viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 4. Regreso al Capitolio

Hola amores míos (hoy estoy de mejor humor que  el día que subí el último capítulo). Tres cosas. La primera: YA TENEMOS CITY OF BONES. Acabo de llegar a mi casa de verla y... no os voy a decir nada. Juzgarla y decirme que pensáis en los comentarios, así me entretengo un rato. Lo segundo es que a partir de ahora, subiré capítulo los viernes día par (siempre y cuando no me surja algo que me impida subir). Por si hay alguien que no lo entiende (como yo que he tenido que apuntar los días en un calendario) a la derecha del capítulo habrá un nuevo apartado llamado "Próximo capítulo" donde saldrá la fecha que subiré. Y tercero, aquí  tenéis capítulo nuevo. DISFRUTADLO ^^




No puedo evitar pensar en mi familia mientras observo cómo nos alejamos del Distrito 12 y del bosque. ¿Estarán ahí? Y, si es así, ¿sabrán que sigo con vida?
Estoy en el pasillo del tren, de rodillas sobre un sofá y contemplando como el paisaje cambia. El bosque desaparece y ahora atravesamos una llanura desértica, con unos cuantos árboles dispersos por el terreno. Me levanto del sofá y camino por el pasillo, hacia el comedor. Ahora mismo no hay nadie, pero aun así hay dulces y piezas de frutas en varias fuentes que hay sobre la mesa de caoba. Me decido por una manzana y vuelvo a salir al pasillo, de vuelta a mi dormitorio.
Madox no tardó ni un día en organizarlo todo para mi viaje al Capitolio. Al día siguiente de mi llamada, a primeras horas de la mañana, me llamó para decirme que hiciera la maleta ya que por la noche un tren pasaría a recogernos a mí y a Haymitch. Pero cuando llegué a casa de mi antiguo mentor, me di cuenta de que me tocaría hacer el viaje solo


Hacía horas que Madox me había llamado, pero con las prisas no me había dado tiempo ni a avisar a Haymitch. Había estado preparando ropa ya que tenía miedo de lo que encontraría en el armario de tren. Tal vez Madox se hubiera encargado de mi vestuario. No sería algo que me alegrara ver.
Salí de la casa y me dirigí a la de Haymitch. Pensé que era el primer día en el que no había cruzado ese jardín una veintena de veces. Me lancé decidido hacia la puerta, normalmente abierta, y me di un cabezazo contra ella. Estaba cerrada.
-¡¿Haymitch?!
Paseé por el rellano y me asomé a la ventana que daba a la estancia principal. Estaba cerrada, pero a través de las translúcidas cortinas pude ver a Haymitch tirado en el suelo. Primero, me invadió una sensación de temor. Desapareció al ver que Haymitch se movía... en dirección a una botella de licor que había tirada en la alfombra y terminaba de vaciarla de un solo trago. El cristal no me impidió escuchar el eructo que siguió a esa acción.
-¡Haymitch! - volví a llamarlo, golpeando el cristal con fuerza. - Deja de beber y ábreme la puerta.
Ni se inmutó.
-¡Haymitch! - comenzaba a hervirme la sangre bajo la piel - ¡Abre de una maldita vez! ¡Mañana tenemos que ir al Capitolio! 
Esta vez, si se inmutó. Me hizo un gesto grosero y siguió tirado en el suelo.


Pasé casi una hora golpeando la puerta, intentando tirarla; aporreando los cristales e incluso intentado escalar por la fachada para ver si alguno de los balcones estaba abierto. Nada. Haymitch se había asegurado de que nadie entrara en esa vivienda. ¿Lo habría hecho para que nadie entrara mientras él estaba borracho y pudiera matarlo? Sin duda, esa era la razón por la cual dormía con un cuchillo en la mano. Pensé en ir a casa del alcalde. Tal vez él guardara una copia de las llaves, pero lo descarté. No tenía ganas de reencontrarme con Madge después de la escena del día anterior. Además, no me importaba hacer un viaje solo hasta el Capitolio. Haymitch no tenía por qué acompañarme.
Y ahora estoy más aburrido que nunca. Sin nada que hacer. Me encantaría que Haymitch se hubiera dignado a venir. Así podría regañarle por seguir bebiendo. Pero no me sentí capaz de sacarlo de la comodidad de su casa. Y menos aun sabiendo que ayer se emborrachó por mi culpa. Yo le pedí que siguiera siendo mentor en los juegos, rompiendo así la esperanza que se había creado de dejar esa vida de sufrimiento atrás.
Ni siquiera puedo entretenerme lanzando cuchillos. Uno de los guardias me ha obligado a entregárselo antes de subir al tren. Yo me había negado, pero me soltó un discurso sobre el bienestar de los habitantes del Capitolio y el peligro que supone un recién ganador de los juegos con un arma. En especial, si ese ganador tiene problemas mentales. Era el mismo discurso que me había soltado Madox por teléfono antes de salir de la casa para coger el tren.


-Esto no ocurre todos los días. Sabes que la gente no sale nunca de su distrito, ni siquiera los ganadores tienen ese derecho. Sólo unos pocos, como aquellos que trabajen aquí o en los que el Presidente Snow tenga confianza. Si esa norma es estricta con los que llevan años siendo ganadores, imagínate contigo, que sólo llevas un mes siendo privilegiado.
Resoplé. Privilegiado no era el término que describiera cómo me sentía.
-He tenido que llamar a la mansión del Presidente Snow para organizar todo esto. Al principio el secretario creía que se trataba de una broma, pero finalmente me puso con el mismísimo presidente y le expliqué la situación.
-¿Le dijiste que atento contra mi vida y contra la de los demás? - pregunté alarmado, imaginando la cara de satisfacción del Presidente Snow al saber que sus amenazas habían funcionado. 
-No. Le dije que querías ver a Atalanta y le expliqué que a veces tenías trastornos leves de personalidad.
-¿Atalanta?
-Sí, Gale. Es la chica que va a ayudarte.
-No me agrada que el presidente conozca mis problemas. Sólo soy un habitante más. Si no se preocupa por los demás, ¿por qué sí conmigo?
Intentaba parecer confundido, aunque, en verdad, conocía la respuesta a esa pregunta.
-No te preocupes. Suavicé las cosas sobre tu problema. El Presidente Snow dijo que estaría encantado de organizar todo el viaje para conseguir tu bienestar. Y así lo ha hecho. Se ha encargado de todo. Incluso ha alargado tu visita un día más para que pueda tatuarte. Aunque me he dado cuenta de que necesito varios días más para terminarlo, así que tendré que ir a tu distrito una vez por semana. ¿Sabes? No puedo aplicar demasiada tinta a tu cuerpo. No es una sustancia propia de él y pueden surgir complicaciones. Si cargo demasiado el tatuaje puede llegar a las zonas en las que las células se mezclarían con la tinta y tenderían a expulsarla de tu piel. ¡Serían horas de trabajo malgastadas! La tinta no es un producto muy caro, pero no podemos ir tirándola por ahí...
Me alejé el teléfono del oído y dejé que Madox continuara hablando sin parar sobre el comercio de la tinta y sus propiedades. Ya estaba acostumbrado a sus charlas sobre el arte del tatuaje y sabía que podría estar hablando sólo dos horas sin enterarse de que yo estaba vagando por mis propios pensamientos.
El presidente había organizado todo el viaje. ¿Por qué iba a tomarse tantas molestias para ayudarme? No debería ir. Iba a ser peligroso y no tendría a Haymitch para ayudarme. Pero no iba a echarme hacia atrás. No tenía miedo de nada. Tampoco del presidente Snow.

Me tumbo en mi cama mientras muerdo la manzana. Aquí no hay nada que hacer, así que decido dormir un rato. Algo me dice que voy a necesitar fuerzas para lo que me espera en el Capitolio.


Me despiertan unos fuertes golpes en la puerta y salto de la cama para abrir. Al otro lado hay un agente de la paz, uno de mis guardas, cargado con una pistola en el cinturón del uniforme. Lleva la mano sobre ella, tensa.
-Prepárate. Estamos a punto de llegar – contesta secamente.
Entro en el baño y me aseo. Recuerdo lo extrañas que me parecieron las duchas la primera vez que entré en una de ellas, ahora son más que conocidas. Me encantaría llenar la bañera y tomar un baño caliente y relajante, pero no creo que sea el momento más oportuno para cabrear a los agentes con mi tardanza, así que me doy una ducha rápida. Cuando salgo, me miro en el espejo y me despeino un poco el pelo, en punta. No sé por qué, pero quiero parecer diferente, como si ser ganador hubiera cambiado mis opiniones sobre el aspecto. Algo que no es cierto. Pero tal vez así, Madox crea que le exageré por teléfono y le parezca una persona social y cuerda.
Salgo del baño en ropa interior y abro la maleta. Son todo camisas y pantalones. A decir verdad, la ropa es bastante sosa, así que me acerco al armario del dormitorio y abro las puertas. No puedo evitar la expresión de horror.
Hay enormes abrigos de piel, pantalones con estampados, blusas transparentes que parecen haber sido bañadas en una fuente de purpurina, corbatas que deslumbran, sombreros y joyas enormes, y lo peor, zapatos con cuñas y alza. 
Vuelvo a la maleta y rebusco hasta encontrar los zapatos que Portia me puso el día que gané los juegos, los zapatos con los que iba al bosque. Desde luego, son los que voy a llevar. Busco entre la ropa del Capitolio algo decente. Encuentro unos pantalones azules eléctrico y una camisa negra con tiras plateadas. Me visto intentando no mirarme al espejo, pero no consigo evitarlo. Así que, al final, me encuentro con un resplandor del que sobresale una cabeza que parece un rizo. Falta algo, lo sé. Voy al cuarto de baño y encuentro un bote de gomina con purpurina y comienzo a peinarme. Muy a mi pesar.
El tren hace rato que ha parado en la estación y, cuando llego al comedor, me encuentro con un chico joven sentado en los sillones. Lo examino de abajo a arriba, intentando copiar el aspecto. Botas negras con tacón hasta la rodilla, pantalones de cuero negro y camiseta de volantes púrpura. Lleva además una chaqueta de cuero marrón oscuro. La ropa es medio normal para ser del Capitolio, lo que en verdad le causa un aspecto tan extravagante es su pelo rojo peinado en punta en todas direcciones.
Se levanta con una sonrisa radiante y se acerca a mí para abrazarme con fuerza.
-Con ese aspecto no pareces para nada peligroso. - comenta como si nada.
Miro hacia abajo y me observo de nuevo. La extravagancia no es algo que se menosprecie en el Capitolio, al contrario, es lo que se busca.
Salimos del tren y los agentes de paz caminan detrás de nosotros hasta que Madox se da la vuelta y se enfrenta a ellos.
-El Presidente Snow ha puesto toda su confianza en este chico y no voy a dejar que vuestra estupidez entorpezca nuestra tarea. Así que ya podéis llamar a quien haga falta para que os diga que vuestra misión de escolta finaliza aquí. Gale es mi amigo y no va a herirnos ni a mí ni a ninguno de los habitantes del Capitolio.
Me agarra del brazo y tira de mí con fuerza. Está claro que tiene más confianza en mí que yo mismo.
Salimos de la estación del tren y aparecemos en una calle enorme. La gente pasa a nuestro lado sin mirarnos, pero yo no puedo evitar fijarme en cada una de las prendas que visten. Junto a la calzada nos espera un coche negro de cristales tintados. Me quedo inmóvil y contengo la respiración. Es uno de los vehículos que están a disposición del Presidente Snow, podría haberlo manipulado, podríamos tener un accidente. Sería tan fácil matarme aquí mismo sin que los habitantes sospechen de nada.
-Gale, ¿estás bien? - la voz de Madox me saca de mi ensoñación – No te preocupes.
Me pone una mano sobre el hombro y me empuja hacia el coche. Entro con cuidado de no tocar el vehículo más de lo necesario. El coche arranca sin hacer ruido y nos conduce por las laberínticas calles del Capitolio, bordeadas por altos y brillantes edificios. Hay parques repletos de vegetación y fuentes enormes en mitad de los cruces. Las calles están cubiertas por baldosas de diferentes colores. A decir verdad, la ciudad es preciosa, y darme cuenta de esto hace que mi odio hacia ella aumente considerablemente. No reparan en gastos para perfeccionar hasta la mínima esquina de esta ciudad mientras que la gente en los distritos se muere de hambre.
El coche se detiene frente a una casa rosa pálido y Madox abre la puerta para bajar.
-¿Qué es esto? - pregunto.
-Mi casa. Estaremos aquí lo que queda de día. Mañana y pasado iremos a ver a Atalanta y el cuarto día te tatuaré. Después, terminará la visita.
Asiento y cierro con un portazo la puerta del coche. En ese momento me doy cuenta de lo nervioso, incómodo y enfadado que estoy. Esta situación no me va a ayudar a pasar lo que queda de día solo con Madox sin que me dé por estrangularlo.
-No creo que sea seguro – lo advierto desde el otro lado de la vaya que da acceso al jardín y, posteriormente, a la vivienda.
-Confío en ti, Gale – se limita a decir mientras abre la puerta de la casa.
Decido entrar. Lo que pase será culpa suya. Yo lo he avisado.
-¡Quítate los zapatos! - grita desde algún lugar del interior de la casa.
Me quito los zapatos antes de entrar y cerrar la puerta para encontrarme con un suelo de madera brillante. La casa está decorada con todos los colores que conozco, pero siempre en tonos pálidos, lo que reconforta y da sensación de tranquilidad. Justo lo que necesito. Hay mesas repartidas por la estancia que sostienen jarrones y pequeñas lámparas encendidas. Las ventanas están cerradas, por lo que no dejan entrar la luz, por eso todas las lámparas están encendidas. La sala consta de tres sofás colocados en forma de “U”. Camino por la estancia y oigo los maderos crujir bajo mis pies. Hay un olor empalagoso y concentrado a vainilla y jazmín. Mientras camino, me percato de que sólo hay cuatro paredes. Las distintas habitaciones no están delimitadas, por lo que tampoco hay puertas, de tal forma que en una esquina está la cocina, separada por una barra de los sofás y la mesa grande que constituiría el comedor.
-Sube, te enseñaré tu habitación. - me pide una voz desde lo alto de unas escaleras de caracol que hay en una esquina de la estancia.
Con cuidado de no caerme, asciendo hasta la segunda planta y descubro que aquí, si hay más paredes. Camino por el pasillo por el que también hay mesas con jarrones y lámparas. Hay un sillón en mitad junto a una mesita sin nada encima y me pregunto para qué querrá Madox sentarse en mitad del pasillo. Sólo hay cuatro puertas. Entro por la primera y me encuentro con un despacho con la típica decoración de la casa: escritorio de madera rojiza, sillones clásicos y más jarrones y lámparas con estampados de flores en tonos suaves. Entro en la siguiente habitación y me encuentro un cuarto de baño. No ha ducha, sino una bañera enorme de cerámica blanca resplandeciente. Continúo con la siguiente puerta. Esta vez es un dormitorio, pero sé que no es mío en cuanto pongo un pie dentro. Hay una cama con dosel y cortinas casi transparentes, una cómoda con un espejo y cientos de pinturas sobre ésta, supongo que es maquillaje, sillones como el del despacho y más lámparas. En frente, me encuentro con unas ventanas que dan a la calle en la que el coche que nos ha traído permanece estacionado. Salgo de la habitación de Madox y camino con decisión hasta la última puerta. Pensaba que sería mi habitación, pero no lo es. Es el estudio de tatuajes. Ya he visto uno como este, en el edificio donde nos preparaban para asistir a la arena, donde Madox me tatuó por primera vez. En una mesa de madera hay decenas de agujas y al lado hay un mueble lleno de tintas de distintos colores. También hay una silla en el centro y una camilla. Salgo aterrorizado con el recuerdo del dolor de la aguja mientras acaricio con los dedos el tatuaje de mi antebrazo.
-¡Madox! - lo llamo.
Y entonces el techo cruje y desciende. Permanezco inmóvil contemplando como la madera se separa del techo y baja...una escalera. Por encima de esta veo a Madox riendo.
-¿Te ha gustado la visita a la segunda planta?
Sacudo la cabeza con desaprobación y subo las escaleras hasta el desván. El estilo es el mismo al de su dormitorio, pero la cama carece de cortinas y no hay maquillaje en la cómoda. En una de las paredes hay una ventana redonda. Me acerco a ella y observo que da al jardín que hay detrás de la casa.
-¿Te gusta? - pregunta Madox aún en la escalera.
-Mucho.
Y es verdad. La casa tiene estilo y es muy diferente a como me la esperaba. Me pregunto cómo me gustaría decorar mi hogar si pudiera hacerlo. Sin duda, tendría un aspecto parecido al de una cabaña, algo más pequeña que mi verdadera casa.
-Iban a derribarla – me cuenta Madox – Pero me encantaba el lugar. Está justo entre la estación de tren y la mansión del Presidente Snow. Además, uno de los mejores parques está aquí al lado y me encanta ir para concentrarme. Diseñar tatuajes no es algo tan fácil, necesitas inspiración. Pero como iba diciendo, la salvé y decidí decorarla como una casa que vi una vez en una revista. No es mucho de mi estilo, lo sé – me acerco a la cama y me siento. El colchón se hunde y tengo la sensación de haberme sentado sobre una nube.
-No, no lo es – aseguro.
-Tienen varias habitaciones secretas. Supongo que descubrirás alguna mientras estás aquí. Te gustará. Ahora te subiré algo para cenar y será mejor que descanses. Mañana vas a necesitar fuerzas.
Llevo horas durmiendo y estoy más que descansado, pero aun así asiento. Antes de volver a quedarme dormido, Madox me trae un plato con salmón en una bandeja plateada.


-Adelante – dice Madox sonriente, abriéndome la puerta que tengo delante.
Estamos en un callejón del Capitolio pero igual de decorado y cuidado que la calle más importante. La puerta es verde olivo, con el marco dorada, y la fachada es de tonos plateados y grises. Miro a Madox, hoy ha escogido un conjunto verde agua formado por una camisa y unos pantalones anchos. Yo llevo una camiseta dorada con el cuello en punta y unos pantalones muy ajustados marrones. También llevo mis inseparables botas.
Cruzo la puerta que Madox mantiene abierta y me inunda el olor a incienso y a… bosque. Mis músculos se tensan y me llevo una mano a la cintura. Pero no tengo mi cinturón, ni mi cuchillo. Sólo tengo mis manos para defenderme. Me rodea una niebla intensa, tan intensa que no veo más allá de la punta de mi nariz. ¿Dónde estoy?
-Vénganos – suplica una voz, y el corazón se me encoge.
La voz ha sonado de todos lados. Parecía venir en todas direcciones… y en ninguna al mismo tiempo, como si hubiera sonado en mi cabeza.
-¿Clove?
Cierro los ojos con fuerza. Esas fueron sus últimas palabras. Cuando abro los ojos de nuevo, me encuentro en el escenario de todas mis pesadillas. La arena.
Y, a mis pies, el cuerpo inerte de Clove. Pierdo la fuerza de las piernas y caigo al suelo, junto a ella. Acaricio su cara y noto su rostro contra mi piel, frío.
-Cierra los ojos – se oye una voz a mi alrededor.
-¿Quién eres? – pregunto sobresaltado.
-Cierra los ojos – repite la voz.
Lo vuelvo a cerrar, sintiendo más indefenso aún.
-Ábrelos.
La obedezco y, cuando lo hago, vuelvo acerrarlos para que la imagen desaparezca.
-Ábrelo – repite la voz.
-¡No! – grito - ¡No quiero recordar esto!
-Tienes que hacerlo, Gale.
-¿Quién eres?
-Mi nombre es Atalanta.
-¿Eres la que va a hacer que mi problema desaparezca?
-No – contesta – Soy la que va a ayudarte a ver las cosas tal y como son. Si debes dejar de preocuparte por morir, o si debes mantenerte aún más atento que en los juegos.
-¿Por qué?
-Abre los ojos, Gale. Por favor.
Tomo aire y abro los ojos. Frente a mí está Clove, con un cuchillo, a su lado, Glimmer, cargando el arco y apuntándome con una flecha plateada. Sé lo que viene ahora.
Clove mira a Glimmer y me lanza el cuchillo, que parece detenerse en el aire. ¿Y si hubiera querido matarme? ¿Y si hubiera muerto? ¿Habría ganado Clove? ¿Habría sobrevivido Katniss? Doy un paso a mi izquierda, decidido, para colocarme frente al tronco del árbol y, en un segundo, el cuchillo se clava en mi pecho.
La niebla se hace espesa y la escena desaparece. No siento dolor, parece uno de mis sueños.
-No puedes cambiar lo que ya ha sucedido, Gale. Siempre debes tener en mente eso.
La niebla vuelve a disiparse. Tres personas corren por el bosque: Cato, Marvel y Clove.
-¡KATNISS! ¡KATNISS! – me giro buscando a la persona que grita su nombre. Soy yo, lo sé.
-¡Por allí! – grita Marvel señalando hacia delante.
-¡Podría ser una trampa! – Clove se muerde el labio y agarra a Marvel del brazo.
-¿Por qué llamaste a Katniss, Gale?
-Para protegerla – contesto con un nudo en la garganta – Quería que ellos me siguieran a mí en vez de a ella.
-¿Ya habías tomado la decisión de salvarla a ella?
-No. No lo sé. – bajo la vista hacia mis manos – Una parte de mí quería sobrevivir, pero otra quería salvar a Katniss en todo momento.
-¿Porque esa parte la amaba?
-Supongo que sí…
-¿Por qué crees que Clove intentaba proteger a Katniss?
-Porque yo se lo pedí – contesto con el ceño fruncido. Todo Panem sabe eso.
-¿Estás seguro? – pregunta la voz de Atalanta.
-Quería ser diferente. Por eso me ayudaba.
-Tal vez si hubieras visto la retransmisión de los juegos no estarías aquí, Gale.
La imagen vuelve a cobrar movimiento.
 -¡Cállate! Quiero matar a ese imbécil. – grita Marvel, soltándose con fuerza de Clove.
-¡Que no le hables así, Marvel! – Cato se pone en medio.
-¿Cómo puedes protegerla sabiendo que está aliada con él? ¿Por qué nos salvaría con las rastrevíspulas?
-A ti no tendría que haberte salvado, Marvel. – Clove se acerca y pone su cuchillo bajo el cuello de Marvel.
-Baja ese cuchillo, Clove, o juro que te atravieso. – Clove baja la vista y ve que la lanza de Marvel está presionando a la altura de su estómago.
-¡ESCUCHAD! – los dos se giran hacia Cato
-¡Katniss!
La imagen se disuelve con el grito de una niña pequeña y con la sonrisa de satisfacción de Marvel.
-¿Dónde estoy? – pregunto cuando la niebla vuelve a rodearme.
-Estás en una habitación llena de humo.
-Pero…
-Parece la arena. El bosque. Incluso huele como el bosque. Lo sé. El olor está, lo he preparado. Y ese olor hace que tu cerebro recuerde el bosque y por todo lo que pasaste.
-Pero yo no vi esto – susurro – Los oí, pero no lo oí.
-Tecnología del Capitolio. Mediante hondas magnéticas puedo hacer que tu cerebro reproduzca lo que yo quiero que veas. En este caso, es una grabación de los juegos.
-¿Para qué?
-Dime la verdad, Gale. ¿Te crees capaz de recuperarte? En mi opinión, si estás alerta, es por algo. Sólo voy a ayudarte a analizar cada momento en la arena, a hacerte pregunta para las que no tienes respuestas y para hacerte pensar. Las casualidades no existen, Gale. Al contrario. Todo en la arena estaba controlado. ¿Sabes por quién?
-Snow.
-También los Vigilantes. Y su vigilante jefe. ¿Sabes su nombre?
-Séneca Crane.
-Exacto.
La niebla vuelve a desaparecer. Esta vez la escena es la misma, Clove y Marvel discuten.
-¡Eres una traidora! Vas a matarme en cualquier momento, lo sé. ¿Cuántas veces lo has ayudado?
-Parad ya… - Cato parece cansado.
-Va a escaparse, Marvel. ¡Deja de decir tonterías y corre!
-Eso es lo que tú quieres, ¿no? Que escape.
-¡El que se está deteniendo eres tú, Marvel!
Clove coge el cuchillo de su cinturón, pero Marvel es más rápido. Clava la lanza por encima de la cintura de Clove, quien deja caer el cuchillo y cae al suelo. En el momento de incertidumbre, Marvel sale corriendo y Cato se agarra para ayudar a Clove.
-No te preocupes. – la ayuda a incorporarse y Clove se levanta con dificultad.
-Ve tras él, Cato.
-No, no pienso dejarte desprotegida.
-¡Va a matarlo!
-¿Y qué? Así tú y yo podremos sobrevivir. Los dos. Si mata a Katniss y a Gale todos volveremos a casa.
-¿De verdad lo crees?
-Tienen recursos para hacer una grabación falsa en la que sólo quede uno mientras que, en verdad, ganamos todos.
-No, Cato. Sólo quieren un ganador. ¿Quién hará las entrevistas? Nosotros dos nos presentamos voluntarios, al igual que Marvel. El resto se conformaría con volver a casa, pero nosotros no. Tendríamos que luchar. Todo es una mentira. No sé qué hicieron los del doce en el bosque, pero no voy a matarlos porque sé que Séneca no cumplirá su promesa.
-No lo sabes – contesta Cato, aunque poco convencido.
-He venido a luchar si todos estábamos en igualdad de condiciones. No así.
-¿Pero por qué te empeñas en ayudarlo?
-El Capitolio les ha preparado a ellos una trampa, ¿qué te hace pensar que no hay otra para nosotros?
-No la hay…
Se escucha un cañonazo y ambos miran hacia el cielo.
Voy a esconderte. Cato la coge en brazos y la suelta entre unos matorrales, ocultándola bien.
-Ten cuidado – le pide Clove, agarrando su brazo.
-Lo tendré – Cato se inclina y la besa.
La imagen vuelve a congelarse.
-¿Qué sientes?
Me miro las manos de nuevo. No dejan de temblar.
-Rabia.
-¿Por qué? ¿Porque la besa?
-No. Siento rabia por lo que nos hicieron a Katniss y a mí. Sólo entramos en el bosque a cazar, necesitábamos sobrevivir. Impedir que nuestras familias murieran de hambre ahora que no teníamos padres que consiguieran algo de comida en el trabajo. ¡Sólo intentábamos sobrevivir!
Las lágrimas me arden en los ojos.
-Desahógate.
-No.
-Aquí no te ve nadie. Puedes gritar y llorar lo que quieras.
-¡NO! - dos lágrimas acompañan a mi grito de frustración, y con ellas llega la rabia - ¡¿Por qué me haces esto?!
-Sólo intento ayudarte.
-¡No! Tengo que ser fuerte y esto me hace más débil.
-¿Llorar te hace débil? ¿Eso piensas?
-Sí.
-Pues te equivocas, Gale. Y ahora mira esto.
La niebla se disipa. Es de noche, pero reconozco el bosque y los matorrales en los que Cato dejó escondida a Clove. Se escucha el himno del Capitolio y en el cielo aparece su símbolo y la cara de Cato, seguida de la de Rue.
Escucho un sonido procedente de los matorrales y me acerco con sigilo. Es Clove. Tiene la cara deformada en una mueca de dolor, pero no llora. Mantiene los ojos muy abiertos y los labios formando una fina línea. Las manos se aferran al costado, cerca de su herida.
-Lo mataré – repite una y otra vez – Juro que lo mataré.
-¿Has sentido celos antes cuando Cato la ha besado?
-No. Yo quería y sigo queriendo a Katniss.
-Se puede querer a dos personas, Gale.
-Los juegos no son el mejor escenario para pensar en sentimientos profundos, Atalanta. Allí uno solo piensa en luchar y sobrevivir. En casos muy raros, como el mío, en salvar a otras personas.
-Está bien, quiero que veas una cosa. La última por ahora.
-¿Ya hemos acabado?
-Casi.
La niebla vuelve a envolverme y, cuando desparece, estoy en el lugar donde murieron Rue y Cato. Rue está en el suelo, muerta. Frente a mí, Marvel atraviesa a Cato con la lanza. Esto ya lo he visto.
-Acércate a Cato. - me pide Atalanta.
Hago caso y avanzo, pasando junto a Marvel, y me agacho para ver a Cato.
-¿No ves nada familiar en él? ¿Algo que tú tengas?
Lo observo con atención y me quedo congelado.
-No puede ser.
-Pues lo es.

Cato tiene el mismo corte que Clove y yo en el labio.

sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 3. Ayuda

Hola. Tengo que deciros unas cuantas cosas. La primera, como habéis dejado de comentar no sé si os está gustando esta segunda parte del blog y estoy dando pasos en ciego prácticamente. Lo segundo, seguramente deje este blog y todos los que he empezado. Ahora mismo, debido a problemas personales no me siento con ganas de escribir ni de nada. Subiré los capítulos que tenga escritos los viernes, como hasta ahora, pero no sé hasta cuando durarán.Al principio, en este capítulo os iba a decir que estoy intentando escribir un capítulo por día (lo que es un martirio prácticamente) ya que cuando comience el curso no podré escribir absolutamente nada. Segundo de bachiller es duro, especialmente si tienes pensado subir considerablemente tu nota media desde el primer día. Mis padres lo saben y van a quitarme el ordenador. Esto era lo que os iba a decir, pero no es eso. No quiero escribir durante una temporada porque mediante mis historias transmito como me siento y no me parece justo. Tampoco quería escribir esta entrada, pero supongo que no puedo abandonar el blog sin más, sin daros una explicación. Lo siento...



Abro los ojos y me encuentro con un cielo azul infinito. El sol ni siquiera me ciega, así que no me molesto en protegerme de los rayos. Es un sueño, lo sé; pero esta vez es un sueño bonito, o eso parece. No quiero quedarme todo la vida recostado sobre el suelo húmedo, así que me giro para mirar a mi alrededor y me doy cuenta entonces de que no es un sueño. Es una pesadilla, como siempre.
Me encuentro recostado sobre la hierba, que aún tiene gotas de rocío. Estoy en un claro, rodeado de todo tipo de árboles: un bosque. Y en el centro del prado está la más que conocida Cornucopia.
-¿En serio? Estoy cansado de este tipo de sueños.
Llevado por mis pies comienzo a caminar hacia la enorme estructura alrededor de la cual se apilan gran número de armas en los juegos, a diferencia de ahora, que está solitaria.
Cuando llego hasta ella entro dentro, pero no hay nadie. Así que subo a lo alto y allí me encuentro con una persona sentada, contemplando el horizonte.
-Gracias por ir ayer a verme – comenta, sin apartar la vista de la espesura del bosque.
Me acerco y me siento junto a ella.
-¿No te cansas de aparecer en mis sueños, Catnip?
Sonríe. Pero hay algo de tristeza tras sus ojos.
-Eres tú el que piensa en mí incluso mientras duerme.
-¿Por qué estás triste? - pregunto, cambiando de tema.
-¿Cómo estarías tú si hubieras muerto y supieras que nunca volverás a entrar en el bosque? Solo puedo verlo en sueños, Gale. En tus sueños.
-Es peor estar vivo, verlo todos los días desde la distancia y solo poder soñar con entrar en él.
Se encoge de hombros y después señala a un punto del prado.
-Mira.
Sigo la dirección de su mano. Ha aparecido un chico en mitad del prado.
-Esa sonrisa malévola me suena de algo – comento con sarcasmo. Bajo la mano y cojo el cuchillo que hay en mi cinturón - ¿Vienes? - me levanto y le tiendo una mano.
Clava sus oscuros ojos en los míos y, tras unos momentos de incertidumbre, se agarra a mi mano y se levanta. De un salto llego a la hierva húmeda, cayendo en cuclillas. Lo bueno de los sueños es que puedes hacer cualquier tipo de pirueta y no te haces daño. Cuando me pongo derecho, Katniss ya está a mi lado. Coge el arco que ha aparecido en su espalda y carga una flecha en él. Corremos hacia el chico con la lanza que hay frente a nosotros. Katniss dispara con el arco y le atraviesa el pecho. Se oye un cañonazo al mismo tiempo que el cuerpo de Marvel explota, llenándonos a ambos de sangre y trozos de carne.
-Esto es asqueroso – digo, quitándome la sangre del pelo.
Katniss no me responde. Observa a nuestro alrededor, al linde del bosque, de donde salen decenas de personas. Hay tributos como Glimmer, Cato, Tresh, Rue, Will, Cassy, la chica pelirroja, el chico del Distrito 3, Clove...  Pero hay más. Del bosque también salen Haymitch, Madge, Peeta, Effie, Madox, Portia, Cinna... Todos visten con ropas de tributo.
-Effie no dejaría que la vistieran así – miro a Katniss, que mantiene los ojos fijos en Tresh - ¿Qué es esto? - pregunto.
Justo en ese momento, todos sacan algún tipo de arma y corren hacia nosotros. Son demasiados, pero en cuando Katniss y yo nos sumimos en la batalla, comienzan a morir. Con un simple cuchillo corto las gargantas de Cinna y Portia, que viene a por mí uno junto al otro. Por el rabillo del ojo veo a Katniss coger la lanza que Marvel dejó en el suelo y la levanta, atravesando con ella a Peeta.
Por primera vez en un sueño siento arcadas. El chico rubio mira hacia abajo mientras varias lágrimas corren por sus mejillas. Katniss se acerca a él y acaricia su cara con cuidado, mientras el chico cae al suelo y su cuerpo explota al igual que había hecho el de Marvel antes.
Entonces una figura corre hacia Katniss con los brazos en alto e, instintivamente, lanzo el cuchillo, clavándoselo en el corazón. Cuando Katniss se da la vuelta veo su expresión de horror.
-¡PRIM!
Es un grito que rasga el cielo, el ruido y mi corazón. La batalla parece detenerse mientras la chica rubia con el pelo recogido en dos trenzas cae al suelo, hacia delante. El cuchillo presiona aún más contra su cuerpo, haciendo que la punta sobresalga por su espalda. Katniss se lanza al suelo junto a su hermana y llora mientras mantiene su cabeza en su regazo. El resto de las personas, cerca de diez, la observan en silencio.
Entonces Katniss levanta su mirada. Sus ojos son como llamas de fuegos. Coge el cuchillo del corazón de su hermana y corre hacia mí. Siento un tirón en el brazo y me giro. Es Clove. Con la mano con la que no me sujeta con fuerza señala hacia la Cornucopia, donde ha aparecido una especie de puerta dorada. Tira de mí mientras corre hacia ella, así que corro a su lado.
De un empujón, me lanza contra la puerta. La atravieso y caigo de bruces al suelo. Cuando me pongo de pie, me doy cuenta de que estamos en las salas de entrenamiento del Capitolio. No me da tiempo a ver mucho más de la sala, pues unos brazos me agarran por la espalda y alguien me pone un cuchillo junto a la garganta. Por encima de uno de mis hombros aparece el rostro de Clove con una extraña sonrisa. El cuchillo va ascendiendo, pasa mi barbilla y se posa sobre mi boca. Con un rápido movimiento me hace un corte y grito. 'No debería doler' pienso. La cara de Clove emite un extraño brillo metálico y se transforma en el rostro de la que fue mi mejor amiga: Katniss.
-Katniss, es un sueño. Tu hermana sigue viva.
-¿Cómo sabes eso?
Por primera vez en un sueño siento miedo. Sin lugar a dudas, este es el sueño más extraño que he tenido en mucho tiempo. Esa pregunta queda grabada en mi cabeza.
-Gale, – acaricia mis labios y ,cuando retira su mano, veo que está llena de sangre – recuerda que te...
Las palabras son ahogadas por el sonido de un cañonazo.

Despierto, como ayer y los días anteriores, bañado en sudor. Esta vez, lleno de rabia. Casi sin darme cuenta, lanzo la almohada por los aires y me levanto de golpe, tirando la lámpara que hay sobre la mesita de noche.
-¡¿Recuerda que te... qué?! - grito.
Me tapo el rostro con las manos. La luz del día entra por la ventana, lo que significa que esta noche he dormido de tirón. Separo las manos de mi cara. Siento la boca húmeda y extraña. Me mojo los labios con la lengua y el corazón se me encoje... sabe a sangre. Miro mis manos, que están llenas de sangre, al igual que mi ropa. Corro hacia el cuarto de baño y me miro en el espejo. Un corte, en el labio.
Sin pensarlo dos veces corro escaleras abajo y atravieso la puerta de la casa. Haymitch está sentado en las escaleras de las suya pero, al igual que ayer, no está solo.
-¡Haymitch! - grito mientras corro hacia él.
-¡Hola, Gale! Que eufórico estás... - entonces me ve y su cara se llena de preocupación - ¿Qué te ha pasado?
-No lo sé. Me he levantado y mira.
-¿Ahora eres sonámbulo? No vuelvas a dormir junto a un cuchillo. - se acerca a mí y saca del cinturón de cuero que aún llevo puesto el cuchillo de Clove – No es seguro.
-¿Que no es seguro? ¡Tú eres el primero que duerme con un cuchillo! Además esto no es la primera vez que me pasa. Cuando estábamos en el Capitolio me desperté igual, con un corte en el labio y no tenía acceso a cuchillos.
-¿Qué pasó qué en el Capitolio?
-Maldita sea Haymitch, ¡que me ayudes! - por primera vez clavo la mirada en el chico que hay junto a Haymitch - ¡Deja de mirarme! ¡Por qué no le llevas esa maldita barra de pan a Katniss y me dejas a mí en paz!
-Porque Katniss está muerta – se limita a decir antes de darse la vuelta y caminar hacia el distrito.
-¡Gale! - comienza a regañarme Haymitch - ¿A qué ha venido eso?
-¡Haymitch! O alguien me ha hecho esto o me estoy volviendo loco. ¿Puedes ayudarme?
-El cuchillo está manchado de sangre – dice Haymitch, observando el arma.
-Siempre ha estado manchado de sangre. Es la sangre de Clove.
Haymitch niega con la cabeza.
-Esta sangre es fresca.
Entonces me tiende el cuchillo. Tiene razón.
-Es... mía.
-Gale, - Haymitch se ha acercado a mí y me ha puesto una mano en el hombro - ¿estás seguro de que esto no te lo has hecho tú?
-Yo... no. Pero esta es la segunda vez que me pasa algo así, y estoy completamente seguro de que la primera vez no fui yo.
-Está bien. Entra, buscaré algo para curarte.
Entramos en su casa. En el suelo hay botellas de cristal. Ha vuelto a beber y, probablemente, sea por mi culpa. Me siento en el sofá, aún con la ropa empapada en sangre. Haymitch va a la cocina y saca de ella un maletín blanco. Se acerca a mí y lo abre. En su interior hay bandas, jeringuillas y pequeños botes de cristal.
-Ahora es cuando se echa de menos a la madre de Katniss.
Es verdad. La madre de Katniss era algo parecido a una doctora. Siempre que alguien tenía a un familiar herido o enfermo lo llevaba allí. Recuerdo que siempre que pasaba eso, Katniss huía al busque, alejándose de la sangre y el sufrimiento.
-¿Sabes algo de...?
-No – responde secamente mientras saca un poco de algodón y lo empapa con el contenido de uno de los botes de cristal.
Se inclina hacia la mí y posa el algodón. Hasta ahora había tratado de ignorar el dolor y el escozor, pero cuando el algodón me roza la herida me aparto bruscamente, conteniendo un grito, y me subo al respaldo del sofá, intentando mantenerme alejado de Haymitch. Busco en mi cinturón, pero el cuchillo no está allí. Él se da cuenta de mis intenciones y retrocede, mordiéndose un labio.
Entonces se escucha el estridente sonido del teléfono, proveniente del despacho. Me sobresalto y él hace lo mismo. Mira indeciso hacia la puerta y a mí, alternativamente. Yo intento relajar los hombros y vuelvo a sentarme en el sofá, intentando que se relaje. No lo consigo del todo, pero consigo que sea capaz de moverse y dirigirse al despacho, sin quitarme los ojos de encima.
Aunque no puedo verlo, escucho a Haymitch descolgar el aparato.
-¿Diga? ¡Madox! ¿Qué...? … ¿Mañana? Imposible... - me levanto del sofá y entro en el despacho. En cuanto me ve, Haymitch alza el cuchillo de Clove que tiene en su mano. Levanto los brazos, mostrándole que no tengo intención de hacerle nada; aun así, mantiene el arma en alto -  Estamos muy ocupados... No sé como será la vida en el Capitolio pero aquí estamos todos los días encargados de distribuir la comida... Que no. No puedes venir. No es un buen momento. ¿Hablar con él? No, no está...
Me lanzo sobre el escritorio y le arranco el teléfono del oído. Él me apunta con el cuchillo y me hace una herida bajo las costillas. Cierro los puños con fuerza y, cuando me he tranquilizado, pego el auricular a mi oído.
-Madox, soy Gale.
-¡Gale! - exclama con su voz chillona desde el otro lado de la línea. - Al fin alguien cuerdo con quien hablar. ¿Puedes decirle a tu mentor que tengo que ir mañana a terminar tus tatuajes?
-No, no puedes venir.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Porque puedo matarte, Madox.
Se hace silencio al otro lado y observo como Haymitch abre mucho los ojos. Entonces Madox comienza a reír tímidamente.
-¡Qué gracioso, Gale! Lo de las bromas nunca ha sido lo tuyo pero he de admitir que me has pillado esta vez. Ahora en serio, tengo que ir cuanto antes.
-Madox, no es ninguna broma. Ahora mismo no estoy pasando por un buen momento. Ayer intenté matar a Haymitch y esta noche creemos que he atentado contra mi integridad física. Así que habrá que posponerlo.
-Deja de decir tonterías, Gale. Me estás asustando.
-No es ninguna tontería, Haymitch puede corroborar lo que digo – aparto el teléfono de mi oído y se lo tiendo a Haymitch - ¿Puedes decirle que ayer intenté matarte?
Haymitch coge el teléfono y se lo pega al oído.
-Es verdad, Madox. Gale no está bien ahora mismo. Tal vez la semana que...
No le doy tiempo a terminar. Le quito el auricular y vuelvo a mi conversación con Madox.
-Cuando esté mejor te llamaré. Hasta otro día, Madox.
-¡Gale, espera!
Lanzo un suspiro y espero unos segundos para tranquilizarme y no colgar y arrancar posteriormente el teléfono.
-¿Qué, Madox? - aunque lo he intentado, no me he calmado lo suficiente y sueno bastante borde.
-Tranquilo, Gale. ¿Quieres poner el altavoz?
-¿El qué?
-Altavoz. Mira la base del teléfono. Debe haber un dibujo de un altavoz. Púlsalo.
Me acerco a la base. No es muy complicada. Tiene un cuadrado más grande en el que están los números dibujados y, encima de este, hay unos botones sueltos. Pulso el que tiene un dibujo de un altavoz.
-¿Me escucháis?
Haymitch y yo nos sobresaltamos ya que la voz de Madox ha retumbado en la habitación.
-Sí – digo pegado al teléfono – Se te oye. ¿Te paso a Haymitch para que hables con él y así os escucho a los dos?
-No, Gale. Haymitch, di algo.
-El pobre no está acostumbrado a estas tecnologías, Madox. ¿Qué quieres?
Me quedo boquiabierto.
-¿Lo oyes, Madox?
-Sí, Gale. Y a ti también. Así que puedes soltar el teléfono sobre la mesa.
Hago lo que me dice y me siento en una de las sillas que hay en frente de las de Haymitch.
-¿Y bien? - pregunta éste - ¿Qué es lo que quieres?
-Creo que Gale tiene algún problema de personalidad. Él es él – Haymitch y yo nos miramos interrogantes – Quiero decir, Gale es él mismo pero a veces sale a relucir la personalidad que tenía en los juegos.
-No me digas – comenta con sarcasmo Haymitch.
-Sólo hay que convencerlo de que no está en los juegos – finaliza Madox.
-Yo sé que no estoy en los juegos, Madox.
-Lo sé. Tú sí, pero tu cuerpo no. Y cada vez que tu cuerpo siente una amenaza o siente que algo te molesta... digamos que se activa el modo 'Gale en los Juegos del Hambre'.
-Estás loco.
-No, Gale. - me contradice Haymitch – Tiene sentido.
-Conozco a alguien que tal vez podría ayudarte, Gale. Pero tienes que venir al Capitolio.
-¡NO! - me levanto de un salto de la silla y retrocedo hacia la puerta - ¡No! ¡No! ¡No!
-Gale, cálmate – me pide Haymitch. Madox se queda en silencio.
-¡No pienso volver ahí!
-Tendrás que hacerlo, Gale. Vas a ir allí en la Gira de la Victoria y cada año. Ahora eres el nuevo mentor del Distrito 12.
-¡Que no!
-Esto... sigo aquí – se escucha la voz amplificada de Madox.
-Ahora te llamamos – ignorando las protestas de mi mentor y Madox me acerco al teléfono y cuelgo con fuerza.
Ahora, clavo la mirada en Haymitch, quien sujeta el cuchillo con más fuerza.
-Tienes que solucionar esto – le digo, señalándome el labio.
Salgo del despacho y me siento en el sofá de la sala principal. A los pocos minutos, Haymitch sale y se sienta a mi lado.
-Espero no tener que acuchillarte con tu propio cuchillo, Gale – dice, mostrándome el cuchillo que sostiene en la mano.
-Ese no es mi cuchillo – contesto, levantando la cabeza y cerrando con fuerza los ojos.
Parecen transcurrir horas mientras Haymitch me limpia la herida y me la cose. Las manos comienzan a sudarle, no sólo por el trabajo que está haciendo, sino por la tensión que debe causar estar curando a aquella persona que puede matarte en cualquier momento. Cuando termina me pone una banda en el labio.
-Seguramente se te infecte, no soy doctor ni nada parecido.
Abro los ojos y miro a Haymitch, quien tiene la camiseta empapada en sudor. He tenido que controlarme, agarrándome con fuerza a los brazos del sofá, para no defenderme.
-Pensaba que ibas a matarme.
-Yo también – contesto sin aliento.
Bajo la mirada y veo una delgada línea roja en mi camiseta. Me la levanto y contemplo la herida que me ha hecho antes Haymitch. Por suerte, es superficial.
-Cuéntame lo que pasó en el Capitolio.
Tomo aire y comienzo a narrarle lo ocurrido. Cómo soñé que Clove me cortaba en el labio, al igual que esta noche, y me despertaba con el corte. Que después salí al pasillo y la chica avox me llevo ante un hombre que me cosió la herida.
-Es extraño.
-Aún no he terminado. Clove tenía el mismo corte.
Haymitch me mira con los ojos muy abiertos y el entrecejo fruncido.
-¿De qué estás hablando?
-Cuando la... maté – digo tensándome – Me fijé en su boca y tenía el mismo corte.
-¿Y no tienes ni idea de quién pudo ser?
-Esperaba que tú pudieras echarme una mano. Tal vez su mentor te comentara algo.
-No – dice negando con la cabeza – No me dijo nada.
Nos quedamos en silencio. Mis tripas comienzan a gruñir y me pregunto qué hora será. Finalmente, justo cuando me dispongo a despedirme y a ir a la casa de al lado para que Haymitch no me ofrezca comer aquí, él rompe el silencio.
-Gale, creo que deberías ir al Capitolio.
Mis ojos se dirigen veloces hacia el cuchillo que aún sujeta en la mano, ahora con menos fuerza. Parpadeo fuertemente, quitándome ese horrible pensamiento de la cabeza. Ese pensamiento no es mío.
-No serviría. ¿Convencer a mi cuerpo de que ya no estoy en los juegos? Primero deberían convencer a mi cabeza, Haymitch, y es imposible. Sabes perfectamente que no dejaré de estar alerta. Sabes el por qué. Snow me quiere muerto, por eso me envió a los juegos. ¿Cómo voy a bajar la guardia?
-Lo sé – responde Haymitch, soltando el cuchillo en la mesa, junto al maletín, y tumbándose en el sofá con las manos tapándose el rostro. - Es solo una forma de tranquilizar a Madox y al resto de las personas que saben de tu problema. Y, ¿quién sabe? Tal vez te ayude de verdad.
-A no ser que usen una máquina para lavarme la cabeza y hacerme olvidar todo lo ocurrido estos dos últimos meses, lo dudo mucho.
-Si vas, si pareces interesado en recibir ayuda para no ser peligroso, puede que Snow te deje en paz – comenta, poco convencido.
Sacudo la cabeza mientras me acerco a la puerta de entrada.
-Nos vemos más tarde, Haymitch. Tengo que pensar.
Camino por el jardín que separa las dos casas, el suelo comienza a estar húmedo por el frío. Pronto comenzarán las lluvias y, después, la nieve. En otra vida, ahora mismo estaría en el bosque, buscando suministros para guardarlos en casa y poder alimentarnos durante el invierno; buscando leña para encender un buen fuego por las noches. Ahora es diferente. Seré una de las pocas personas en todo el distrito que estará cómodamente en casa, con una hoguera encendida mientras ve la televisión. Y no habré hecho nada para conseguirlo, excepto convertirme en un asesino.
Llego a la puerta de entrada y abro la puerta. He decidido no echar nunca la llave. No tiene sentido. Aquellos que quieren hacerme daño podrían entrar sin problema aunque pusiera diez cerrojos en las puertas y en las ventanas.
Entro en la cocina. Hoy Peeta no me ha dejado la barra de pan, así que cojo la que me trajo ayer. La divido horizontalmente y unto la superficie con queso derretido y lonchas de carne. Después me siento en el sofá y, sin querer, dirijo la mano hacia el mando del televisor. Jugueteo con él. Pasándomelo de una mano a otra, comprobando su peso, hasta que finalmente pulso el botón de encender.
La pantalla se ilumina y aparece un terreno desértico, con algunas rocas esparcidas. Hay un grupo de tres chicos luchando entre ellos. Dos son aliados, así que no tardan en matar al tercero. Suena el cañonazo y me sobresalto en el sofá. A continuación, ambos aliados se miran y se lanzan el uno contra el otro. Se ha acabado su alianza. Mientras luchan, me pregunto por qué veo esto. ¿Es que quiero torturarme más aún? ¿Quiero tener pesadillas con estos chicos también? Intento buscarle el lado positivo a observar la pantalla, no lo encuentro. Me serviría para entrenarme para los juegos, pero ya no volveré a ellos. Sólo volveré como mentor. En teoría. Me levanto y apago el televisor. Tengo que hablar con Haymitch.
Salgo de la casa y corro por el jardín. Golpeo con fuerza la puerta que, por una vez, está cerrada. Haymitch me abre, con el cuchillo de Clove en la mano.
-Eso es mío – digo bajando la mirada.
-Te lo daré cuando vayas a irte. ¿Qué quieres ahora?
-Tenemos que hablar sobre lo de ser mentor.
-Ah, eso. Ahora vas a ocupar mi puesto. Ya iba siendo hora de que alguien me sustituyera. Llevo veinticuatro años viendo a niños matarse unos a otros.
Abro la boca para decirle que no quiero ser mentor, que no quiero ver a más niños morir y que no quiero dar consejos a niños para que se conviertan en asesinos. Pero los palabras no me salen. Decirle eso, negarme a sustituirlo, significa pedirle que siga haciendo todo aquello que yo no quiero hacer. Todo aquello que él odia.
-No quieres ser mentor, ¿verdad? – parece que ha averiguado en lo que pensaba.
Cierro los ojos con fuerza. Pienso en mentir, decirle que no es eso, que no se preocupe, que lo haré yo. Pero sabría que miento. Así que, con los ojos aún cerrados, asiento con cuidado. Él suspira con fuerza, vaciando sus pulmones.
-Supongo que podría seguir haciéndolo yo. Ya tengo experiencia. Poco a poco lo voy superando.
Miente. Sé que no lo ha superado, ni está cerca de hacerlo. Todas las noches duerme con un cuchillo en la mano. Todos los días se acuesta borracho, intentando olvidar los llantos, los gritos de dolor, y la agonía de los tributos a los que ha dado algún consejo estos veinticuatro años. Me lo imagino al principio, fuerte y joven, entrenando, regañando y dando consejos valiosos. Lo veo ahora, gordo y viejo. Perdiendo la esperanza con cada año que ha pasado y sumergiéndose en el alcohol. ¿Seré yo así dentro de veinticinco años? ¿Consumido por el dolor y dejando que la vida de cientos de niños finalice sin poder hacer nada?
-No te obligaré, Haymitch. Déjalo y vamos a pensárnoslo los dos.
Él asiente y me entrega el cuchillo, con lo que da por concluida nuestra conversación. Sujeto con fuerza el arma y lo observo con delicadeza. Mi sangre y la de Clove ahora se mezclan sobre la hoja. Me doy la vuelta cuando Haymitch cierra la con delicadeza la puerta principal.
Camino hasta el arco de la Aldea de los Vencedores y después giro de nuevo. Algún día Haymitch morirá, y, si no ha ganado ningún tributo más del Distrito 12, seré yo el encargado de entrenar a los tributos. No podré salvarme siempre de esa misión. Sin embargo, si algún tributo consigue ganar, dudo que pudiera ser capaz de echarle esa tarea sobre los hombros para librarme de hacerlo yo.
-¡Gale! – me giro al oír mi voz y veo a una chica con un jersey y unos pantalones vaqueros.
Madge. Con su pelo rubio moviéndose de un lado a otro. Corriendo hacia el rellano de la casa en la que ahora vivo. Dónde estoy yo.
-¿Madge? – pensé que pasarían días hasta que volviera a verla. ¿Qué querrá?
Cuando llega a mi altura me empuja con fuerza por los hombros. No es fuerte, pero por culpa de la sorpresa doy un par de pasos hacia atrás y me choco con la puerta.
-¿Qué le has hecho? Ha ido a clases con los ojos rojos. ¡Ha estado llorando y sé que es por tu culpa! ¡Lo sé! Han terminado las clases y ha salido corriendo hacia el cementerio. Le he seguido y no me ha querido decir que le ocurre. Pero sé que es por tu culpa. He visto el odio en sus ojos, ese odio que sólo tiene cuando alguien menciona tu nombre. ¡Lo está pasando mal y tú le hacer sentir peor que…!
Golpeo a Madge y la hago girar para que ocupe mi posición contra la puerta. Sujeto su cuerpo con el brazo izquierdo, y cojo el cuchillo con el derecho, colocándolo bajo su barbilla. Su cara ni se inmuta, sus labios forman una fina línea y coge aire con fuera.
Pero, por lo demás, no parece sentirse amenazada.
Intento relajarme. Este no soy yo. Pero me es imposible. Quiero acercar más el cuchillo. Quiero atravesarle la garganta con él. Lo acerco más, de tal forma que le hago una pequeña herida, por donde comienza a correr un fino hilo de sangre. Pero sigue sin inmutarse. Y eso, hace que esta parte de mí, se enfurezca. Lanzo el cuchillo con todas las fuerzas hacia un lado, hacia el camino de entrada. Respiro agitadamente, con la mirada fija en el arma, hasta que noto presión en uno de mis hombros.
-Sabía que no me harías daño.
Niego con la cabeza.
-No sabes lo que he pensado. No sabes todo lo que quería hacerte. Crees que nunca seré capaz de hacerte daño, pero te equivocas. Y lo acabo de descubrir.
-Gale…
Le hago un gesto para que no hable y entro en la casa, dejándola sola en la entrada. Cierro la puerta y me dejo caer de espaldas, arrastrándome junto a su superficie hasta quedar sentado en el suelo.
No puedo perder el control. No puedo volver a matar. No puedo ser una amenaza para mis amigos.
-Necesito ayuda – digo para mí, levantándome y caminando hacia el despacho.
Me siento en la silla y rebusco por los cajones del escritorio hasta encontrar un pequeño cuaderno de cuero. Lo abro hasta encontrar el número que busco, y lo marco en el teléfono. Al principio me despego el auricular del oído porque sé que la persona me saludará histérica. Cuando lo hace, permanezco dos segundos en silencio, recapacitando en lo que voy a hacer. Finalmente, decido ser valiente.

-Madox, ¿cuándo crees que podré ir al Capitolio?

domingo, 11 de agosto de 2013

Capítulo 2. Estoy contigo

A pesar de estar rodeado de cientos de cadáveres sigue oliendo a carbón. Tras unos eternos minutos en los que he mantenido los ojos cerrados intentando concentrarme y saber qué ha pasado antes, finalmente abro lo ojos y clavo la vista a mis pies. Junto a éstos, hay una lápida blanca que comienza a ennegrecerse con la suciedad que hay en la atmósfera del Distrito 12.
Me arrodillo y acaricio con la palma de mi mano los grabados:
“KATNISS EVERDEEN. CON SÓLO 16 AÑOS MURIÓ EN LA ARENA DE LOS 74º JUEGOS DEL HAMBRE DEMOSTRANDO LO QUE ERA: UNA LUCHADORA VALIENTE”

Vuelvo a cerrar los ojos e inspiro con fuerza. He pasado cuatro años con miedo de tener que ver cómo mi mejor amiga desaparecía e iba a un lugar del que probablemente nunca saldría. Pero por suerte jamás había salido elegida... hasta hacía dos meses. Ahora me encontraba justo donde tenían lugar todas mis antiguas pesadillas: en un cementerio, contemplando su tumba.
Abro los ojos de nuevo, sigo acariciando la blanca superficie, intentando que vuelva a ser completamente banco, pero es imposible.
-Te quiero, Katniss Everdeen – susurro – Y sabes que siempre voy a quererte.
Mi mano pasa de la lápida a la hierba que ha crecido a su alrededor e inconscientemente comienzo a arrancar los pequeños tallos.
-No sé qué me ocurre – comienzo a decir, recordando la escena que he provocado hace menos de una hora – Siempre hemos sabido que éramos peligrosos, éramos de las pocas personas que sabíamos defendernos de nuestro distrito. Ahora sabemos que ésa es la razón por la cual estamos aquí. Es lógico que después de haber estado des semanas en la arena seamos más peligrosos. Ahora debería de sentirme a salvo. No volveré a la arena, no trabajaré en las minas. Pero aún así no consigo quitar de mí esta continua sensación de alerta. Antes he estado a punto de matar a Haymitch por un simple comentario que ha hecho. Casi lo mato, Katniss, a pesar de que es la única persona que me queda. - vuelvo a guardar silencio, recordando cada una de sus caras. Las caras de nuestros familiares – Están en el bosque, como yo les dije. Lo sé.- añado, intentando sonar más convencido de lo que en verdad me siento.
Permanezco en silencio varios minutos. Mi mirada pasa desde mis manos a la lápida, y después al horizonte. El cementerio del Distrito 12 se encuentra en una pequeña elevación que hay alejada del ruido de la zona habitada. Desde aquí, se pueden ver todas las calles, las casas y los barrios, como la Veta. Justo en el otro extremo del distrito, quedando frente al cementerio, se haya la estación de trenes; a mi izquierda están las minas; y en frente de éstas, la Aldea de los Vencedores. Mientras jugueteo con la hierba me doy cuenta de lo que nunca antes me había percatado: de que estos cuatro lugares señalan los cuatro puntos cardinales. El sol aparece tras la estación de trenes y se oculta tras el cementerio. Me pregunto si ahora que sé esto, me será más fácil escapar algún día de aquí.
Las lejanas extensiones de árboles no pasan desapercibidas a mi estricto examen. Observarlas desde esta posición me hace preguntarme también si podré volver a adentrarme en su espesura. Al plantearme esto, una pequeña alarma aparece en mi cabeza y me advierte del peligro. No, no debería volver; pero nunca es demasiado tiempo.
-¿Por qué no me sorprenderá verte aquí?
Aún de rodillas me giro y adopto una posición defensiva casi sin darme cuenta. Frente a mí, hay una chica vestida con un bonito vestido azul. La melena rubia le cae sobre los hombros y me muestra una sonrisa cargada de tristeza, como la que tenía el día que me recibió junto a su padre en el Edificio de Justicia.
-Madge – la saludo.
-Hola, Gale – se acerca a mí y se sienta.
Me miro y contemplo aterrorizado cómo aún tengo los músculos tensados. Ella parece notar mi preocupación y posa una mano sobre mi hombro consiguiendo, sorprendentemente, lo que quería: relajarme.
-¿Hablando con Katniss? - Me giro y contemplo la lápida. Ella me mira por el rabillo del ojo – No me gusta que no tenga nada. Todas las demás lápidas tienen algo de sus familias: una flor, un dibujo, una fotografía... Pero ella no tiene nada.
Observo a mi alrededor y veo que tiene razón. En todas hay algo, por pequeño y común que sea, excepto en la de Katniss. Es una tradición no-oficial de nuestro distrito.
-Tal vez debería traer algo. Teniendo en cuenta que su fam...
Madge me tapa rápidamente la boca, ahogando mis palabras.
-Ningún lugar es seguro, Gale. - Susurra, aproximándose a mi oído – Y menos justo aquí – añade separándose y lanzando una mirada a la lápida de Katniss.
Asiento.
-El próximo día traeré algo.
Ella me hace un gesto con el dedo para que la siga y la obedezco.
-¿Qué haces aquí, Madge?
-¿Sabes? - cambia de tema bruscamente – Esta fila – señala la fila de lápidas en la que se encuentra Katniss – está reservada para los tributos.
Comenzamos a caminar, manteniendo esa fila a nuestra derecha, y me fijo en las lápidas. En todas aparece una edición de los juegos, una edición que siempre se repite por duplicado antes de pasar a la siguiente: “70º Juegos del Hambre”, “70º Juegos del Hambre”, “69ºJuegos del Hambre”, “69º Juegos del Hambre”... Y así sucesivamente.
-Vaya – suspiro – se nota que no hemos ganado muchas veces.
Al rato, Madge se detiene de golpe y me choco con ella. La miro interrogante, sin entender. Pero ella no me mira a mí, sino a la lápida que hay a sus pies .
“MAYSELEE DONNER. RECORDADA SIEMPRE EN SU REFLEJO COMPLEMENTARIO. MURIÓ EN LOS 50º JUEGOS DEL HAMBRE, II VASALLAJE DE LOS VEINTICINCO”
-¡Ey! Esos son los juegos que ganó Haymitch. - me acerco a la lápida que hay justo a continuación, esperando ver el número cuarenta y nueve, pero no. Me encuentro con otro cincuenta, y a continuación con otro. - Pero, ¿qué...?
Y entonces lo recuerdo. En el Segundo Vasallaje de los Veinticinco fueron el doble de tributos. Del distrito doce se marcharon cuatro chicos, pero sólo tres regresaron sin vida aquel año. Me giro para contemplar a Madge, que está agachada junto a la tumba de Mayselee Donner.
-Madge, ¿ocurre algo? - me arrodillo junto a ella, observando la lápida - ¿Qué significará “Recordada siempre en su reflejo complementario”?
-Significa que tenía una gemela y que cualquiera que la conociera, al contemplar a su hermana, la recordará a ella.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque su hermana es mi madre. Porque Mayselee era mi tía. - alza la mano y se limpia las lágrimas que caen por su mejilla.
-Pero eso pasó hace veinticinco años, tú no la conociste.
-No, Gale. No la conocí. Pero es largo de explicar.
-Tengo todo el tiempo del mundo.
Deposita sobre la lápida el ramo de flores que lleva en una de sus manos y en el que no había reparado antes.
-Debería haberlo traído el mes pasado. Vengo casi todos los días a verla, pero siempre retraso el momento en el que tengo que traer las flores. Para mí es lo más difícil - inspira con fuerza.- Ella y mi madre eran gemelas. Cuando salió elegida, mi madre tenía esperanza en que ganara. Casi lo consigue, pero no fue así. Perder a una hermana es muy duro, así que imagina si pierdes a tu gemela. Estaban muy unidas. Desde ese día mi madre ha intentado seguir con su vida, pero le ha sido imposible, y más después de que yo naciera. Teme que me ocurra lo mismo que a su hermana y esa es la razón de que siempre esté enferma con jaqueca, en la cama. Mi madre jamás podrá vivir una vida normal debido a un trauma. - se detiene para respirar, pero yo sigo en silencio. - Lloro por mi tía ya que si ella siguiera con vida mi madre no estaría enferma. Además, todo el mundo la quería y dicen que me parezco a ella, así que siempre he querido conocerla. Tenerla delante sería como conocer a mi madre como debería de ser. Todos en el distrito creen que yo estoy a salvo de ir a los juegos pero no es verdad, Gale. Soy como todos. Creen que para mí los juegos también son diversión, como para los habitantes del Capitolio. No saben que ese acontecimiento también me ha quitado cosas. Me ha quitado una vida con mi madre. Ella jamás estará bien y yo no podré disfrutar de ella como el resto de jóvenes.
Se cubre la cara con ambas manos y llora fuertemente. Me acerco a ella y le doy un abrazo que ella me devuelve. Apoya su cabeza bajo mi barbilla y aspiro el olor de su pelo. Es una de las pocas cosas del distrito que no huele a carbón, en su lugar huele a limpio, a flores. Supongo que en su casa tendrá una ducha como las que había en el Capitolio o como la que hay en la casa en la que vivo ahora.
-Lo siento – susurro cuando comienza a separarse de mí – Jamás imaginaría que lo hubieras pasado tan mal por los juegos. Siento mucho lo que te dije el día de la Cosecha.
-No importa – hace un gesto con la mano, quitándole importancia – Pero ya sabes que la próxima vez tienes que conocer la historia de las personas antes de decir nada. - No lo dice recriminando mi comportamiento, sino como un consejo. Un consejo de verdad. - Finjo que los juegos son diversión porque es lo que debería hacer la hija del alcalde, pero en realidad es solo una tapadera. Una máscara.
La ayudo a levantarse del suelo y le pido que me acompañe. Camino en la dirección contraria a la entrada del cementerio, alejándome de las lápidas de los fallecidos recientes y de esa zona reservada a los tributos, y me detengo ante una lápida negra, consumida por el carbón. El mismo carbón que extraía el hombre que hay enterrado bajo ella en el momento de su muerte.
-¿Es... tu padre? - pregunta Madge, insegura.
Me limito a asentir y observo la lápida de pie. Debajo de todo el carbón que hay sobre ella, hay unos grabados que explican cómo murió y que ahora son indescifrables. Madge se arrodilla y acaricia los bordes del oscuro rectángulo de cemento. Sus dedos tropiezan con algo, una pequeña correa. Tira de ella hasta que consigue sacar lo que había quedado enterrado en la tierra: la medalla.

En el escenario, el alcalde Undersee nombraba uno por uno los nombres de los mineros que habían fallecido en la explosión mientras las mujeres, padres o hijos de estos subían al escenario y se colocaban uno junto al otro. El nombre de mi padre sonó y me acerqué a las escaleras. En aquel momento me parecieron unas escaleras enormes. Uno de los familiares de otro minero fallecido se acercó y me tendió la mano. Pero no se la di. Debía hacerlo sólo. Él pareció entenderlo y volvió a situarse en su sitio, cuando terminé de subir, me coloqué junto a él. Observé a los que formaban esa fila y me percaté de que era el más joven, el único niño. Mi madre podría haber venido en mi lugar, pero estaba demasiado ocupada cuidando de Vick y Rory. Además, el embarazo del cuarto hijo estaba muy avanzado y no estaba seguro de que pusiera soportar esto.
Volví a concentrarme en el escenario y en toda la gente que se había acercado al Edificio de Justicia para presentar sus respetos ante el trágico accidente cuando otra chica, un par de años menor que yo, subía los escalones. Llevaba su pelo castaño oscuro recogido en dos trenzas. Su piel era aceitunada, como la del resto de los habitantes del Distrito 12, y tenía los ojos oscuros, ensombrecidos por unas grandes ojeras. Ella se situó a su lado.
El alcalde siguió mostrando su pesar a los familiares de las víctimas y, a continuación, pasó a la entrega de las medallas.
-Gale Hawthorne – me nombró cuando se colocó frente a mí – Un hombre valiente tu padre. Toma.
Extendí las ennegrecidas manos y colocó sobre ellas una pequeña medalla unida a una correa azul y amarilla. La contemplé con atención. Era el símbolo del capitolio.
-Tuve el honor de conocer a tu padre – le decía el alcalde a la chica que había a mi lado – Un gran hombre con una gran voz. Haz que se sienta orgulloso de ti.
Y le entregó una medalla exactamente igual a la que sostenía yo en mis manos.

-Es la medalla que me dieron cuando murió. - Madge se gira para mirarme, pero yo mantengo la vista clavada en el reluciente objeto - Siempre se trae algo que pertenezca a los fallecidos y aunque esa medalla jamás fue de mi padre me pareció bien traerla. Además, ni mi madre ni ninguno de nosotros podíamos tenerla en la casa. Nos recordaba constantemente lo que habíamos perdido.
Madge deposita la medalla sobre la lápida y se pone de pie, sacudiendo sus rodillas para quitarse la tierra y las pequeñas piedras que se le han quedado incrustadas. Entonces se fija en la lápida que hay al lado y la señala.
-Mira.
Miro en la dirección en la que apunta su dedo índice y veo otro objeto resplandeciente sobre otra de las negras lápidas consumidas por el tiempo. Me arrodillo y rasco un poco con las uñas hasta ver parte de los grabados que había bajo la suciedad. Observo el apellido y otro recuerdo acude a mi mente.

-También llevas la medalla – no era una pregunta, pero Katniss asintió.
-Mi madre no sale de su habitación. Siempre está encerrada llorando y abrazada a esto – levantó la medalla sobre su cabeza y el reflejo del sol en ésta me obligó a cerrar los ojos. - Cuando me dijiste que ibas a traer la tuya decidí hacer lo mismo. Así que he entrado en su habitación y se la he arrancado de las manos.
Asentí y me di la vuelta. Juntos recorrimos los dos metros que nos separaban de las lápidas de nuestros padres. Nos detuvimos en el espacio que había entre ella, que estaban una al lado de la otra. Katniss acercó su mano a la mía y enlazó sus dedos con los míos.
-Cada vez que vengo aquí me es más difícil marcharme. Es como si quisiera quedarme aquí, junto a él, siempre. - susurró, sin dejar de mirar el nombre de su padre grabado sobre el rectángulo de cemento.
-Es la primera vez que vengo – confesé. Ella me miró sorprendida y yo me encogí de hombros a modo de respuesta. - ¿A la vez? - asintió, y nos agachamos al mismo tiempo para colocar junto a las lápidas las medallas que habíamos recibido por la muerte de nuestros respectivos padres.
Aquel día nuestras manos permanecieron entrelazadas hasta que tuvimos que separarnos para llegar cada uno a su casa.

-Everdeen – susurro.- Es el padre de Katniss. No recordaba que estaba al lado del mío. Vine con Katniss a dejar las medallas cuando pasó un año de la explosión. No he vuelto a pisar el cementerio desde aquel día. Hasta hoy.
-¿No viniste más a ver a tu padre? - pregunta Madge mientras me levanto del suelo, niego con la cabeza – Entonces, ¿es la primera vez que vienes a ver a Katniss?
Me detengo y la miro a los ojos. Son unos profundos ojos azules, un poco enrojecidos por las lágrimas que han derramado antes. Espero ver una expresión acusadora en ellos, pero no hay rastro de este sentimiento.
-Sí, es la primera vez. Sé que debería haber venido antes, hacerle compañía y no dejarla sola. Pero no tenía fuerzas.
-Ella no ha estado sola ningún día. - me corrige.
La miro sin comprender y ella me hace un gesto con la mano para que avance en dirección a la gran reja de hierro que conduce al exterior del cementerio.
-¿Qué quieres decir con que no ha estado sola? ¿Has venido cada día desde que volvimos?
Esboza una tímida sonrisa y niega con la cabeza.
-He venido de vez en cuando. Siempre había alguien junto a su lápida. Ha llegado a estar todo el día ahí junto a ella, sentado sobre la hierba y abrazando sus rodillas. No ha dejado de llorar su muerte.
-¿Prim?
Es una pregunta estúpida. Prim y su madre han desaparecido, pero no se me ocurre nadie más quien vaya a visitar a Katniss.
Cuando nos acercamos a la salida, echo un último vistazo a la lápida de Katniss. Hay un ramo de flores. Agarro a Madge por el brazo y ella emite un grito. Debo de haberle apretado demasiado. Pero no la suelto.
-Esas flores no estaban antes ahí – mi voz no expresa terror ni preocupación. Ningún tipo de emoción, es monótona.
A mi lado noto como Madge respira agitadamente.
-Suéltame, por favor.
La suelto inmediatamente y contemplo su brazo, que adquiere un tono rojo. Me miro las manos, preocupado. Lo he vuelto a hacer. He vuelto a herir a alguien porque no puedo controlar mis instintos.
-Lo... lo siento – balbuceo, sin apartar la mirada de mis manos.
Ella guarda silencio y se mantiene a cierta distancia de mí. Pero finalmente suspira y se aproxima hasta poner una mano sobre mi hombro. En seguida la tensión de mi cuerpo desaparece.
-No pasa nada. - su mano desciende, rozando la zona herida de mi brazo derecho y provocándome un escalofrío. Ella se detiene un momento pero continúa hasta llegar a mi mano. Se aferra a ella y tira, obligándome a caminar – Esas flores las habrá traído mientras visitábamos a mi tía y a tu padre. No hay de qué preocuparse.
Salimos del cementerio y Madge sigue cogida de mi mano. Va varios metros delante de mí, por lo que se podría decir que va arrastrándome. Recorremos la distancia que hay entre el cementerio y la Aldea de los Vencedores. Cuando llegamos a mi casa, me suelta y se sienta en las escaleras de la entrada. Yo me siento a su lado y contemplo por encima de los tejados del resto de las casas el color del cielo que anuncia el anochecer.
-¿Por qué has ido hoy a casa de Haymitch? - pregunto, aunque no tengo mucha curiosidad. Sólo lo hago para romper el silencio.
-Mi padre quería verlo para aclarar algo sobre los juegos. No estoy segura de qué era.
-Vaya, ¿por qué no ha hablado conmigo? La mayoría de la gente me considera el ganador.
-¿Tú no?
-No – contesto sin dudar – Yo no hubiera ganado si Clove no me hubiera pedido que la matase.
-Fuiste muy valiente al hacer eso, Gale.
-¿Valiente? - de nuevo me tenso, pero ella coge rápidamente mi mano y desaparece esa sensación.
-No me refiero a que fueses valiente por matarla., sino por haber acabado con su sufrimiento. Si yo hubiera estado en tu lugar no habría sido capaz de matarla y al final habría sufrido mucho más.
No sé cómo reaccionar ante esto. ¿Lo hice bien al acabar con su sufrimiento? ¿O mal por haber matado a la que había sido mi amiga en los juegos?
-Gracias.
-No me las des – vuelve a separar nuestras manos y cruza las suyas sobre sus rodillas – Y supongo que mi padre no ha querido hablar contigo porque cree que aún no estás preparado para hablar de los juegos.
-Es cierto. No estoy preparado. Ya has visto lo que me pasa cada vez que se habla de ello.
Al fin nuestras miradas se cruzan. Sus ojos tratan de transmitirme tranquilidad, y en parte lo consigue.
-¿Sabes? Estoy contigo.- me tengo que esforzar para oírla, ya que su voz apenas es un susurro – Ahora tengo que irme, Gale. Nos vemos otro día. - se pone de pie y comienza a caminar hacia la oscuridad.
-¡Madge! - la llamo, antes de que desaparezca. Ella se da la vuelta. No sé que decirle. ¿Que está conmigo? ¿Qué significa eso? Pregunto lo primero que se me pasa por la cabeza - ¿Quién va a ver a Katniss?
-No eres el único que estaba enamorado de ella, Gale.
Y cuando termina de hablar se da la vuelta y desaparece en la oscuridad.
Subo los escalones que me llevan hasta el interior de la casa. Cuando abro la puerta encuentro sobre la mesa un objeto que me es más que conocido. El cuchillo afilado y manchado aún de la sangre de la que fue su propietaria está sobre una hoja de papel en la que se puede leer, con la retorcida caligrafía de Haymitch: “Descansa”. Lo cojo con cuidado y lo mantengo equilibrado en una de mis manos. Lo dejo caer y, antes de que llegue al suelo, lo atrapo por la empuñadura. Lo meto en mi inseparable cinturón de cuero marrón y subo las escaleras hasta el dormitorio. Me quito la ropa y entro en el cuarto de baño para darme un baño y tiempo para pensar.
Está conmigo. Madge está conmigo. Pero, ¿en qué? Si no me ha especificado en qué seguramente sea porque no es seguro contármelo aquí. Pero, ¿y en el bosque? Sacudo con fuerza la cabeza, sacando esa idea de mi cabeza. Si el distrito está controlado, el bosque más aún. Ya lo estaba antes de que dos jóvenes se colaran en su espesura para cazar, más ahora que uno de ellos ha sobrevivido y tiene ganas de vengarse. Además, no quiero meter a Madge en problemas. Es lista, ya encontrará la manera de contarme en qué está conmigo.
Salgo de la ducha y me pongo ropa cómoda para dormir. Me tumbo sobre la cama. Es tan cómoda y mullida que resulta desconocida. Esa es la razón por la que no pueda dormir en ella.
Suspiro con fuerza y me giro sobre un lado. Todas las noches que paso en vela comienzan con un análisis sobre la cama de esta casa. De la cama pasa al Capitolio, del Capitolio al presidente Snow, después a los brillantes y amenazadores ojos de Séneca Crane. Posteriormente, pasan a la arena, a lo que debería o no debería haber hecho allí; y finalizan con pesadillas sobre la muerte de Katniss o Clove, a cual más sangrienta y terrorífica.
Intento concentrarme en algo feliz que no sean los rostros de mi familia, como siempre, pero no lo consigo. Si no duermo, acabaré enfermo, y será mucho más fácil para el presidente acabar conmigo, aunque dudo que sea una muerte tan dulce como la falta de sueño. Abro los ojos de golpe y los froto con fuerza. Pensar cómo podrá matarme el presidente no va a ayudarme tampoco.

Finalmente me centro en planear qué voy a hacer mañana. No me resulta difícil ahora que sé quién es el que va a ver cada día a Katniss.