso en
mi familia, en que pueden estar en manos del Capitolio, aunque aún no sé nada
seguro. Puede que lo descubra si me adentro en el bosque aunque, si lo hago y
los tiene el Capitolio, no dudarían en acabar con ellos uno a uno. En el fondo
de mi cabeza, un vocecilla grita que no lo haga, que calme las cosas y tal vez
todo vuelva a la normalidad. Pero la ignoro. Tal vez tenga que hacer sacrificios
si quiero acabar con la injusticia que está ocurriendo en el Distrito 12.
-Voy a desobedecerlos. – susurro en el oído de Portia –
Quiero causar problemas.
Cuando llego al Distrito 12, por la noche, me encuentro con
dos personas esperando para recibirme en la estación: Haymitch y Madge. Bajo
del tren y me acerco a ellos.
-¿Qué hacéis aquí? – pregunto sin poder ocultar la sonrisa.
-Madox me llamó – dice Haymitch – Me dijo la hora de llegada
del tren. También me ha dicho que tienes un talento, ¿no?
-En verdad no – admito – Pero intentaré desarrollarlo.
-Ahí entro yo – comenta Madge y, por primera vez, me fijo en
ella con atención. LA última vez que la vi intenté matarla – Fue a tu casa a
ver qué tal estabas y Haymitch me contó que te habías ido. También me dijo lo
del talento y le dije que podría ayudarte. Sé algo de fotografía, mi padre
tiene una cámara y me encantaba quitársela cuando era más pequeña.
-Sé el lugar perfecto para empezar.
Parezco más seguro de lo que en verdad me siento, pero ya no
hay vuelta atrás. La decisión está tomada.
-¿Cuál? – pregunta Madge con curiosidad.
-Ven mañana por la tarde a verme. Después del colegio. –
ella asiente y después mira a Haymitch.
-Me tengo que ir. Es muy tarde. Nos vemos mañana. – se da la
vuelta y corre por la estación.
-¡Madge! – la llamo en el último momento. Se da la vuelta y
añado: - Trae botas y ropa cómoda.
Puedo ver la duda en su rostro, pero finalmente asiente y
desaparece. Ahora quedamos Haymitch y yo solos.
-¿Estás seguro?
Por la pregunta, sé que ha descubierto lo que tengo pensado
hacer mañana.
-Completamente. Vamos.
Caminamos hacia la Aldea de los Vencedores en silencio.
Cuando estamos cerca del gran arco, Haymitch rompe el silencio.
-Esto es tuyo.
De su bolsillo saca el cuchillo que perteneció a Clove. No
me hace falta mirarlo a los ojos para saber que los tiene clavados en mí,
analizando hasta el más mínimo cambio en mi expresión.
-No lo quiero –aseguro pasados unos instantes.
-¿Por qué? – Haymitch se detiene y me mira interrogante.
-He visto los juegos. Hay cosas que no me han convencido y
ahora mismo no quiero estar cerca de eso. ¿Podrías guardarlo tú una temporada?
Haymitch se encoge de hombros y vuelve a guardarse el arma.
Sé que duerme con un cuchillo y me pregunto si lo llevará ahora. ¿Alguna vez
irá tan indefenso como voy yo ahora? Sí. A pesar de no llevar ningún arma, me
siento lleno de fuerza. Ahora mismo, me basta con la esperanza para defenderme.
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