viernes, 24 de enero de 2014

Capítulo 15. ¿Mentor?

Tardo demasiado en asimilarlo. ¿Rory? No soy Rory, soy Gale. Gale Hawthorne. Rory es mi hermano pequeño y hace meses que huyó con mi familia al bosque. ¿Cómo va a ser Rory? No está aquí. Y, aunque estuviera, no podría salir elegido. He pasado años vigilando que no incumplieran ninguna norma y así los agentes de la paz no tuvieran ninguna excusa para hacerles daño. Aunque en Panem no necesitan ninguna excusa para hacer daño a alguien.

Aun así, Rory está a salvo.

Debe haber un error.

Hace unos años salía de casa para ir a cazar junto a Katniss cuando me encontré a Rory en la puerta de la casa, sentado en el suelo. Me pidió ir conmigo para aprender a cazar porque, según él, no hacía nada para ayudar a mi familia. Me negué para protegerle. ¿Hice bien? Esto se repitió todos los días hasta que, un día, le encargué la tarea de protegerlos mientras yo estaba fuera. Si algo pasaba, él era el que debía ir corriendo a casa de Katniss para avisar a su madre. Esto pareció complacerlo pero, ¿seguro que no debería haberlo dejado venir conmigo? ¿No debería haberlo enseñado a protegerse y defenderse?

Sigo pensando que debe de haber un error.

Pero no lo hay. Lo compruebo al escuchar los gritos de la aterrada multitud, que se aparta para dejar un pasillo por el que avanzan un grupo de agentes de la paz sujetando a un chico. Mi hermano.

-¡Rory!

Con un desgarrador grito salto del escenario y corro todo lo que puedo, esquivando todas aquellas manos que intentan atraparme. Alcanzo a los agentes de la paz sin importarme que sean demasiados. Eso no evita que me lance contra dos de ellos y los tire al suelo. No voy a dejar que le hagan daño a mi familia, o lo que queda de ella. Ya me arrebataron a mi padre. Sin embargo, un segundo después de haber atacado a los agentes, varios se echan sobre mí y me inmovilizan.

-¡Gale! ¡Gale!

Ahora es mi hermano el que grita mi nombre y se retuerce para llegar hasta mí.

-¡Rory!

No puedo con tantos agentes rodeándome. Me sujetan con fuerza en mitad del pasillo y me obligan a mirar hacia el escenario. Me obligan a ver como mi hermano es empujado hasta los escalones, cómo lo apuntan con un arma y cómo lo obligan a subir por él mismo todos y cada uno de los escalones. Él no deja de mirarme.

-Aquí tenemos a nuestros campeones - anuncia Effie con una forzada alegría - Daos la mano.

Madge mira a Rory con verdadero horror y, hasta que uno de los agentes de paz que hay frente a ellos no carraspea, ninguno de los dos pone interés en estrecharse la mano.

¿Cómo pueden hacer que dos personas que tienen que matarse dentro de unas semanas entre ellos se estrechen la mano? Es algo repugnante, pero aun así nadie hace nada.

Nadie hace nada.

Si mi hermano ha sido descubierto significa que mi familia también. Y si él está a punto de morir en la arena sólo me queda una cosa por hacer.

-¡Me presento voluntario! - Exclamo.

Pero mi grito es silenciado por una mano que me tapa la boca. Después, un fuerte golpe en la cabeza hace que pierda el equilibrio.

Effie sufre unos segundos de incertidumbre y confusión pero, tras un gesto amenazante de Romulus, sigue presentando a mi hermano, les desea buena suerte a ambos tributos y se despide del distrito. El agente de la paz me destapa la boca.

Miro a los chicos que tengo a mi lado, entre la multitud, algunos de ellos conocidos.

-¿No hacéis nada? - pregunto - ¡¿No hacéis nada?! - repito con más fuerza.

De nuevo, el agente intenta taparme la boca, pero estoy preparado y le muerdo con fuerza la mano hasta sentir el sabor de la sangre en mi boca y escuchar sus gritos de dolor.

-¡¿Vais a dejar que hagan lo que quieran?! ¡Mataron a Katniss y ahora pretenden matar a Madge y a mi hermano! ¡Haced algo! Llevan matando a vuestras familias años. ¡Defendeos!

Oigo el clic del arma y al mirar al frente me encuentro con Romulus y el arma levantada.

Permanecemos en silencio unos segundos.

-Mátame - susurro - ¡Dispara!

-No - dice con una sonrisa de satisfacción que me provoca un escalofrío - Los tributos necesitan un mentor.

Veo el mismo brillo en los ojos que hace unos meses cuando, al igual que ahora, estaba frente a mí, apuntándome con el arma, cuando cambió de objeto y la bala atravesó el brazo de Madge. Esta vez, atraviesa la cabeza de Haymitch.

Contemplo con horror como su cuerpo, de pie al borde del escenario, cae de este para acabar sobre el gris cemento gastado de la plaza. Algunas personas ahogan gritos y otras los dejan salir. Muy pocas, como yo, observan la escena en silencio.

-Ponte en pie - ordena Romulus, apuntando con el arma hacia la multitud, a un chico que tal vez tenga unos trece años, de la edad de Rory, y tiene los ojos y el pelo característicos de la Veta, al igual que él. Su elección no es una simple coincidencia. Me pregunto qué tipo de delito ha podido cometer el chico como para estar hoy entre los posibles tributos.

-Levántate - vuelve a ordenarme Romulus - ¿o pretendes que mate a todo el distrito?

Permanezco sentado, inmóvil. Entonces veo como su dedo tiembla, se separa del mango de la pistola y se sitúa en el gatillo.

-¡No! - Exclamo levantándome. - No lo hagas.

-Muy bien - el jefe de los agentes de la paz guarda el arma en su cinturón - ¿Cómo te llamas? - le pregunta al chico, más pálido de lo normal.

-Nathan - responde susurrando.

-Muy bien. Nathan, Gale Hawthorne acaba de salvarte la vida. – deja de prestar atención al chico y vuelve a centrarla en mí - Vas a ponerte en pie y estos agentes te acompañarán al tren, Gale.

Me levanto, aunque no inmediatamente y dejo que un grupo de cinco agentes de la paz me conduzcan hasta el Edificio de Justicia. Me llevan hasta la misma puerta trasera que atravesé hace un año y me meten en un coche. No tardamos en llegar a la estación que, este año, está desierta. Me empujan hasta que entro en el tren sin oponer resistencia. La puerta se cierra y el tren comienza a desplazarse. Permanezco de pie, frente a la puerta gris unos segundos, hasta que finalmente decido seguir adelante.


-¡GALE! - Mi hermano se levanta del sillón y corre hacia mí, con lágrimas en los ojos y los brazos abiertos. Unos brazos que me atrapan enseguida - Estás vivo - solloza.

-Sí, estoy vivo - confirmo, aunque poco convencido.

-No sabíamos nada. Estábamos tan preocupados.

Lo separo un poco de mí y me agacho hasta llegar a susurrarle al oído.

-Luego lo hablamos.

Cuando me levanto me encuentro con Madge, de pie junto a los sillones azules del tren.

-¿Y Haymitch? - Pregunta con violencia.

-Lo han matado - suelto, sin importarme las consecuencias de mis palabras.

-¿Qué? - ambos tributos me miran horrorizados, Madge en especial.

-Lo siento. - Digo, bajando la cabeza - No pude salvaros a ambos.

Porque eso es lo que habría hecho si me hubieran permitido presentarme como voluntario: habría mantenido a mi hermano a salvo una vez más y me habría asegurado de que Madge ganase los juegos. Pero al matar a mi antiguo mentor me han obligado a hacerme cargo de la supervivencia de ambos, aunque es imposible: sólo puedo salvar a uno de ellos.

Tras unos segundos de silencio, Madge finalmente dice con voz seria y amenazante:

-Ahora eres nuestro mentor. ¿Qué hacemos?

La miro a los ojos, unos ojos azules desafiantes. Bajo la mirada hasta encontrarme con la insignia y entonces me engulle una nube que me transporta en el tiempo hasta encontrar a Katniss frente a mí, con un vestido azul y la insignia del sinsajo. Ahora Madge me miran igual que cuando mi mejor amiga fue elegida tributo. La esencia luchadora de Katniss parece haber entrado en el cuerpo de Madge y toda su ternura se ha marchado.

-Comed lo que podáis y después id a vuestras habitaciones y descansad. - digo - Antes de nada tendríais que asimilar lo ocurrido. Nos vemos mañana en el desayuno.

Salgo de la estancia hacia alguna habitación. En verdad, el que necesita asimilar las cosas, soy yo.

Mi estómago ha desaparecido por completo y no tengo hambre en todo el día. Por la noche, salgo al pasillo y camino por el éste hasta que encuentro la puerta del último vagón. Al otro lado, el aire es helado, justo lo que necesito para refrescarme y para sentir un poco de libertad antes de volver al Capitolio. Vuelvo al Capitolio. La verdad es recibida como un cubo de agua helada. Y, esta vez, regreso como mentor de mi hermano pequeño.

Levanto la vista hacia el cielo. El tren viaja a toda velocidad mientras que las estrellas permanecen inmóviles. Necesito saber qué va a pasar en estos juegos. Serán diferentes, demasiado. Pero, antes de nada, tengo que saber qué ha pasado con mi familia.

Llamo con los nudillos a la habitación de mi hermano hasta que recuerdo que he convivido en la misma habitación que él toda mi vida, así que abro de golpe la puerta.

El dormitorio está vacío y a oscuras. La cama está preparada y me llega el sonido del agua cayendo a través de la puerta del baño. Me siento en el borde de la cama. Mi hermano va a pasar exactamente por lo mismo por lo que pasé yo el año pasado: las comodidades, los banquetes, la ropa, los admiradores... Pero yo odié ese mundo desde el principio por el asco que siempre me han dado los habitantes del Capitolio. ¿Será mi hermano igual de listo y rencoroso o se dejará engañar por el lujo?

Me levanto y paseo por la habitación hasta llegar a la silla en la que ha dejado la ropa de esta mañana. La cojo y la huelo. Tal vez esperaba el olor a casa, a ceniza o incluso a bosque pero, en lugar de eso, descubro un extraño olor a podredumbre. Suelto la camiseta en ese instante, tirándola al suelo. El olor me pone los pelos de punto y de repente parece haberme embotonado el cerebro: es un fuerte olor a muerto. Recuerdo alguna vez en la que, después de semanas tras algún accidente en la mina, algunos habitantes conseguían recuperar los cuerpos de sus familiares y los llevaban por las calles, provocando un fuerte olor a muerte que se colaba y se quedaba permanentemente en todas las casas del distrito. Me agacho con cuidado para volver a cogerla, esperando que todo sea producto de mi imaginación. ¿Qué le han hecho a mi hermano? Justo cuando me doy cuenta de que el ruido de la ducha ha desaparecido, siento como algo me golpea con fuerza la cabeza y cae sobre mí. Como un acto reflejo, ruedo por el suelo hasta quedar sobre mi atacante y lo agarro del cuello. En ese momento, la luz se enciende, entrecierro los ojos y aflojo la fuerza de mis manos; es un instante que aprovecha mi atacante para intentar librarse de mí, pero soy más fuerte. Bajo la mano a una de mis botas, donde se esconde el cuchillo de Clove que Haymitch me dio poco antes del anuncio del vasallaje. Mi mano roza la empuñadora y, entonces, reconozco la voz.

-Gale, ¿qué haces?

Abro los ojos y encuentro a mi hermano bajo mí, con la frente mojada de sudor. Tardo unos segundos en entender la situación y entonces me levanto y le tiendo una mano, la cual acepta.

-¿Qué hago? - Pregunto - Tú eres el que me ha atacado.

-Sí - asiente - Porque no te he reconocido en la oscuridad. No deberías asustarme así, podría matarte.

-¿Tú a mí? - Pregunto divertido.

Esta es una de las típicas discusiones que teníamos ambos antes, cuando nuestras vidas eran normales, cuando no nos preocupábamos de cuánta gente deseaba nuestra muerte.

Mi hermano también sonríe y, al mismo tiempo que yo, pierde la sonrisa.

-¿Dónde estabais? - Pregunto sentándome de nuevo en la cama.

-Nos dimos dos semanas de margen. Cuando pasaron, hicimos lo que nos pediste - Rory se acerca y se sienta a mi lado, parece que ha crecido bastante, tanto en altura como en musculatura - Huimos al bosque con Prim y su madre. Habíamos ido varias veces durante esas dos semanas a cazar al bosque, así que nos alejamos pronto del distrito. Creo que ya nos seguían.

>Un día decidimos separarnos para una inspección del terreno. Mamá, Prim y Vick se marcharon juntos. Tenía que haber una adulta en cada grupo, un cazador y alguien que supiera de heridas. La madre de Katniss, Posy y yo nos quedamos donde habíamos pasado un par de días descansando. El aerodeslizador no tardó en llegar. Recuerdo que antes de que me cogieran vi a Vick corriendo hacia nosotros, le pedí que se fuera... No sé si lo consiguió.

-Lo consiguió - afirmo. - Está a salvo.

Rory me mira sin entenderme, así que niego con la cabeza y parece entender que no es momento de preguntar. Guardamos silencio. Hay una pregunta que quiero hacerle, pero temo demasiado la respuesta.

-Gale, quiero descansar.

Me giro para mirar a mi hermano. Apenas lo reconozco y es esto lo que me da fuerza para preguntar por qué no es el mismo chico que hace un año.

-¿Te han torturado?


Sólo tiene que enseñarme las manos a modo de respuesta.

viernes, 10 de enero de 2014

Capítulo 14. El Vasallaje de los Veinticinco

Finalmente, Madge acepta. Al principio no le dejo moverse de mi habitación, pues me interesa que se recupere en seguida. Me cuenta que, en cuando me fui, el antiguo jefe de los Agentes de la Paz desapareció y Romulus fue presentado como tal. Instaló elementos de tortura en la plaza principal y  canceló la llegada de alimentos. También hizo arder el Quemador. La gente ni siquiera se enfrentó a él. Aunque Madge sí, aunque de forma indirecta. Los insultaba a todos a la espalda, al igual que hacía yo en el bosque junto a Katniss, aunque ella lo hacía de forma menos discreta. Todo el distrito sabía lo que Madge pensaba sobre el Capitolio. Se había cansado de parecer una chica perfecta y rica para que su padre siguiera manteniendo el cargo de alcalde. Madge pensaba que, bajo ese título, su familia estaba salvo pero que, al descubrir lo que había pasado nuestras familias, se había dado cuenta de la realidad.

Un día, aparecieron en su casa y la sacaron a la fuerza. La dejaron, como a mí, una noche en la jaula. Madge dice que fue peor que los diez latigazos. Su padre comenzó a discutir con ella, pero no le hizo caso y, esta vez, comenzó a interponerse a los castigos de los ciudadanos más indefensos, como las madres que robaban por alimentar a una familia sin padre o a los niños a los que Romulus les tenía manía.

Esa vez, el propio jefe de los agentes en persona fue casa por casa y sacó a los habitantes de la Veta para que acudieran a la plaza. Según él, los de la Veta son los que más peligro tienen y, teniendo en cuenta que tanto Katniss como yo éramos de allí, tiene razón. Todo el mundo contempló los diez latigazos obligatoriamente. Incluso fue retransmitido en el resto de distritos. Todo ello a mis espaldas.

Con la nieve, la gente se aisló en sus casas, y Madge decidió quedarse en casa de Katniss para protegerse un poco del frío y de Romulus. Desde aquel día, en el que su padre observaba la tortura de su hija desde primera fila, Madge no había vuelto a ver a su padre. Yo llegué poco después y, con mi llegada, todo el distrito estaba pendiente de algún cambio, algo que lo animara, algo que les dijera que estaba a salvo. Pero no encontraron nada; yo estaba encerrado en esta casa.

Cuando me habían encerrado a mí en la jaula, la voz del suceso se había corrido y, por sí solos, los ciudadanos habían ido a verme. Madge y Peeta fueron dos de ellos. Madge sabe que Peeta opina lo mismo que ella, pero no quiere que este diga nada porque su familia está a salvo de momento.

Ahora, la moral del pueblo está hundida, según nos cuenta Haymitch por teléfono. Es lo normal tras haberme visto a mí a punto de morir de frío y a Madge con un disparo en el brazo. La herida mejora poco a poco, y me sorprende que no se le haya infectado. Poco a poco comienzo a formar un  plan en mi cabeza. El distrito es incapaz de hacer algo por sí sólo, pero con un líder podríamos intentar hacer algo. Y Madge es la líder perfecta,

Sin embargo, mis planes se frustran cuando el televisor se activa una tarde de febrero, mientras comemos. Madge y yo dejamos caer nuestros cubiertos y observamos con atención la pantalla.

Suena el himno y vemos al presidente Snow subir a un escenario que han colocado frente a su mansión.

-Es enorme – comenta Madge.

-¿Nunca has estado en el Capitolio? - pregunto. Ella niega con la cabeza – Pues sí – afirmo – es enorme.

Junto a él hay un niño con un traje blanco con una caja de madera. Y entonces lo entiendo todo.

-Es el Vasallaje de los Veinticinco – digo incorporándome. A mi lado, Madge agarra con fuerza el tenedor. Hace exactamente veinticinco años que perdió a su tía.

-Es irónico que quien le entregue esa tarjeta sea un niño – sus palabras están llenas de odio.

El himno termina y el Presidente Snow comienza a hablar sobre los Días Oscuros. Parece que esté de nuevo en la Cosecha escuchando el insistente vídeo de todos los años, hasta que llega una parte desconocida para mí.

-Se acordó que cada veinticinco años se celebraría el Vasallaje de los Veinticinco. Una edición de los juegos algo modificada en la que se recordarían los asesinatos cometidos por la rebelión de los distritos. En el veinticinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que sus hijos morían por culpa de su propia violencia, todos los distritos tuvieron que celebrar elecciones y votar a los tributos que los representarían. En el cincuenta aniversario, - prosigue, y alargo la mano para coger la de Madge – como recordatorio de que murieron dos rebeldes por cada ciudadano del Capitolio, todos los distritos enviaron el doble de tributos de lo acostumbrado. Y ahora llegamos a nuestro tercer Vasallaje de los Veinticinco – el presidente abre la caja que el niño sostiene en alto y coge el sobre correspondiente al tercer Vasallaje, marcado con un gran número 75. En cuanto lo abre se coloca de frente a la multitud y lee: - En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio de que la rebelión se inició por aquellos que se sublevaron ante el poder del Capitolio, los tributos serán elegidos entre todos aquellos que hayan recibido algún tipo de castigo a lo largo de todos estos setenta y cinco años.

Reaparece el sello del capitolio, suena el himno, y el televisor vuelve a oscurecerse.

Guardamos silencio durante lo que parecen horas hasta que Madge se levanta despacio y suelta mi mano a la cual había permanecido aferrada. Ambos sabemos lo que eso significa. Ambos podemos volver a la arena.

Ambos seríamos la pareja perfecta para volver a la arena.

Tardo una semana en conseguir que Madge vuelva a hablar. Es una semana larga, silenciosa. Mediante una llamada confirmo que Haymitch también puede ir a la arena y, basándome en su tono de voz, prefiere ahogarse en la bebida antes que volver a llevar el traje de entrenamiento de los tributos. Es el día en el que encuentro a Madge llorando en el baño cuando vuelve a hablar. Me agacho junto a ella y me abraza con fuerza.

-No sobreviviré. No estoy hecha para eso.

Pero se equivoca, sí lo está.

-Vamos a entrenar – concluyo.

Pasamos semanas entrenando. Las escaleras se convierten en una pista de obstáculos y, tras quitar todos los muebles, el salón se asemeja a un pequeño espacio donde entrenar tanto física como mentalmente. Le explico a Madge estrategias, le enseño a preparar trampas y a manejar el cuchillo, el cual se le da mucho mejor que el arco.

Por desgracia, el tiempo trascurre demasiado rápido y, antes de que nos demos cuenta, los agentes de la paz desaparecen de la puerta de la casa.

-¿Dónde estarán? - pregunta Madge, bajando las escaleras del porche.

Para mí es agradable volver a llenarme de las fragancias de la primavera. Llevo sin salir de esa construcción varios meses. Como no hay nadie al acecho, decido que es hora de que empecemos a correr. Y así, casi sin respiración, llegamos a la plaza del distrito, en la cual los agentes de la paz supervisan el montaje del escenario y la pantalla gigante.

Ya falta poco.

Antes de regresar a la casa para hablar con Madge y concretar algunas cosas, nos pasamos por casa de Haymitch. Nada más entrar, el hedor a alcohol y sudor nos invade. Haymitch está tumbado en el suelo y, en cuanto nos ve, comienza a gritar cosas sin sentido.

-Haymitch.- lo llamo, acercándome a él y sacudiéndolo – Haymitch soy yo.

De repente, le cae por la cabeza un chorro de agua que lo hace levantarse con el cuchillo en la mano y comienza a moverlo de un lado a otro. Madge es lo suficientemente rápida y se aparta de él con la cuba de agua aún en la mano. A mí, el repentino ataque me pilla demasiado cerca, con lo que antes de dejar que me haga un profundo corte con el cuchillo le cojo el brazo y se lo coloco detrás de la espalda.

Haymitch empieza a gritar con más rabia.

-¿Quieres soltarme?

-¿Y tú? - pregunto, empujándolo hacia el sofá - ¿Quieres levantarte y prepararte un poco? La Cosecha será dentro de unos días y tú no eres capaz de defenderte con un cuchillo. -esto parece aturdirlo un poco y se incorpora del sofá, agarrando con fuerza el arma - ¿Y si entro yo? ¿Quién me protegerá fuera, Haymitch? ¿Y si entras tú te gustaría que yo estuviera fuera atiborrándome a alcohol?

Sin esperar la respuesta de mi antiguo mentor, le hago un gesto a Madge y salimos de la casa.

En los siguientes días, Madge se acerca demasiado a los límites de la cordura. Se empeña en entrenar y seguir entrenando. No duerme por las noches y, cuando lo hace, las pesadillas llenan sus sueños. Grita hasta que pierde la voz y me cuesta demasiado tranquilizarla. Recuerdo mis primeros días tras salir de la arena: era incapaz de dormir y los mutos no dejaban de aparecer en mis sueños. Pero Madge no ha visto jamás los juegos desde dentro. Temo que, si es la elegida para ir a la arena, a se vea incapacitada de luchar. Es fuerte, sí. Pero, ¿será capaz de dejar el mundo exterior fuera de su cabeza?

Sólo falta una semana para que sea el día de la Cosecha cuando decido dar un paseo por la Veta. Llego a la parte de la alambrada por la que cruzábamos Katniss y yo para llegar a mi preciado bosque. Sigue electrificada y es imposible pasar. Recuerdo los días en los que, cuando nos disponíamos regresar a nuestras casas, oíamos el leve zumbido de la electricidad. Permanecíamos subidos en los árboles hasta que la electricidad se agotaba, lo que no tardaba en suceder. Allí, frente a los altos árboles y el sonido de la libertad, me pregunto si mi familia seguirá con vida. Sólo espero reservar la mía todo lo posible para poder verlos de nuevo.

La casa de Katniss y la de mi familia jamás han sido hogares tan tristes y abandonados. Los vecinos de la Veta se ocultan a mi paso, temiendo ser castigados por mostrarme algo de cariño o fingir que me conocen. Tienen demasiado miedo desde que llegó Romulus.

Un día, junto a Madge, subo la ladera que lleva hasta el cementerio y busco la lápida de Katniss mientras Madge busca la de su tía.

-Katniss – susurro al frío trozo de mármol que comienza a ennegrecerse como las demás lápidas a causa del carbón del aire - Sabes que hay grandes posibilidades de que vuelva a la arena y puede que no salga vivo de allí esta vez. Si van personas capaces de romper las normas del Capitolio podrán acabar conmigo.  - me giro para observar a Madge en la distancia – Sólo espero que no la hagan entrar en ese horrible mundo.

Sé que no sirve de nada, pero hablar con lo único que me queda de mi amiga me tranquiliza bastante. Guardo silencio y respiro con fuerza, intentando poner mis ideas en mi cabeza de forma clara, pero me es imposible.

-¿Vas a cuidar de ella? - pregunta una voz, sobresaltándome.

Levanto la mirada y veo a Peeta con la vista clavada en Madge.

-No te he oído llegar.

-Pues soy bastante ruidosos – comenta, arrodillándose junto a la tumba de Katniss y depositando en ella una flor lila. - ¿Vas a cuidar de ella? - repite.

-No conseguí cuidar de Katniss. Me gustaría proteger a Madge, aunque aún no es seguro que ninguno de los dos vaya.

-Si va, - comienza, bastante resignado - ¿prometes que cuidarás de ella? - en su rostro aparece una sonrisa. Jamás, desde la partida de Katniss, lo había visto sonreír.

-Te lo prometo – suelto una pequeña carcajada porque nos encontramos casi en  la misma situación que hace un año. - Cuida tú del distrito, Peeta.

-Ni lo dudes – afirma, recuperando la seriedad.


El día de la Cosecha llega antes de lo previsto. Antes de entrar a la plaza para registrarnos, agarro a Madge y la abrazo.

-No vas a entrar – susurro, negando lo que sospecho que sucederá – Sería demasiado claro para todo el mundo.

-¿Acaso eso les importa? - es imposible mentirle.

-Si así fuera. Yo estaría ahí para protegerte, ¿de acuerdo?

Me separo de ella y la miro a los ojos. Ella asiente. Sabe que me refiero a que la protegeré como mentor, aunque también queda implícito que, si ambos fuésemos elegidos, también la protegería.

Ella se sitúa con el distrito. Yo, por otro lado, subo al escenario y me sitúo junto a Haymitch, que está peor que nunca. Espero que no salga elegido, porque no podré protegerlo si ni siquiera él quiere protegerse a sí mismo. La ceremonia empieza enseguida. Effie sube al escenario y se coloca frente al micrófono: está más nerviosa que de costumbre.

-Bienvenidos. Felices juegos del hambre y que la suerte esté siempre de vuestra parte.

Sonrío ante esta frase, recordando cuando hace exactamente un año, Katniss y yo la repetimos en el bosque.

El vídeo de todos los años comienza de nuevo. Es la septuagésima quinta vez que es reproducido en este distrito. ¿Habrá una última? El vídeo termina y Effie vuelve al micrófono.

-Está bien. Ahora ha llegado el momento de elegir a un  valiente y a una valiente para asistir este año a los juegos. Como ya sabemos, son unos juegos muy, muy especiales. Nos encontramos en el Tercer Vasallaje de los Veinticinco. Primero, las damas.

Me concentro en el grupo de las mujeres. Hay de todas las edades. Ancianas que robaron comida, jóvenes que vendieron su cuerpo para conseguirla... Distingo a Sae la Grasienta, a quien supongo que habrán castigado por vender en el Quemador, y a Madge. Esta vez, no lleva su vestido blanco, sino que lleva unos pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero que perteneció a Katniss. Justo encima de su corazón, está la insignia del sinsajo.

Effie mete la mano en la urna, y coge un papel. Lo desdobla con cuidado y, tras leer el nombre, toma aire con fuerza.

-Madge Undersee.

Madge no se inmuta. Es una chica bastante fuerte y supongo que ya lo tendría asimilado. Varios agentes van en su busca y la agarran, sin embargo, ella se retuerce hasta que no tienen otro remedio que soltarla. Levanta la barbilla, y camina recta hacia el escenario. Mientras sube las escaleras, su mirada se clava en mí. Justo a un lado del escenario, está su padre. Parece diez años más viejo que la última vez que lo vi. Las ojeras decoran sus ojos y ha debido de perder bastante peso. Ahora es la pena la que invade su cara. Junto a él, hay un agente de la paz que no le quita el ojo de encima. Sin lugar a dudas, que Madge saliese elegida como tributo no ha sido ninguna casualidad.

-Demos todos un aplauso a Madge Undersee. - dice Effie, intentando sonar alegre.

Sin embargo, al igual que hace un año, sólo ella aplaude. Tanto los que hay bajo el escenario, como Haymitch y yo, nos llevamos los tres dedos centrales de nuestras manos derechas a los labios, y después los alzamos apuntando al cielo.

Pasan unos segundos de incertidumbre hasta que Effie vuelve a recuperar la fingida compostura.

-Ahora, los hombres.

Camina hacia la otra urna. El año pasado había cuarenta y dos papeletas con mi nombre. ¿Cuántas habrá esta vez? ¿Tendrán todas mi nombre? Me concentro en el grupo de los posibles tributos masculinos, claramente más numeroso que el de las mujeres, y busco caras conocidas. Casi todas son caras de la Veta, algunos son compañeros del colegio y otros son mineros. Me alegra no encontrar a Peeta.

Effie coge el papel y lo desdobla. Me fijo en su expresión que se torna perpleja, como si no comprendiera el nombre. Entonces deja escapar un chillido y me mira.

”Soy yo”, pienso. Pero, entonces, lee el nombre en voz alta. Y no soy yo.

-Rory Hawthorne.