domingo, 11 de agosto de 2013

Capítulo 2. Estoy contigo

A pesar de estar rodeado de cientos de cadáveres sigue oliendo a carbón. Tras unos eternos minutos en los que he mantenido los ojos cerrados intentando concentrarme y saber qué ha pasado antes, finalmente abro lo ojos y clavo la vista a mis pies. Junto a éstos, hay una lápida blanca que comienza a ennegrecerse con la suciedad que hay en la atmósfera del Distrito 12.
Me arrodillo y acaricio con la palma de mi mano los grabados:
“KATNISS EVERDEEN. CON SÓLO 16 AÑOS MURIÓ EN LA ARENA DE LOS 74º JUEGOS DEL HAMBRE DEMOSTRANDO LO QUE ERA: UNA LUCHADORA VALIENTE”

Vuelvo a cerrar los ojos e inspiro con fuerza. He pasado cuatro años con miedo de tener que ver cómo mi mejor amiga desaparecía e iba a un lugar del que probablemente nunca saldría. Pero por suerte jamás había salido elegida... hasta hacía dos meses. Ahora me encontraba justo donde tenían lugar todas mis antiguas pesadillas: en un cementerio, contemplando su tumba.
Abro los ojos de nuevo, sigo acariciando la blanca superficie, intentando que vuelva a ser completamente banco, pero es imposible.
-Te quiero, Katniss Everdeen – susurro – Y sabes que siempre voy a quererte.
Mi mano pasa de la lápida a la hierba que ha crecido a su alrededor e inconscientemente comienzo a arrancar los pequeños tallos.
-No sé qué me ocurre – comienzo a decir, recordando la escena que he provocado hace menos de una hora – Siempre hemos sabido que éramos peligrosos, éramos de las pocas personas que sabíamos defendernos de nuestro distrito. Ahora sabemos que ésa es la razón por la cual estamos aquí. Es lógico que después de haber estado des semanas en la arena seamos más peligrosos. Ahora debería de sentirme a salvo. No volveré a la arena, no trabajaré en las minas. Pero aún así no consigo quitar de mí esta continua sensación de alerta. Antes he estado a punto de matar a Haymitch por un simple comentario que ha hecho. Casi lo mato, Katniss, a pesar de que es la única persona que me queda. - vuelvo a guardar silencio, recordando cada una de sus caras. Las caras de nuestros familiares – Están en el bosque, como yo les dije. Lo sé.- añado, intentando sonar más convencido de lo que en verdad me siento.
Permanezco en silencio varios minutos. Mi mirada pasa desde mis manos a la lápida, y después al horizonte. El cementerio del Distrito 12 se encuentra en una pequeña elevación que hay alejada del ruido de la zona habitada. Desde aquí, se pueden ver todas las calles, las casas y los barrios, como la Veta. Justo en el otro extremo del distrito, quedando frente al cementerio, se haya la estación de trenes; a mi izquierda están las minas; y en frente de éstas, la Aldea de los Vencedores. Mientras jugueteo con la hierba me doy cuenta de lo que nunca antes me había percatado: de que estos cuatro lugares señalan los cuatro puntos cardinales. El sol aparece tras la estación de trenes y se oculta tras el cementerio. Me pregunto si ahora que sé esto, me será más fácil escapar algún día de aquí.
Las lejanas extensiones de árboles no pasan desapercibidas a mi estricto examen. Observarlas desde esta posición me hace preguntarme también si podré volver a adentrarme en su espesura. Al plantearme esto, una pequeña alarma aparece en mi cabeza y me advierte del peligro. No, no debería volver; pero nunca es demasiado tiempo.
-¿Por qué no me sorprenderá verte aquí?
Aún de rodillas me giro y adopto una posición defensiva casi sin darme cuenta. Frente a mí, hay una chica vestida con un bonito vestido azul. La melena rubia le cae sobre los hombros y me muestra una sonrisa cargada de tristeza, como la que tenía el día que me recibió junto a su padre en el Edificio de Justicia.
-Madge – la saludo.
-Hola, Gale – se acerca a mí y se sienta.
Me miro y contemplo aterrorizado cómo aún tengo los músculos tensados. Ella parece notar mi preocupación y posa una mano sobre mi hombro consiguiendo, sorprendentemente, lo que quería: relajarme.
-¿Hablando con Katniss? - Me giro y contemplo la lápida. Ella me mira por el rabillo del ojo – No me gusta que no tenga nada. Todas las demás lápidas tienen algo de sus familias: una flor, un dibujo, una fotografía... Pero ella no tiene nada.
Observo a mi alrededor y veo que tiene razón. En todas hay algo, por pequeño y común que sea, excepto en la de Katniss. Es una tradición no-oficial de nuestro distrito.
-Tal vez debería traer algo. Teniendo en cuenta que su fam...
Madge me tapa rápidamente la boca, ahogando mis palabras.
-Ningún lugar es seguro, Gale. - Susurra, aproximándose a mi oído – Y menos justo aquí – añade separándose y lanzando una mirada a la lápida de Katniss.
Asiento.
-El próximo día traeré algo.
Ella me hace un gesto con el dedo para que la siga y la obedezco.
-¿Qué haces aquí, Madge?
-¿Sabes? - cambia de tema bruscamente – Esta fila – señala la fila de lápidas en la que se encuentra Katniss – está reservada para los tributos.
Comenzamos a caminar, manteniendo esa fila a nuestra derecha, y me fijo en las lápidas. En todas aparece una edición de los juegos, una edición que siempre se repite por duplicado antes de pasar a la siguiente: “70º Juegos del Hambre”, “70º Juegos del Hambre”, “69ºJuegos del Hambre”, “69º Juegos del Hambre”... Y así sucesivamente.
-Vaya – suspiro – se nota que no hemos ganado muchas veces.
Al rato, Madge se detiene de golpe y me choco con ella. La miro interrogante, sin entender. Pero ella no me mira a mí, sino a la lápida que hay a sus pies .
“MAYSELEE DONNER. RECORDADA SIEMPRE EN SU REFLEJO COMPLEMENTARIO. MURIÓ EN LOS 50º JUEGOS DEL HAMBRE, II VASALLAJE DE LOS VEINTICINCO”
-¡Ey! Esos son los juegos que ganó Haymitch. - me acerco a la lápida que hay justo a continuación, esperando ver el número cuarenta y nueve, pero no. Me encuentro con otro cincuenta, y a continuación con otro. - Pero, ¿qué...?
Y entonces lo recuerdo. En el Segundo Vasallaje de los Veinticinco fueron el doble de tributos. Del distrito doce se marcharon cuatro chicos, pero sólo tres regresaron sin vida aquel año. Me giro para contemplar a Madge, que está agachada junto a la tumba de Mayselee Donner.
-Madge, ¿ocurre algo? - me arrodillo junto a ella, observando la lápida - ¿Qué significará “Recordada siempre en su reflejo complementario”?
-Significa que tenía una gemela y que cualquiera que la conociera, al contemplar a su hermana, la recordará a ella.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque su hermana es mi madre. Porque Mayselee era mi tía. - alza la mano y se limpia las lágrimas que caen por su mejilla.
-Pero eso pasó hace veinticinco años, tú no la conociste.
-No, Gale. No la conocí. Pero es largo de explicar.
-Tengo todo el tiempo del mundo.
Deposita sobre la lápida el ramo de flores que lleva en una de sus manos y en el que no había reparado antes.
-Debería haberlo traído el mes pasado. Vengo casi todos los días a verla, pero siempre retraso el momento en el que tengo que traer las flores. Para mí es lo más difícil - inspira con fuerza.- Ella y mi madre eran gemelas. Cuando salió elegida, mi madre tenía esperanza en que ganara. Casi lo consigue, pero no fue así. Perder a una hermana es muy duro, así que imagina si pierdes a tu gemela. Estaban muy unidas. Desde ese día mi madre ha intentado seguir con su vida, pero le ha sido imposible, y más después de que yo naciera. Teme que me ocurra lo mismo que a su hermana y esa es la razón de que siempre esté enferma con jaqueca, en la cama. Mi madre jamás podrá vivir una vida normal debido a un trauma. - se detiene para respirar, pero yo sigo en silencio. - Lloro por mi tía ya que si ella siguiera con vida mi madre no estaría enferma. Además, todo el mundo la quería y dicen que me parezco a ella, así que siempre he querido conocerla. Tenerla delante sería como conocer a mi madre como debería de ser. Todos en el distrito creen que yo estoy a salvo de ir a los juegos pero no es verdad, Gale. Soy como todos. Creen que para mí los juegos también son diversión, como para los habitantes del Capitolio. No saben que ese acontecimiento también me ha quitado cosas. Me ha quitado una vida con mi madre. Ella jamás estará bien y yo no podré disfrutar de ella como el resto de jóvenes.
Se cubre la cara con ambas manos y llora fuertemente. Me acerco a ella y le doy un abrazo que ella me devuelve. Apoya su cabeza bajo mi barbilla y aspiro el olor de su pelo. Es una de las pocas cosas del distrito que no huele a carbón, en su lugar huele a limpio, a flores. Supongo que en su casa tendrá una ducha como las que había en el Capitolio o como la que hay en la casa en la que vivo ahora.
-Lo siento – susurro cuando comienza a separarse de mí – Jamás imaginaría que lo hubieras pasado tan mal por los juegos. Siento mucho lo que te dije el día de la Cosecha.
-No importa – hace un gesto con la mano, quitándole importancia – Pero ya sabes que la próxima vez tienes que conocer la historia de las personas antes de decir nada. - No lo dice recriminando mi comportamiento, sino como un consejo. Un consejo de verdad. - Finjo que los juegos son diversión porque es lo que debería hacer la hija del alcalde, pero en realidad es solo una tapadera. Una máscara.
La ayudo a levantarse del suelo y le pido que me acompañe. Camino en la dirección contraria a la entrada del cementerio, alejándome de las lápidas de los fallecidos recientes y de esa zona reservada a los tributos, y me detengo ante una lápida negra, consumida por el carbón. El mismo carbón que extraía el hombre que hay enterrado bajo ella en el momento de su muerte.
-¿Es... tu padre? - pregunta Madge, insegura.
Me limito a asentir y observo la lápida de pie. Debajo de todo el carbón que hay sobre ella, hay unos grabados que explican cómo murió y que ahora son indescifrables. Madge se arrodilla y acaricia los bordes del oscuro rectángulo de cemento. Sus dedos tropiezan con algo, una pequeña correa. Tira de ella hasta que consigue sacar lo que había quedado enterrado en la tierra: la medalla.

En el escenario, el alcalde Undersee nombraba uno por uno los nombres de los mineros que habían fallecido en la explosión mientras las mujeres, padres o hijos de estos subían al escenario y se colocaban uno junto al otro. El nombre de mi padre sonó y me acerqué a las escaleras. En aquel momento me parecieron unas escaleras enormes. Uno de los familiares de otro minero fallecido se acercó y me tendió la mano. Pero no se la di. Debía hacerlo sólo. Él pareció entenderlo y volvió a situarse en su sitio, cuando terminé de subir, me coloqué junto a él. Observé a los que formaban esa fila y me percaté de que era el más joven, el único niño. Mi madre podría haber venido en mi lugar, pero estaba demasiado ocupada cuidando de Vick y Rory. Además, el embarazo del cuarto hijo estaba muy avanzado y no estaba seguro de que pusiera soportar esto.
Volví a concentrarme en el escenario y en toda la gente que se había acercado al Edificio de Justicia para presentar sus respetos ante el trágico accidente cuando otra chica, un par de años menor que yo, subía los escalones. Llevaba su pelo castaño oscuro recogido en dos trenzas. Su piel era aceitunada, como la del resto de los habitantes del Distrito 12, y tenía los ojos oscuros, ensombrecidos por unas grandes ojeras. Ella se situó a su lado.
El alcalde siguió mostrando su pesar a los familiares de las víctimas y, a continuación, pasó a la entrega de las medallas.
-Gale Hawthorne – me nombró cuando se colocó frente a mí – Un hombre valiente tu padre. Toma.
Extendí las ennegrecidas manos y colocó sobre ellas una pequeña medalla unida a una correa azul y amarilla. La contemplé con atención. Era el símbolo del capitolio.
-Tuve el honor de conocer a tu padre – le decía el alcalde a la chica que había a mi lado – Un gran hombre con una gran voz. Haz que se sienta orgulloso de ti.
Y le entregó una medalla exactamente igual a la que sostenía yo en mis manos.

-Es la medalla que me dieron cuando murió. - Madge se gira para mirarme, pero yo mantengo la vista clavada en el reluciente objeto - Siempre se trae algo que pertenezca a los fallecidos y aunque esa medalla jamás fue de mi padre me pareció bien traerla. Además, ni mi madre ni ninguno de nosotros podíamos tenerla en la casa. Nos recordaba constantemente lo que habíamos perdido.
Madge deposita la medalla sobre la lápida y se pone de pie, sacudiendo sus rodillas para quitarse la tierra y las pequeñas piedras que se le han quedado incrustadas. Entonces se fija en la lápida que hay al lado y la señala.
-Mira.
Miro en la dirección en la que apunta su dedo índice y veo otro objeto resplandeciente sobre otra de las negras lápidas consumidas por el tiempo. Me arrodillo y rasco un poco con las uñas hasta ver parte de los grabados que había bajo la suciedad. Observo el apellido y otro recuerdo acude a mi mente.

-También llevas la medalla – no era una pregunta, pero Katniss asintió.
-Mi madre no sale de su habitación. Siempre está encerrada llorando y abrazada a esto – levantó la medalla sobre su cabeza y el reflejo del sol en ésta me obligó a cerrar los ojos. - Cuando me dijiste que ibas a traer la tuya decidí hacer lo mismo. Así que he entrado en su habitación y se la he arrancado de las manos.
Asentí y me di la vuelta. Juntos recorrimos los dos metros que nos separaban de las lápidas de nuestros padres. Nos detuvimos en el espacio que había entre ella, que estaban una al lado de la otra. Katniss acercó su mano a la mía y enlazó sus dedos con los míos.
-Cada vez que vengo aquí me es más difícil marcharme. Es como si quisiera quedarme aquí, junto a él, siempre. - susurró, sin dejar de mirar el nombre de su padre grabado sobre el rectángulo de cemento.
-Es la primera vez que vengo – confesé. Ella me miró sorprendida y yo me encogí de hombros a modo de respuesta. - ¿A la vez? - asintió, y nos agachamos al mismo tiempo para colocar junto a las lápidas las medallas que habíamos recibido por la muerte de nuestros respectivos padres.
Aquel día nuestras manos permanecieron entrelazadas hasta que tuvimos que separarnos para llegar cada uno a su casa.

-Everdeen – susurro.- Es el padre de Katniss. No recordaba que estaba al lado del mío. Vine con Katniss a dejar las medallas cuando pasó un año de la explosión. No he vuelto a pisar el cementerio desde aquel día. Hasta hoy.
-¿No viniste más a ver a tu padre? - pregunta Madge mientras me levanto del suelo, niego con la cabeza – Entonces, ¿es la primera vez que vienes a ver a Katniss?
Me detengo y la miro a los ojos. Son unos profundos ojos azules, un poco enrojecidos por las lágrimas que han derramado antes. Espero ver una expresión acusadora en ellos, pero no hay rastro de este sentimiento.
-Sí, es la primera vez. Sé que debería haber venido antes, hacerle compañía y no dejarla sola. Pero no tenía fuerzas.
-Ella no ha estado sola ningún día. - me corrige.
La miro sin comprender y ella me hace un gesto con la mano para que avance en dirección a la gran reja de hierro que conduce al exterior del cementerio.
-¿Qué quieres decir con que no ha estado sola? ¿Has venido cada día desde que volvimos?
Esboza una tímida sonrisa y niega con la cabeza.
-He venido de vez en cuando. Siempre había alguien junto a su lápida. Ha llegado a estar todo el día ahí junto a ella, sentado sobre la hierba y abrazando sus rodillas. No ha dejado de llorar su muerte.
-¿Prim?
Es una pregunta estúpida. Prim y su madre han desaparecido, pero no se me ocurre nadie más quien vaya a visitar a Katniss.
Cuando nos acercamos a la salida, echo un último vistazo a la lápida de Katniss. Hay un ramo de flores. Agarro a Madge por el brazo y ella emite un grito. Debo de haberle apretado demasiado. Pero no la suelto.
-Esas flores no estaban antes ahí – mi voz no expresa terror ni preocupación. Ningún tipo de emoción, es monótona.
A mi lado noto como Madge respira agitadamente.
-Suéltame, por favor.
La suelto inmediatamente y contemplo su brazo, que adquiere un tono rojo. Me miro las manos, preocupado. Lo he vuelto a hacer. He vuelto a herir a alguien porque no puedo controlar mis instintos.
-Lo... lo siento – balbuceo, sin apartar la mirada de mis manos.
Ella guarda silencio y se mantiene a cierta distancia de mí. Pero finalmente suspira y se aproxima hasta poner una mano sobre mi hombro. En seguida la tensión de mi cuerpo desaparece.
-No pasa nada. - su mano desciende, rozando la zona herida de mi brazo derecho y provocándome un escalofrío. Ella se detiene un momento pero continúa hasta llegar a mi mano. Se aferra a ella y tira, obligándome a caminar – Esas flores las habrá traído mientras visitábamos a mi tía y a tu padre. No hay de qué preocuparse.
Salimos del cementerio y Madge sigue cogida de mi mano. Va varios metros delante de mí, por lo que se podría decir que va arrastrándome. Recorremos la distancia que hay entre el cementerio y la Aldea de los Vencedores. Cuando llegamos a mi casa, me suelta y se sienta en las escaleras de la entrada. Yo me siento a su lado y contemplo por encima de los tejados del resto de las casas el color del cielo que anuncia el anochecer.
-¿Por qué has ido hoy a casa de Haymitch? - pregunto, aunque no tengo mucha curiosidad. Sólo lo hago para romper el silencio.
-Mi padre quería verlo para aclarar algo sobre los juegos. No estoy segura de qué era.
-Vaya, ¿por qué no ha hablado conmigo? La mayoría de la gente me considera el ganador.
-¿Tú no?
-No – contesto sin dudar – Yo no hubiera ganado si Clove no me hubiera pedido que la matase.
-Fuiste muy valiente al hacer eso, Gale.
-¿Valiente? - de nuevo me tenso, pero ella coge rápidamente mi mano y desaparece esa sensación.
-No me refiero a que fueses valiente por matarla., sino por haber acabado con su sufrimiento. Si yo hubiera estado en tu lugar no habría sido capaz de matarla y al final habría sufrido mucho más.
No sé cómo reaccionar ante esto. ¿Lo hice bien al acabar con su sufrimiento? ¿O mal por haber matado a la que había sido mi amiga en los juegos?
-Gracias.
-No me las des – vuelve a separar nuestras manos y cruza las suyas sobre sus rodillas – Y supongo que mi padre no ha querido hablar contigo porque cree que aún no estás preparado para hablar de los juegos.
-Es cierto. No estoy preparado. Ya has visto lo que me pasa cada vez que se habla de ello.
Al fin nuestras miradas se cruzan. Sus ojos tratan de transmitirme tranquilidad, y en parte lo consigue.
-¿Sabes? Estoy contigo.- me tengo que esforzar para oírla, ya que su voz apenas es un susurro – Ahora tengo que irme, Gale. Nos vemos otro día. - se pone de pie y comienza a caminar hacia la oscuridad.
-¡Madge! - la llamo, antes de que desaparezca. Ella se da la vuelta. No sé que decirle. ¿Que está conmigo? ¿Qué significa eso? Pregunto lo primero que se me pasa por la cabeza - ¿Quién va a ver a Katniss?
-No eres el único que estaba enamorado de ella, Gale.
Y cuando termina de hablar se da la vuelta y desaparece en la oscuridad.
Subo los escalones que me llevan hasta el interior de la casa. Cuando abro la puerta encuentro sobre la mesa un objeto que me es más que conocido. El cuchillo afilado y manchado aún de la sangre de la que fue su propietaria está sobre una hoja de papel en la que se puede leer, con la retorcida caligrafía de Haymitch: “Descansa”. Lo cojo con cuidado y lo mantengo equilibrado en una de mis manos. Lo dejo caer y, antes de que llegue al suelo, lo atrapo por la empuñadura. Lo meto en mi inseparable cinturón de cuero marrón y subo las escaleras hasta el dormitorio. Me quito la ropa y entro en el cuarto de baño para darme un baño y tiempo para pensar.
Está conmigo. Madge está conmigo. Pero, ¿en qué? Si no me ha especificado en qué seguramente sea porque no es seguro contármelo aquí. Pero, ¿y en el bosque? Sacudo con fuerza la cabeza, sacando esa idea de mi cabeza. Si el distrito está controlado, el bosque más aún. Ya lo estaba antes de que dos jóvenes se colaran en su espesura para cazar, más ahora que uno de ellos ha sobrevivido y tiene ganas de vengarse. Además, no quiero meter a Madge en problemas. Es lista, ya encontrará la manera de contarme en qué está conmigo.
Salgo de la ducha y me pongo ropa cómoda para dormir. Me tumbo sobre la cama. Es tan cómoda y mullida que resulta desconocida. Esa es la razón por la que no pueda dormir en ella.
Suspiro con fuerza y me giro sobre un lado. Todas las noches que paso en vela comienzan con un análisis sobre la cama de esta casa. De la cama pasa al Capitolio, del Capitolio al presidente Snow, después a los brillantes y amenazadores ojos de Séneca Crane. Posteriormente, pasan a la arena, a lo que debería o no debería haber hecho allí; y finalizan con pesadillas sobre la muerte de Katniss o Clove, a cual más sangrienta y terrorífica.
Intento concentrarme en algo feliz que no sean los rostros de mi familia, como siempre, pero no lo consigo. Si no duermo, acabaré enfermo, y será mucho más fácil para el presidente acabar conmigo, aunque dudo que sea una muerte tan dulce como la falta de sueño. Abro los ojos de golpe y los froto con fuerza. Pensar cómo podrá matarme el presidente no va a ayudarme tampoco.

Finalmente me centro en planear qué voy a hacer mañana. No me resulta difícil ahora que sé quién es el que va a ver cada día a Katniss. 

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