sábado, 21 de diciembre de 2013

Info

Por cierto, una cosa que olvidé de ayer. Hace unos meses acabé un blog llamado Diario de Josh, algunos ya lo conoceréis. Bueno, pues quería informaros de que hay segunda parte y el primer capítulo lo subí hará unas semanas. Aquí podéis encontrar la continuación:



Espero que lo leáis y que os guste. Saludos :)


viernes, 20 de diciembre de 2013

Capítulo 13. La rebelde

Electrificado. Han electrificado la alambrada. La única salida de este lugar se ha cerrado a cal y canto. No hay escapatoria, sólo podemos quedarnos y sufrir lo que nos espera.

-¿Quién está ahí? - interrumpe una voz grave el silencio que se ha creado.

-Corre Peeta - le urge Madge. Peeta se levanta y sale de la plaza corriendo.

-¡Tú! - grita la voz.

Oigo sus pasos. Intento girarme pero Madge me lo impide. Me sujeta las manos con fuerza y me pone los guantes de Peeta, poco a poco, mis manos recuperan la movilidad.

-Están torturando a la gente, Gale. Cada día. Todos mueren de hambre e incendiaron el Quemador. Han cancelado las clases y la mina ha estado cerrada desde que te fuiste. La abrieron ayer.

-¡Tú! - Vuelve a gritar la voz, esta vez más cerca aún - ¿Quieres volver a estar atada al poster de los latigazos?

Una expresión de dolor cruza la cara de Madge.

-¡Ya ha terminado su castigo! Ha pasado toda la noche aquí. – grita Madge sin apartar la mirada de mis ojos.

-¿Perdona? – pregunta la voz. Ahora veo sus zapatos, así que levanto la mirada y me encuentro con un agente de la paz. – Esto le va a gustar Romulus – comenta con tono divertido.

Madge abre muchísimo los ojos, después el agente de la paz la coge de un brazo y apunta a su cabeza con la pistola. Madge se resiste al principio, pero finalmente se deja llevar, aunque no se lo pone fácil. Deja el peso muerto y el agente acaba arrastrándola por la nieve. De repente, todas las palabras que no podía decir por el frío salen de mi garganta. Insulto al agente de la paz y le grito que la suelte, pero supongo que no me hace caso, porque acabo perdiéndolos de vista. Han azotado a Madge. La simple idea hace que me hierva la sangre. La adorable y dulce Madge no puede haber sido torturada. Es la hija del alcalde, aunque supongo que eso no tiene tanta importancia.

No tardan mucho en regresar. Pero esta vez no es un par de pisadas las que se aproximan, sino dos. Al llegar a mi altura, el otro agente de la paz se agacha y entra en mi campo de visión.

Puede que tenga cuarenta años. Tiene la cara seca y llena de arañazos y cicatrices.

-Vaya, vaya - dice divertido. Es el hombre que antes estaba amenazando al distrito, poniéndome como ejemplo de lo que les ocurrirá. - Ya has despertado. - Después se levanta y se gira para mirar al agente de la paz que sujeta a Madge. -¿Otra vez causando problemas, Undersee?

Lo siguiente que oigo es a alguien escupir y un fuerte golpe. Ni si quiera lo he visto, pero me agarro a los barrotes y empiezo a tirar de ellos mientras grito.

-¡Déjala en paz! ¿Me oyes? ¡NO LA TOQUES!

-Señor, - comienza el otro vigilante - la chica cree que el prisionero ya ha recibido su castigo.

-¿Ah, sí? ¿Eso crees, Undersee? Está bien, lo soltaré si es lo que quieres. Tú ocuparás su lugar.

La puerta de la jaula se abre y alguien me coge del brazo y tira de mí. Intento agarrarme con todas mis fuerzas a la jaula, pero al final mis dedos se resbalan. Cuando salgo soy incapaz de mantenerme en pie. Se han acercado más agentes de la paz y los vecinos de la plaza han salido a las puertas de su casa. Entre varios agentes de la paz me alejan de la jaula y me obligan a ponerme en pie, debo de tener los huesos congelados. Veo como el agente de la paz que responde al nombre de Romulus forcejea con Madge para meterla dentro de la jaula. Lleva el uniforme del jefe de los agentes de la paz, me pregunto que habrá pasado con Gray.

Madge sigue resistiéndose y al final, Romulus le da un puñetazo en la cara. Madge grita y yo me lanzo hacia el hombre que le acaba de pegar. Por suerte, pillo desprevenidos a los agentes de la paz, así que nadie me detiene antes de que le pegue un puñetazo. Apenas se inmuta, aunque la nariz comienza a sangrarle. Madge, en el suelo, me sujeta de una pierna y me pide que me vaya, pero no le hago caso, sino que me pongo entre ella y Romulus.

En cuestión de tres segundos tengo a todos los agentes de la paz apuntándome con sus pistolas, esperando recibir una orden.

-No vuelvas a hacer eso - me dice con cautela.

-¿O qué? ¿Vas a matarme? - Noto como sus ojos arden de rabia. - Mátame. Lo estoy deseando. - Susurro.

Es entonces cuando saca su arma de la pistolera. Pero no me apunta a mí, sino que apunta hacia el suelo y dispara.

El grito rasga el aire. Me doy la vuelta y veo a Madge, tirada en el suelo y agarrándose el brazo derecho. Tiene la mano y la chaqueta empapadas en sangre y por la punta de los dedos de sus manos caen gotas rojizas que se mezclan con la tierra de la plaza. Me doy la vuelta dispuesto a arremeter de nuevo contra Romulus. De nuevo siento como si estuviera en los juegos, deseando acabar con la vida de la persona que tengo frente a mí. Y arremetería contra él si no fuera por sus siguientes palabras:

-La próxima vez que cometas un error, la bala atravesará su cabeza.

Una amenaza directa.

Vuelvo a girarme para mirar a Madge. Intenta ocultar el dolor sacando toda la rabia que tiene. Desvío la mirada y cuento hasta diez. Después, giro la cabeza para enfrentarme a Romulus.

-No tendrás más problemas conmigo.

-Eso ya lo sabía. - dice sonriendo sádicamente. Después, le hace un gesto a los agentes de la paz que hay a mi espalda - Será mejor que te la lleves y hagas algo con ese brazo.

Espero a que se vayan. Todos. Los agentes de paz y las personas que han ido a la plaza para ver qué pasa. Después me agacho y cojo a Madge en brazos como puedo.

-¿Dónde te llevo? - Pregunto, intentando no mostrarme asustado. - ¿A tu casa?

-¡No! - Exclama lo más alto que puede - A mi casa no por favor. No lo soportará.

No sé a lo que se refiere, aunque supongo que será a su madre, enferma con jaqueca. Así que emprendo el camino a la Aldea de los Vencedores.

Mi casa sigue rodeada de agentes de la paz, pero ninguno me impide entrar con Madge en brazos. Cuando la dejo encima del sofá está muy pálida.

-Madge - susurro, pues tiene los ojos cerrados - ¿qué hago?

-Sácame la bala. - Su voz es áspera.

-No tengo nada con qué dormirte, Madge. No soy médico.

-¡Sácala!

Corro a la cocina, donde guardo botellas de alcohol. Una vez, Ripper dejó de vender alcohol y Haymitch se convirtió en un vecino horrible que no dejaba de gritar, desde entonces tengo una botella para emergencias y, aunque seguramente Haymitch la necesitará pronto, ahora me parece mucho más importante.

Derramo parte del contenido sobre la herida de Madge, que se muerde el labio para no gritar de dolor. Después busco entre los cubiertos hasta que encuentro lo que parecen unas pinzas alargadas.

-Lo siento, Madge - susurro antes de introducir el artilugio que el proyectil ha dejado en su brazo.

Durante los próximos cinco minutos hago un gran esfuerzo por no escuchar los gritos, sacar la bala y mantener a Madge quieta en el sitio. No tarda en desmayarse por el dolor. Termino poco después, cosiendo y cerrando la herida. La limpio como puedo y la vendo con cuidado. A continuación, con una toalla húmeda, me entretengo en limpiar los restos de sangre que recorren el brazo de la hija del alcalde y le quito la chaqueta empapada en sangre. Las camisetas de debajo están igual, pero supongo que ya tendrá tiempo de limpiarlas. Por último, cojo a Madge y la subo a mi dormitorio, donde la acuesto con cuidado y le seco los restos de lágrimas de la cara.

Cuando bajo al salón, limpio el sofá y recojo todo lo que he utilizado. Debería darme un baño, pues estoy lleno de sangre, pero opto por sentarme en el suelo, apoyar la cabeza contra la pared y quedarme dormido. Ni siquiera sé cómo lo consigo después de todo lo que ha pasado, de todo lo que he descubierto esta mañana. Hace tan sólo doce horas estaba escapando de este lugar en el que vuelvo a verme encerrado.




Me despierto tiritando. La habitación se encuentra completamente a oscuras, lo que significa que ya ha anochecido. Antes de nada, decido subir a darme un baño, para quitarme el frío del cuerpo.

Al entrar en mi habitación me encuentro con Madge tumbada en la cama. Al verla así siento más frío del que me invade ya de por sí. Cojo ropa limpia y entro en el cuarto de baño sin hacer ruido.

El agua caliente alivia el dolor. Lanzo un profundo suspiro y decido llenar la bañera. Me quedo sumergido en ella durante horas, hasta que el último centímetro de mi cuerpo está arrugado. Es entonces cuando salgo del agua.

Al regresar a la habitación me siento en el borde de la cama y observo a Madge con atención. Poco a poco comienza a amanecer, lo que significa que hemos dormido cerca de veinticuatro horas. Si no fuera por los movimientos de su pecho al tomar aire, pensaría que está muerta. Decido despertarla con delicadeza, pero pasados unos minutos mis tripas empiezan a rugir y pierdo la paciencia. Bajo a preparar algo de comer para ambos, aunque dudo que Madge se despierte en todo el día. Sin embargo, cuando regreso a la habitación, la encuentro sentada en el borde de la cama, mirando en dirección a la ventana.

-Ni se te ocurra levantarte – le digo, sobresaltándola.

-Gale... - susurra .- ¿Seguimos en tu casa?

-Sí – asiento.

Me siento junto a ella y le pongo delante el desayuno, que consiste en algo de pan duro con carne y queso y un plato de caldo. Al verlo, mira la comida con desaprobación y repugnancia.

-¿No es suficiente para ti? - pregunto bastante molesto, pues aunque ahora puedo acceder a todo tipo de comida, sigo apreciando demasiado su valor.

Me mira a los ojos con algo de sorpresa antes de susurrarme:

-Es demasiado. No tengo nada de apetito, Gale.

Sus palabras, su tono de niña pequeña y herida, hace que mi enfado se esfume. Le acaban de disparar y yo esperaba que estuviera deseando comer. Parece que haya olvidado todo lo que he aprendido estos años atrás.

-Lo siento – digo, pegándole un bocado a mi trozo de pan.

-No lo sientas – contesta. - Gracias a ti no me he desangrado.

-¿Te duele? - pregunto, incapaz de levantar la mirada del suelo.

-Duele bastante.

-Tal vez debería echarle un vistazo.

Le quito la venda con cuidado y me encuentro con una zona en la que el color morado, negro y rojo luchan por predominar. Las irregulares puntadas de hilo tampoco ayudan a mejorar el aspecto. Por suerte, he traído algo de alcohol con el desayuno y, antes de que se de cuenta, le echo un poco en la zona. Madge lanza un grito y se levanta de un salto. Se cubre la herida con su mano y me mira aterrada.

-Tenía que hacerlo – digo.

Tarda unos segundos en volver a sentarse a mi lado y, esta vez, coge una cucharada de caldo. Es en ese instante cuando me doy cuenta de lo pálida que está.

-Madge – comienzo – necesito que me expliques algunas cosas.

-¿Como cuál? - pregunta cogiendo otra cucharada. De repente parece haber encontrado su apetito.

-¿Has causado problemas mientras yo estaba fuera?

-Demasiados – comenta algo divertida, aunque en su tono también hay algo de tristeza e incluso de terror.

-¿Qué te hicieron?

Sus ojos se levantan antes incluso de que termine de formular la pregunta. Se le humedecen en cuestión de milésimas de segundo y, a continuación, se quita la camiseta dejando al aire una espalda llena de cicatrices que aún no se han curado.

-Latigazos – susurro, acariciando su espalda casi inconscientemente.

-Diez – susurra.

De repente noto de nuevo la sensación y tengo que respirar profundamente para no perder el control.

-No puedo creerlo – digo mientras se vuelve a poner la camiseta, intentando contener la rabia – Eres la hija del alcalde.

-¿Y qué? - explota. - ¡Sigo siendo una ciudadana del doce que pasa hambre, Gale! Ya te lo expliqué en el cementerio. Creen que yo no he sufrido los juegos. ¡Pero mi madre está enferma por ellos! - se deja caer en la cama después de haberse levantado – Es como si no tuviera madre, y todo porque le arrebataron a su hermana, Gale.

Sé que no sirve de nada pedirle perdón, así que cambio de tema.

-¿Qué opina tu padre? - pregunto.

-No lo he visto – dice y, al levantar la mirada, veo un brillo especial en los ojos. Un brillo demasiado familiar. El mismo brillo que tenía Katniss cuando quedábamos para ir al bosque, cuando sabía que debía romper una norma establecida por el Capitolio – En cuanto dejaron de darme latigazos fui a casa de Katniss, en la Veta. Como sabrás, no hay nadie – al oír esto en boca de otra persona, todo se hace más real – Pero sus vecinos me ayudaron. Me curaron un poco y me dieron de comer. He estado viviendo en casa de los Everdeen desde entonces. Ahora todos los del doce me ven diferente.

Por supuesto que la ven diferente. Siempre la han tenido como la protegida hija del alcalde, pero ahora es una chica que desafía al Capitolio, que recibe latigazos, a la que han disparado... Ahora es una luchadora más, una superviviente. Nosotros no contamos los días que nos quedan por vivir, sino los que llevamos vividos y, ahora, ella también. Es una rebelde. Pero las palabras son demasiado peligrosas como para decirlas en voz alta. Sin embargo, no puedo dejar que sigan haciéndole daño. No sabe hasta qué punto están dispuestos a aguantar los agentes. Aún tiene que aprender y yo estoy dispuesto a enseñarle.



-Madge – susurro – Vas a quedarte aquí, ¿de acuerdo?

domingo, 1 de diciembre de 2013

Capítulo 12 - Encarcelamiento

-¿Atalanta?
Mi cabeza tarda un par de segundos en asimilarlo. Puede haber más de una Atalanta en el Capitolio, tal vez sea una simple coincidencia.
-Típico de Seneca. Cómo le encanta hacerme esto. – dice sin dejar de mirar cómo Seneca se aleja entre la multitud.
No. Es ella. Es la misma chica que me ayudó a intentar conocer mejor los juegos. ¿Me ayudó? No. Me sacó información para usarla en mi contra.
-Tú eres Atalanta. Eres una vigilante, una asesina.
-Vamos a ver. – dice, levantando las manos y volviendo la vista hacia mí – Primero, vamos a presentarnos oficialmente. Gale, soy Atalanta Crane – dice tendiéndome la mano.
-¿Crane? ¿Eres hija de Seneca Crane?
-¡No! – casi parece escandalizada por lo que acabo de decir. – Sólo nos llevamos ocho años, ¿cómo va a ser mi padre? Es mi hermano.
-¿Tu qué?
-Gale, no pensarás que con veinte años he llegado a ser vigilante por mí misma, ¿no? He de decir que tengo ideas que al resto de los vigilantes les encantan, pero que el Vigilante Jefe sea mi hermano ayuda bastante.
Me tapo la cara con las manos, intentando ordenar todas las preguntas que aparecen en mi mente. Atalanta, la chica que supuestamente me ayudó y a la que, según Madox, poca gente ve, está ahora mismo frente a mí. Pero no me ayudó, es una vigilante, hermana del Vigilante Jefe.
-Gale… - noto su mano sobre la mía y la aparto con violencia. – Vamos a bailar.
Entonces me agarra con más fuerza del brazo y me lleva por entre la gente hasta un pequeño espacio en el que ambos podemos movernos. Por suerte, Effie me enseñó a bailar. Cuando me suelta el brazo, descubro que me lo ha dejado enrojecido.
-Eres fuerte – digo, apretando la zona colorada.
-He tenido que serlo. – dice, y aparta rápidamente la mirada - Vamos.
Apenas soy consciente del baile. Sólo sé que me muevo al ritmo de la música y que ambos encajamos como uno solo. Cuando consigo dejar de mirar mis pies para encontrar el ritmo, levanto la mirada y observo los ojos verdes que tengo delante, en busca de cualquier rastro de rencor, odio, placer… pero no hay nada.
-Deja de mirarme, me pones nerviosa. – pero sigo mirándola, en algún momento mostrará algo de alegría al haber sido capaz de engañarme. – Está bien, ¿quieres preguntarme algo?
Tengo cientos de preguntas en la cabeza, pero lo único que consigo decir es:
-Me mentiste.
-¿Me preguntaste que si era vigilante? No. Así que no te mentí. – contesta sin sonreír.
-Cierto. Te limitaste a fingir que me ayudabas cuando en verdad estabas sacándome información y, quién sabe, volviéndome aún más paranoico. – abre la boca para protestar, pero la corto – Espera, tengo una teoría más interesante. Me ayudaste a dejar de ser tan peligroso para que tu hermano pudiera ir a la casa en la que me hospedaba para amenazarme sin riesgo a que yo lo matara. ¿He acertado?
Ahora parece desconcertada. Intento zafarme de ella, pero me sujeta con más fuerza, anticipándose a mi movimiento.
-Escucha – dice con una voz llena de paciencia y de comprensión, lo que me desconcierta – No sé por qué mi hermano fue a verte. Lo único que sé es que mantengo todo lo que te dije esos dos días y quiero que cuando te hablen de mí no pienses en Atalanta la vigilante, sino en la chica que te dio consejos, unos consejos que sigue manteniendo.
-Tú mataste a Will y Cassy.
-¿Te refieres a los chicos que no dejaban de idear formas para acabar con tu vida? Sí, yo los maté. Y no me arrepiento, Gale.
Me aparto un poco de ella, lo justo para mirarla a la cara. No sé arrepiente, por supuesto que no. Es una vigilante. Tiene el ceño fruncido y los labios son una fina línea roja oscura. Es la misma expresión que ponía Katniss cuando apuntaba con el arco a una presa. Concentración. Y es la expresión que debería hacerme confiar en Atalanta, pero no es suficiente, aunque supongo que si quiere contarme algo no podrá hacerlo aquí.
-Por eso conseguiste vídeos de los Juegos que no fueron transmitidos en el Capitolio, ¿no? Porque eres una vigilante. - asiente sin apartar la mirada – Entonces, me ayudaste a ganar – vuelve a asentir, casi imperceptiblemente - ¿Por qué?
Abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla, como si estuviese meditando sobre qué decir. Esto me hace dudar de ella. ¿Estará inventándose algo que me vea obligado a creer? No le costaría trabajo, pues es una de las personas que más me conoce. Tal vez su misión era mantenerme con vida porque así lo quería el Presidente Snow. Tal vez él quería desde el principio que uno de los dos saliese con vida para mostrarnos a los distritos como un claro ejemplo de lo que ocurre al desobedecer las normas. Sin familia. Sin amigos. Convertido en un peligro. Y esta noche le he dado algo más: sin amor.
Sin embargo no es eso lo que dice, es algo que no comprendo del todo. Ni yo, ni ella.
-No lo sé.
Ambos nos detenemos al mismo tiempo. La gente sigue bailando a nuestro alrededor, pero nosotros permanecemos en el centro, inmóviles, mirándonos el uno al otro y esperando a que el de enfrente baje la mirada. Y entonces la entiendo. No conozco las razones, pero es su mirada, sin miedo a nada, segura de sí misma, la que me obliga a creer en ella. A pensar que, independientemente de lo que la haya llevado a ello, sólo intentaba ayudarme. Somos dos personas defendiendo ideas diferentes y, el primero en apartar la mirada, soy yo.
Ella ha ganado.
-Tengo que marcharme – dice. Me coge del brazo, esta vez con menos fuerza, y me saca del bullicio de los bailarines. Comprueba la hora en un reloj de pulsera dorado y después empieza a hablar muy rápido - Mi plan hoy era observarte desde lejos, que no me reconocieras. Pero mi hermano no parecía conforme. Si te ha llevado hasta donde estaba yo es porque sabe que nunca me muestro ante las personas a las que ayudo. Él no sabe lo que ocurrió allí, pero sabía que si nos presentaba te desconcertaría. Así que no dejes que eso pase y sigue concentrado en lo que sea que deberías estarlo ahora mismo. Quiero que estés pendiente de los relojes, son muy importantes, ¿de acuerdo? - se desabrocha el reloj dorado de la muñeca y me lo entrega – Termina de atar cabos, ¿lo has entendido? - asiento – No puedo contarte más, es demasiado arriesgado. Sólo quiero que vigiles las horas.
Se aleja un poco de mí y toma una profunda bocanada de aire. Se pasa las manos por el pelo, solucionando hasta la última imperfección. Después me tiende la mano.
-Ha sido un placer conocerte en persona, Gale Hawthorne. Algo me dice que volveremos a vernos muy, muy pronto.
Acepto su saludo y, antes de darme tiempo de despedirme, se da la vuelta y sale por una de las puertas que hay en la gran sala.

-¡Gale! Aquí estás. Llevo horas buscándote. - estaba a punto de dormirme cuando me sorprende la chillona voz de Effie, seguida de Portia, mi equipo de preparación y dos agentes de la paz que llevan a un Haymitch borracho e incapaz de permanecer en pie – Tenemos que volver a casa. Espero que hayas disfrutado de la fiesta.
Asiento mientras me uno al grupo, que desfila entre la gente intentando llegar hasta las dobles puertas de la sala. Madox está delante de mí. Me pregunto si debería decirle que he conocido a Atalanta y que sé que es vigilante. Pero descarto la opción. ¿Y si Madox no conoce esa identidad de la chica que iba con él a clases? Lo podría meter en más problemas de los que ya lo he metido esta noche, y no sería muy buena idea teniendo en cuenta todo lo que ha hecho y podría hacer por mí.

El viaje en tren dura dos días debido a un problema mecánico. Así que tenemos que realizar una parada durante toda la mañana del segundo día de viaje. Effie está histérica y no deja de dar vueltas por los pasillos y asomarse a las ventanas para decirle a los mecánicos que se den prisa. No entiende que llamándolos cada dos minutos para comprobar cómo van los arreglos no hace más que entorpecer su trabajo.
Yo permanezco en mi compartimento y sólo salgo para las horas de la comida, en las cuales ni siquiera como mucho.
Las cosas están cambiando. Primero, el Capitolio nos mandó a mí y a Katniss a los juegos para mostrar lo que ocurriría si seguían sin cumplir sus normas; después, Portia me ayudó a llevar pruebas de lo que significa libertad al resto de distritos. Las cartas de los antiguos vencedores también son puntos importantes, por no hablar de la nota de Haymitch. Mi familia sigue viva… o al menos parte de ella. En último lugar, está Atalanta. Lo normal sería que desconfiara de ella. No sólo es una vigilante, sino que también es la hermana del Vigilante Jefe, un hombre que no ha dejado de amenazarme desde que empecé los juegos. Sin embargo, había algo en la mirada de Atalanta que no me permitía desconfiar de ella.
Cuando al fin llegamos al Distrito 12, ocurre algo extraño. En cuanto bajamos del tren, nos meten casi a empujones en un coche que nos lleva a la puerta de atrás del Edificio de Justicia. Cuando bajamos, el alcalde nos conduce a un comedor donde ya han preparado los banquetes. Nos comunican que se ha cancelado los eventos que tenían lugar fuera del edificio. Durante la cena, intento buscar a Madge para que me diga algo sobre lo ocurrido, pero no hay rastro de ella. Al final, decido hacer lo que he hecho en todos los distritos: sentarme frente a un reloj de madera bastante lujoso que hay colgando en una de las paredes. Los minutos pasan, las horas se convierten en años y, finalmente, llegan las doce. Ahora, Atalanta debe estar ocupando el lugar frente a las cámaras que controlan todo Panem. Ahora mismo, hace una semana, algún vencedor se habría acercado a mí y me hubiera entregado la nota. ¿Por qué a las doce? ¿No soy el único que confía en Atalanta? Tal vez sólo sea eso por lo que confío en ella, porque el resto de vencedores parecía confiar en ella también. Aunque tal vez sólo fuesen coincidencias y todo esté pasando en mi cabeza.
Pero no todo está en mi cabeza. Está pasando algo extraño y una hora después de las doce, me lo confirman. Un grupo de agentes de la paz nos escolta a mí y a Haymitch a la Aldea de los Vencedores. Forman amplios grupos a ambos lados de nosotros, por lo que nos impiden ver lo que sucede en las calles. Pero no me hacen falta los ojos para saber lo que ocurre. La ausencia de sonidos y el chirrido de las ventanas al cerrarse me confirma que todo el mundo está en sus casas. No nos dejan hablar, ni despedirnos; simplemente nos separan a mí a mi antiguo mentor y cierran las puertas de nuestras casas. Intento asomarme a una ventana de la planta de arriba, buscar algo que me ayude a conocer la situación actual del distrito, pero ya sea por la extensa niebla o porque no hay ni una sola luz encendida en el distrito, mis ojos no consiguen descubrir nada.
Al día siguiente, cuando me despierto, ha nevado. Y esto es lo peor que podría pasarle ahora al Distrito 12, sobre todo por la noticia que me da Haymitch por teléfono: han cancelado los suministros de comida que mi distrito había conseguido por mi victoria en los juegos. El distrito no tiene ninguna forma de conseguir alimento.
Los días siguen pasando y sólo hay una cosa que me mantiene cuerdo: trampas. Con lo que recogí antes de marcharme a la Gira de la Victoria, consigo hacer decenas de trampas. Unas conocidas de siempre y otras aprendidas en los juegos, incluso preparo una de mi propia invención que atraviesa al animal desde abajo.
Pero la preocupación sigue atormentándome. Cada vez que intento salir de la casa, me encuentro a una agente de la paz camuflado con la nieve que acaba metiéndome dentro  antes incluso de que me dé cuenta de donde estaba escondido. Intento hablar con ellos, gritarles que me dejen salir, pero es inútil. Mis días se convierten en una rutina, en un encarcelamiento... Hasta que recibo la ropa del tren. Es entonces cuando recuerdo la carta del Distrito 2. Espero a que lleguen las doce de la noche para leerla escondido entre las sábanas, con la ayuda de los escasa luz que entra bajo las espesas mantas. La letra es pulcra y clara, de mujer.
"Cuando Clove era pequeña, encontró un gato al otro lado de la alambrada. Era un gato salvaje, negro; pero Clove se enamoró de él en cuanto lo vio. Intentó con todos sus esfuerzos hacerlo pasar al otro lado de la alambrada y, finalmente, lo consiguió. Sin embargo, el gato no salió ileso. Fue ella misma la que le cosió la herida del labio, aunque claro, ella no era médica. Todos los gatos odiaban a Philip, bien por su herida o porque procedía del bosque. El caso es que Clove quiso darle a entender que él no era raro y, un día, la encontramos sangrando con un cuchillo en la mano. Cortar a la gente se convirtió en una seña de identidad para ella. Marcaba a todos aquellos en los que confiaba, como la familia, como Cato, y como tú.
Confiaba en ti. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, ten esto presente.
Véngala por nosotros."
Al final de la nota, hay escrito en letra diminuta y temblorosa: "Philip murió el mismo día que ganaste los juegos".
El mismo día que murió Clove. Inconscientemente me llevo la mano a mi labio inferior, justo donde está mi cicatriz. Así que fue eso, Clove llegó hasta la planta 12 por la noche y me hizo esto porque confiaba en mí. Ahora la pregunta es cómo logró subir arriba. Lo hizo una vez, pasa avisarme de lo que había ocurrido con los chicos del Distrito 8. ¿Pero la dejarían subir y hacerme un corte? La pregunta es tan lógica que no tengo dudas. Seguramente Seneca o el propio Snow le dieron permiso para hacer lo que se le antojara con nosotros. Y ella los había engañado. No había subido para asustarme. De algún modo o de otro Clove sabía lo que iba a pasar, y estaba decidida a hacerme saber que ella confiaba en mí. Y ahora la pregunta es: ¿por qué?
Esa es la pregunta que no desaparece de mi cabeza durante semanas. Y solo soy capaz de quitármela un día, cuando, al otro lado de la ventana del dormitorio, veo la figura de Haymitch moverse por su salón. Bajo corriendo las escaleras sin hacer ruido y me acerco a una de las ventanas del salón, la abro y asomo la cabeza. Hay varios agentes de paz en mi jardín pero, si soy rápido y sigiloso, puedo lograr cruzarlo sin hacer ruido. Pero no puedo abrir la ventana si Haymitch no me abre, aunque si no lo intento ahora no tendré más oportunidades. Así que salto por la ventana y caigo sobre la nieve, que ya tiene medio metro de altura. Esto dificulta los cinco metros que me separan de la ventana. Por suerte, justo en mitad, hay un gran arbusto que puede ocultarme. La nieve atraviesa el tejido de mis pantalones y me hiela las piernas. Con el sigilo con el que cazaba en el bosque, me arrastro por la nieve y me pego a la pared de la casa de mi antiguo mentor. Doy unos suaves golpes en la ventana y escribo en el cristal "En silencio", esperando que Haymitch pueda leerlo en la superficie empañada. Y supongo que lo hace, pues abre la ventana con gran sigilo, pero no lo suficiente. El agente de la paz que está más cerca se gira y comienza a buscar con la linterna el origen del ruido. Rápidamente salto a la ventana, justo cuando la luz me alcanza, y entro en la casa en el momento en el que suena el disparo. Maldigo en voz alta mientras busco a Haymitch con la mirada. Está junto a la ventana, más pálido de lo normal.
-¿Se puede saber por qué nos han encerrado?
-No debería importarnos - contesta, y camina hacia el centro de la sala con la botella de licor en la mano.
-¡Escucha! - Le grito.
-No, Gale. Escucha tú. Desde que decidiste saltarte las normas la vigilancia se ha incrementado. Han encontrado a los padres de Cassy y Will muertos, se han suicidado. Más nos vale seguir las normas que están dictadas si no queremos acabar mal, Gale.
En ese momento cede la puerta, que ha estado siendo golpeada desde que entré por la ventana. Tres agentes de la paz entran. Dos de ellos me agarran por los brazos y el tercero me apunta con una pistola. Me arrastran fuera de la casa sin dirigirle una mirada a Haymitch. Me han encerrado en la casa tantas veces que ya ni me molesto en resistirme, pero esta vez pasan al lado de la puerta como si no la vieran.
-¿No me vais a encerrar?
Ninguno me contesta.
Seguimos caminando, salimos de la Aldea de los Vencedores y finalmente llegamos a la plaza que, por primera vez desde hace mucho, está iluminada. Me percato de que no la he visto desde que me marché a la gira y, en cuanto entramos, me quedo petrificado. Está diferente, muy diferente. Hay cientos de objetos metálicos y no tengo que fijarme mucho para distinguir lo que es una horca. ¿Cuántas personas habrán sido torturadas y asesinadas en la plaza desde que me marché?
Se detienen en una jaula de hierro que me llega hasta la altura de la cintura, abren la puerta y me obligan a entrar.
-Ya que no te gusta estar en tu casa, - dice el que me ha apuntado con la pistola durante todo el camino -  vas a pasar la noche aquí.
Y se van.
Empiezo luchando contra el metal, intentando romper el candado, hasta que las manos se me entumecen y me es imposible mover los dedos. Finalmente, decido hacerme una bola en una de las esquinas e intentar no morir esta noche de frío.

Pasaba noches en el bosque con Katniss cuando nevaba. Íbamos allí, desesperados por cazar cualquier cosa con las que las extremas temperaturas no hubiesen acabado. No sentábamos al abrigo de las rocas, ocultándonos del helado viento y tapados con todas las mantas que había en nuestras casas, donde los fuegos de las chimeneas permanecían encendidos toda la noches, y nos sentábamos a esperar a alguna ardilla, alguna lechuza o a cualquier animal que estuviese dispuesto a salir por la noche.
Puede que sea la falta de esas mantas, o la falta de Katniss como compañía, lo que hace que esta sea la peor noche de mi vida. No pego ojo, de eso estoy completamente seguro. Hay un momento de la noche, en el que me invaden los temblores que he intentado contener. Justo cuando creo que he llegado a un punto cercano a la muerte los temblores cesan y recupero la respiración. Noto una presencia a mi lado, familiar, reconfortante.
-Katniss - susurro medio inconscientemente, bien por el frío o bien por mi falta de cordura. Tal y como esperaba, no obtengo respuesta.
No sé cuánto tiempo transcurro con los ojos cerrados, la cabeza enterrada entre mis piernas y la espalda apoyada sobre los fríos barrotes, cuando empiezo a oír las voces, los murmullos y después, por encima de todas ellas, la grave voz.
-¡Estas son las consecuencias - la voz, a pesar de grave, es más fría que el hielo que cubre mi cuerpo - de revelaros ante la ley! ¡Esto - poco a poco abro los ojos. Todo sigue a oscuras aunque seguramente sea porque el cielo está tan nublado como lo ha estado estas últimas semanas - es lo que os espera a cada uno de vosotros si no colaboráis! Y ahora, id a trabajar.
Pasos. Hago un gran esfuerzo por levantar la cabeza y entonces los veos: los habitantes del distrito. Más delgados que nunca, enfermos, con delgados abrigos que los cubren del frío infernal y llenos de miedo. Los hombres pasan al lado de mi celda, de camino a las minas, mientras que el resto me observa con los ojos bien abiertos. Poco a poco, todos se marchan. Todos, excepto dos personas. Madge se acerca corriendo y pasa las manos por los barrotes para aferrarse a las mía, que deben estar heladas. Está diferente. Está más grande y guapa. Tiene un moratón en la ceja derecha y un corte en la barbilla. La sigue Peeta, que se agacha junto a ella.
-Gale, estás helado.
-Es lo normal, ha pasado aquí la noche. Toma - Peeta se quita sus guantes y me los da a través de los barrotes.
-¿Qué ha pasado? – pregunta Madge mientras me quita los guantes y comienza a soplar entre nuestras manos. El contacto con el aire es agradable.
Abro la boca y me dispongo a hablar, pero sólo consigo un castañeteo de dientes.
-Intenta hablar, por favor. Te necesitamos, todo el distrito te necesita. Todo ha empeorado, han aumentado la seguridad.
-¿Qu- Qué?
-Madge - susurra Peeta, esperando que no lo oiga. Sin embargo, mi oído no ha sufrido daños esta noche - ni siquiera él está bajo protección.
-Gale - continúa Madge ignorándolo - No sabemos qué hacer.
-Huid. - Cada palabra es como si me clavaran algo en el estómago, algo frío y puntiagudo.
Madge agacha la cabeza, apenada y la mueve de un lado a otro.
-Es imposible - dice Peeta.

-Gale, han electrificado la alambrada.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Info ^^

Hola chicos :)


No, no es capítulo nuevo. Vengo a daros las gracias porque este blog ha llegado a las 8000 visitas. Muchísimas más de las que esperaba conseguir.


También recordaros, aunque sé que no hace falta, que este viernes se ha estrenado En llamas. No quiero decir nada de la película, sólo que yo personalmente llevaba casi 500 días esperándola y, por supuesto, fui a verla como todos vosotros deberíais haber hecho ya :)


Y, por último, el otro día subí el capítulo 11 (llevo 5 cápítulos en los que no hay ningún comentario D: ) y ya no tengo más escritos así que seguramente algún día no cumpla en subir el capítulo, lo que significa que estaré trabajando en el siguiente. 


Espero que os esté gustado la segunda parte, que os encante la película y que comentéis en algún capítulo.


UN BESAZO A TODOS, TRIBUTOS ♥

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Capítulo 11. La declaración

¿El 13? El 13 no existe, lo destruyeron en los Días Oscuros. El Capitolio acabó con él para mostrar al resto de los distritos hasta donde alcanzaba su poder. ¿Por qué irían al 13? ¿Quién los ha visto? ¿Dónde? Y si sólo están Prim, Vick y mi madre, ¿qué ha pasado con Rory, Posy y la madre de Katniss? ¿Se separaron? No sé si reír o empezar a llorar. Están a salvo, no los tiene el Capitolio. Cualquier cosa que haga no repercutirá en ellos. Pero, ¿por qué van al 13? Intento ponerme en su lugar, ¿iría yo al 13? No. Me quedaría cazando en el bosque, sin embargo ellos no saben cazar. ¿Se creerán más seguros en la cercanía del 13? Allí no hay agentes de la paz, o al menos no permanentemente ya que a menudo se trasladan hasta allí periodistas que muestran en televisión las ruinas del Edificio de Justicia.
Esperanza. Ese sentimiento vuelve a inundarme el corazón. Los han visto con vida, lejos del desastre que hay aquí y, si los han visto, ¿les habrán dicho que sigo con vida? ¿Qué habrá pensado Prim, la pobre e inocente Prim, al saber que su hermana no salió con vida de la arena? Desde luego, es fuerte. Es como su hermana, una chica que se crece en los momentos difíciles. ¿Lo habrá hecho esta vez? Sin duda, Katniss se sentiría muy orgullosa.
Esta noche sueño con el bosque. Un bosque que brilla y resplandece conforme me adentro en él. Es entonces cuando el cielo se oscurece y la oigo cantar, en nuestro punto de encuentro, sentada en la roca.
-Katniss.
Es al pronunciar su nombre cuando me despierto. Es un despertar dulce, sin sobresaltos; porque en el fondo sabía que era un sueño. Era demasiado bello como para no serlo. Me quito las sábanas de encima que de repente parecen pesar toneladas y me aplastan contra el colchón. Sentado al borde de la cama, apoyo la cabeza en mis manos y dejo que todo salga al exterior de mí. Las lágrimas me llenan los ojos y caen una tras otra en la alfombra que hay a mis pies. Odio llorar, pero teniendo en cuenta lo que he pasado en los dos últimos dos meses (la muerte de mi mejor amiga, la desaparición de mi familia, la Gira de la Victoria) sería imposible no derramar alguna que otra lágrima. La verdad me golpea con fuerza. Katniss. Echo de menos a Katniss. Mucho. Demasiado. Si muriera ahora todo sería más sencillo. ¿Por qué no acabar con mi vida? Pero encuentro la respuesta antes incluso de terminar de hacerme la pregunta. Me necesitan. Hay gente que me necesita. Eso dicen las notas que he recibido. Y también está mi familia, perdida en el bosque y camino de un lugar cuyos escombros  aún arden. También están Posy, Rory y la madre de Katniss. Aún tengo que averiguar dónde están, encontrarlos y ponerlos a salvo.
No sé cuánto tiempo permanezco en esta posición, pero cuando llegan los primeros rayos del alba, entro en el cuarto de baño y empiezo a arreglarme. Me doy un largo y relajante baño. Cuando me he sacado me peino lo mejor que puedo y me visto con la ropa que llevé en el Distrito 2. Hoy llegaremos al Capitolio, donde tendremos una cena en la mansión del Presidente Snow.
Justo cuando empiezan los golpecitos en la puerta de mi habitación, la abro de golpe, dejando a una Effie sorprendida y con la boca abierta, lista para pronunciar la frase de todos los días.
-Buenos días, Effie. ¿Lista para un día muy, muy importante? – pregunto sonriente.
Effie no sabe si molestarse por mi imitación o sentirse orgullosa de mi buen humor. Opta por sonreírme y caminar hacia el comedor. Así que cierro la puerta detrás de mí y avanzo con ella por el pasillo. Mientras esperamos al resto en el comedor, que está desierto a excepción de los sirvientes, quienes nos miran deseosos de atender nuestros caprichos; Effie me muestra su horario y yo finjo interesarme por la predicción al segundo de lo que tardaremos en hacer hasta el más mínimo detalle.
Minutos más tarde llega Portia con mi equipo de preparación y Haymitch. Todos nos sentamos y empezamos a comer. Yo opto por coger un cuenco de chocolate caliente donde baño  un panecillo.
-No has hecho un mal trabajo con el pelo, Gale – comenta Carlo a mi lado, colocándome mechones de pelo en su sitio después de haber acabado de comer.
Sonrío como respuesta de agradecimiento.
Haymitch me observa crítico hasta el último movimiento. Arqueo las cejas y lo miro a los ojos, interrogante.
-Te veo animado – dice.
-Me siento… renovado. Como si me hubiera desahogado de todo el estrés de la última semana.
El tren se detiene en la estación del Capitolio, donde nos esperan dos coches negros, con los cristales tintados. Entro en uno de ellos con Effie y Haymitch. Las calles pasan a ambos lados de las ventanillas y las contemplo con curiosidad. No han cambiado desde la última vez que vine. La gente sigue siendo igual de extravagante, con pelucas multicolor y larguísimas pestañas. Las calles siguen impecables y los edificios brillan a la luz del sol.
Llegamos al Centro de Entrenamiento, en el que residí durante mi preparación para los juegos, y el ascensor nos lleva a la planta 12. En cuanto entro me invade la agonía y la alegría que intentaba desprender a lo largo de la mañana desaparece. Conforme paseo por la planta, no dejo de recordar cosas. Aquí discutí con Katniss. Aquí me senté junto a Katniss. Aquí Katniss y yo nos percatamos de la presencia de la avox pelirroja a la que tuvimos la oportunidad de salvar antes de que el Capitolio la capturara, pero no lo hicimos. En cuanto Carlo me encuentra, ya no me suelta. Me conduce casi a rastras a mi antigua habitación y me empuja al cuarto de baño, donde Madox está llenando la bañera con la primera mezclas.
Pasan toda la mañana arreglándome entre baños, depilación por parte de Eridia, corte de pelo, etcétera. Cuando terminan ya es la hora del almuerzo, así que nos dirigimos todos juntos a almorzar. Como estamos en el Capitolio, decido no comer nada, así que espero hasta que los demás terminan. Por suerte, he pasado tantos momentos de hambre antes de los juegos que perder una comida no me supone problema. Cuando terminamos, Portia me conduce a su habitación y saca de nuevo la bolsa negra. Cuando la abre no puedo reprimir una sonrisa. Saca con cuidado unos pantalones verdes oscuros, una camisa negra y una chaqueta verde clara. Son los colores del bosque: el verde.
Bajamos a la primera planta y salimos al escenario que han colocado frente al Edificio de Justicia. Un sonriente Caesar Flickerman, con un traje azul marino brillante y pelo, cejas y labios pintados de azul celeste, me da la bienvenida y comienza la entrevista.
-Hemos oído rumores de que has visitado el Capitolio hace poco.
-Sí. - me quedo pensativo un par de segundos, decidiendo si exagerar lo ocurrido o no. Opto por lo primero – Intenté matar a varias personas en mi distrito.
-¿Qué? - noto como Caesar se sujeta con fuerza a los brazos del sillón e intenta hundirse en él.
-Bueno, imagina que ganas los juegos. Te conviertes en un asesino y tienes que revivir lo ocurrido una y otra vez. No solo en la televisión, sino también en tus sueños. Al final me encontré en una situación en la que cualquier comentario me parecía una amenaza. Intenté matar a mi mentor.
Las cámaras enfocan a Haymitch, quien levanta el pulgar en señal de que está en buenas condiciones. Los habitantes del Capitolio se dividen ente aplausos y abucheos. Caesar ríe y yo lo imito.
-Tranquilos – digo, dirigiéndome a la ruidosa y estrafalaria multitud – está sano y a salvo ahora que me he recuperado de mi pequeña crisis.
La gente aplaude y yo intento sonreír lo más auténticamente que puedo.
-¿Qué te ha parecido la Gira de la Victoria, Gale?
-Dura – contesto sin pensarlo dos veces. - Si hay algo peor que enfrentarse a los tributos es enfrentarte a los familiares. Lo he pasado bastante mal, ciertamente.
-Dinos algo más. Háblanos de tu talento: la fotografía. ¿Cómo lo descubriste?
-Fue extraño. Cuando vine al Capitolio me alojé en la casa de Madox, pertenece a mi equipo de preparación. Es un excelente tatuador.
-¿Es él el que ha tatuado tu cuerpo? - pregunta Caesar, sin molestarse en ocultar la sorpresa.
-Sí. - veo cómo la cámara enfoca ahora a Madox, quien está sonrojándose hasta adquirir el tono de su pelo. No, no quiero que lo enfoquen a él. No quiero que lo hagan responsable de llevar la libertad a todos los distritos – El caso es que a él le gusta la fotografía, así que me prestó su cámara. Fue bastante divertido porque cuando llegué a mi distrito me di cuenta de que había olvidado pedirle que me enseñara cómo usarla.
No es del todo cierto, pues sí que me enseñó. Pero decido ocultarlo, intentando arreglar un poco la importancia que tiene Madox en mis fotografías.
La entrevista sigue con preguntas para las cuales tengo que inventarme todas las respuestas. Qué cambios he notado desde que gané los juegos, cómo ha afectado esto a mi vida de antes, qué hago en los ratos libres en los que no estoy trabajando en mi talento, etcétera. Pero entonces llegamos a un tema peligroso.
-Gale, eres un chico muy apuesto. En la entrevista anterior a los Juegos nos aseguraste que no había nadie esperándote en el distrito. Sabemos que mentías. ¿Por qué no te abres un poco? Cuéntanos, ¿te alegraste de ver a alguien especial allí cuando llegaste?
-No – niego con la cabeza mientras sonrío. Reír por no llorar. Ni siquiera encontré a mi familia, allí no había nadie especial.
-¿No estás enamorado?
-Es... complicado.
-¿Complicado? ¿Cómo?
-No podría estar conmigo nunca.
-¿Por qué? - noto el silencio que me rodea. ¿Por qué no decirlo? Así todo el mundo sabrá que estoy luchando por algo que me importaba, que no descansaré hasta vengar su muerte.
-Está muerta. - la multitud ahoga un grito y, antes de que Caesar vuelva a preguntarme, añado – Estaba y sigo estando enamorado de Katniss Everdeen.
Hay gente que grita, otros permanecen en silencio y otros empiezan a toser, como Caesar, quien tiene que tomar un vaso de agua para seguir con la entrevista.
-Pero, ¿cómo...?
-¿Cómo es posible? - finjo una risa y comienzo a abrirme como nunca antes lo he hecho - Hace bastante años que la conocí, pero no me fijé en ella. Después comenzamos a vernos todos los días y nos convertimos en amigos. No me di cuenta de que me importaba hasta hace un año más o menos.
-¿Qué sentiste cuando la viste ocupar el lugar de su hermana en la Cosecha?
-Apenas me dio tiempo a pensar. Sólo recuerdo avanzar entre la gente, coger a Prim y llevarla con su madre. Justo cuando regresé a mi sitio, me nombraron a mí, así que apenas tuve tiempo de pensar en lo que acababa de ocurrir.
-¿Qué pasó cuando te diste cuenta de que no volveríais a estar juntos nunca?
-Nuestra amistad se rompió poco a poco. Tendríamos que luchar el uno contra el otro y ambos queríamos volver. Ese era mi objetivo, pero al final intenté mantenerla con vida a ella. Fracasé.
Tras un largo silencio, Caesar vuelve a su intento de mantener la entrevista a flote.
-Es una historia triste, Gale. Creo que todos compartimos tu sufrimiento.
-Lo dudo – digo sin dejar de sonreír.
La entrevista termina y nos llevan en un coche hacia la mansión del Presidente Snow. La fiesta se celebra en la sala de banquetes donde el techo, a doce metros de altura, se ha convertido en el cielo nocturno decorado por cientos de estrellas. Entre el suelo y el techo, los músicos flotan en lo que parecen nubes blancas. La sala está formada por decenas de sofás y sillones situados alrededor de chimeneas, estanques con peces o jardines llenos de flores. El centro de la sala es el único espacio carente de mobiliario, donde los extravagantes habitantes del Capitolio bailan y actúan. Alineadas en las paredes, hay mesas llenas de auténticos manjares: cabras, vacas y ciervos asándose; animales marítimos bañados en salsa, frutos, quesos, panes, verduras… Hay una mesa llena de cuencos con salsas y otra en la que hay una enorme ponchera de vino y licores ardiendo. Casi toda la gente está reunida alrededor de las mesas.
-No te pases con aquella mesa – le digo a Haymitch, señalando la mesa del vino. Él me dirige una mirada asesina y camina directamente hacia ella.
Camino cerca de las mesas, observando los platos y tomando nota mental de todo lo que es capaz de hacer el Capitolio con los alimentos que le proporcionan los distritos. La gente se acerca a mí, me saludo e incluso intentan consolarme con lo que ellos llaman mi “desastre amoroso”. Si ya es difícil tomarlos en serio con esa ropa, más aún cuando están borrachos.
Me siento en un sofá que está vacío y contemplo a la multitud que baila. Effie me enseñó a bailar para momentos como estos, en los que debería unirme a esa multitud y divertirme. Esta fiesta es para mí. Sin embargo, prefiero observarlos con recelo, estudiar su comportamiento, conocer cuál será su próximo movimiento… al igual que hago justo antes de cazar a una presa. Es un don natural.
La soledad dura poco. Un hombre no tarda en acompañarme en el rojo sofá sentándose a mi lado.
-Hola, Gale – me saluda.
Seneca Crane, con su barba trazando espirales y sus ojos críticos clavados en mí. Lo miro desafiante, pero parece no molestarse por mi saludo ausente.
-Me alegra verte. ¿No comes nada?
Justo en ese momento me doy cuenta de que sí que tengo hambre. No aguanto tanto sin comer como hace un año, aun así, niego con la cabeza.
-Deberías divertirte. Es una fiesta en tu honor.
-Tú deberías dejarme solo. ¿Te recuerdo por qué vine hace un mes y medio al Capitolio? No fue una visita por gusto. – pongo los ojos en blanco al ver que ni se inmuta y me levanto del sofá.
-Sé lo que estás haciendo. Parece que has ignorado lo que te dije – continúa hablando mientras avanzo entre la gente, intentando perderlo. - ¿Por qué no hablamos a parte?
Noto su mano sobre mi hombro y me aparto con violencia. Entonces me agarra por el brazo y me empuja hacia una de las zonas en las que apenas hay gente.
-Te dije que tuvieras cuidado con lo que hacías, Gale. No quiero recomendarle al Presidente Snow que destruya otro distrito.
La amenaza me cala hasta el último de mis huesos. ¿Sería capaz de ello?
-Tal vez si no me hubieras dicho que lo estaba haciendo muy bien al mantener a todo el mundo lejos del bosque no habría decidido volver a entrar.
Mi comentario lo pilla desprevenido. La expresión de seguridad desaparece durante un par de segundos, pero intenta recuperarla rápidamente.  
-Ten cuidado. Ya te dije lo que el Presidente Snow está dispuesto a hacer con muchos vencedores. Tú eres apuesto, Gale, y muchas personas pagarían bien por tus servicios.
-¿Y si me niego? Yo no tengo nada que perder, Seneca.
Esto hace que comience a reír. Si esto hubiera pasado hace dos días, cuando aún no sabía nada de mi familia, me hubiera aterrado. Sin embargo, ahora sólo sonrío triunfante, porque sé que todo lo que diga será falso.
-Siempre hay algo que perder – dice, una vez que ha terminado de reír. - ¿Qué pasaría si a partir de ahora hubiera más explosiones en las minas en las que murió tu padre?
Sigo con mi sonrisa triunfal, incapaz de borrar.
-La gente dejaría de ir a trabajar. ¿Y de dónde sacaríais carbón?
-Claro que irían a trabajar. ¿De dónde sacarían el dinero para alimentar a sus familias?
-Teniendo en cuenta lo que cobran por trabajar en las minas, apenas notarían la diferencia.
Vuelve a reírse, como si supiera algo que estuviera deseando contarme para hacerme saber que es él el que tiene razón. Así que, finalmente, cuando hablar, no puedo fingir mi curiosidad.
-Gale, deja que te presente a alguien.
Vuelve a cogerme del brazo con más fuerza de la necesaria y me dirige al centro de la sala, donde las personas bailan en pareja. Se acerca a una de ellas y golpea el hombro de la mujer, que no es más que una chica de veinte años, sin aparentes alteraciones como el resto de los habitantes del Capitolio. Tiene el pelo de un color caoba rojizo y los ojos de color miel, alta y delgada, con un vestido verde fluorescente que marca todas sus curvas.
-Creo que ya conoces a Gale - dice Seneca apartándonos a ambos de la multitud.
-Por supuesto - contesta, mirándome fijamente a los ojos.
La voz despierta algo dentro de mi cabeza, un recuerdo que no logro encontrar.
-Gale, te presento a una de las mejores Vigilantes con las que he tenido el honor de trabajar. Fue de ella la idea de las ardillas.
Las ardillas que atacaron a Will y a Cassandra. De repente me invade el pánico y las ganas de lanzarme contra esta asesina. Pero controlo la situación. No es el momento, ni el lugar. Sin embargo sigue habiendo algo en la voz de la mujer que hace sentir seguro. No es la voz en sí, es algo a lo que me recuerda.
-Eres un exagerado - responde ella sonriendo, aunque a mí me parece una sonrisa forzada.
Seneca no deja de sonreír a la mujer. Sólo aparta la mirada para contemplar su reloj.
-En fin, debo marcharme. Y no te entretengas, tenemos una reunión a media noche.
Una reunión de los Vigilantes. ¿Estarán preparando el Tercer Vasallaje de los Veinticinco? ¿Y cómo es posible que una chica tan joven sea ya una Vigilante capaz de aportar ideas sobre nuevas mutaciones? Debe de ser muy inteligente o sentir un inmenso placer por el sufrimiento de las personas y la sangre.
-Tengo vigilancia, Seneca. – lo corta la chica - Todos los días a las doce, ¿lo recuerdas?
Todos los días a las doce. Me pregunto si se habrá dado cuenta de que todos los vencedores me entregaban un mensaje exactamente a las doce en punto. ¿Será por eso por lo que Seneca me ha traído hasta ella?
-Está bien. Entonces te contaré más tarde. - justo antes de darse la vuelta para marcharse, se despide de ambos - Adiós, Gale. Nos vemos más tarde, Atalanta.

Capítulo 10. ¿Sanos y a salvo?

La Gira de la Victoria continúa. Distrito 10 y una nota más. Distrito 9 y una nota más. Distrito 8 y una nota más. En todas, lo que he descubierto que son antiguos vencedores, me animan a seguir ya que, aunque no he conseguido aún que la gente se una a la causa, estoy llevándoles el sabor de la libertad. Algo que ansían desde los Días Oscuros. Cada entrega de notas se produce a las doce en punto.
Mi equipo de preparación no necesita mucho tiempo para arreglarme. Sólo lo básico, ordenarme meterme en tres bañeras llenas de distintos potingues, arreglarme el pelo, aplicarme la mascarilla que impide que me salga barba y bigote y maquillarme superficialmente para taparme mis ojeras.
Vuelvo a tener problemas para dormir y eso que lo peor, los Distritos 1 y 2, aún no han llegado. Pero sueño con ellos, con los tributos que no conocí, y me imagino sus dolorosas muertes a manos de los profesionales. También están mis sueños en los que aparece gente de los distritos asesinada por romper las normas… y es culpa mía. Haymitch bebe más que nunca y me preocupa lo que esté pasando por su cabeza.
Cuando el tren afloja, Portia entra en mi habitación con la bolsa de siempre. Esta vez, en su interior hay unos pantalones negros con franjas a los lados que destellan como el fuego y una chaqueta de cuero marrón y azul.
-¿Y la camiseta? – pregunto, rebuscando en el interior de la bolsa.
-No hay camiseta – responde Portia, observando cómo se me quedan los pantalones.
-¿Qué?
-Vas a mostrar tus tatuajes. Tú decides hasta donde bajar la cremallera.
Eso tiene un doble significado. No sólo se refiere a cuánto quiero mostrar mi cuerpo, sino también cuánto quiero mostrar a la gente mis tatuajes, la recreación de lo que hay más allá de la alambrada. Termino por bajar la cremallera hasta el final.
Estamos en el Distrito 6, transporte. En mi opinión, unos de los distritos más esenciales de Panem. También es el distrito del que venían Cassandra y Will. Por un lado estoy tranquilo ya que hice todo lo que pude por mantener a ambos con vida, mientras que ellos, o al menos ella, sólo planeaban matarme. Por otro lado, estoy aterrado de encontrarme con sus padres. La madre de Will ganó los juegos justo un año después que su hermano, el padre de Cassandra.
Me encuentro con Haymitch y Effie en la puerta del tren. Cuando las puertas se abren, un grupo de agentes de la paz nos escolta hasta un coche negro de cristales tintados que nos conduce al Edificio de Justicia. Al igual que en el resto de distritos, cuando entro me invade el olor de la comida que están preparando para nosotros en la cocina. Aunque, a diferencia de algunos de los otros distritos, como el once, aquí no huele tanto a humedad y moho.
Nos ponemos en fila mientras suena el himno de Panem y salimos al exterior cuando el alcalde nos presenta a la multitud. Me reciben grandes aplausos y me pregunto si me odiarán o me respetarán por haber intentado salvar a sus dos tributos. Como siempre, recito la frase que el Capitolio ordena aprenderse a los vencedores, en la que recuerdo a los Días Oscuros y el honor de Cassandra y Will de haber muerto representando a su distrito. Pienso en Katniss, en qué pensaría de mí, si siguiera viva, al verme recitando esto, recordando que Los Juegos del Hambre son un castigo por el levantamiento de hace setenta y cinco años, a mí, alguien que siempre ha insultado al Capitolio en el bosque.
Me acerco al micrófono y empiezo mi pequeño discurso.
-Creía conocer a Cassandra y a Will. Me hubiera aliado con ellos desde el principio porque sabía que tenían una ventaja al ser hijos de vencedores y…
Entonces miro al lado derecho del escenario, donde sólo hay una mujer junto a una fotografía de Will. Después miro al otro lado, junto a la fotografía de Cassy, donde sólo hay un hombre. El ramo de flores y la placa que sostengo en las manos se me caen. Aún puedo escuchar la voz de Haymitch días antes de los juegos, cuando descubrimos que los padres de los chicos del seis habían sido ganadores.
-Ambos ganaron dos años consecutivos, algo que sorprendió bastante al Capitolio. Incluso se llegó a pensar que entrenaban a sus espaldas. Naturalmente, si se descubrió algo, nunca se dijo en público. Pero supongo que no encontraron nada ya que ambos siguen vivos.
-¿Y sus familias? - pregunté.
Ahora lo entiendo. Sus familias no existen. Este año en los juegos ha sido un año de castigo: a Katniss y a mí por la caza furtiva; pero no a Cassandra y a Will. No. El castigo era para sus padres, que han perdido a sus dos hijos, lo único que quedaba de sus familias.
Vuelvo la cabeza hacia la mujer, Angi, la madre de Will. Tiene la mandíbula apretada y, cuando encuentra mis ojos, mueve los labios, pidiéndome que continúe. Me concentro en recuperar el hilo de mis pensamientos. Ahora no me extraña que Cassandra y Will quisieran matarme. Ambos querían abrazar hasta la más mínima oportunidad de salir con vida. Pero no por ellos, sino por sus padres.
Carraspeo un par de veces y me agacho para recoger lo que he tirado antes de seguir.
-Lo siento. Aún tengo sus caras grabadas en la cabeza y se parecen mucho – y es la verdad, son exactamente iguales. El mismo pelo, los mismos ojos y la misma expresión de dolor escondida bajo una sonrisa – Salvé a Will e intenté hacer todo lo posible por ser un buen aliado. Quiero decirles a sus padres que jamás he conocido a dos chicos tan valientes.
El padre de Cassy se derrumba y entierra la cabeza entre las manos para ocultar las lágrimas. Sin embargo, la madre de Will mantiene la mirada fija en mí. Dura como su sobrina. En cierto modo, Cassy se parece más a su tía que a su padre; y lo mismo ocurre con Will. Entro en el Edificio de Justicia y nos conducen escaleras arriba hasta una habitación en la que hay sofás de cuero blanco y un televisor en el que ver la retransmisión de lo que ha ocurrido hace menos de treinta minutos.
-Extraña combinación – oigo decir a Portia, que está asentada enfrente de mí – Bosque y fuego.
Giro la cabeza y encuentro la razón del comentario. Madox, lleno de tatuajes de llamas, está sentado a mi lado. Teniendo en cuenta que llevo la chaqueta desabrochada y las mangas remangadas mostrando gran cantidad de mis tatuajes, la combinación resulta incluso cómica. Intento sonreír, aunque sin éxito. Aún tengo la imagen de la madre de Will pidiéndome continuar con mi discurso en la cabeza.
En ese momento, en el televisor, se muestra como se me caen el ramo y la placa.
-¿Por qué te has quedado en blanco, Gale? - pregunta Effie.
Le lanzo una miada furtiva a Haymitch, quien me observa con atención.
-Ya lo he dicho. Se parecen mucho. Cassy a su tía y Will a su tío.
Sólo Haymitch es capaz de entender el por qué me he quedado en blanco.
Un par de horas más tarde, regresan los agentes y nos conducen al comedor del Edificio de Justicia. Me siento en una de las mesas y como de los alimentos más pobres que veo. No es por falta de hambre, pero no quiero tomar nada que provenga del Capitolio. Hay un gran reloj en la pared de enfrente. Me he sentado aquí a posta, para comprobar qué ocurre a las doce. Cuando sólo faltan quince minutos para que sea medianoche, se acercan a mí un hombre y una mujer. Al principio me extraña ver a los padres de Will y Cassy aquí, ya que en los anteriores distritos no nos mezclábamos con los familiares de los tributos muertos; pero entonces recuerdo que ellos son vencedores.
-Sabes por lo que intentaban matarte tan desesperadamente, ¿verdad? - pregunta la madre de Will.
Asiento con la cabeza, aunque ya he escuchado tantas versiones que no se cuál es la correcta. Por si tenía alguna duda, el padre de Cassy interviene, sorprendiéndome con sus palabras.
-Seneca Crane les ofreció regresar a ambos si daban un gran espectáculo con vuestras muerte, para enseñar a la gente de tu distrito lo que ocurriría si rompían las normas. Ellos lo aceparon sin dudar, por nosotros.
No hace falta que continúe explicándome el por qué. Yo también habría hecho lo mismo por mi familia.
-¿Por qué me contáis esto?
-No tenemos nada que perder – dice Angi.
Me giro para mirarla a los ojos. Unos ojos fríos y calculadores, como los de Cassy. Aunque también tiene la nariz de su hijo. ¿Cómo es capaz de mantener esa frialdad tras haber perdido al último miembro de su familia? Después miro al padre de Cassy. Es la viva imagen del dolor. Me pongo en su lugar e intento imaginar cómo sería ser el mentor de mi hija y ver cómo muere de primera mano. No habría sido capaz de volver a casa.
Oigo el leve sonido del reloj al marcar las doce y después siento cómo la mano de Angi llega hasta el bolsillo de mi chaqueta.
-Ha sido un placer conocerte, Gale – dice poniéndose en pie.
-Sigue así – el padre de Cassy me pone una mano en el hombro y sigue a su hermana a través de la multitud.
Cuando llego al tren y me escondo bajo las sábanas para leer la nota, descubro que sólo hay una palabra:
“Gracias”


El Distrito 2 es enorme. Canteras de rocas; aunque también proporciona armas y Agentes de la Paz. Es un terreno montañoso en el que hay pequeños pueblos esparcidos por las montañas. Cuando nos acercamos a la ciudad principal, veo una montaña en medio.
En esta ocasión llevo unos pantalones azules celestes y una camiseta blanca con franjas horizontales transparentes. Cuando salgo al escenario, lo primero que hago es buscar a las familias. Entonces la veo. Una mujer de uno treinta y pocos años, con el pelo recogido en una coleta, pecas bajo unos ojos acusadores y oscuros. Es idéntica a ella. También está su marido, quien no se parece en nada a su hija. Al otro lado está la familia de Cato: padres rubios como él y una versión de Cato pero con veinte años, supongo que su hermano. No puedo apartar la mirada de la madre de Clove durante la ceremonia, hasta que llega el momento de mi discurso. Trago saliva con fuerza, pero las palabras no logran salir. Me froto la cara con las manos y las entierro en mi pelo, despeinándolo por completo. Necesito hablar, decir algo, lo que sea. Pero mi cabeza es incapaz de reaccionar. Entonces utilizo la fuerza de la única imagen que está presente en mi cabeza y me acerco al micrófono.
-Ese cuchillo debería haberlo usado contra mí.
Se acabó. Soy incapaz de pedir disculpas por haber asesinado a su hija, incapaz de disculparme por no haber matado a Marvel cuando tuve la oportunidad, incapaz de decirles que confiaba en ella, en Clove. Soy incapaz de pronunciar su nombre siquiera.
Y entonces la veo. El rostro de su madre, exactamente igual que el de su hija, hasta el último detalle, incluida la cicatriz bajo el labio. Observo al padre y me doy cuenta de que él también la tiene. Así que, inconscientemente, levanto la mano y acaricio la zona inferior de mi labio y ellos hacen lo mismo. Cuando separa la mano de su labio, veo el asomo de una sonrisa en el rostro de la madre de Clove. Pero no me da tiempo a comprobarlo al completo, pues unas manos me sujetan por detrás. Y me obligan a regresar al Edificio de Justicia. Me llevan casi a empujones hasta la sala en la que están mis acompañantes. Me doy la vuelta en cuanto las pu8ertas de madera blanca se cierran y empiezo a golpearlas con fuerza, intentando abrirlas sin éxito. Effie comienza a gritar histérica mientras grito improperios a la gente que debe estar escoltando la sala.
-¡Gale! – unas manos me agarran por detrás y comienzo una lucha interna. Una parte me dice que pare y me relaje, otras que siga intentando abrir la puerta, y otra que lo pague con quien intenta detenerme.
Así que intento hacerlo todo a la vez y acabo sentado en el sofá, resistiéndome a los brazos de Madox, Carlo, Haymitch y Eridia.
-¡Tenéis que soltadme! Debo hablar con ella, con la madre de Clove. ¡Tiene la cicatriz, Haymitch!
Haymitch se coloca frente a mí y comienza a hablarme como si me fuera imposible comprender las palabras más simples, intentando tranquilizarme; pero al final es Eridia, la chica obsesionada con el cabello corporal, la que empuja a Haymitch y les ordena a los demás que me suelten y se alejen.
-Tranquilo, Gale. Ahora vamos a cenar y mientras la gente habla podrás preguntarles sobre la cicatriz. Pero tienes que relajarte porque, si no, nos mandarán a todos al tren camino del Distrito 1. Sé que es duro, Gale, enfrentarte a todas las personas a las que has visto morir o a las que has matado. Pero ya casi lo has conseguido, sólo queda un distrito, la fiesta final de Capitolio y volverás a casa, sano y salvo.
¿Sano y salvo? Con el Presidente Snow deseando castigarme por ser un criminal jamás estaré sano y salvo. Pero debo conservar la calma. Las doce, sólo tendré que aguantar hasta las doce y me marcharé. Me encerraré en mi compartimento, leeré la carta y me quedaré profundamente dormido. Mientras tanto, agarro los brazos de Eridia y la obligo a permanecer agachada frente a mí. No despego la vista de sus ojos verdes y así es como mantengo la cordura hasta que otro grupo de agentes viene a por nosotros.
Eridia no se separa de mí en ningún momento durante la cena, hasta que llegan las once y media. Es ese momento en el que me quedo sólo.
-¿No comes?
 Estoy sentado frente a una mesa llena de platos que no he tocado. Levanto la mirada y me encuentro con una mujer joven, bastante guapa… hasta que sonría y descubre unos dientes modificados que parecen colmillos.
-Soy Enobaria.
La reconozco, fue bastante popular en unos juegos cuando mató a un chico desgarrándole el cuello a mordiscos. Fue así como se coronó vencedora. Se hizo tan famosa por lo que hizo, que pidió que le modificaran los dientes.
-¿No comes?
-No – respondo con sequedad.
-¿Por qué? Está deliciosa. Te recomiendo el puré de verduras. Aunque el estofado está delicioso.
-No quiero nada que venga del Capitolio.
Mi comentario la hace reír. Una risa que acompañada con sus dientes resulta terrorífica.
-Tú vienes del Capitolio, Gale. ¿O es que eres igual que hace un año? – esto hace que muestre una creciente curiosidad por lo que haya venido a decirme – Seguro que antes odiabas a la gente del Capitolio, ¿verdad? Pero ahora que los has conocido te has dado cuenta de que no son tan horribles, que son personas al fin y al cabo. Pero, fíjate en esto, dentro de cinco meses, cuando comience el Tercer Vasallaje de los Veinticinco, volverán a apostar y a disfrutar con cada muerte. Y, aunque te resulte horroroso, seguirás sin odiarlos como antes.
-Te equivocas.
-He estado en tu distrito y odiáis los juegos. Preferiríais morir antes de matar a alguien por placer de la gente del Capitolio.
-Sólo quería volver con mi familia. Sólo luchamos por nuestra supervivencia.
-Pero fuiste capaz de matar a una chica que aún tenía posibilidades de salvarse, Gale. Y tú lo sabes perfectamente. ¿Habrías hecho eso antes de ir al Capitolio?
-No.
-¿Lo ves? – pregunta divertida – Eres un producto del Capitolio. Como yo y como todos los que salimos con vida de los juegos.
 Suena el leve sonido que produce el reloj cuando dan las dos.
-Toma – añade, y mete una mano en el bolsillo de mis pantalones azules celestes. – Buen discurso.
Enobaria se levanta y se marcha. Paso con disimulo la mano por el bolsillo y noto que la nota es más grande que lo normal, lo que ocasiona un problema para leerla. Cuando emprendemos el amino de vuelta al tren, me acerco a Portia y le pregunto si la ropa de la Gira me la darán cuando volvamos al Distrito 12, ella asiente y cuando me pregunta la razón, finjo que me han encantado los pantalones.
Así que, en cuanto llego a mi dormitorio en el tren, dejo los pantalones colgados del armario y me duermo. Mañana toca el último distrito, el Distrito 1, especializado en la fabricación de joyas. Pero también el distrito del chica al que odié durante todos los juegos.
-¡Levanta Gale! Hoy va a ser un día muy, muy importante – canturrea Effie mientras golpea la puerta de mi habitación.
Me levanto justo en el momento en el que llega mi equipo de preparación,con mi desayuno.
-Lo siento Gale – dice Eridia, cogiéndome del brazo y llevándome a un sillón que hay frente a un tocador.- Vamos con retraso y, como se entere Effie... Bueno, ya la conoces, no queremos que se ponga a gritar.
Eridia coge unas pinzas y empieza a arrancarme las imperfecciones de mis cejas. Justo cuando el dolor empieza a ser insoportable, Madox sal del baño como un torbellino.
-Listo.
Esta vez, la sustancia que han echado en la bañera es de un color púrpura, cuando le pregunto a Madox, me responde hablando más rápido de lo habitual.
-Normalmente te bañas en tres bañeras con diferentes sustancias que hacen que tu piel sea más brillante y sana, además de cerrar los poros y evitar la sudoración; sin embargo, como estamos faltos de tiempo, esta mezcla consigue lo mismo, sólo que el período de duración es más corto.
Así que esta mañana se convierte en una sesión de preparación previa mucho más intensa y estresante, durante la cual apenas he comido un trozo de pan, un cazo de sopa de verdura y un pequeño trozo de salmón, uno de mis platos favoritos, que sustituyen al desayuno y al almuerzo. Cuando Portia entra con la bolsa al dormitorio y echa al resto, solo quiero dormir para que desaparezca este dolor de cabeza.
Portia se queda unos minutos sentada en la cama, acariciando la bolsa y mirándome a los ojos. Después suspira y añade:
-Es el momento de calmar las cosas.
De la bolsa saca unos pantalones negros, una camisa marrón claro y un chaqueta azul celeste abotonada que me llega a la altura de las rodillas.
Nada de mostrar tatuajes. Primero me invade la confusión, después la rabia ya que este es un distrito importante al ser uno de los profesionales, y de nuevo a la confusión. ¿Habrá ocurrido algo que obligue a suavizar las cosas?
Al igual que en el resto de los distritos, nos llevan al Edificio de Justicia escoltados por agentes de la paz y, después, salimos al escenario. Cuando llega el momento de mi discurso miro a las familias de Glimmer y Marvel. Sin embargo, mi discurso es sólo para los de Marvel.
-Al principio odiaba a ambos tributos de vuestro distrito, en especial a Marvel. Ahora, después de haber visto los juegos desde otra perspectiva, me doy cuenta de que sólo intentaba ganar para volver a casa, que no eran malvados. Incluso la locura de Marvel es razonable teniendo en cuenta en el lugar en el que estábamos y bajo qué consecuencias.
Lo siguiente de lo que soy consciente es de que estoy en el banquete, de que son las doce menos cinco y de que no hay nadie a mi lado. La Gira me está agotando hasta tal punto en el que no soy consciente del paso del tiempo. No dejo de mirar a un lado y a otro, esperando ver a algún vencedor del uno, pero nada. El único vencedor que se acerca, es el del doce, Haymitch., justo cuando dan las doce campanadas.
-Los del uno no te tienen cariño, Gale – comenta divertido, mientras desliza su mano al bolsillo de mi chaqueta azul.
-¿Se puede saber por qué? Yo no maté a ninguno de sus dos tributos.
-Cierto. Pero las personas que los mataron eran las más cercanas a ti en la arena.
Estoy demasiado cansado para discutir con él, así que me encojo de hombros. Sin embargo, sigue pareciéndome un razonamiento ilógico.
Cuando llego al tren recuerdo la nota de Haymitch y me meto bajo las sábanas. Es su retorcida e ininteligible letra, aunque yo ya estoy acostumbrado a descifrarla. Son dos simples líneas que me desgarran al mismo tiempo que me llenan de esperanzas.
“Vieron a Prim, Hazzelle y Vick en el bosque, camino del 13.
No se sabe nada del resto.”

Capítulo 9. La primera noticia

Lo sé, ni es viernes ni es día par pero debido a la última entrada que colgué en la cual enunciaba que iba a dejar el blog... Bueno, que quería recompensaros el susto, así que subo capítulo una semana y tres días antes de lo programado. Tengo muchas cosas que deciros. Lo primero daros una explicación dentro de lo posible. No ha sido mi mejor año este 2013 y he pensado en abandonar el blog cientos y cientos de veces pero, por alguna razón, siempre que digo de abandonarlo, recobro la inspiración y las ganas de escribir, tengo miles de ideas y sólo pienso en que no puedo dar por terminado este blog. Lo segundo: a la derecha de las entradas he puesto un chat. Muchos blogs los tienen y creo que es genial para hablar con vosotros, informaros de novedades, darme opiniones y que entre vosotros discutáis del blog. Incluso para que anunciéis los vuestros. Sé que al final seré yo la única que hable, pero bah, por intentarlo... :) También tengo que deciros que he terminado el fanfic que estaba haciendo de Josh pero que se me están ocurriendo ideas para una segunda parte en la cual, muy a pesar de las hutchers, Josh no será el personaje principal, aunque OS PROMETO QUE SERÁ IMPORTANTE. Y por último (seguro que se me está olvidando algo) deciros que aquellos que tengáis wattpad me busquéis si queréis (SteveRae7). Estoy escribiendo una historia. El argumento no me convence pero aun así me gustaría que lo leyerais porque aparece el nombre de una persona muy importante para mí y, en parte, esa historia está escrita para ella (no es la protagonista). Bueno, como daréis por supuesto, ¡ESTE BLOG SIGUE ADELANTE! Aquí os dejo el trailer final oficial definitivo y PERFECTÍSIMO de CATCHING FIRE. 




-Tu pelo ya está listo.
-Cuerpo depilado. Me ha costado un buen trabajo pero lo he conseguido.
-Suerte Gale.
Mi equipo ha conseguido dejarme impecable en un récord de cinco horas. Los observo con atención, tan extravagantes como siempre. Este último mes y medio, desde mi visita al Capitolio, el odio que siento hacia las personas que viven en la ciudad que nos gobierna ha aumentado considerablemente, pero no hacia mi equipo. En el fondo son bastante tiernos y adorables, como si fueran tres cachorrillos. Sería perfecto estar en su compañía si no tuviera que escuchar conversaciones sobre sus riquezas siempre que los veo mientras que mi distrito muere de hambre. Especialmente ahora que ha comenzado a nevar.
Este mes y medio he ido incontables veces al bosque, la mitad de las cuales iba con Madge. Cuando la gente vio que volvía a la caza furtiva, muchos de ellos se atrevieron a entrar en el bosque y comenzar a cazar. Pasamos un par de semanas en la que la felicidad se notaba en el aire del distrito. Pero empezó el frío, las lluvias y las nevadas. La nieve comenzó a cuajar en las calles y, poco después, se convirtió en peligrosas placas de hielo y la gente dejó de ir al bosque. De nuevo había comenzado la escasez.
Portia ya está aquí, lista para ayudarme a vestirme. Sobre la cama de mi habitación deja una bolsa en la que debe estar mi traje. La abro con cuidado y encuentro uno de los trajes más raros que he visto nunca. Portia comienza a sacar las prendas y me ayuda a ponérmelas. El traje consta de una camisa verde casi transparente que deja ver un poco mis tatuajes a través de ella; una corbata verde plateada y unos pantalones negros con purpurina anchos que se ajustan a los gemelos. Portia también me da unas botas altas de cuero negras que, para mi suerte, son planas. Cuando me miro al espejo no sé si levo puestas las plumas de un pavo real o uno de los ridículos trajes de árbol que llevan los tributos del Distrito 7 en el Desfile de los Tributos cada año.
Bajo las escaleras de la Casa de la Aldea de los Vencedores. Abajo me encuentro a un Haymitch sentado en uno de los sofás, ebrio como siempre; una Effie que no deja de pasear de un lado dando órdenes; y varias cámaras de televisión que comienzan a grabarme en cuanto aparezco. También me esperan mis fotografías, colgadas sobre una pared de las que han quitado el mueble y los cuadros que había hace tan solo un par de horas.
Madox puso el grito en el cielo cuando le dije que quería que revelara unas cien fotografías de las cuales sólo elegiría unas pocas. Pero al verlas no se negó. Al parecer, la fotografía puede que sea uno de mis talentos.
Me coloco frente a la pared en la que han colgado las fotografías. Sé lo que toca ahora: me toca decir todo lo que pueda sobre lo que he captado en cinco imágenes y, después, hablaré de mi talento en general. Señalo la primera fotografía, en la que aparecen las puertas de las minas junto a un grupo de mineros que sale de ellas y otro que entra.
-Estas son las minas del Distrito 12 – comienzo a decir – Es nuestra especialidad, así que pensé que sería buena idea mostrarlas. Podemos ver a un grupo de mineros cansados y sucios que salen de ellas después de una dura jornada de trabajo en la que han extraído todo el carbón posible y a otra cuadrilla que llega a ellas. Para mí esta fotografía tiene más de un significado. No sólo me muestra aquello que estaría haciendo ahora mismo si no hubiese ganado los juegos, también me recuerda que en ese lugar se produce alguna que otra explosión cada año en la que mueren mineros. Como mi padre. Mi padre murió en una de esas minas, junto al padre de mi mejor amiga, Katniss Everdeen. Esta fotografía también me recuerda a él y a la tumba vacía que hay en el cementerio de este distrito.
Primer corte.
Paso a la segunda fotografía sin hacer caso a la cara de horror de Effie.
-En esta puede verse al hijo del panadero decorando uno de los pasteles. Es un artista, sin lugar a dudas. Seguro que esto del talento se le daría mejor a él que a mí.
Recuerdo el día de esta foto. Le prohibí a Peeta que siguiera trayéndome pan, así que llevaba semanas sin verlo cuando Madge me aseguró que a la gente le impresionaría ver las obras de arte de Peeta.
-¿Quién es? – pregunta uno de los periodistas.
Lo miro a los ojos, amenazante.
-No tiene nombre. No quiero que os fijéis en el chico, sino en la tarta. ¿Veis esa maravilla? Es para el Capitolio, ellos comen pan seco y mohoso.
Segundo corte.
Haymitch abre mucho los ojos y veo que hace un esfuerzo por aguantar la risa. No tengo que mirar a Effie para saber lo que debe estar pasando por su cabeza. Los modales.
-Tercera foto – anuncio con voz cantarina. Me estoy divirtiendo más de lo que esperaba – Es un niño pequeño jugando con el barro. Creo que no necesita mayor explicación. ¿Queréis un comentario? - Effie niega con la cabeza, pero la ignoro – Este niño sonríe porque no ve los desastres que están ocurriendo en su hogar. Su hermana mayor se muere de hambre y su padre apenas gana salario en las minas para alimentar a un solo miembro de la familia. Aun así, el hijo pequeño, es feliz. Algo que muchos de nosotros no hemos sido en la vida al convertirnos de golpe en los padres de familia.
Tercer corte.
Paso a la siguiente fotografía. Mi habitación, la habitación en la que dormíamos toda mi familia.
-Este es mi hogar. En esta pequeña habitación dormíamos cinco personas. Mis hermanos Rory, Vick y Posy, y mi madre. Y, antes de que naciera Posy, también mi padre.
No necesito añadir nada más para saber que esto también va fuera de las grabaciones. Con sólo mencionar a mi familia sé que lo eliminarán. ¿Las razones? Si esto lo ve la gente, sabrán que tengo familia y que no ha sido entrevistada. Si los tuviera el Capitolio, se descubriría el secreto; y, si estuvieran en el bosque, el Capitolio quedaría en ridículo. Cuanto menos sepan los habitantes del Capitolio de mi familia, mejor para los Vigilantes y el Presidente Snow.
-Última foto: la Veta. Esta casa – digo, señalando una de las decenas de casas que salen en la fotografía – es en la que vivía antes de los juegos. Esta – digo, señalando otra de la que tan sólo se ve la mitad, alejada del resto – era la casa de Katniss Everdeen. – guardo silencio un momento, hasta que finalmente concluyo – No tengo nada más que decir.
Ahora ha llegado el momento de hablar sobre mi talento mientras las cámaras se centran en el resto de las fotografías. Soy todo lo sincero que puedo. Hablo sobre cómo conseguí la cámara, qué me parecía al principio, cómo poco a poco comenzó a encantarme congelar momentos y poder recordarlos siempre que quisiera. Si no fuese por la explicación de las fotos, diría que la exposición de mi talento está bastante bien.
Cuando termino, todas las cámaras se cortan y en un segundo tengo a Effie, que dedica a los periodistas una sonrisa amarga; a Haymitch y a Portia a mi lado.
-Me has sorprendido – dice Haymitch justo antes de tropezar y sujetarse a uno de los cámaras. – Llegué a pensar que podrías hacerlo bien.
-¿Qué ha sido eso, Gale? - pregunta Effie con un ligero tic en el ojo.
-Tenemos que irnos, ¿no? - pregunto con tal de cambiar de tema – Mañana Distrito 11. ¿Puedes comprobar tu horario, Effie?
Effie parece distraerse y saca un cuaderno de notas.
-Sí. Si queremos llegar a tiempo hay que irse ya. Vamos.
Un coche con los cristales tintados nos escolta hasta la estación de tren. Una vez dentro, nos reunimos todos para cenar. Nadie hablar y no se menciona la exposición de mis fotografías, entre las cuales abundaban zonas del bosque. Cuando terminamos, me levanto para marcharme a mi habitación y Haymitch viene conmigo.
-Has decidido acusar problemas, ¿eh, Gale?
-Yo no he dicho eso.
Aunque es cierto, no quiero ir gritándolo por los pasillos del tren, donde debe de haber cientos de micrófonos y cámaras. Haymitch chasquea la lengua y mira a uno y otro lado del tren.
-Será mejor que te vayas a dormir, mañana va a ser un día difícil.
Y no se equivoca. A la mañana siguiente mi equipo me maquilla y me prepara porque estamos a punto de llegar. Portia saca un traje diferente al de ayer: pantalones claros y una camiseta gris rajada.
-Parece que me he encontrado con una bestia – responde, cogiendo la camiseta con miedo a que se desintegre.
-Lo sé – responde con una mirada cómplice – Carlo se lo pasó genial cuando le pedí que la cortara como si estuviese trabajando en el pelo de Madox.
¿Es consciente de los problemas en los que podría meterse por mi culpa? Sí, lo que no sé es por qué lo hace.
Me asomo a las ventanas y contemplo el paisaje, muy diferente al del Distrito 12. Hay enromes campos en los que se ven rebaños de animales pastando. Entonces el tren frena un poco y entramos en un terreno bordeado por una alarmada de unos diez metros terminada en bucles de alambre con espinas. Bajo la alambrada, hay enormes placas de hierro por donde debe de viajar una fuerte corriente eléctrica. De aquí es imposible escapar. Entonces veo las torres de vigilancia, llenas de agentes de la paz y repartidas entre los campos de cultivo, donde hay trabajadores que levantan la cabeza para observar el tren. Así es el Distrito 11, encargado de la agricultura. El distrito de Rue y Tresh. Sus habitantes no deben estar muy contentos conmigo. A uno de ellos lo maté y a la otra la dejé morir.
Effie llama a la puerta de mi compartimento y salgo. Cuando llegamos a las puertas del tren, un grupo de agentes de la paz nos rodea y nos conduce a la parte de atrás de un camión.
-¿Por qué nos tratan así? - pregunta Effie con su voz histérica – Ni que fuésemos criminales.
Desde luego, la vigilancia aquí es mucho mayor que en nuestro distrito. Llagamos al Edificio de Justicia, donde los agentes de la paz nos meten casi a la fuerza. Hay un dulce olor que proviene de las cocinas, donde están cocinando lo que posteriormente será nuestro banquete, aunque también apesta a moho y podredumbre, algo que me agrada ya que me recuerda a mi casa en la Veta.
Nos colocamos en fila frente a la puerta principal mientras suena el himno y el alcalde nos presenta. Las puertas se abren e intento sonreír, pero sólo me sale una mueca. Avanzo hacia la multitud que se concentra en la plaza y que intenta aplaudir con entusiasmo. Atravieso un pequeño pasillo improvisado con una baranda y salgo de la protección que me ofrece el techo para colocarme frente a unas escaleras de mármol. Al principio, el sol me deslumbra, pero una vez que mis ojos se han acostumbrado apenas me molesta. Los edificios están lleno de banderas y me doy cuenta de que la multitud no es tan grande como debería ser. Seguramente han elegido a unas cuantas personas al azar, ya que el distrito es de lo más grandes y su población no podría entrar en la plaza al completo. Al fondo hay un espacio reservado para las familias de los tributos fallecidos. En el lado de Tresh hay una anciana encorvada y una chica esbelta, deben de ser su abuela y su hermana; pero lo que hace que se me encoja el corazón es lo que hay en el lado de Rue. Sus padres, con las caras delgadas y los ojos hinchados, son la viva imagen del dolor. También lo son las cinco criaturas que hay a su lado. Son los cinco hermanos de Rue, ella era la mayor de la familia. ¿Cómo pude dejar que mataran a la pobre Rue?
Las aplausos terminan, una niña se acerca y me entrega un ramo de flores y yo recito un ensayo preparado por el Capitolio del que apenas soy consciente. Entonces llega el momento de decir algo. Carraspeo para aclararme la voz y comienzo a hablar.
-Tresh mató a mi mejor amiga y por ese motivo lo he odiado desde que gané los juegos. - clavo la mirada en los ojos oscuros de su hermana – Sin embargo, me he dado cuenta de que todos nosotros matamos para poder volver a casa. A muy pocos les importaba la riqueza, lo que queríamos, era regresar con nuestras familias. Supongo que Tresh no era cruel, sino que sólo intentaba volver a casa, como los demás.
Parpadeo con fuerza, recordando el momento en el que el sable de Tresh recorría el cuello de Katniss, abriendo una herida que jamás volvería a cerrarse. Ya no hay vuelta atrás. Ahora, clavo la mirada en una niña que es igualita a su hermana.
-Pude salvarla y no quise hacerlo. En un principio pensé que así conseguiría salvar a Katniss; aunque ahora lo pienso y no encuentro el por qué de mi comportamiento. Lo siento muchísimo.
Volvemos a entrar en el Edificio de Justicia y nos conducen a una habitaciones en la que descansar. Entonces Haymitch me coge del brazo y me guía por decenas de pasillos y habitaciones. Subiendo escaleras hasta que llegamos a una especie de desván.
-Aunque no lo creas, estoy sobrio – comenta sin aliento.
-¿Pra qué me has traído aquí?
-¿Es esto lo que quieres? Hacer que todo el mundo rompa las normas impuestas por Snow?
-Sí – afirmo. No ha hecho falta que se lo dijese para que supiera lo que planeaba.
-Y supongo que Portia te ayuda con esto – añade, sujetando una de las mangas de mi camiseta rajada.
-Supongo.
-¿Sabes por qué? - frunzo el ceño. ¿Si sé qué? - Setenta y cinco años son demasiados. La gente se ha cansado de todo y hay planes.¿Lo entiendes?
Sí, lo entiendo. Aunque no sé que tengo que ver yo en esto. Siempre he sospechado que alguien tendría planes de revolución, pero que nadie era capaz de llevarlos a cabo.
-Tienes que seguir así – añade Haymitch – Llevándoles la libertas con esto.
Alza el brazo y clava uno de sus dedos en una de las rajas de la camiseta, en los árboles que ahora llenan mi cuerpo.
Asiento.
Bajamos a la habitación en la que estábamos y permanecemos allí unos minutos hasta  que aparece un grupo de agentes de la paz para llevarnos al comedor. Primero entra mi equipo de preparación con Portia, después Effie, Haymitch y, para terminar, yo.
La gente pasea de un lado a otro llevando platos de comida. Yo me siento en una de las mesas, pero no como nada. Tampoco hablo con nadie hasta que una mujer mayor, de piel aceitunada y ojos del color de la miel se sienta a mi lado.
-Hola – saluda con voz cansada – soy Seeder.
Entonces noto como se acerca a mí y mete una mano en uno de los bolsillos de su pantalón. Después la saca con delicadeza.
-Encantado.
Intento ser respetuoso ya que se trata de una mujer mayor y del Distrito 11, al que le he provocado dos pérdidas. Pero me siento muy incómodo y parece notarlo, así que se levanta y se marcha.
Cuando al fin volvemos al tren voy a mi habitación sin hablar con nadie más y por el camino meto mi mano en el bolsillo, donde encuentro un trozo de papel. No lo saco, no es seguro. Me meto en la cama, con las luces encendidas, y me oculto por las sábanas, dejando tan sólo una pequeña abertura por la que pasa la luz. Saco el papel y leo lo que hay escrito en él con letra grotesca y descuidada, como si la persona que lo ha escrito tuviera prisa. Tal vez fuera eso y el miedo a ser descubierto lo que ha hecho que sea difícil descifrar las palabras.
“Es fácil para ti, dónde la vigilancia de tu distrito es menor. Sin embargo, aquí es demasiado difícil romper las reglas. Aun así lo has conseguido, esas fotos nos han transmitido la libertad que todos ansiamos.”