viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 4. Regreso al Capitolio

Hola amores míos (hoy estoy de mejor humor que  el día que subí el último capítulo). Tres cosas. La primera: YA TENEMOS CITY OF BONES. Acabo de llegar a mi casa de verla y... no os voy a decir nada. Juzgarla y decirme que pensáis en los comentarios, así me entretengo un rato. Lo segundo es que a partir de ahora, subiré capítulo los viernes día par (siempre y cuando no me surja algo que me impida subir). Por si hay alguien que no lo entiende (como yo que he tenido que apuntar los días en un calendario) a la derecha del capítulo habrá un nuevo apartado llamado "Próximo capítulo" donde saldrá la fecha que subiré. Y tercero, aquí  tenéis capítulo nuevo. DISFRUTADLO ^^




No puedo evitar pensar en mi familia mientras observo cómo nos alejamos del Distrito 12 y del bosque. ¿Estarán ahí? Y, si es así, ¿sabrán que sigo con vida?
Estoy en el pasillo del tren, de rodillas sobre un sofá y contemplando como el paisaje cambia. El bosque desaparece y ahora atravesamos una llanura desértica, con unos cuantos árboles dispersos por el terreno. Me levanto del sofá y camino por el pasillo, hacia el comedor. Ahora mismo no hay nadie, pero aun así hay dulces y piezas de frutas en varias fuentes que hay sobre la mesa de caoba. Me decido por una manzana y vuelvo a salir al pasillo, de vuelta a mi dormitorio.
Madox no tardó ni un día en organizarlo todo para mi viaje al Capitolio. Al día siguiente de mi llamada, a primeras horas de la mañana, me llamó para decirme que hiciera la maleta ya que por la noche un tren pasaría a recogernos a mí y a Haymitch. Pero cuando llegué a casa de mi antiguo mentor, me di cuenta de que me tocaría hacer el viaje solo


Hacía horas que Madox me había llamado, pero con las prisas no me había dado tiempo ni a avisar a Haymitch. Había estado preparando ropa ya que tenía miedo de lo que encontraría en el armario de tren. Tal vez Madox se hubiera encargado de mi vestuario. No sería algo que me alegrara ver.
Salí de la casa y me dirigí a la de Haymitch. Pensé que era el primer día en el que no había cruzado ese jardín una veintena de veces. Me lancé decidido hacia la puerta, normalmente abierta, y me di un cabezazo contra ella. Estaba cerrada.
-¡¿Haymitch?!
Paseé por el rellano y me asomé a la ventana que daba a la estancia principal. Estaba cerrada, pero a través de las translúcidas cortinas pude ver a Haymitch tirado en el suelo. Primero, me invadió una sensación de temor. Desapareció al ver que Haymitch se movía... en dirección a una botella de licor que había tirada en la alfombra y terminaba de vaciarla de un solo trago. El cristal no me impidió escuchar el eructo que siguió a esa acción.
-¡Haymitch! - volví a llamarlo, golpeando el cristal con fuerza. - Deja de beber y ábreme la puerta.
Ni se inmutó.
-¡Haymitch! - comenzaba a hervirme la sangre bajo la piel - ¡Abre de una maldita vez! ¡Mañana tenemos que ir al Capitolio! 
Esta vez, si se inmutó. Me hizo un gesto grosero y siguió tirado en el suelo.


Pasé casi una hora golpeando la puerta, intentando tirarla; aporreando los cristales e incluso intentado escalar por la fachada para ver si alguno de los balcones estaba abierto. Nada. Haymitch se había asegurado de que nadie entrara en esa vivienda. ¿Lo habría hecho para que nadie entrara mientras él estaba borracho y pudiera matarlo? Sin duda, esa era la razón por la cual dormía con un cuchillo en la mano. Pensé en ir a casa del alcalde. Tal vez él guardara una copia de las llaves, pero lo descarté. No tenía ganas de reencontrarme con Madge después de la escena del día anterior. Además, no me importaba hacer un viaje solo hasta el Capitolio. Haymitch no tenía por qué acompañarme.
Y ahora estoy más aburrido que nunca. Sin nada que hacer. Me encantaría que Haymitch se hubiera dignado a venir. Así podría regañarle por seguir bebiendo. Pero no me sentí capaz de sacarlo de la comodidad de su casa. Y menos aun sabiendo que ayer se emborrachó por mi culpa. Yo le pedí que siguiera siendo mentor en los juegos, rompiendo así la esperanza que se había creado de dejar esa vida de sufrimiento atrás.
Ni siquiera puedo entretenerme lanzando cuchillos. Uno de los guardias me ha obligado a entregárselo antes de subir al tren. Yo me había negado, pero me soltó un discurso sobre el bienestar de los habitantes del Capitolio y el peligro que supone un recién ganador de los juegos con un arma. En especial, si ese ganador tiene problemas mentales. Era el mismo discurso que me había soltado Madox por teléfono antes de salir de la casa para coger el tren.


-Esto no ocurre todos los días. Sabes que la gente no sale nunca de su distrito, ni siquiera los ganadores tienen ese derecho. Sólo unos pocos, como aquellos que trabajen aquí o en los que el Presidente Snow tenga confianza. Si esa norma es estricta con los que llevan años siendo ganadores, imagínate contigo, que sólo llevas un mes siendo privilegiado.
Resoplé. Privilegiado no era el término que describiera cómo me sentía.
-He tenido que llamar a la mansión del Presidente Snow para organizar todo esto. Al principio el secretario creía que se trataba de una broma, pero finalmente me puso con el mismísimo presidente y le expliqué la situación.
-¿Le dijiste que atento contra mi vida y contra la de los demás? - pregunté alarmado, imaginando la cara de satisfacción del Presidente Snow al saber que sus amenazas habían funcionado. 
-No. Le dije que querías ver a Atalanta y le expliqué que a veces tenías trastornos leves de personalidad.
-¿Atalanta?
-Sí, Gale. Es la chica que va a ayudarte.
-No me agrada que el presidente conozca mis problemas. Sólo soy un habitante más. Si no se preocupa por los demás, ¿por qué sí conmigo?
Intentaba parecer confundido, aunque, en verdad, conocía la respuesta a esa pregunta.
-No te preocupes. Suavicé las cosas sobre tu problema. El Presidente Snow dijo que estaría encantado de organizar todo el viaje para conseguir tu bienestar. Y así lo ha hecho. Se ha encargado de todo. Incluso ha alargado tu visita un día más para que pueda tatuarte. Aunque me he dado cuenta de que necesito varios días más para terminarlo, así que tendré que ir a tu distrito una vez por semana. ¿Sabes? No puedo aplicar demasiada tinta a tu cuerpo. No es una sustancia propia de él y pueden surgir complicaciones. Si cargo demasiado el tatuaje puede llegar a las zonas en las que las células se mezclarían con la tinta y tenderían a expulsarla de tu piel. ¡Serían horas de trabajo malgastadas! La tinta no es un producto muy caro, pero no podemos ir tirándola por ahí...
Me alejé el teléfono del oído y dejé que Madox continuara hablando sin parar sobre el comercio de la tinta y sus propiedades. Ya estaba acostumbrado a sus charlas sobre el arte del tatuaje y sabía que podría estar hablando sólo dos horas sin enterarse de que yo estaba vagando por mis propios pensamientos.
El presidente había organizado todo el viaje. ¿Por qué iba a tomarse tantas molestias para ayudarme? No debería ir. Iba a ser peligroso y no tendría a Haymitch para ayudarme. Pero no iba a echarme hacia atrás. No tenía miedo de nada. Tampoco del presidente Snow.

Me tumbo en mi cama mientras muerdo la manzana. Aquí no hay nada que hacer, así que decido dormir un rato. Algo me dice que voy a necesitar fuerzas para lo que me espera en el Capitolio.


Me despiertan unos fuertes golpes en la puerta y salto de la cama para abrir. Al otro lado hay un agente de la paz, uno de mis guardas, cargado con una pistola en el cinturón del uniforme. Lleva la mano sobre ella, tensa.
-Prepárate. Estamos a punto de llegar – contesta secamente.
Entro en el baño y me aseo. Recuerdo lo extrañas que me parecieron las duchas la primera vez que entré en una de ellas, ahora son más que conocidas. Me encantaría llenar la bañera y tomar un baño caliente y relajante, pero no creo que sea el momento más oportuno para cabrear a los agentes con mi tardanza, así que me doy una ducha rápida. Cuando salgo, me miro en el espejo y me despeino un poco el pelo, en punta. No sé por qué, pero quiero parecer diferente, como si ser ganador hubiera cambiado mis opiniones sobre el aspecto. Algo que no es cierto. Pero tal vez así, Madox crea que le exageré por teléfono y le parezca una persona social y cuerda.
Salgo del baño en ropa interior y abro la maleta. Son todo camisas y pantalones. A decir verdad, la ropa es bastante sosa, así que me acerco al armario del dormitorio y abro las puertas. No puedo evitar la expresión de horror.
Hay enormes abrigos de piel, pantalones con estampados, blusas transparentes que parecen haber sido bañadas en una fuente de purpurina, corbatas que deslumbran, sombreros y joyas enormes, y lo peor, zapatos con cuñas y alza. 
Vuelvo a la maleta y rebusco hasta encontrar los zapatos que Portia me puso el día que gané los juegos, los zapatos con los que iba al bosque. Desde luego, son los que voy a llevar. Busco entre la ropa del Capitolio algo decente. Encuentro unos pantalones azules eléctrico y una camisa negra con tiras plateadas. Me visto intentando no mirarme al espejo, pero no consigo evitarlo. Así que, al final, me encuentro con un resplandor del que sobresale una cabeza que parece un rizo. Falta algo, lo sé. Voy al cuarto de baño y encuentro un bote de gomina con purpurina y comienzo a peinarme. Muy a mi pesar.
El tren hace rato que ha parado en la estación y, cuando llego al comedor, me encuentro con un chico joven sentado en los sillones. Lo examino de abajo a arriba, intentando copiar el aspecto. Botas negras con tacón hasta la rodilla, pantalones de cuero negro y camiseta de volantes púrpura. Lleva además una chaqueta de cuero marrón oscuro. La ropa es medio normal para ser del Capitolio, lo que en verdad le causa un aspecto tan extravagante es su pelo rojo peinado en punta en todas direcciones.
Se levanta con una sonrisa radiante y se acerca a mí para abrazarme con fuerza.
-Con ese aspecto no pareces para nada peligroso. - comenta como si nada.
Miro hacia abajo y me observo de nuevo. La extravagancia no es algo que se menosprecie en el Capitolio, al contrario, es lo que se busca.
Salimos del tren y los agentes de paz caminan detrás de nosotros hasta que Madox se da la vuelta y se enfrenta a ellos.
-El Presidente Snow ha puesto toda su confianza en este chico y no voy a dejar que vuestra estupidez entorpezca nuestra tarea. Así que ya podéis llamar a quien haga falta para que os diga que vuestra misión de escolta finaliza aquí. Gale es mi amigo y no va a herirnos ni a mí ni a ninguno de los habitantes del Capitolio.
Me agarra del brazo y tira de mí con fuerza. Está claro que tiene más confianza en mí que yo mismo.
Salimos de la estación del tren y aparecemos en una calle enorme. La gente pasa a nuestro lado sin mirarnos, pero yo no puedo evitar fijarme en cada una de las prendas que visten. Junto a la calzada nos espera un coche negro de cristales tintados. Me quedo inmóvil y contengo la respiración. Es uno de los vehículos que están a disposición del Presidente Snow, podría haberlo manipulado, podríamos tener un accidente. Sería tan fácil matarme aquí mismo sin que los habitantes sospechen de nada.
-Gale, ¿estás bien? - la voz de Madox me saca de mi ensoñación – No te preocupes.
Me pone una mano sobre el hombro y me empuja hacia el coche. Entro con cuidado de no tocar el vehículo más de lo necesario. El coche arranca sin hacer ruido y nos conduce por las laberínticas calles del Capitolio, bordeadas por altos y brillantes edificios. Hay parques repletos de vegetación y fuentes enormes en mitad de los cruces. Las calles están cubiertas por baldosas de diferentes colores. A decir verdad, la ciudad es preciosa, y darme cuenta de esto hace que mi odio hacia ella aumente considerablemente. No reparan en gastos para perfeccionar hasta la mínima esquina de esta ciudad mientras que la gente en los distritos se muere de hambre.
El coche se detiene frente a una casa rosa pálido y Madox abre la puerta para bajar.
-¿Qué es esto? - pregunto.
-Mi casa. Estaremos aquí lo que queda de día. Mañana y pasado iremos a ver a Atalanta y el cuarto día te tatuaré. Después, terminará la visita.
Asiento y cierro con un portazo la puerta del coche. En ese momento me doy cuenta de lo nervioso, incómodo y enfadado que estoy. Esta situación no me va a ayudar a pasar lo que queda de día solo con Madox sin que me dé por estrangularlo.
-No creo que sea seguro – lo advierto desde el otro lado de la vaya que da acceso al jardín y, posteriormente, a la vivienda.
-Confío en ti, Gale – se limita a decir mientras abre la puerta de la casa.
Decido entrar. Lo que pase será culpa suya. Yo lo he avisado.
-¡Quítate los zapatos! - grita desde algún lugar del interior de la casa.
Me quito los zapatos antes de entrar y cerrar la puerta para encontrarme con un suelo de madera brillante. La casa está decorada con todos los colores que conozco, pero siempre en tonos pálidos, lo que reconforta y da sensación de tranquilidad. Justo lo que necesito. Hay mesas repartidas por la estancia que sostienen jarrones y pequeñas lámparas encendidas. Las ventanas están cerradas, por lo que no dejan entrar la luz, por eso todas las lámparas están encendidas. La sala consta de tres sofás colocados en forma de “U”. Camino por la estancia y oigo los maderos crujir bajo mis pies. Hay un olor empalagoso y concentrado a vainilla y jazmín. Mientras camino, me percato de que sólo hay cuatro paredes. Las distintas habitaciones no están delimitadas, por lo que tampoco hay puertas, de tal forma que en una esquina está la cocina, separada por una barra de los sofás y la mesa grande que constituiría el comedor.
-Sube, te enseñaré tu habitación. - me pide una voz desde lo alto de unas escaleras de caracol que hay en una esquina de la estancia.
Con cuidado de no caerme, asciendo hasta la segunda planta y descubro que aquí, si hay más paredes. Camino por el pasillo por el que también hay mesas con jarrones y lámparas. Hay un sillón en mitad junto a una mesita sin nada encima y me pregunto para qué querrá Madox sentarse en mitad del pasillo. Sólo hay cuatro puertas. Entro por la primera y me encuentro con un despacho con la típica decoración de la casa: escritorio de madera rojiza, sillones clásicos y más jarrones y lámparas con estampados de flores en tonos suaves. Entro en la siguiente habitación y me encuentro un cuarto de baño. No ha ducha, sino una bañera enorme de cerámica blanca resplandeciente. Continúo con la siguiente puerta. Esta vez es un dormitorio, pero sé que no es mío en cuanto pongo un pie dentro. Hay una cama con dosel y cortinas casi transparentes, una cómoda con un espejo y cientos de pinturas sobre ésta, supongo que es maquillaje, sillones como el del despacho y más lámparas. En frente, me encuentro con unas ventanas que dan a la calle en la que el coche que nos ha traído permanece estacionado. Salgo de la habitación de Madox y camino con decisión hasta la última puerta. Pensaba que sería mi habitación, pero no lo es. Es el estudio de tatuajes. Ya he visto uno como este, en el edificio donde nos preparaban para asistir a la arena, donde Madox me tatuó por primera vez. En una mesa de madera hay decenas de agujas y al lado hay un mueble lleno de tintas de distintos colores. También hay una silla en el centro y una camilla. Salgo aterrorizado con el recuerdo del dolor de la aguja mientras acaricio con los dedos el tatuaje de mi antebrazo.
-¡Madox! - lo llamo.
Y entonces el techo cruje y desciende. Permanezco inmóvil contemplando como la madera se separa del techo y baja...una escalera. Por encima de esta veo a Madox riendo.
-¿Te ha gustado la visita a la segunda planta?
Sacudo la cabeza con desaprobación y subo las escaleras hasta el desván. El estilo es el mismo al de su dormitorio, pero la cama carece de cortinas y no hay maquillaje en la cómoda. En una de las paredes hay una ventana redonda. Me acerco a ella y observo que da al jardín que hay detrás de la casa.
-¿Te gusta? - pregunta Madox aún en la escalera.
-Mucho.
Y es verdad. La casa tiene estilo y es muy diferente a como me la esperaba. Me pregunto cómo me gustaría decorar mi hogar si pudiera hacerlo. Sin duda, tendría un aspecto parecido al de una cabaña, algo más pequeña que mi verdadera casa.
-Iban a derribarla – me cuenta Madox – Pero me encantaba el lugar. Está justo entre la estación de tren y la mansión del Presidente Snow. Además, uno de los mejores parques está aquí al lado y me encanta ir para concentrarme. Diseñar tatuajes no es algo tan fácil, necesitas inspiración. Pero como iba diciendo, la salvé y decidí decorarla como una casa que vi una vez en una revista. No es mucho de mi estilo, lo sé – me acerco a la cama y me siento. El colchón se hunde y tengo la sensación de haberme sentado sobre una nube.
-No, no lo es – aseguro.
-Tienen varias habitaciones secretas. Supongo que descubrirás alguna mientras estás aquí. Te gustará. Ahora te subiré algo para cenar y será mejor que descanses. Mañana vas a necesitar fuerzas.
Llevo horas durmiendo y estoy más que descansado, pero aun así asiento. Antes de volver a quedarme dormido, Madox me trae un plato con salmón en una bandeja plateada.


-Adelante – dice Madox sonriente, abriéndome la puerta que tengo delante.
Estamos en un callejón del Capitolio pero igual de decorado y cuidado que la calle más importante. La puerta es verde olivo, con el marco dorada, y la fachada es de tonos plateados y grises. Miro a Madox, hoy ha escogido un conjunto verde agua formado por una camisa y unos pantalones anchos. Yo llevo una camiseta dorada con el cuello en punta y unos pantalones muy ajustados marrones. También llevo mis inseparables botas.
Cruzo la puerta que Madox mantiene abierta y me inunda el olor a incienso y a… bosque. Mis músculos se tensan y me llevo una mano a la cintura. Pero no tengo mi cinturón, ni mi cuchillo. Sólo tengo mis manos para defenderme. Me rodea una niebla intensa, tan intensa que no veo más allá de la punta de mi nariz. ¿Dónde estoy?
-Vénganos – suplica una voz, y el corazón se me encoge.
La voz ha sonado de todos lados. Parecía venir en todas direcciones… y en ninguna al mismo tiempo, como si hubiera sonado en mi cabeza.
-¿Clove?
Cierro los ojos con fuerza. Esas fueron sus últimas palabras. Cuando abro los ojos de nuevo, me encuentro en el escenario de todas mis pesadillas. La arena.
Y, a mis pies, el cuerpo inerte de Clove. Pierdo la fuerza de las piernas y caigo al suelo, junto a ella. Acaricio su cara y noto su rostro contra mi piel, frío.
-Cierra los ojos – se oye una voz a mi alrededor.
-¿Quién eres? – pregunto sobresaltado.
-Cierra los ojos – repite la voz.
Lo vuelvo a cerrar, sintiendo más indefenso aún.
-Ábrelos.
La obedezco y, cuando lo hago, vuelvo acerrarlos para que la imagen desaparezca.
-Ábrelo – repite la voz.
-¡No! – grito - ¡No quiero recordar esto!
-Tienes que hacerlo, Gale.
-¿Quién eres?
-Mi nombre es Atalanta.
-¿Eres la que va a hacer que mi problema desaparezca?
-No – contesta – Soy la que va a ayudarte a ver las cosas tal y como son. Si debes dejar de preocuparte por morir, o si debes mantenerte aún más atento que en los juegos.
-¿Por qué?
-Abre los ojos, Gale. Por favor.
Tomo aire y abro los ojos. Frente a mí está Clove, con un cuchillo, a su lado, Glimmer, cargando el arco y apuntándome con una flecha plateada. Sé lo que viene ahora.
Clove mira a Glimmer y me lanza el cuchillo, que parece detenerse en el aire. ¿Y si hubiera querido matarme? ¿Y si hubiera muerto? ¿Habría ganado Clove? ¿Habría sobrevivido Katniss? Doy un paso a mi izquierda, decidido, para colocarme frente al tronco del árbol y, en un segundo, el cuchillo se clava en mi pecho.
La niebla se hace espesa y la escena desaparece. No siento dolor, parece uno de mis sueños.
-No puedes cambiar lo que ya ha sucedido, Gale. Siempre debes tener en mente eso.
La niebla vuelve a disiparse. Tres personas corren por el bosque: Cato, Marvel y Clove.
-¡KATNISS! ¡KATNISS! – me giro buscando a la persona que grita su nombre. Soy yo, lo sé.
-¡Por allí! – grita Marvel señalando hacia delante.
-¡Podría ser una trampa! – Clove se muerde el labio y agarra a Marvel del brazo.
-¿Por qué llamaste a Katniss, Gale?
-Para protegerla – contesto con un nudo en la garganta – Quería que ellos me siguieran a mí en vez de a ella.
-¿Ya habías tomado la decisión de salvarla a ella?
-No. No lo sé. – bajo la vista hacia mis manos – Una parte de mí quería sobrevivir, pero otra quería salvar a Katniss en todo momento.
-¿Porque esa parte la amaba?
-Supongo que sí…
-¿Por qué crees que Clove intentaba proteger a Katniss?
-Porque yo se lo pedí – contesto con el ceño fruncido. Todo Panem sabe eso.
-¿Estás seguro? – pregunta la voz de Atalanta.
-Quería ser diferente. Por eso me ayudaba.
-Tal vez si hubieras visto la retransmisión de los juegos no estarías aquí, Gale.
La imagen vuelve a cobrar movimiento.
 -¡Cállate! Quiero matar a ese imbécil. – grita Marvel, soltándose con fuerza de Clove.
-¡Que no le hables así, Marvel! – Cato se pone en medio.
-¿Cómo puedes protegerla sabiendo que está aliada con él? ¿Por qué nos salvaría con las rastrevíspulas?
-A ti no tendría que haberte salvado, Marvel. – Clove se acerca y pone su cuchillo bajo el cuello de Marvel.
-Baja ese cuchillo, Clove, o juro que te atravieso. – Clove baja la vista y ve que la lanza de Marvel está presionando a la altura de su estómago.
-¡ESCUCHAD! – los dos se giran hacia Cato
-¡Katniss!
La imagen se disuelve con el grito de una niña pequeña y con la sonrisa de satisfacción de Marvel.
-¿Dónde estoy? – pregunto cuando la niebla vuelve a rodearme.
-Estás en una habitación llena de humo.
-Pero…
-Parece la arena. El bosque. Incluso huele como el bosque. Lo sé. El olor está, lo he preparado. Y ese olor hace que tu cerebro recuerde el bosque y por todo lo que pasaste.
-Pero yo no vi esto – susurro – Los oí, pero no lo oí.
-Tecnología del Capitolio. Mediante hondas magnéticas puedo hacer que tu cerebro reproduzca lo que yo quiero que veas. En este caso, es una grabación de los juegos.
-¿Para qué?
-Dime la verdad, Gale. ¿Te crees capaz de recuperarte? En mi opinión, si estás alerta, es por algo. Sólo voy a ayudarte a analizar cada momento en la arena, a hacerte pregunta para las que no tienes respuestas y para hacerte pensar. Las casualidades no existen, Gale. Al contrario. Todo en la arena estaba controlado. ¿Sabes por quién?
-Snow.
-También los Vigilantes. Y su vigilante jefe. ¿Sabes su nombre?
-Séneca Crane.
-Exacto.
La niebla vuelve a desaparecer. Esta vez la escena es la misma, Clove y Marvel discuten.
-¡Eres una traidora! Vas a matarme en cualquier momento, lo sé. ¿Cuántas veces lo has ayudado?
-Parad ya… - Cato parece cansado.
-Va a escaparse, Marvel. ¡Deja de decir tonterías y corre!
-Eso es lo que tú quieres, ¿no? Que escape.
-¡El que se está deteniendo eres tú, Marvel!
Clove coge el cuchillo de su cinturón, pero Marvel es más rápido. Clava la lanza por encima de la cintura de Clove, quien deja caer el cuchillo y cae al suelo. En el momento de incertidumbre, Marvel sale corriendo y Cato se agarra para ayudar a Clove.
-No te preocupes. – la ayuda a incorporarse y Clove se levanta con dificultad.
-Ve tras él, Cato.
-No, no pienso dejarte desprotegida.
-¡Va a matarlo!
-¿Y qué? Así tú y yo podremos sobrevivir. Los dos. Si mata a Katniss y a Gale todos volveremos a casa.
-¿De verdad lo crees?
-Tienen recursos para hacer una grabación falsa en la que sólo quede uno mientras que, en verdad, ganamos todos.
-No, Cato. Sólo quieren un ganador. ¿Quién hará las entrevistas? Nosotros dos nos presentamos voluntarios, al igual que Marvel. El resto se conformaría con volver a casa, pero nosotros no. Tendríamos que luchar. Todo es una mentira. No sé qué hicieron los del doce en el bosque, pero no voy a matarlos porque sé que Séneca no cumplirá su promesa.
-No lo sabes – contesta Cato, aunque poco convencido.
-He venido a luchar si todos estábamos en igualdad de condiciones. No así.
-¿Pero por qué te empeñas en ayudarlo?
-El Capitolio les ha preparado a ellos una trampa, ¿qué te hace pensar que no hay otra para nosotros?
-No la hay…
Se escucha un cañonazo y ambos miran hacia el cielo.
Voy a esconderte. Cato la coge en brazos y la suelta entre unos matorrales, ocultándola bien.
-Ten cuidado – le pide Clove, agarrando su brazo.
-Lo tendré – Cato se inclina y la besa.
La imagen vuelve a congelarse.
-¿Qué sientes?
Me miro las manos de nuevo. No dejan de temblar.
-Rabia.
-¿Por qué? ¿Porque la besa?
-No. Siento rabia por lo que nos hicieron a Katniss y a mí. Sólo entramos en el bosque a cazar, necesitábamos sobrevivir. Impedir que nuestras familias murieran de hambre ahora que no teníamos padres que consiguieran algo de comida en el trabajo. ¡Sólo intentábamos sobrevivir!
Las lágrimas me arden en los ojos.
-Desahógate.
-No.
-Aquí no te ve nadie. Puedes gritar y llorar lo que quieras.
-¡NO! - dos lágrimas acompañan a mi grito de frustración, y con ellas llega la rabia - ¡¿Por qué me haces esto?!
-Sólo intento ayudarte.
-¡No! Tengo que ser fuerte y esto me hace más débil.
-¿Llorar te hace débil? ¿Eso piensas?
-Sí.
-Pues te equivocas, Gale. Y ahora mira esto.
La niebla se disipa. Es de noche, pero reconozco el bosque y los matorrales en los que Cato dejó escondida a Clove. Se escucha el himno del Capitolio y en el cielo aparece su símbolo y la cara de Cato, seguida de la de Rue.
Escucho un sonido procedente de los matorrales y me acerco con sigilo. Es Clove. Tiene la cara deformada en una mueca de dolor, pero no llora. Mantiene los ojos muy abiertos y los labios formando una fina línea. Las manos se aferran al costado, cerca de su herida.
-Lo mataré – repite una y otra vez – Juro que lo mataré.
-¿Has sentido celos antes cuando Cato la ha besado?
-No. Yo quería y sigo queriendo a Katniss.
-Se puede querer a dos personas, Gale.
-Los juegos no son el mejor escenario para pensar en sentimientos profundos, Atalanta. Allí uno solo piensa en luchar y sobrevivir. En casos muy raros, como el mío, en salvar a otras personas.
-Está bien, quiero que veas una cosa. La última por ahora.
-¿Ya hemos acabado?
-Casi.
La niebla vuelve a envolverme y, cuando desparece, estoy en el lugar donde murieron Rue y Cato. Rue está en el suelo, muerta. Frente a mí, Marvel atraviesa a Cato con la lanza. Esto ya lo he visto.
-Acércate a Cato. - me pide Atalanta.
Hago caso y avanzo, pasando junto a Marvel, y me agacho para ver a Cato.
-¿No ves nada familiar en él? ¿Algo que tú tengas?
Lo observo con atención y me quedo congelado.
-No puede ser.
-Pues lo es.

Cato tiene el mismo corte que Clove y yo en el labio.

6 comentarios:

  1. ANAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA....
    Yo seguire insistiendo lo de Katniss :...(
    Ah otra cosilla, te he nominado a un premio y eso pasate por mi blog<:)

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    1. -.- pero Celia qué hago para revivirla? Jajajaja x)
      Ay! Gracias cielo luego me paso :)

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    2. Yo que se, algo en plan "el maravilloso Capitolio cuya maquinaria era cada vez mayor no dejo morir a Katniss porque tenían otros planes para ella... y luego *risa malvada*"
      Que te parece?¿ JAJAJAJAJAJAJA Ademas tienes un montón de imaginación, ya se te ocurrirá algo no?

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    3. La verdad es que pensé en algo así super raro pero era demasiado subrealista! Además, le cortaron el cuello. ¿Cómo voy a salvarla de eso??

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  2. Que cato tiene que? Oh my god!!! Otra vez me dejas con la intriga. Me ha encantado el cApítulo :)

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    1. Jajaja lo siento :)
      Le alegra que te haya gustado y gracias por leerlo ^^

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