domingo, 28 de septiembre de 2014

Capítulo 22. Despedida


Las cámaras graban un nuevo primer plano de mi rostro y noto cómo me ruborizo. Esta chica confía en mí, es lo que acaba de decir ante todo Panem. En lo más profundo de mi pecho siento el peso de la culpabilidad. ¿Cómo no voy a ayudarla? Claro que lo haré, confía en mí y no le fallaré.

Las entrevistas han acabado y, a regañadientes, la gente se marcha poco a poco. Effie me conduce hasta los ascensores, aunque no soy muy consciente, pues sigo divagando en mis pensamientos. Encontramos a Rory y Madge en el piso doce. Mi hermano sonríe con suficiencia, mientras que Madge parece realmente desorientada. Effie los felicita por las entrevistas y, por un momento, vuelve a ser la Effie a la que conocí. Aprovecho el momento para marcharme a mi habitación, donde me sumerjo en la bañera llena de agua caliente. Los ayudaré a ambos. No puedo abandonar a mi hermano ni a una persona que confía en mí. Al fin y al cabo, es poco probable que los dos lleguen al final. No puedo evitar que las trampas que pongan los vigilantes en la arena acabe con la vida de alguno de ellos. Llegado este momento, sólo me quedará un tributo al que proteger. Me recorre un escalofrío ante este pensamiento, pero intento controlarlo. Al fin y al cabo, los juegos siempre han sido así. Ahora que soy mentor en ellos las cosas no deberían haber cambiado, aunque, por desgracia, sí lo han hecho. Haymitch lo tenía más fácil el año pasado, cuando no nos conocía ni a Katniss ni a mí. Pero yo tengo a mi único familiar y a mi única amiga caminando hacia una muerte segura.

A la mañana siguiente decido concentrarme en mi trabajo como mentor. Desayuno con ambos tributos he intento que me pregunten cosas sobre los juegos, dispuesto a darles consejos. Mi hermano no tarda mucho en marcharse de la estancia, y Madge no realiza muchas preguntas.

-¿Estás segura de querer aliarte con Rory? – pregunto tras un incómodo silencio.

Se limita a asentir con la cabeza y a engullir otra cucharada de cereales y leche. Me percato de que es la típica comida del Distrito 12, sólo que en mayor cantidad. ¿Será una forma de concienciarse de que todos estos lujos son injustos?

Cuando Madge se despide y se va a su habitación a pasar el último día aquí, en el centro de entrenamiento, bajo en el ascensor hasta la planta baja, donde el resto de mentores ya están buscando patrocinadores.

Paso horas inmerso entre la extravagante gente del Capitolio. Mi ropa, totalmente oscura, desentona con ellos. La mayoría se ven atraídos por Rory y su espectacular nota. Intento ser simpático con ellos, aunque no lo consigo del todo. Aun así, estos extraños personajes, siguen igual de eufóricos. También me preguntan por Madge y muchos acceden a ser sus patrocinadores. Al parecer, tras la entrevista de ayer, los habitantes del Capitolio quieren un reencuentro feliz entre padre e hija. Me contengo y reprimo la violencia que lucha por salir. Ni siquiera conocen la historia de estos tributos… Al parecer, soy uno de los mentores que más patrocinadores está atrayendo, porque no tengo ni un respiro para tomarme un vaso de agua en una mesa de bebidas que hay en el centro de la enorme sala en la que nos encontramos. De nuevo, hay un panel con la cara de todos los tributos en una de las paredes. Cuando me cruzo con otro mentor, al cual no reconozco, descubro que su mirada está llena de indignación.

Finnick Odair, ya sea por ser el sex symbol del Capitolio o porque su tributo también obtuvo un once, es el otro mentor que no deja de estar rodeado de patrocinadores. A diferencia de mí, este tiene una copa en la mano y charla animadamente con la gente que hay a su alrededor, quienes lo observan como si fuera un dios digno de contemplar.

Sólo descanso para tomar un pequeño tentempié junto a una de las mesas centrales, y enseguida vuelvo a sumergirme en aburridas charlas sobre las posibilidades de mis tributos y las debilidades del resto. Al final de la tarde, he cerrado varios tratos. Me siento orgulloso de mí mismo, puesto que es mi primer año como mentor, pero seguro que, una vez empezados los juegos, cuando los patrocinadores vean el peligro de que sus tributos acaben muertos, las ofertas aumentan de forma considerable.

-¿Qué tal ha ido, Gale? – me pregunta Effie cuando llego al comedor, en el que ella, Madge y Rory me esperan para cenar.

-He conseguido cerrar varios tratos – me apoyo en la silla en la que suelo sentarme y dedico unos segundos para observar con atención los platos que hay en el centro de la mesa – Espero que me disculpéis, pero no tengo hambre.

-Gale, por favor. Siéntate con nosotros. Seguro que los chicos quieren hablar contigo – primero miro a Rory, quien no levanta la vista de su plato; y luego a Madge, cuya mirada está llena de curiosidad.

-Si necesitáis algo, estaré en mi habitación. Y si no nos vemos más – continúo, y la garganta se me seca. Ha llegado el momento de la despedida, de decir adiós. Tal vez Madge venga a hablar conmigo, pero no Rory. He pasado un año sin ver a mi hermano y, ahora que ha vuelto a mi vida, puede ser que lo pierda para siempre. Y, aun así, él sigue odiándome. ¿Qué tipo de consejo puedo darle?

-Gale – Effie me mira con tristeza. He estado demasiado tiempo en silencio, añorando mi vida pasada y lamentando esta situación.

-Manteneos juntos. Intentad confiad el uno en el otro porque allí tendréis veintidós personas de las que desconfiar. – al fin, Rory levanta la mirada, y esto me llena de valor para seguir hablando – Cuando os encontréis solos en la arena, de noche, ya sea un bosque o una ciudad en ruinas, echaréis en falta demasiadas cosas. Recordad momentos que hayáis pasado sólo si estos os ayudan a seguir adelante, a luchar. No dejéis que nadie os venza si no es en combate. No dejéis que nadie os amedrente. Confiad en vosotros mismos porque sois capaces. Ambos podéis ganar estos juegos. Yo estaré arriba, ¿de acuerdo? Ayudándoos a ambos.

-¿De verdad vas a ayudarme? – los ojos de mi hermano se llenan de terror.

-Eres mi hermano. Llevo cuidándote desde que naciste, ¿por qué crees que no lo haré ahora?

-Por ella – señala a Madge con la cabeza, quien se sobresalta.

-A ella también la ayudaré. – respondo con sinceridad sin apartar los ojos de los suyos - Os seré sinceros. Os ayudaré en todo lo que pueda pero, en algún momento, alguno de los dos se rendirá bajo la presión o bajo alguna amenaza y, aunque quisiera, ya no podría ayudaros. Ahora os toca a vosotros decidir cuándo llegará el momento de rendirse, si antes o después de que se haya anunciado al vencedor.

Todos se quedan en silencio, recapacitando sobre mis palabras, y yo tengo la sensación de que ya he dicho todo lo que podría haber dicho. Así que les deseo buenas noches y me marcho a mi habitación, donde me tumbo en la cama con la ropa aún puesta y con la vista fija en el techo. Pasan los minutos y quién sabe si las horas, antes de dignarme a ponerme en pie y a salir de la habitación. No sé qué tipo de fuerza tira de mí, tal vez al miedo a lo que se avecina mañana. Tendré que revivir de nuevo los juegos, el miedo a lo que podía suceder en pocos minutos, las interminables horas que trascurrían hasta que el cielo se veía iluminado por los rostros de los tributos muertos, el alivio al saber que yo seguía con vida.

Madge abre la puerta justo cuando llamo, y sus ojos se abren lleno de sorpresa.

-Hola - susurra, y se hace a un lado para que pase.

Ni siquiera sé qué me ha conducido aquí. Observo a la chica con dureza.

-¿Quieres hablar de algo? - pregunto. Tal vez he venido porque necesito hablar con alguien, simplemente.

Madge gruñe y se tapa la cara con ambas manos. Conozco esa sensación de angustia. cuando se destapa la cara, Madge avanza hacia mí, me empuja con una fuerza sorprendente hasta que mi espalda choca con la pared.

-No - niego con la cabeza y la aparto de mí al ver sus intenciones. - No, Madge. No puedo.

¡No! Me niego a revivir los juegos. Me niego a sentir algo por una chica que seguramente acabará muriendo. ¿Por qué me hace esto? Katniss era mi mejor amiga, y estaba enamorada de ella. Ahora Madge es la persona más parecida a ella que he conocido nunca. ¿Y si la pierdo? ¿Acaso lo soportaré?

-Gale - Madge se agarra el pelo con ambas manos en un gesto de desesperación y me da la espalda - Oh, Gale. - su voz se rompe en un sollozo.

-Madge, entiéndelo. - mi postura se vuelve defensiva. Esta vez, soy yo el que quiere protegerse, el que no quiere salir herido - A ella la quería y... si pasase otra vez...

-¡No eres tú el último que la echa de menos, Gale! - cuando se da la vuelta, descubro que tiene la cara enrojecida y surcada en lágrimas - ¡Ella era mi amiga también! ¡Mi única amiga!

Y vuelve a ocultarse tras las manos para sollozar. Y es el hecho de verla mal lo que me rompe, lo que me hace recortar la distancia entre ambos. Le aparto las manos de la cara e, ignorando su cara de sorpresa, me inclino y la beso.

Tengo miedo de perderla, de escuchar el cañonazo que anuncia su muerte a través del televisor, de ser incapaz de salvarla, tal y como me pasó con Katniss.

Madge me responde al beso con insistencia.

Tengo miedo de volver al Distrito 12 sólo, de tener que soportar la mirada de Peeta Mellark, llena de rencor, de tener que saludar al alcalde, destrozado por la muerte de su única hija.

Madge me empuja poco a poco hasta que mi espalda golpea con fuerza la pared de nuevo, pero esta vez no la aparto.

Tengo miedo de volver acompañado de un ser que me odia y al que ya apenas reconozco como mi hermano. Tengo miedo de tantas cosas… y ahora mismo, los labios de Madge son los únicos capaces de aliviar ese terror.

-¿Por qué haces esto? – susurra Madge, deteniéndose lo justo para formular la pregunta.

-Madge, no sé qué hacer.

Me estoy comportando como un ser despreciable. ¿Qué le estoy demostrando ahora? No puedo negar que siento algo por esta chica, algo que me recuerda a Katniss. Y ella siente algo a su vez. Pero esto no es ningún cuento de hadas o fantasía, es la realidad. Mañana, esta chica, a la que estoy besando con impaciencia ahora mismo, subirá a un aerodeslizador que la conducirá hacia una muerte casi segura. Y he esperado a este momento, en el que estoy seguro que no podré volver a tocarla, para decidirme a demostrarle lo importante que es para mí. Y aun así, no puedo prometerle que no decida salvar a mi hermano en su lugar.

Cuando por fin nos separamos, deslizo la espalda hasta sentarme en el suelo. Madge se sienta sobre mi regazo y apoya la cabeza en mi pecho, mientras que yo la atraigo con ambos brazos hacia mí. Siento los latidos de su corazón, que se estabilizan poco a poco. Ahora mismo, en mis brazos, no parece la chica rebelde que es en realidad, sino un ser indefenso al que hay que proteger.

-Deberías dormir. Mañana te espera un día duro.

Madge levanta la cabeza para mirarme. Tiene los ojos enrojecidos, aunque ha dejado de llorar.

-No te veré más, ¿verdad? - niego con la cabeza con cuidado.

-Esto es la despedida - asiente y se pone de pie, yo hago lo mismo y, antes de terminar de incorporarme, sus brazos me rodean y vuelve a descansar su cabeza sobre mi pecho. Me inclino y hundo mi nariz en su cabello. Huele a los productos de limpieza del Capitolio, que han conseguido eliminar el olor a casa, a carbón y suciedad.

Tan solo espero que el día mañana sea más fácil de lo que temo que pueda ser.




Pero, tal y como me temía, no lo es.

Cuando aún no ha amanecido, Effie llama a mi habitación para despertarme. En diez minutos me ducho rápidamente y me visto con una camisa plateada, una chaqueta de rallas de colores, bastante brillante, y unos sencillos pantalones negros. Cuando salgo de mi dormitorio, descubro a varios agentes de la paz que nos esperan junto al ascensor.

-¿Ya se han ido los chicos? - pregunto a Effie mientras subimos, ignorando que estamos acompañados.

Asiente. No puede disimular que está bastante nerviosa con la presencia de estos hombres vestidos de blanco y gris.

Llegamos a la azotea, donde un pequeño aerodeslizador nos espera. Subimos a él, acompañados de nuestra guardia. Aunque es bastante grande, somos los únicos pasajeros. Effie y yo nos sentamos uno al lado del otro, con los cinturones de seguridad abrochados. No tarda mucho en despegar y dar comienzo a un corto viaje, el cual se me hace eterno. Cuando se detiene, sigo con los oídos taponados.

-No hemos aterrizado - digo, sujetando el brazo de Effie, quien se dispone a quitarse el cinturón.

-Tranquilo, Gale. Es el aerodeslizador oficial. - la miro confundido, aunque decido seguirla.

Cruzamos unas puertas de seguridad que dan a un amplio pasillo de paredes blancas. ¿Así que es eso? El aerodeslizador se ha anclado a otra nave enorme.

-Aquí conviven los mentores, ven los juegos y envían regalos a sus tributos - me explica Effie mientras seguimos a los agentes de paz - Cuando quieren negociar con los patrocinadores, vuelven al Capitolio en aerodeslizador. Pero casi siempre están aquí. Gran parte de la actividad de los juegos también tiene lugar aquí.

-¿Te refieres a los vigilantes?

-Exacto. Cuando los tributos de un distrito mueren, traen los cadáveres aquí para que los vea el mentor.

-¿Qué? - ¿Tendré que ver los cadáveres de Madge y Rory? Ahora entiendo por qué Haymitch acabó hundido en la bebida.

Llegamos a un pequeño compartimento con un sofá, varios sillones y un enorme televisor. Al fin, nuestra guardia nos deja solos y nos sentamos. El televisor se enciende solo unos minutos más tarde y aparece Caesar Flikerman.

-En breves minutos, señores y señoras. ¡Qué emoción! - parece no poder contener su histeria - Este año, el tercer vasallaje de los veinticinco será único. Además, tenemos un nuevo vigilante jefe, Atalanta Crane, quien se ha esmerado muchísimo en estos juegos.

Trago saliva, recordando la marea de ardillas asesinas que creo el año pasado para matar a Cassy y Will. ¿Qué tendrá preparado este año?

-¡Y ahí están los tributos!

Se ve al chico del Distrito 7 aparecer por uno de los cilindros de las plataformas que rodean la Cornucopia, dorada, aunque más pequeña de lo normal.

Y, al fin, el primer vistazo a la arena.

-Esta arena - se escucha la voz de Caesar - nos tiene preparada más de una sorpresa que iréis descubriendo poco a poco, conforme avancen los juegos.

Primero es un desierto, una enorme explanada de arena y matorrales secos que rodea la Cornucopia, al borde de un acantilado, pero conforme avanza hacia el interior se llena de plantas verdes. ¿Qué es? Al principio parece un bosque, con algunos pequeños estanques de aguas cristalinas, pero luego se convierte en una maraña de plantas que nunca antes había visto. Son plantas espesas y brillantes que se unen de tal forma que no me permiten descubrir qué hay bajo ellas. Y más adelante, esta maraña se intensifica.

Y, al final, todo desaparece.

Me pongo en pie de un salto.

La arena es una isla flotante.