miércoles, 18 de septiembre de 2013

Capítulo 8. Saltarse las normas

Me despierto cuando está amaneciendo. Bajo y meto en la bolsa de caza un panecillo con queso. Después salgo a un día en el que el frío ha formado una espesa niebla. Dentro de poco comenzarán las nevadas. Camino casi a ciegas durante un buen rato hasta que distingo las destartaladas casas de la Veta. Cuando llego a la mía, entro. Noto el calor que siempre encontraba cuando llegaba después de cazar y, por un momento, me siento mucho más joven, como si nunca hubiese tenido que ir a los juegos. Intento no entretenerme, ya que llevo meses esperando el momento de regresar al bosque. Avanzo hasta mi antigua habitación y me visto con mi ropa de caza. Rebusco en mi bolsa de trampas para comprobar que todo está intacto. Después, me la cuelgo al hombro también. Salgo de la casa y me aproximo al punto débil de la alambrada que hay cerca de la casa antigua de Katniss. Pego el oído y, cuando no oigo ninguna señal de que esté electrificada, la cruzo.
He decidido venir por la mañana para comprobar si es seguro antes de traer a Madge para que me ayude con las fotografías. Quiero comprobar si hay trampas o agentes de la paz listos para disparar a cualquiera que cruce los límites del distrito. También quería pasar unos momentos a solas en el lugar en el que compartí tantas risas con mi mejor amiga. El lugar en el que era yo mismo.
Ahora tengo un plan. He decidido romper las normas e incitar al resto para que hagan lo mismo. Tal vez los agentes puedan castigar a los pocos que rompan las normas, pero no podrán castigar a todo el distrito. Además, con mi talento en la Gira de la Vicoria, llevaré esta ruptura de las normas al resto de los distritos. Fotografiaré el bosque, su belleza y los animales que viven en él. Intentaré captar la esencia de la libertad y, cuando las cámaras vengan a grabar mi talento, las fotos se verán en todo Panem, sin excepción. Confío en que el presidente no pueda destrozar mi idea, ya que tendrán que emitir algo sobre mi talento y no pienso hacer otra cosa.
Una vez he llegado al borde de los árboles, respiro con fuerza y me lanzo al interior. Los aromas, el sonido y la sensación de estar en mi lugar no tardan en llenarme. ¿Cómo he podido estar tan alejado de este lugar durante estos dos meses? Corro de un lado a otro y aun así, mis pies apenas hacen ruido al pisar las hojas caídas de los árboles. Lo que más me apetece ahora es cazar, así que empiezo a caminar mientras coloco trampas: jaulas, cuerdas que dejan colgando a la víctima del árbol… Incluso me acerco a un arroyo que hay cerca y coloco una de las cestas que cosía cuando no tenía nada mejor que hacer. Ahora, en mi tiempo libre, podría dedicarme a aumentar su número. Me dirijo a la zona en la que escondía el arco que Katniss me regaló. Y ahí está, intacto. Me pregunto si han entrado agentes de la paz en el bosque, en busca de armas, y han salido sin nada. Para asegurarme, me acerco al tronco hueco en el que Katniss guardaba el suyo. También está aquí.
Una vez que he comprobado que no hay peligro, me dedico a subir hasta la colina en la que Katniss y yo hemos pasado horas hablando. Las grandes rocas y los arbustos nos impedían ser descubiertos y, además, nos proporcionaban un alto punto desde donde observar un gran sector del bosque.
La temperatura comienza a subir poco a poco conforme pasan las horas, pero aun así llevo la chaqueta abrochada hasta arriba. Seguro que una de las chaquetas de cuero que tengo en el armario de la casa de la Aldea de los Vencedores abriga mas que esta; pero me he negado a llevar algo hecho en el Capitolio aquí, en un lugar que siempre me ha mantenido alejado de aquello a lo que tanto odio. Me recuesto sobre la hierba y tardo poco en quedarme dormido.
Cuando despierto, sé por la posición del sol que ya debe de ser medio día. Así que comienzo mi excursión. Llego al riachuelo en el que he puesto antes las cestas para pescar y camino al lado, en dirección contraria al distrito. Sigo una lección que aprendí en los juegos, y es que sin agua una persona tardaría un par de días en morir. Si mi familia consiguió llegar al bosque y sigue con vida, deben de estar cerca de este riachuelo. O de otro que hayan encontrado y en el que se sientan más seguros.
Camino cerca de una hora hasta que, finalmente, decido que está bien por hoy. En el camino de vuelta derribo un par de ardillas y un conejo; mis disparos no son tan limpios como los de Katniss, que siempre acertaba en el ojo. También recojo fresas y todos los frutos y hojas que reconozco como comestibles. Cuando estoy cerca del distrito, recorro las trampas que he colocado. He conseguido atrapar un par de peces y  un castor. Lo meto todo en la bolsa de caza y preparo más trampas. Después, saco el panecillo con queso y me lo voy comiendo durante el trayecto de vuelta. Una vez de nuevo en el distrito, decido pasarme por el Quemador, aunque no sin haberme cambiado de ropa en mi casa.
La gente me mira con expresiones que pasan desde el miedo a la alegría. Me acerco al puesto de Sae la Grasienta y le pido un cuenco de sopa. Aunque tengo dinero, prefiero pagarle como lo hacía antes de ganar los juegos, con mis presas. Acepta encantada el castor. Paseo por los puestos y cambio los peces, el conejo y las frutas que he recogido por cuerdas, alambres, cordones y todo lo que pueda servirme para fabricar más trampas. Me alegra volver a ayudar a esta gente dándoles alimento, ya que muy pocos se atreven a adentrarse en el bosque. Cuando termino en el Quemador, me paso por la plaza y me acerco a la panadería. Entro por la puerta principal y espero en el mostrador a que me atiendan, por suerte sale el panadero y no su mujer.
-¿Gale?
-Hola señor Mellark. - lo saludo, y después añado en voz más baja: - Quería saber si siguen interesándole las ardillas.
La cara se le ilumina e intercambiamos rápidamente las dos ardillas por un panecillo. Intenta convencerme para acepar un panecillo por cada una, pero me niego. Yo no soy el que tiene problemas para alimentarse y, aunque él dirige una panadería, apenas tiene acceso a la carne fresca. No creo que puedan alimentarse toda la vida a base de dulces y pan. Justo cuando estoy a punto de salir por la puerta, entra su hijo, quien se queda mirándome con ojo crítico.
-¿Qué haces aquí? - pregunta.
-¡Peeta! - lo regaña su padre. - Sólo ha venido a traerme un par de ardillas.
-¿Sigues con la caza furtiva? ¿No has causado bastante daño todavía?
Sé a lo que se refiere. Puede que si no hubiera empezado a cazar, Katniss siguiera con vida.
-Peeta por favor. Compórtate. - el panadero parece avergonzado.
-No importa – le digo para tranquilizarlo – Sí Peeta, sigo con la caza furtiva – ahora que me he concienciado de que voy a romper todas las normas no me da miedo decirlo en voz alta.
-Estoy dentro.- el panadero desaparece por una puerta que hay tras el mostrador, dejándonos a su hijo y a mí solos.
-¿Crees que no sé que estás cabreado? Hice todo lo que puede. Allí, en la arena, te prometí que la traería de vuelta. Y lo intenté con todas mis fuerzas. Pero es más difícil de lo que parece, ¿sabes? - abre la boca para interrumpirme, pero sigo hablando. He decidido decirle todo lo que no pude decirle en su momento - ¿Crees que yo no la hecho de menos? No he visitado su tumba en un mes, ¿por qué? Porque tenía miedo de afrontar la realidad. ¡Tenía miedo de comprobar que estaba muerta!
La garganta me arde, al igual que los ojos. Me he quedado sin palabras. No. Tengo mucho por decir aún; pero no es ni el momento, ni el lugar, ni la persona adecuada para decírselo.
Camino con decisión hacia la puerta antes de derrumbarme en mitad del establecimiento.
-Tienes el pan en tu casa. Haymitch me ha dicho que la puerta estaba abierta.
Dejo la mano sobre el pomo y me giro poco a poco.
-¿Por qué lo haces? Es una forma de torturarme a mí y de torturarte a ti mismo.
-Es lo que ella querría, supongo – dice encogiéndose de hombros.
Baja la mirada y se dirige a la puerta por la que se marchó el panadero. Sin embargo, antes de que ambos nos marchemos del lugar, añado:
-¿Sabes? Cada vez que te veo, se afirma la idea de que está muerta por mi culpa.
-A menudo me pregunto qué hubiera ocurrido si hubiera ido en tu lugar. Si me hubiese presentado voluntario por ti.
Guardamos silencio un momento. ¿Llegó a planteárselo? En esos segundos interminables en los que esperaba que alguien gritara “Me presento voluntario” para salvarnos tanto a Katniss como a mí, ¿pasó esa idea por su cabeza?
-Me hubieras salvado a mí – respondo finalmente.
-Tal vez también podría haberla salvado a ella.



-¿Estás? - pregunta la tímida voz de Madge desde la puerta principal.
-¡Pasa! - grito desde la cocina.
He partido en trozos la barra de pan que dejó Peeta aquí y la he untado de queso. También he cogido un poco de carne del Capitolio que tenía en la nevera y la he puesto en el pan, entre el queso. Me cuelgo la bolsa al hombro y, antes de Madge llegue a la cocina, yo ya estoy fuera de ella. Lleva pantalones oscuros con unas botas marrones y un grueso jersey. Le hago un gesto para que espere un segundo y subo corriendo a mi habitación. Cojo una de las chaquetas de cuero que hay en el armario y bajo de nuevo.
-Te estará enorme, pero te hará falta.
Efectivamente, le está enorme. Caminamos por la Veta mientras se dobla las mangas una y otra vez en un intento desesperado de poder usar sus manos. Cuando llegamos a mi casa, prefiere quedarse fuera, así que entra y recojo los utensilios para cazar lo más rápido que puedo.
-Vamos al bosque, ¿verdad? - pregunta cuando me reúno con ella.
Asiento la cabeza y caminamos hacia el punto por el que me adentré esta mañana en el bosque. La cruzo sin problemas, aunque se me hace extraño que me acompañe alguien a quien le tiembla todo el cuerpo debido a los nervios.
Cuando regresé a la casa de la Aldea de los Vencedores, me senté en el suelo y cerré los ojos con fuerza, esperando a que se me fuera el ardor de los ojos. Después empecé a preparar la comida para esta tarde y, poco después, llegó Madge.
-¿Has comido? - intento sacarle conversación, para que se sienta más cómoda.
-Un poco. Estaba nerviosa. Sabía que ibas a traerme aquí para lo de las fotos.
-¿Lo sabías?
-Era una intuición. Además me dijiste lo que debía llevar puesto. No fue muy difícil averiguarlo.
Una vez que la espesura del bosque nos protege, saco la cámara de una de las mochilas y le pido a Madge que me explique cómo funciona. Ella me enseña y hace un par de fotografías, como ejemplo. Luego me la cuelgo al cuello y comienzo a hacer fotos sin parar. En algunas se ve el cielo azul, rodeado por las copas de los árboles; en otra, un tronco del árbol caído; el fino riachuelo que discurre entre rocas y matorrales...
Madge no deja de mirar de un lado a otro, con la boca abierta. Guardo la cámara y guío a Madge hasta el escondite en el que guardo mi arco y algunas redes para trampas. Madge sostiene el arco entre sus manos temblorosas y procura no acercárselo mucho al cuerpo.
-¿Quieres aprender a disparar?
-Yo... No sé si es buena idea.
Pero la convenzo. Así que pocos minutos después la guío para que se coloque en posición para disparar, cómo tensar la cuerda, fijar a un enemigo y cómo disparar. Tarda bastante en disparar la flecha con destreza y recta; y más aún en acertar al tronco del árbol que hay a seis metros.
-Sin embargo, - añado mientras me acerco al árbol a recoger la flecha – mi fuerte no es el arco.
Caminamos hacia la zona en la que coloqué antes las trampas. Al principio la escena del primer pájaro atrapado la asusta, así que me alejo un poco para rematarlo y desplumarlo.
-Tienes que comprenderlo Madge – le digo cuando me siento a su lado sobre una roca – Tú no tienes problemas con al comida, pero el resto de nosotros ha estado alguna que otra vez a punto de morir de hambre. Por eso entro en el bosque y por eso cazo animales. Para llevar una vida medio decente.
Hablo como si siguiera viviendo en la Veta, como si siguiera teniendo problemas para alimentarme. Un mañana en el bosque y vuelvo a mi vida de antes.
Así que, cada vez que estamos cerca de una de mis trampas, me alejo para llegar antes y que Madge no vea al animal. También le enseño a distinguir algunas plantas simples que, a su vez, son bastante sabrosas. Incluso la llevo a ver el fresal, que está rodeado por una red metálica para que los animales no puedan comerse las fresas.
-No le digas a tu padre dónde está. Es uno de mis mejores compradores.
El comentario la hace reír y yo también sonrío. Tal vez algún día vuelva a sentirme a gusto en el bosque con una persona que no sea Katniss. Lo que no consigo hacer es llevarla a la colina en la que he compartido tantos buenos momentos con la que fue mi mejor amiga, así que descansamos en mitad del bosque. Madge dispara a los troncos de los árboles mientras que yo trabajo en las trampas. He decidido coger ramas y hojas que puedan servirme para preparar más trampas ahora que tengo tiempo libre. Intento recordar algunas de las que me enseñaron a hacer en el Centro de Entrenamiento ya que había algunas que no conocía y eran bastante útiles.
-Hoy he hablado con Peeta Mellark.
-Oh, no – parece aterrada - ¿Qué le has dicho?
-Nada que no tuviera que decirle. - el terror sigue impreso en su rostro, así que decido añadir algo más – Sólo que él no es el único que la hecha de menos.
Madge se muerde el interior de la mejilla, pero decido no sacar el tema de nuevo.
Unas horas después, cuando ya nos hemos comido gran parte de la barra de pan y he esparcido las trampas por un área bastante extensa, decidimos volver.
-Me encanta esta luz para una fotografía – me susurra Madge cuando salimos del bosque, antes de llegar a la alambrada.
Es cierto, la luz del atardecer crea un efecto maravilloso. Así que no dudo en sacar la cámara y hacer una fotografía en la que se ve la alambrada y el bosque, separados por un espacio de tres o cuatro metros, con la luz del atardecer.
Después de esto, le doy a elegir a Madge entre marcharse a su casa o acompañarme al Quemador. Opta por lo segundo, así que me cambio de ropa en mi casa de la Veta y marchamos hacia el Quemador. El botín es múltiple: bayas y frutos, castores, conejos, ardillas, peces,... En la carnicería, doy una cantidad de dinero superior a la que me piden por los conejos, al igual que en el puesto de Sae la Grasienta, donde Madge y yo nos tomamos un cuenco de sopa. A la gente le extraña encontrar a la hija del alcalde allí, algunos incluso evitan mirarla. Sin embargo, Darius, un agente de la paz, se acerca a hacerle preguntas de las que no hago caso. Madge responde sonriente, aunque noto que está bastante incómoda.
Cuando nos marchamos del Quemador, le doy a Madge la mitad de lo que hemos conseguido hoy, aunque me quedo con todas las ardillas a cambio de todas las fresas.  Una vez que nos despedimos, decido acercarme a la panadería. Dejo las cuatro ardillas en una bolsa de caza junto a la puerta. Llamo con los nudillos y me marcho ya que no tengo ganas de enfrascarme en otra discusión con Peeta Mellark.
Al llegar a la Aldea de los Vencedores, oigo extraños ruidos en la casa de Haymitch. Entro y me encuentro con una de las mayores borracheras que ha pillado desde que lo conozco. El sofá está bocabajo y hay vasos de cristal y basura por todo el suelo.
-¿Haymitch? - pregunto.
No obtengo respuesta, salvo por unos extraños ruidos en la cocina. Me acerco a la puerta y lo encuentro en el suelo, buscando botellas en uno de los armarios.
-¡Deja de bebes! - lo cojo de un brazo y lo pongo de pie. Pesa bastante, aunque parece que he recuperado la fuerza con la que fui a los juegos.
Lo ayudo a sentarse en una silla mientras intento limpiar un poco el desastre que este hombre ha ocasionado.
-Pásame una botella.
-No – contesto – Voy a preparar la cena y no vas a tomar nada de alcohol en lo que queda de día.
-¡Pásame una botella, Gale!
Levanto la mirada para observarlo. Tiene la cara roja y es incapaz de mantener la vista fija en un mismo punto durante más de dos segundos.
-¡No! Necesito tu ayuda. Te necesito sobrio y vas a comer. Después te irás a dormir.
Haymitch empieza a reírse y acaba vomitando en el suelo ya de por sí sucio.
-Genial, ahora tendré que limpiarlo yo, ¿no? Como en el tren.
-No lo limpies – responde.
Decido ignorarlo y me marcho a la cocina a limpiar el pescado. Después, enciendo una sartén y frío los peces que he capturado hoy. Las dejo freír mientras salgo de la cocina y empiezo a limpiar la porquería y el vómito.
-¿Por qué no las tiras? En el tren lo hiciste, tiraste el licor.
De nuevo, más carcajadas.
-Estaba demasiado borracho en el tren. No sabía lo que hacía. Cuando me desperté a la mañana siguiente casi me da algo al ver lo que había hecho.
-Genial – añado con sarcasmo.
Unos minutos después, he conseguido desalojar un poco la entrada, aunque decidimos comer en la cocina para no tener que soportar el hedor del vómito.
-¿Qué tal en el bosque? - pregunta Haymitch pasado un rato, mientras le quita las raspas al pez.
Sabe lo que planeo, o al menos lo sospecha, así que por eso no le importa que el Capitolio me escuche; porque la casa está llena de micrófonos, seguro.
-Bien, como puedes ver – digo señalando el pescado.
-¿Estás seguro de la compañía?
Ahora es un poco más cauteloso. A nadie le agradaría meter a la hija del alcalde en problemas.
-Necesitaba su ayuda. No sé manejar la cámara.
Permanecemos en silencio hasta que terminamos y decido marcharme.
-No bebas – digo antes de cerrar la puerta. Entonces recuerdo algo y vuelvo a la cocina para que pueda escucharme – Por cierto, el hijo del panadero viene todos los días. Mañana seguramente esté en el bosque cuando venga, así que dile de mi parte que no me deje el pan.
-No se lo pagues – dice, encogiéndose de hombros.
-¿Tú se lo pagas?
-Sí – añade algo desconcertado - ¿Tú no?
-No – respondo. Y una enorme sensación de incomodidad y gratitud al mismo tiempo me invade.

No hay comentarios:

Publicar un comentario