viernes, 20 de diciembre de 2013

Capítulo 13. La rebelde

Electrificado. Han electrificado la alambrada. La única salida de este lugar se ha cerrado a cal y canto. No hay escapatoria, sólo podemos quedarnos y sufrir lo que nos espera.

-¿Quién está ahí? - interrumpe una voz grave el silencio que se ha creado.

-Corre Peeta - le urge Madge. Peeta se levanta y sale de la plaza corriendo.

-¡Tú! - grita la voz.

Oigo sus pasos. Intento girarme pero Madge me lo impide. Me sujeta las manos con fuerza y me pone los guantes de Peeta, poco a poco, mis manos recuperan la movilidad.

-Están torturando a la gente, Gale. Cada día. Todos mueren de hambre e incendiaron el Quemador. Han cancelado las clases y la mina ha estado cerrada desde que te fuiste. La abrieron ayer.

-¡Tú! - Vuelve a gritar la voz, esta vez más cerca aún - ¿Quieres volver a estar atada al poster de los latigazos?

Una expresión de dolor cruza la cara de Madge.

-¡Ya ha terminado su castigo! Ha pasado toda la noche aquí. – grita Madge sin apartar la mirada de mis ojos.

-¿Perdona? – pregunta la voz. Ahora veo sus zapatos, así que levanto la mirada y me encuentro con un agente de la paz. – Esto le va a gustar Romulus – comenta con tono divertido.

Madge abre muchísimo los ojos, después el agente de la paz la coge de un brazo y apunta a su cabeza con la pistola. Madge se resiste al principio, pero finalmente se deja llevar, aunque no se lo pone fácil. Deja el peso muerto y el agente acaba arrastrándola por la nieve. De repente, todas las palabras que no podía decir por el frío salen de mi garganta. Insulto al agente de la paz y le grito que la suelte, pero supongo que no me hace caso, porque acabo perdiéndolos de vista. Han azotado a Madge. La simple idea hace que me hierva la sangre. La adorable y dulce Madge no puede haber sido torturada. Es la hija del alcalde, aunque supongo que eso no tiene tanta importancia.

No tardan mucho en regresar. Pero esta vez no es un par de pisadas las que se aproximan, sino dos. Al llegar a mi altura, el otro agente de la paz se agacha y entra en mi campo de visión.

Puede que tenga cuarenta años. Tiene la cara seca y llena de arañazos y cicatrices.

-Vaya, vaya - dice divertido. Es el hombre que antes estaba amenazando al distrito, poniéndome como ejemplo de lo que les ocurrirá. - Ya has despertado. - Después se levanta y se gira para mirar al agente de la paz que sujeta a Madge. -¿Otra vez causando problemas, Undersee?

Lo siguiente que oigo es a alguien escupir y un fuerte golpe. Ni si quiera lo he visto, pero me agarro a los barrotes y empiezo a tirar de ellos mientras grito.

-¡Déjala en paz! ¿Me oyes? ¡NO LA TOQUES!

-Señor, - comienza el otro vigilante - la chica cree que el prisionero ya ha recibido su castigo.

-¿Ah, sí? ¿Eso crees, Undersee? Está bien, lo soltaré si es lo que quieres. Tú ocuparás su lugar.

La puerta de la jaula se abre y alguien me coge del brazo y tira de mí. Intento agarrarme con todas mis fuerzas a la jaula, pero al final mis dedos se resbalan. Cuando salgo soy incapaz de mantenerme en pie. Se han acercado más agentes de la paz y los vecinos de la plaza han salido a las puertas de su casa. Entre varios agentes de la paz me alejan de la jaula y me obligan a ponerme en pie, debo de tener los huesos congelados. Veo como el agente de la paz que responde al nombre de Romulus forcejea con Madge para meterla dentro de la jaula. Lleva el uniforme del jefe de los agentes de la paz, me pregunto que habrá pasado con Gray.

Madge sigue resistiéndose y al final, Romulus le da un puñetazo en la cara. Madge grita y yo me lanzo hacia el hombre que le acaba de pegar. Por suerte, pillo desprevenidos a los agentes de la paz, así que nadie me detiene antes de que le pegue un puñetazo. Apenas se inmuta, aunque la nariz comienza a sangrarle. Madge, en el suelo, me sujeta de una pierna y me pide que me vaya, pero no le hago caso, sino que me pongo entre ella y Romulus.

En cuestión de tres segundos tengo a todos los agentes de la paz apuntándome con sus pistolas, esperando recibir una orden.

-No vuelvas a hacer eso - me dice con cautela.

-¿O qué? ¿Vas a matarme? - Noto como sus ojos arden de rabia. - Mátame. Lo estoy deseando. - Susurro.

Es entonces cuando saca su arma de la pistolera. Pero no me apunta a mí, sino que apunta hacia el suelo y dispara.

El grito rasga el aire. Me doy la vuelta y veo a Madge, tirada en el suelo y agarrándose el brazo derecho. Tiene la mano y la chaqueta empapadas en sangre y por la punta de los dedos de sus manos caen gotas rojizas que se mezclan con la tierra de la plaza. Me doy la vuelta dispuesto a arremeter de nuevo contra Romulus. De nuevo siento como si estuviera en los juegos, deseando acabar con la vida de la persona que tengo frente a mí. Y arremetería contra él si no fuera por sus siguientes palabras:

-La próxima vez que cometas un error, la bala atravesará su cabeza.

Una amenaza directa.

Vuelvo a girarme para mirar a Madge. Intenta ocultar el dolor sacando toda la rabia que tiene. Desvío la mirada y cuento hasta diez. Después, giro la cabeza para enfrentarme a Romulus.

-No tendrás más problemas conmigo.

-Eso ya lo sabía. - dice sonriendo sádicamente. Después, le hace un gesto a los agentes de la paz que hay a mi espalda - Será mejor que te la lleves y hagas algo con ese brazo.

Espero a que se vayan. Todos. Los agentes de paz y las personas que han ido a la plaza para ver qué pasa. Después me agacho y cojo a Madge en brazos como puedo.

-¿Dónde te llevo? - Pregunto, intentando no mostrarme asustado. - ¿A tu casa?

-¡No! - Exclama lo más alto que puede - A mi casa no por favor. No lo soportará.

No sé a lo que se refiere, aunque supongo que será a su madre, enferma con jaqueca. Así que emprendo el camino a la Aldea de los Vencedores.

Mi casa sigue rodeada de agentes de la paz, pero ninguno me impide entrar con Madge en brazos. Cuando la dejo encima del sofá está muy pálida.

-Madge - susurro, pues tiene los ojos cerrados - ¿qué hago?

-Sácame la bala. - Su voz es áspera.

-No tengo nada con qué dormirte, Madge. No soy médico.

-¡Sácala!

Corro a la cocina, donde guardo botellas de alcohol. Una vez, Ripper dejó de vender alcohol y Haymitch se convirtió en un vecino horrible que no dejaba de gritar, desde entonces tengo una botella para emergencias y, aunque seguramente Haymitch la necesitará pronto, ahora me parece mucho más importante.

Derramo parte del contenido sobre la herida de Madge, que se muerde el labio para no gritar de dolor. Después busco entre los cubiertos hasta que encuentro lo que parecen unas pinzas alargadas.

-Lo siento, Madge - susurro antes de introducir el artilugio que el proyectil ha dejado en su brazo.

Durante los próximos cinco minutos hago un gran esfuerzo por no escuchar los gritos, sacar la bala y mantener a Madge quieta en el sitio. No tarda en desmayarse por el dolor. Termino poco después, cosiendo y cerrando la herida. La limpio como puedo y la vendo con cuidado. A continuación, con una toalla húmeda, me entretengo en limpiar los restos de sangre que recorren el brazo de la hija del alcalde y le quito la chaqueta empapada en sangre. Las camisetas de debajo están igual, pero supongo que ya tendrá tiempo de limpiarlas. Por último, cojo a Madge y la subo a mi dormitorio, donde la acuesto con cuidado y le seco los restos de lágrimas de la cara.

Cuando bajo al salón, limpio el sofá y recojo todo lo que he utilizado. Debería darme un baño, pues estoy lleno de sangre, pero opto por sentarme en el suelo, apoyar la cabeza contra la pared y quedarme dormido. Ni siquiera sé cómo lo consigo después de todo lo que ha pasado, de todo lo que he descubierto esta mañana. Hace tan sólo doce horas estaba escapando de este lugar en el que vuelvo a verme encerrado.




Me despierto tiritando. La habitación se encuentra completamente a oscuras, lo que significa que ya ha anochecido. Antes de nada, decido subir a darme un baño, para quitarme el frío del cuerpo.

Al entrar en mi habitación me encuentro con Madge tumbada en la cama. Al verla así siento más frío del que me invade ya de por sí. Cojo ropa limpia y entro en el cuarto de baño sin hacer ruido.

El agua caliente alivia el dolor. Lanzo un profundo suspiro y decido llenar la bañera. Me quedo sumergido en ella durante horas, hasta que el último centímetro de mi cuerpo está arrugado. Es entonces cuando salgo del agua.

Al regresar a la habitación me siento en el borde de la cama y observo a Madge con atención. Poco a poco comienza a amanecer, lo que significa que hemos dormido cerca de veinticuatro horas. Si no fuera por los movimientos de su pecho al tomar aire, pensaría que está muerta. Decido despertarla con delicadeza, pero pasados unos minutos mis tripas empiezan a rugir y pierdo la paciencia. Bajo a preparar algo de comer para ambos, aunque dudo que Madge se despierte en todo el día. Sin embargo, cuando regreso a la habitación, la encuentro sentada en el borde de la cama, mirando en dirección a la ventana.

-Ni se te ocurra levantarte – le digo, sobresaltándola.

-Gale... - susurra .- ¿Seguimos en tu casa?

-Sí – asiento.

Me siento junto a ella y le pongo delante el desayuno, que consiste en algo de pan duro con carne y queso y un plato de caldo. Al verlo, mira la comida con desaprobación y repugnancia.

-¿No es suficiente para ti? - pregunto bastante molesto, pues aunque ahora puedo acceder a todo tipo de comida, sigo apreciando demasiado su valor.

Me mira a los ojos con algo de sorpresa antes de susurrarme:

-Es demasiado. No tengo nada de apetito, Gale.

Sus palabras, su tono de niña pequeña y herida, hace que mi enfado se esfume. Le acaban de disparar y yo esperaba que estuviera deseando comer. Parece que haya olvidado todo lo que he aprendido estos años atrás.

-Lo siento – digo, pegándole un bocado a mi trozo de pan.

-No lo sientas – contesta. - Gracias a ti no me he desangrado.

-¿Te duele? - pregunto, incapaz de levantar la mirada del suelo.

-Duele bastante.

-Tal vez debería echarle un vistazo.

Le quito la venda con cuidado y me encuentro con una zona en la que el color morado, negro y rojo luchan por predominar. Las irregulares puntadas de hilo tampoco ayudan a mejorar el aspecto. Por suerte, he traído algo de alcohol con el desayuno y, antes de que se de cuenta, le echo un poco en la zona. Madge lanza un grito y se levanta de un salto. Se cubre la herida con su mano y me mira aterrada.

-Tenía que hacerlo – digo.

Tarda unos segundos en volver a sentarse a mi lado y, esta vez, coge una cucharada de caldo. Es en ese instante cuando me doy cuenta de lo pálida que está.

-Madge – comienzo – necesito que me expliques algunas cosas.

-¿Como cuál? - pregunta cogiendo otra cucharada. De repente parece haber encontrado su apetito.

-¿Has causado problemas mientras yo estaba fuera?

-Demasiados – comenta algo divertida, aunque en su tono también hay algo de tristeza e incluso de terror.

-¿Qué te hicieron?

Sus ojos se levantan antes incluso de que termine de formular la pregunta. Se le humedecen en cuestión de milésimas de segundo y, a continuación, se quita la camiseta dejando al aire una espalda llena de cicatrices que aún no se han curado.

-Latigazos – susurro, acariciando su espalda casi inconscientemente.

-Diez – susurra.

De repente noto de nuevo la sensación y tengo que respirar profundamente para no perder el control.

-No puedo creerlo – digo mientras se vuelve a poner la camiseta, intentando contener la rabia – Eres la hija del alcalde.

-¿Y qué? - explota. - ¡Sigo siendo una ciudadana del doce que pasa hambre, Gale! Ya te lo expliqué en el cementerio. Creen que yo no he sufrido los juegos. ¡Pero mi madre está enferma por ellos! - se deja caer en la cama después de haberse levantado – Es como si no tuviera madre, y todo porque le arrebataron a su hermana, Gale.

Sé que no sirve de nada pedirle perdón, así que cambio de tema.

-¿Qué opina tu padre? - pregunto.

-No lo he visto – dice y, al levantar la mirada, veo un brillo especial en los ojos. Un brillo demasiado familiar. El mismo brillo que tenía Katniss cuando quedábamos para ir al bosque, cuando sabía que debía romper una norma establecida por el Capitolio – En cuanto dejaron de darme latigazos fui a casa de Katniss, en la Veta. Como sabrás, no hay nadie – al oír esto en boca de otra persona, todo se hace más real – Pero sus vecinos me ayudaron. Me curaron un poco y me dieron de comer. He estado viviendo en casa de los Everdeen desde entonces. Ahora todos los del doce me ven diferente.

Por supuesto que la ven diferente. Siempre la han tenido como la protegida hija del alcalde, pero ahora es una chica que desafía al Capitolio, que recibe latigazos, a la que han disparado... Ahora es una luchadora más, una superviviente. Nosotros no contamos los días que nos quedan por vivir, sino los que llevamos vividos y, ahora, ella también. Es una rebelde. Pero las palabras son demasiado peligrosas como para decirlas en voz alta. Sin embargo, no puedo dejar que sigan haciéndole daño. No sabe hasta qué punto están dispuestos a aguantar los agentes. Aún tiene que aprender y yo estoy dispuesto a enseñarle.



-Madge – susurro – Vas a quedarte aquí, ¿de acuerdo?

2 comentarios:

  1. ¡Lo mato juro que lo mato! un mensajito para Thread:
    MALDITO THREAD ¿QUE TE CREES? CLARO CON UNA PISTOLA CUALQUIERA PUEDE PARECER UN TIPO RUDO ¡PERO PELEA CONMIGO A PUÑE LIMPIO Y JURO QUE TE DEJO INCONSCIENTE! ¡NO TE BASTA CON TRATAR MAL A GALE Y AHORA LE DISPARAS A MAGDE! ¡SERAS HIJO DE LA GRAN PUTA! ¡VETE A LA ARENA MALDITO HIJO DE SNOW!
    Como siempre me ha fascinado el capitulo aunque me haz hecho sufrir demasiado ¿no te basta con lo que nos hizo sufrir Suzanne? ¡Leer tus capitulos duele mas que mil latigazos! Aun asi sigo pendiente y me encanta, vale soy masoquista.
    Te has superado como siempre.
    besos, panes quemados y azucarillos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Adoro tus comentarios. Me hacen sentir una mezcla de fascinación, miedo y, por supuesto, ganas de reír.
      Me alegra que te haya gustado y siento si has sufrido mucho, pero la historia es así (;
      Un beso muy grande! ♥

      Eliminar