lunes, 23 de junio de 2014

Capítulo 17. Joyas negras

HOLA DE NUEVO *.* Al fin he vuelto, y con muchas ganas de escribir. No sé si habréis leído el chat, así que repito lo que va a pasar a partir de ahora. Subiré capítulo todos los lunes impares, siendo éste el primero. Aquí os dejo el capítulo 17, que me ha costado escribir una barbaridad. Espero que os guste :)

-¡Gale!

Me sobresalto al oír mi nombre. Me froto con fuerza los ojos. La habitación está completamente a oscuras, tal y como la preparé a noche, para que no me despertaran los rayos de sol. Sin embargo, sí han conseguido despertarme los golpes en la puerta. Me acerco para ver quién hay al otro lado y, cuando lo hago, me encuentro con Effie. Hoy lleva una peluca amarillo chillón, los labios pintados del mismo color y un vestido plateado.

-Dime, Effie – apoyo la cabeza en el marco de la puerta. Es la primera vez en mucho tiempo que consigo dormir sin pesadillas y sin despertarme en mitad de la noche.

-Hemos llegado – susurra.

Abro mucho los ojos y observo las ventanas del pasillo que hay justo detrás de mi acompañante. En efecto, ya se ven los altos edificios dorados del Capitolio.

-¿Se han despertado ya? - pregunto, sin apartar la mirada de la imponente ciudad.

-Sí – responde – Te esperan en el comedor.

-Voy en seguida.

Sin esperar respuesta cierro la puerta. Con el movimientos, las luces de la habitación se han encendido a mi espaldas. Busco uno de los trajes que traigo en el armario. Es el que iba a ponerme en la celebración de mi llegada al Distrito 12, la celebración que no tuvo lugar. El vestuario es de lo más simple. Consta únicamente de una camisa roja, un anorak y unos pantalones azules verdosos.

Cuando llego al comedor, cinco minutos después, me encuentro con Madge y mi hermano, cada uno en un extremo de la alargada mesa. De nuevo, me siento entre ambos, evitando la mirada de Madge, y comienzo a hablar sin referirme a nadie en especial.

-Cuando lleguemos al Capitolio os llevarán con vuestros equipos de preparación. Os arreglarán para que salgáis ante las cámaras y después se celebrará el Desfile de los Tributos. Creo que ambos sabéis de que va todo eso – miro a ambos lados de la mesa, deteniéndome un poco más en mi hermano, pues aún recuerdo que el y mi madre se quedaban a ver los juegos en el televisor de nuestra casa de la Veta mientras yo me iba al bosque a colocar trampas. - Será mejor que os comportéis con modales. Si conseguís sorprender a los habitantes del Capitolio tendréis más patrocinadores y más probabilidades de sobrevivir. ¿Alguna pregunta?

-¿Conoces a los equipos de preparación de este año? - pregunta Madge.

-Supongo que serán los mismos que el año pasado – me encojo de hombros, sin mirarla.

-No lo creo , Gale – en ese momento, Effie aparece por la puerta – Portia se quedará contigo.

-¿Qué? - pregunto asombrado.

-Eres el reciente ganador, necesitas un equipo de preparación. - camina hasta sentarse enfrente de mí - Siempre hay dos equipos por distrito, uno por cada tributo. Pero siempre hay uno más, el del tributo que ganó los juegos anteriores. Como tú ganaste, Portia también se han convertido en la ganadora de los estilistas. Supongo que Cinna se ocupará de Madge, aunque no sé quién tendrá que vestir a tu hermano.

Me doy la vuelta para mirar a mi hermano. Observo con atención sus manos, seguro de que tienen que ocultarle todas las heridas provocadas por el ácido. ¿Quién se ocupará de tan pesada tarea?

En ese momento, la sala se oscurece, lo que significa que estamos pasando por el túnel que conduce a la estación. Me levanto y camino hacia la puerta.

-Recordad. Sed amables e intentar gustarle a la gente o llamarles la atención. - me hago a un lado para que pasen Effie y Rory. Cuando Madge va a cruzar la puerta la agarro del brazo y la obligo a que me mire a los ojos – Tú muéstrate tal y como eres. Te ayudará.

-¿Que muestre mi mal carácter? - pregunta con tono divertido.

-Exacto.



Las puerta del tren se abre y en seguida nos invaden los gritos de euforia de todos lo habitantes del Capitolio que han venido a la estación de tren a vernos. No solo gritan los nombres de los tributos del doce, sino también me llaman a mí. Veo que Madge camina con la cabeza alta, ignorando los gritos; sin embargo, mi hermano mira a la extravagante gente con esa sonrisa de superioridad que ha aparecido estos días en su rostro.

Unos agentes nos conducen a mí y al resto del grupo por unas puertas dobles y salimos al exterior de la estación, donde subimos a unos coches con los cristales tintados. No hablamos por el camino, aunque mi hermano mantiene la mirada fija en mí. No es su típica mirada, sino una amenazadora que me infunde pavor. ¿Qué le ha pasado? Madge, por otro lado, observa la ciudad por la ventanilla, intentando ocultar su impresión.

Los coches se detienen y los agentes, de nuevo, nos escoltan, Esta vez estamos en el enorme edificio en el que pasaremos la próxima semana. Al llegar a las puertas, me separan de Rory y Madge.

-Nos vemos pronto – me despido. Mi hermano camina decidido y Madge me mira antes de desaparecer por una puerta, seguida de un agente de la paz.

-Por aquí – nos indica uno de los agentes a Effie y a mí.

Effie parece dispuesta a seguir avanzando, pero yo permanezco de brazos cruzados, sin moverme.

-¿Dónde vamos? - pregunto, cuando los agentes se percatan de que no estoy dispuesto a colaborar.

Effie me fulmina con la mirada y me susurra un “por favor”. Pero la ignoro.

-¿Hacia dónde nos conducís? - vuelvo a preguntar.

Los agentes no parecen dispuestos a responderme, lo que hace que me altere más y apriete los puños con fuerza.

-Tranquilos, ya nos ocupamos nosotros.

Me doy la vuelta tras reconocer la voz y me encuentro con mi estilista, Portia, que acaba de aparecer por una gran puerta de madera dorada.

-Lo siento, pero tenemos órdenes...

-¡A mí me dan igual las órdenes! - exclama Portia con voz chillona, aproximándose hacia nosotros dando saltitos con sus enormes plataformas – Soy la estilista del ganador de los séptimo cuartos juegos del hambre y mi misión es adecuarlo para que salga ante las cámaras. - Se acerca hasta a mí y se sitúa a mi espalda, sacudiéndome el pelo - ¡Necesitaré horas para arreglar este estropicio! Habéis llegado tarde. ¡Deberíais haber llegado hace unas cinco horas!

-Pero nos han ordenado conducir a... - intenta hablar de nuevo el agente de la paz, pero Portia no está dispuesta a dejarlo salirse con la suya.

-¡Tardaremos horas en depilarlo! Y Gale, ¿has adelgazado? - se aleja un par de metros para observarme con atención – No, no puede ser. ¡No! La ropa está hecha a tu media, tendré que volver a ajustártela. Te dije que comieras, Gale. Ahora mismo vamos a ir a volver a llenar esto – me golpea a la altura del estómago, clavándome sus afilados anillos. - ¡¿Y usted pretende llevárselo?! - exclama, dirigiéndose a los agentes, que cada vez están más perplejos – Y ya que están, ¿por qué no lo sacan así en el desfile de los tributos? Con esas cejas y ese bigote...

-Pero si no tengo... - comienzo a protestar, acariciándome la zona bajo mi nariz. Portia me da un manotazo.

-¡No hagas eso! Así facilitas el crecimiento del vello. ¡Miren! - de nuevo se vuelve a los agentes – Aunque el que reclame su presencia sea el Presidente Snow, Gale Hawthorne no saldrá de la sala de preparación hasta que no esté en perfectas condiciones.

Y dicho esto me coge del brazo y tira de mí hacia las puertas por las que ha desaparecido. Tengo el tiempo justo de darme la vuelta y hacerle un gesto a Effie para que venga.

Nos introducimos en una laberinto de pasillos de paredes rojas decorados con detalles dorados. Tras lo que parecen horas atravesando por pasillos exactamente iguales llegamos a una puerta negra con el número “23” escrito en letras doradas sobre la madera.

-Yo voy a empezar a trabajar con los patrocinadores, Gale.- anuncia Effie cuando estamos a punto de entrar - Nos vemos luego.

Y dicho esto, Portia me empuja hacia el interior de la sala. Rápidamente me envuelve una marea de abrazos, gritos y Eridia, que sigue fiel a su pelo rubio corto y de punta, me da un sonoro beso en la mejilla.

-Te hemos echado de menos – dice Madox abrazándose a mí. Aún me resulta imposible creer que un chico tan joven y pequeño que tan solo me llega a la altura de los hombros ya esté trabajando como preparador de los juegos.

-Estábamos preocupados por ti – dice Carlo – Cortaron la emisión de la Cosecha del Distrito 12 ¿Qué pasó? Vimos tu cara de horror, pero no dejaron ni que el chico hablara.

-Era mi hermano.

Eridia ahoga un grito y Madox se tapa la cara con ambas manos.

-Lo... Lo siento – dice Carlo.

-Ni si quiera me dejaron presentarme voluntario. Y, para más inri, han matado a Haymitch.

Todos se miran unos a otros, preocupados, pero parece que mi noticia no los haya sorprendido.

-¿Ya lo sabíais? - pregunto.

-Nadie contactaba con nosotros, así que supusimos que había pasado algo – contesta Eridia, aunque en sus ojos veo el temor que me confirma que esa es solo una excusa, que no puede contarme la verdad.

-No puedo creer que haya muerto – susurra Carlo, recalcando la última palabra. Yo he sido más que explícito al decir que no ha muerto, sino que ha sido asesinado.

-¡Se acabó! - exclama Portia, cuya cara, a pesar de las capas de maquillaje que lleva encima, ha perdido color, dando una palmada – ¡A trabajar!

-¿Qué? - pregunto, por un segundo he olvidado dónde estoy.

-No creerás que todo lo que he dicho ahí fuera era una actuación, ¿no?

Varias horas después, tras pasar hasta por cinco bañeras de distintos potingues, una sesión de depilación que me deja todo el cuerpo rojo y amoratado y una hora en la que Carlo no ha dejado de echar una sustancia pegajosa sobre mi pelo haciendo que mi cabeza parezca pesar cinco kilos más de lo normal, Portia me dirige a una sala de paredes metalizadas en la que tan solo hay un gran espejo. Estoy allí, de pie, vestido únicamente con una bata, lo que me hace sentir extremadamente vulnerable, a pesar de que Portia me ha visto ya una decena de veces desnudo.

Portia baja la cremallera de una gran bolsa que ha tenido que acarrear, caminando sobre sus vertiginosas plataformas. En el interior de la bolsa descubro unos pantalones ajustadísimos de cuero negro, muy brillantes, y una camiseta del mismo estilo.

-¿Esto es todo? – pregunto observando el traje, cuando vuelve a cerrar la bolsa.

-¿Perdona? – pregunta, observándome con cara de sorpresa. Sus labios se convierten en una fina línea que no concuerda para nada con su ser, siempre impregnado de colores alegres y chillones – Nunca subestimes mi trabajo, Gale. Además, hoy no eres tú el protagonista de la noche. ¿Desde cuándo eres tan egocéntrico?

Decido dejar la conversación de lado para no introducirme de lleno en una encarnizada discusión con mi estilista.

Al cabo de unos minutos, lo que tardo en vestirme y en dejar que Portia me coloque las perfecciones del traje, me doy la vuelta y observo mi reflejo en el espejo. Mi cuerpo brilla con un color negro mortífero que me deja sin aliento. Me pongo de perfil y compruebo que el espejo me hace mucho más delgado y más alto, como una sombra, como un muerto. Y me encanta provocar miedo y desconfianza al mismo tiempo que atracción, pues soy incapaz de retirar los ojos del espejo y, puesto que Portia ha decidido vestirme así, supongo que el efecto que causaré sobre la gente será el mismo que el reflejo está causando sobre mí mismo.

Portia se acerca con cuidado por detrás, apoya la cabeza sobre mi hombro y me susurra:

-Sonríe.

Sé cómo debo de sonreír. No con una sonrisa que finja felicidad, sino con una que muestre exactamente como me siento: expectante, desconfiado y mostrando toda la falsedad que me veo obligado a fingir aquí.

Así que sonrío, dispuesto a mostrarle a todo Panem que no me siento feliz de regresar, que estoy angustiado y preocupado y, que ser ganador, no es un sinónimo de alegría. Ni mucho menos.

-Perfecto – dice Portia, sonriendo a nuestro reflejo.

Salimos de la pequeña habitación para reunirnos con el resto de mi equipo de estilistas, quienes dejan escapar varias exclamaciones cuando me ven regresar a la sala principal. Junto a ellos, nos adentramos en el laberinto de pasillos dorados y rojizos hasta que llegamos al vestíbulo. Al otro lado de las grandes puertas de cristal que dan al exterior me sorprendo al ver que ya ha anochecido. Salimos a la fría noche y unos coches negros de cristales tintados nos recogen a todos. Apenas me da tiempo a preguntar por Effie cuando la veo salir corriendo del edificio para unirse a nosotros.

-He estado buscando patrocinadores – me informa – Pero la mayoría de ellos no quieren hacer ningún trato hasta no haber visto el desfile de esta noche. Espero que los estilistas hayan hecho algo sorprendente.

Asiento a modo de aprobación y ninguno de nosotros habla nada durante el trayecto hasta que, al final, los coches entran en un edificio.

-¿Dónde estamos? – pregunto.

-Vas a presenciar el desfile en primera fila, Gale. – dice Portia, tendiéndome una mano para salir del coche, algo que le agradezco, pues mi movilidad con esta ropa es bastante reducida.

-¿No estaré con ellos? – pregunto – Se supone que debo darles consejos.

-Confía en sus estilistas – se limita a contestarme.

Camino detrás de Effie y un par de agentes de la paz hasta que llegamos a una pared en la que nos encontramos con una fila de ascensores. Cuando las puertas del que tengo justo enfrente se abren, mi equipo me empuja para pasar y las puertas se cierran tras nosotros. En seguida siento el impulso que indica que el ascensor está subiendo y, antes de poder acostumbrarme a la velocidad, se vuelve a detener y las puertas se abren a un estrecho pasillo de paredes azules con numerosas puertas de cristal tintado. Al otro lado distingo una gran calle del Capitolio, bordeada a ambos lado por numerosas gradas en la que una multitud de gente se aglomera. Es una marea de colores chillones en la que resulta imposible distinguir a mujeres y hombres.

-Estas puertas dan a los balcones oficiales del desfile, que está apunto empezar – me informa Effie.

-Por aquí.

Portia encabeza la marcha por un lado del pasillo y se detiene frente a una puerta más grande que las demás.

-Compórtate como creas oportuno – dice mirándome y, a continuación, abre una de las puertas mientras Madox abre la otra, y todos se para dejarme pasar.

Trago saliva con fuerza y cruzo las puertas.

Los gritos son ensordecedores. La multitud empieza a silbar y aplaudir en cuando aparezco al otro lado de la puerta. A ambos lados de la calle distingo enormes televisores en los cuales aparece mi cara de asombro. Después, las cámaras recorren mi vestimenta de arriba abajo y, cuando llegan a mi cara de nuevo, sé que debo sonreír tal y como me ha dicho Portia. Esto enloquece a los habitantes del Capitolio y entonces me percato de lo ingenuas que son estas personas, incapaces de distinguir lo que expresan los rostros de nadie que venga de más allá de las cordilleras que protegen y aíslan la ciudad. Han sido educados para aplaudir y vitorear cualquier acto que hagan las personas a las que en teoría deben adorar. Así que sé que esta sonrisa no calará en ellos. Será olvidada tan pronto acaben estos juegos y tengan un nuevo ganador. Sin embargo, sí llegará a las personas que me importa que sean conocedoras de ellas. Llegará más allá de las cordilleras, atravesando las alambradas de todos los distritos que visité durante la Gira de la Victoria, entrará en cada uno de los hogares de las personas que han perdido a algún familiar en los juegos o por condenas del Capitolio, y se quedará grabada en sus corazones. Es una sonrisa llena de dolor, odio y cansancio; pero también una sonrisa que ansía venganza más que otra cosa.

El resto de mis acompañantes entran en el balcón y la gente sigue aplaudiendo y gritando. Algunos, como Carlo, saluda a las tribunas que hay frente a nosotros y la gente empieza a vitorear su nombre.

-Carlo es muy querido entre la gente del Capitolio – explica Portia, sin dejar de observar a su hermano con… ¿admiración? Sí. Cuando Carlo le da la espalda al público, mira a su hermana y le sonríe. Es una sonrisa llena de calor y amor. ¿Cuánto hace que no me sonría alguien a mí de esa forma? Tal vez años.

Decido sentarme en una de las sillas que hay en el centro porque presiento que es ahí donde debo sentarme. A un lado se sienta Portia y, al otro, Effie. Madox, Carlo y Eridia se sitúan justo detrás de nosotros. Mientras, observo a ambos lados de la calle. En un extremo se ve que la calle gira hacia la derecha; sin embargo, al otro lado veo el edificio de mármol blanco que hace que se me hiele la sangre.

Estamos en el recorrido final del desfile, frente al palacio del Presidente Snow.

También me percato de que el nuestro es el balcón más grande y sólo nosotros lo ocupamos, dejando una decena de asientos vacíos.

-¿Se sentará alguien más con nosotros? – pregunto a Portia, que supongo es la que más veces ha podido sentarse en estos balcones.

Effie, a pesar de ser una mujer del Capitolio, siempre ha estado a cargo de tributos del Distrito 12, el cual solo ha tenido tres ganadores en toda la historia. Como en todos los años que Effie lleva trabajando con mi distrito no ha habido ningún ganador, supongo que jamás ha podido contemplar el desfile desde este lugar.

-No, Gale – responde Portia – Este es sólo para nosotros.

-Pero si es el más grande y en el que menos personas hay. ¿Para qué son el resto de los asientos?

-Supongo que este balcón no estaba destinado para los ganadores. Sinceramente creo que aquí deberían sentarse lo vigilantes – oír esa palabra hace que el pelo de los brazos se me erice – sin embargo ellos son los que se encargan de dirigir hasta el más mínimo detalle del desfile, por lo que nunca lo presencian en vivo.

De repente nace en mí una gran curiosidad por conocer a los vigilantes, descubrir su historia, sus pensamientos, a sus familias... Me encantaría saber por qué hacen lo que hacen, si hay una razón en concreto. ¿Será porque los obliga el gobierno? ¿O se presentan voluntarios por ser un trabajo de prestigio? Atalanta ya me habló de que en su ascenso a vigilante a pesar de su corta edad se debe en parte a que Séneca, el vigilante jefe, es su hermano.

Pero no me da tiempo a preguntarle nada más a Portia sobre ellos, pues en las pantallas aparece la curva que hay a nuestra izquierda. Todo el mundo comienza a gritar cuando aparecen los primeros carros negros tirados por un par de caballos.

Los tributos de cada distrito van por parejas. Es entonces cuando me percato de que es la primera vez que los veo, pues al igual que el año pasado, tampoco se nos proyectó en el tren la repetición de la Cosecha, algo que no me extraña pues, si no nos la mostraron a Katniss y a mí, que participábamos en uno juegos normales, ¿por qué sí este, en el que todos los tributos tienen en común la traición hacia el Capitolio? Podría afirmar que este año nadie tendrá prestigio sobre otros, que el Capitolio los odia a todos. Pero estoy completamente seguro de que el Capitolio se guarda una última estrategia.

Los tributos del Distrito 1 son jóvenes. El chico es muy alto y delgado, moreno. Lleva el cuerpo desnudo y está totalmente cubierto de los que parecen piedras preciosas de color azul oscuro. Por otro lado, la chica, completamente calva y pálida, está cubierta de diamantes transparentes. El Distrito 1, artículos de lujo.

En el carro del Distrito 2 se aprecia la primera diferencia de estos juegos. El tributo masculino puede tener cerca de veinticinco años. La chica es menuda y pelirroja, con el pelo lleno de rizos. Ambos llevan pantalones negros ajustados. Sin embargo, en la parte de arriba, el traje consta de algo parecido a una enorme piedra dividida en estratos que simula pizarra.

Este año, del Distrito 3 han salido una mujer anciana y un chico de tez oscura que, a pesar de su pequeña altura, se asemeja bastante a un toro. Ambos van vestidos con lo que parecen rallas multicolores, semejantes a cables. Los del Distrito 4, con mallas que asemejan escamas, son una chica con mirada perdida y un chico esbelto, con el pelo cobrizo.

En el Distrito 6, el carro tira de una adolescente rubia que sujeta la silla de ruedas de su compañero, otro chico joven al que le falta un brazo. Esa imagen me sobrecoge el corazón. ¿Qué habrá hecho ese chico para desafiar al Capitolio? En el Distrito 8, el hombre está cerca de los ochenta años. En el Distrito 9, una mujer de unos treinta años aparece junto a un joven, ambos vestidos con un traje que cambia de color, manteniéndose en tonos marrones y recordándome a los campos de trigo que se extendían por este distrito cuando lo visité. En el Distrito 10, la protagonista es el tributo femenino, de la edad de Rue, o puede que incluso menor. En estos juegos no hay límite de edad.

Justo cuando una mujer esbelta de tez oscura y ojos verdes y un chico rubio vestidos con trajes llenos de hojas que representan al Distrito 11 aparecen por la curva, se apagan los murmullos de la gente. Todos expectantes.

Me inclino sobre la barandilla de seguridad, mirando alternativamente a las pantallas y al final de la calle. Hasta que, al final, el carro negro tirado por caballos del mismo color aparece.

Madge y Rory están uno al lado, aunque lo más separados posibles. Mi hermano mira a ambos lados de la calle con esa nueva sonrisa suya, mientras que Madge mantiene la mirada al frente, fría, deseable e inalcanzable, como algo superior. Ambos van cubiertos de arriba abajo con unas mallas muy ajustadas. Además, ambos sostienen lo que parecen picos de minero.

Me dejo caer en el asiento, algo decepcionado. Sin lugar a dudas, esperaba algo mucho más impactante. Pero entonces, Madge y mi hermano levantan el pico sobre sus cabezas y se produce una fuerte explosión de humo negro. La gente grita, algunos de horror y otros sorprendidos. El carro ha sido rodeado por una espesa bola de humo negro y rojizo que nos impide ver a los tributos. Justo cuando el carro está a punto de pasar bajo mi balcón, el humo se desvanece y aparecen de nuevo los tributos. En las mallas, han aparecido miles de piedras brillantes negras, similares a las del traje de los tributos del Distrito 1. Los espectadores comienzan a aplaudir, eufóricos, y vitorean el nombre de mi hermano y Madge. Esta última sigue igual de distante, sin embargo mi hermano comienza a saludar a la gente, lo que los vuelve aún más locos.

Los carros llegan en seguida al palacio del Presidente Snow, formando un semicírculo. Suena el himno de Panem y el presidente aparece en su balcón. Aparto la mirada, pues verlo hace que se me forme un nudo en el estómago. “Ya sabes lo que le espera a cualquiera que incumpla mis normas” habían sido las palabras que me había dicho hace ya casi un año, justo en ese balcón. Y, poco después, cuando regresé a lo que siempre había considerado mi hogar, me encontré solo. Completamente solo.

El Presidente Snow da la enhorabuena a todos los tributos por el honor que supone participar en los Juegos del Hambre. Vuelve a sonar el himno de Panem y el presidente desaparece. Los carros se ponen en marcha y la gente comienza a marcharse de las tribunas.

-Vamos Gale – Effie y el resto se han puesto ya en pie y caminan hacia la puerta.

Al otro lado hay un agente de la paz que me coge del brazo. Instintivamente le golpeo con el codo en la cara y con el brazo lo empujo hacia la pared.

-¡Gale! – grita Effie, horrorizada.

Eridia y Carlo me agarran por los brazos y me apartan del agente, a quien empieza a caerle un hilillo de sangre por la nariz.

-No vuelvas a tocarme – le digo, mirándolo con todo el desprecio que puedo expresar.

Se limpia la sangre con un gesto de rabia y después, recupera la típica postura de agente de la paz.

-El vigilante jefe quiere hablar con usted – dice, sin mirarme a los ojos.

Noto que la fuerza de mis brazos se afloja y Eridia y Carlo se alejan de mí. Los miro interrogantes y vuelvo a girarme hacia el agente.

-¿Qué quiere? – pregunto.

-Sólo me ha pedido que lo conduzca. Si me permite.

Se da la vuelta y comienza a caminar por el pasillo. No quiero seguirlo. No quiero reencontrarme con Séneca. Pero sé que, por mi bien y el de las personas que aprecio y quedan con vida, debo caminar tras él.

-No vemos después – digo a mi equipo, sin siquiera girarme para ver sus caras. No quiero que sus expresiones de temor me retengan.

Camino deprisa para alcanzar al agente. El pasillo es mucho más largo de lo que esperaba. En un momento determinado gira a la derecha y pasa por una puerta que conducen a unas escaleras de emergencia. Bajamos dos pisos y seguimos avanzando por el pasillo, en dirección a…

Me detengo en seco y el agente parece percatarse. Se da la vuelta, observándome de arriba abajo.

-Ya casi hemos llegado. Es aquella puerta – señala delante de él, a una puerta metálica.

Me veo obligado a avanzar. Tan sólo nos dirigimos a la mansión del Presidente Snow, no puede hacerme nada o todo el mundo se percataría. Abre la puerta y me hace pasar, aunque él se queda fuera. Al otro lado hay una mesa de reuniones con todas las sillas vacías. Todas, excepto una.

Me quedo paralizado en la puerta, inmóvil.

-Hola, Gale Hawthorne – saluda.

-¿Dónde está Séneca? – pregunto, sin dejar de observar su pelo caoba recogido en un moño del que un par de mechones se han desprendido. – Iba a reunirme con el vigilante jefe.



-Séneca ya no es el vigilante jefe, Gale Hawthorne. Yo he ocupado su lugar.