miércoles, 18 de septiembre de 2013

Capítulo 7. Decisión

-Gale, ¿estás bien?
-Sólo necesito que me dejen un momento en paz, Madox.
-Yo…
-Por favor.
Soy incapaz de mirar a nadie a los ojos. Siento un vacío enorme en mi interior, como si me hubiesen extraído con una máquina hasta el último de mis órganos.
Madox se aleja del sillón en el que llevo sentado y sin moverme desde que Séneca salió por la puerta. Pueden haber pasado segundos o tal vez horas. He perdido la noción del tiempo. Pero, ¿acaso importa el tiempo ahora? Sé que algo va mal con mi familia, lo siento. Puede que el Capitolio los tenga o puede que estén perdidos en el bosque. Puede que la desesperación de mis hermanos hubiese sido tal que hubiesen tomado una decisión precipitada y se hubiesen marchado al bosque, dónde hay manadas de perros salvajes y donde es imposible encontrar alimento si no sabes dónde buscar. Debería haberles enseñado, a pesar de ser tan pequeños. Debería haberles dejado alguna escapatoria para su supervivencia si yo fallecía alguna vez. O si desaparecía durante un período de tiempo indefinido, como ha sido el caso.
Intento comprender por qué se marcharon tan pronto, sin esperar a saber si yo era el ganador o no. Tal vez si se iban antes de saber el resultado, tendrían una pequeña esperanza de que yo siguiera con vida; mientras que si averiguaban que no volvería jamás con ellos, podrían hundirse en la tristeza.
Por otro lado, si hubieran descubierto que yo era el ganador, no se habrían marchado. ¿O sí? ¿Pensarían que yo los buscaría en el bosque y podríamos huir todos juntos?
Debería de estar buscándolos en el bosque, no aquí sentado en el salón de una mansión del Capitolio. ¿A qué estoy esperando? ¿A que aparezcan por su propio pie? ¿A que llegue la Gira de la Victoria y me sea imposible encontrarlos? Cada vez hay menos posibilidades de encontrarlos con vida. Hay cámaras en el bosque, ¡están en peligro!
Me doy cuenta de que mientras recapacitaba me he puesto de pie y he empezado a caminar por la sala. Con la yema de los dedos rozo la pared de madera mientras camino paralelo a ella. Entonces me encuentro con un pequeño escalón. Es casi imperceptible para los sentidos de alguien que no es un cazador. Con los dedos recorro el borde del escalón. Unos dos metros por delante de mí, pegada a la pared, hay una pequeña mesa. Detrás de ella debe de haber algo. Esa pared no es normal, no debería haber un pequeño escalón ahí. Esa pared se mueve. Sólo tengo que encontrar cómo. A un metro hay una de las decenas de mesas con lámparas que hay por toda la casa. Me acerco a ella, detrás debe haber una manivela o una pequeña abertura por la que tirar. Cuando arrastro la mesa, noto que la pared se mueve junto a ella. Están pegadas.
Desplazo la mesa lo suficiente para dejar un pequeño espacio por el que entrar al otro lado de la pared. Me asomo por el agujero que se ha abierto y, en cuanto pongo un pie en su interior, la luz se enciende.
Me encuentro en una estancia enorme y vacía. Las paredes no están decoradas como el resto de la casa, sino que están cubiertas por cientos de fotografías. La mayoría son del Capitolio (calles, gente, parques, fuentes, coches en movimiento) pero hay otras un poco estropeadas, en colores gastados por el tiempo que muestras… la guerra. Sí, estoy seguro. Es la guerra que tuvo lugar hace setenta y cinco años en Panem, la guerra por la cual ahora existen los Juegos del Hambre. Veo aerodeslizadores bombardeando ciudades, gente disparando por las calles, cadáveres tirados en el suelo… Reconozco la montaña que hay que cruzar para llegar al Capitolio, la montaña que supuso la derrota para el resto de los distritos. Hay gente intentando cruzar la frontera.
-¿Te gustan?
Me sobresalto al escuchar la voz de Madox, que está apoyado junto al agujero que hay en la pared y me mira a los ojos.
-Es la guerra, ¿verdad?
-Sí. Pertenecían a mi bisabuelo, supongo. Las he ido heredando al igual que el hobby, por desgracia.
-¿Te gusta la fotografía? – pregunto un poco impresionado.
-¿Qué crees? ¿Que sólo sirvo para tatuar? – veo como agacha la cabeza y la sacude de un lado a otro como si estuviera defraudado – Mira esto.
Me señala otra pared que aún no he observado. Está llena de extrañas fotografía. No reconozco qué aparece en ellas hasta que no distingo unos trazados familiares. Sobre una superficie gris olivácea hay dibujado un abeto alto, junto a otro, en color verde. Ese gris oliváceo es mi piel. Ese es mi tatuaje. Recuerdo que me hizo una foto en el brazo después de tatuarme, Pensé que sería para mostrársela a Portia, Carlo y Edilia; pero en verdad la quería para él.
-Me gusta saber todo lo que he hecho en algún momento. – comenta.
-Son increíbles Madox .
He vuelto a apartar la mirada de la pared de los tatuajes para mirar las fotos del Capitolio. Por la limpieza y el colorido las fotos deben de ser recientes, debe de haberlas hecho él.
-Atrapo el momento más perfecto y bello que hay frente a mí para recordarlo siempre. Los pintores dibujan. Supongo que tiene más trabajo pero pierden detalles. Sé que pulsar un botón y sacar una fotografía es algo mucho más fácil, pero a mí me fascina. ¿Tienes algún hobby, Gale?
-No – respondo, recordando que necesito encontrar uno urgentemente – y necesito descubrir alguno para la Gira de la Victoria.
-¿Quieres probar con esto?
Se acerca al único mueble que hay en la estancia. Una mesa con bandejas de hierro llenas de agua y fotografías sumergidas en ella. Junto a las bandejas, hay una cámara de fotos. Es negra, con un gran objetivo. Madox la coge y la manipula con cuidado para mostrármela mejor.
-Aquí – dice, pulsando un botón – es donde se desbloquea el objetivo. Cuando lo pulses, podrás acercar la imagen para tener una fotografía más de cerca. Aunque no puedo aburrirte, experimenta con ella y sabrás como usarla. - con cuidado, pone la cámara en mis manos.
-Madox, no puedo…
-Cógela. Devuélvemela después de la gira. ¿De acuerdo?
Asiento con la cabeza y la acerco a ojo derecho para mirar al otro lado de la lente. Ahí está Madox, sonriente, con su pelo rojo de punta y sus ojos grises. Jamás me había fijado en sus ojos. Decido pulsar el primer botón que encuentro, el más grande. Una luz sale de la cámara y me sobre salto. Madox ríe y camina hacia la salida de la sala.
-Vamos, tengo que tatuarte y explicarte algo de la cámara.
Me cuelgo el pesado objeto al cuello y lo sigo. Madox cierra la puerta y me guía escaleras arriba, hasta el estudio de tatuaje. Suelto la cámara en una de las mesas y me siento en la silla que hay en el centro de la habitación. Madox pasea de un lado a otro trasteando sus cosas hasta que finalmente se pone frente a mí con lo que parece un delineador. En verdad, es un objeto acabado en una aguja que conecta con un tarro de tinta. El dolor empieza en seguida.
-Cuando hagas fotografías necesitas revelarlas para poder tenerlas en papel. La mesa que había en la habitación de antes es donde yo las revela. Es un proceso lento y trabajosa, así que dudo que tengas paciencia para hacerlo tú. Cuando quieras tenerlas en papel, avísame. Puedo ir a tu distrito o hacer que vengas aquí. ¿Está bien?
El dolor es atroz y no puedo relajarme ni siquiera para asentir. Los minutos transcurren y Madox no despega la vista de su trabajo. De vez en cuando se detiene para cambiar el color del bote. Me niego a abrir los ojos hasta que no termine porque sé que algunas zonas estarán llenas de sangre y temo mi reacción ante eso, aunque en el fondo me siento bastante bien. 
Madox empieza a trabajar desde mi primer tatuaje y sube hasta mi hombro. Después, cambia de brazo hasta recorrerlo entero con la aguja. Me venda los brazos y me deja descansar un rato mientras baja a preparar la comida. Permanezco con los ojos cerrados. Esta vez el dolor ha sido menor que la primera vez, cuando tuvieron que sujetarme entre varias personas para que no pudiera hacerle nada a mi tatuador. Tal vez comience a acostumbrarme. Oigo los pasos de Madox por el pasillo y me alegro de estar recuperando mis sentidos de cazador.
-Estaba pensando que sólo voy a tatuarte el pecho y la espalda, así que necesitaré dos días más como mínimo, aunque seguro que tengo que retocarte.
Abro los ojos y lo veo junto a mí, con una bandeja de comida. Hay estofado de cordero y sopa. Como me ha tatuado hasta la mitad de las manos para difuminarme el color, tengo dormidas las extremidades al completo, así que me ayuda a tomar las cucharadas de sopa y a comerme el estofado. La comida está exquisita y me pregunto si la cocina él pero, por algún motivo, no le hago la pregunta.
Cuando terminamos me ayuda a incorporarme y subimos al desván. Antes de quedarme durmiendo, le pido que prepare el viaje en tren para mañana justo después del almuerzo.
Me despierto sobresaltado justo cuando Madox sube las escaleras. Se acerca a mi cama y me destapa los brazos. Con una pomada me quita la sangre que se quedó pegada a los trozos de gasa y después aplica un spray que me tensa la piel al entrar en contacto con mi cuerpo. La última vez me explicó que me ayudaría a recuperar la sensibilidad en mis brazos en un par de minutos.
-Ya puedes mirar. - comenta cuando pasan los dos minutos.
Bajo la vista y observo mis brazos. Parezco un bosque. Madox lo ha tatuado de tal manera que unos árboles se superponen a otros de un verde más oscuro. Seguro que sirve como camuflaje cuando me atreva a volver al bosque. Aunque nunca me ha gustado que la gente del Capitolio se pintara la piel, he de admitir que esto me parece una obra de arte. Recuerdo que, cuando le pedí que me los tatuara, sólo pensaba en sentirme más unido al lugar en el que había sido feliz. Ahora que veo la obra más avanzada, mis ganas de entrar en el bosque han aumentado considerablemente. Me visto con la ropa que llevaba puesta cuando vine porque no tengo ganas de dar vueltas y pensar qué podría vestir ahora. Madox hace un gran esfuerzo por no pone objeciones, cosa que le agradezco.
Bajamos del desván, cruzamos el pasillo de la segunda planta y volvemos a descender la escalera de caracol. No me hace falta preguntarle si está todo listo para el viaje. Comienzo a oír el ruido de las sillas al desplazarse y el de la vajilla al chocar, así que no me sorprendo al escuchar las voces de saludos y sorpresa que me inundan al llegar abajo. Sólo ellos serían capaces de armar tanto alboroto poniendo la mesa.
Carlo, Edilia y Portia. Todo mi equipo de preparación y mi estilista juntos.
Disfrutamos de una comida tranquila teniendo en cuenta que estoy rodeado de gente del Capitolio. Eridia, cuyo pelo ahora es de color amarillo chillón, no deja de regañarme por haberle permitido a Madox tatuarme mientras que, cada vez que ella cogía una banda de cera, a mí me entraban ganas de salir corriendo de la habitación.
-Algunos tributos no tuvieron que hacerse la cera, Eridia – le digo, recordando los brazos de Will.
-Porque no tenían tanto como tú, Gale. Eres el tributo con más cantidad de pelo corporal que he visto nunca.
Carlo, por otro lado, sigue intacto desde la última vez que lo vi, con su largo pelo canela. Es el que más callado permanece de todos, al igual que su hermana, Portia, mi estilista, quien ahora lleva el pelo de color verde oscuro y la piel de un tono más bien rosáceo. También tiene los labios más gruesos que de costumbre, así que supongo que se los ha operado.
-Carlo, Portia – los llamo, captando su atención – Estáis muy callados. ¿Ocurre algo?
Estoy un poco cansado de los gritos y discusiones de Eridia y Madox y necesito que alguien más tranquilo participe en la conversación y, a pesar de su aspecto, Portia es una de las dos personas tranquilas que hay en esta habitación.
-Estamos cansados – dice.
-¿Cansados?
No puedo evitar el tono de desconcierto en mi voz. La vida de la gente del Capitolio no puede considerarse dura en comparación de la de los mineros del Distrito 12. ¿De qué podrían estar cansados? De pasar noches mirando el televisor, puede ser.
-Estamos empezando a preparar la ropa para la Gira de la Victoria – comenta Carlo. – Y ayudo a Portia porque está bastante agobiada. Además, estamos buscando peinados que queden bien con la ropa.
Es mencionar la gira y la sala vuelve a llenarse de voces. Un mes y medio. Sólo queda un mes y medio para que la casa de la Aldea de los Vencedores en la que vivo ahora se llene de periodistas y cámaras que graben mi talento. Pienso en la cámara que hay en el desván de Madox, en una de mis maletas. Espero que su idea funcione o tendré que cuidar de animales como hizo Haymitch.
Mientras mi equipo de preparación comenta con entusiasmo algunas ideas que tienen en mente para la gira, decido pensar en algún talento que pueda tener, por si la idea de Madox no funciona. Mi fuerte son las trampas, pero no creo que sea buena idea mostrar ante todo Panem que tengo un talento natural para cazar animales, que soy capaz de saber qué sendero seguirán los conejos y demás criaturas del bosque, que puedo crear cestas de las que resulta imposible escapar para los peces, o que puedo capturar a un animal y colgarlo sobre una rama lejos del suelo para mantenerlo alejado de otros depredadores con una sola cuerda. Sin embargo, mis manos son ágiles, y eso tal vez pueda ayudarme. ¿Qué hace la gente con manos ágiles? Conozco a mujeres del Distrito 12 que venden ropa cosida a mano por ellas o hacen bolsas a mano, con numerosos bolsillos. Pero eso no llamaría la atención de la gente del Capitolio. Sólo espero que la idea de Madox funcione.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando Portia coge mi mano por debajo de la mesa y se inclina hacia mí.
-Sé lo que está pasando. Sé que estás en peligro. – me susurra al oído - ¿Cómo puedo ayudarte?
El Capitolio quiere castigarme, quiere castigar a todos aquellos que incumplan las normas impuestas por él. ¿Por qué no acaban con nosotros, los delincuentes, los agentes de paz en público y todo se acaba? Porque la gente ha dejado de infringir las normas. Porque vieron el castigo que nos impusieron a Katniss y a mí y temen que les ocurra lo mismo. Solo los que están desesperados y los que no tienen otra opción son los que entran en el bosque para cazar. Aquellos cuyas familias morirían de hambre si no fuera por lo que consiguen al otro lado de la alambrada. Si me quedo quieto, si sigo mostrando que temo lo que pueda hacerme el Capitolio, la gente no volverá a pasar la alambrada y morirá mucha más gente. No puedo permitir eso. Pienso en mi familia, en que pueden estar en manos del Capitolio, aunque aún no sé nada seguro. Puede que lo descubra si me adentro en el bosque aunque, si lo hago y los tiene el Capitolio, no dudarían en acabar con ellos uno a uno. En el fondo de mi cabeza, un vocecilla grita que no lo haga, que calme las cosas y tal vez todo vuelva a la normalidad. Pero la ignoro. Tal vez tenga que hacer sacrificios si quiero acabar con la injusticia que está ocurriendo en el Distrito 12.
-Voy a desobedecerlos. – susurro en el oído de Portia – Quiero causar problemas.

Cuando llego al Distrito 12, por la noche, me encuentro con dos personas esperando para recibirme en la estación: Haymitch y Madge. Bajo del tren y me acerco a ellos.
-¿Qué hacéis aquí? – pregunto sin poder ocultar la sonrisa.
-Madox me llamó – dice Haymitch – Me dijo la hora de llegada del tren. También me ha dicho que tienes un talento, ¿no?
-En verdad no – admito – Pero intentaré desarrollarlo.
-Ahí entro yo – comenta Madge y, por primera vez, me fijo en ella con atención. LA última vez que la vi intenté matarla – Fue a tu casa a ver qué tal estabas y Haymitch me contó que te habías ido. También me dijo lo del talento y le dije que podría ayudarte. Sé algo de fotografía, mi padre tiene una cámara y me encantaba quitársela cuando era más pequeña.
-Sé el lugar perfecto para empezar.
Parezco más seguro de lo que en verdad me siento, pero ya no hay vuelta atrás. La decisión está tomada.
-¿Cuál? – pregunta Madge con curiosidad.
-Ven mañana por la tarde a verme. Después del colegio. – ella asiente y después mira a Haymitch.
-Me tengo que ir. Es muy tarde. Nos vemos mañana. – se da la vuelta y corre por la estación.
-¡Madge! – la llamo en el último momento. Se da la vuelta y añado: - Trae botas y ropa cómoda.
Puedo ver la duda en su rostro, pero finalmente asiente y desaparece. Ahora quedamos Haymitch y yo solos.
-¿Estás seguro?
Por la pregunta, sé que ha descubierto lo que tengo pensado hacer mañana.
-Completamente. Vamos.
Caminamos hacia la Aldea de los Vencedores en silencio. Cuando estamos cerca del gran arco, Haymitch rompe el silencio.
-Esto es tuyo.
De su bolsillo saca el cuchillo que perteneció a Clove. No me hace falta mirarlo a los ojos para saber que los tiene clavados en mí, analizando hasta el más mínimo cambio en mi expresión.
-No lo quiero –aseguro pasados unos instantes.
-¿Por qué? – Haymitch se detiene y me mira interrogante.
-He visto los juegos. Hay cosas que no me han convencido y ahora mismo no quiero estar cerca de eso. ¿Podrías guardarlo tú una temporada?
Haymitch se encoge de hombros y vuelve a guardarse el arma. Sé que duerme con un cuchillo y me pregunto si lo llevará ahora. ¿Alguna vez irá tan indefenso como voy yo ahora? Sí. A pesar de no llevar ningún arma, me siento lleno de fuerza. Ahora mismo, me basta con la esperanza para defenderme.

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